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Pensemos en Hong Kong. Devolvamos las Malvinas / Think of Hong Kong. Give the Malvinas back

Pensemos en Hong Kong. Devolvamos las Malvinas / Think of Hong Kong. Give the Malvinas back

the times 111751Please see English version below

Por Matthew Parris
The Times, 27 de febrero 2010

Debemos llegar a un acuerdo con Argentina ya para entregar las islas durante 99 años en forma de venta con pacto de arrendamiento y dividirnos el botín.

Muchas personas recuerdan dónde estaban aquel sábado por la mañana, en marzo de 1982, cuando se reunió la Cámara de los Comunes para escuchar a Margaret Thatcher decir que comenzaba la guerra contra Argentina. Pero recuerdo donde yo no estaba; no estaba en la Cámara de los Comunes, sino cumpliendo un compromiso en Derbyshire. Para mí, ese error de mi parte será un pequeño pero significativo lamento durante el resto de mi vida.

A medida que las fuerzas zarpaban y comenzaba la batalla, yo aprendería una lección. Los ingleses son sorprendentemente belicosos. Cuando se trata de una lucha que creemos poder ganar, hacemos caso omiso de cualquier interés propio racional. Quien se olvide de esto, no se percatará de cuál es el estado de ánimo del país y terminará escupiendo contra el viento.

A lo largo de ese conflicto yo escupía contra el  viento. Apoyé la guerra sin vacilar ni un segundo, y siempre estaré convencido de que fue lo correcto y que defendimos nuestro pueblo y nuestra propiedad, pero no me gustaba ese ambiente en el cual todos animaban, “¡Así es, adelante!” y creí que no debíamos cerrarnos a la posibilidad de negociar para llegar a un acuerdo, si acaso Argentina se bajaba y hablaba con nosotros.

Pero nunca surgió esa posibilidad. Y por eso ahora nos encontramos, 28 años después, con una posición segura en estos momentos, pero sin haber resuelto la disputa. Hemos invertido mucho orgullo, algo de sangre y enormes cantidades de dinero en esas islas solitarias, azotadas por el viento y preciadas. Deberíamos pensar en cuál es la mejor forma de aprovechar esa gran inversión de manera de poder equilibrar nuestros sentimientos con nuestros propios intereses.

Así que aquí voy de nuevo,  escupiendo contra el viento. Gran Bretaña debe echar un vistazo largo y sincero a sus territorios en el Atlántico Sur (Islas Malvinas y Georgia del Sur, Santa Elena, las islas de Ascensión y Tristán da Cunha) y revisar también sus posesiones oceánicas al otro lado de África: las Islas Chagos ( a menudo llamadas Diego García). Ningún caso es igual al otro.

Nuestro derecho a Santa Elena es indiscutible en el marco de la ley, y de hecho es algo innegable. Más bien hemos pasado por alto a su población, y parece que no cumpliremos nuestro compromiso de construir allí un aeropuerto. Deberíamos honrar dicho compromiso. Esta posesión representa  muy poco gasto para el erario público; estamos en capacidad de costearlo; y para ser prosaicos, vale la pena aferrarnos a esta isla, porque ¿quién sabe en qué momento puede sernos útiles? Para ser menos prosaico, es una cuestión de orgullo mantener el vínculo histórico de Gran Bretaña con Santa Elena, una hermosa isla, que durante siglos ha albergado a personas incondicionales que dependen de nosotros. Lo mismo puede decirse de Tristán da Cunha, junto con su historia más dolorosa.
La Isla de la Ascensión (al igual que Tristán, asociada desde el punto de vista administrativo con Santa Elena) genera más noticias. Durante la Segunda Guerra Mundial los estadounidenses construyeron allí una pista de aterrizaje, y durante más de medio siglo han mantenido una base: el aeródromo de Wideawake, donde llevan la batuta a pesar de que en realidad sólo tienen un contrato de arrendamiento renovable anualmente, y por el cual nada pagan. Nosotros les pagamos para que aterricen aviones comerciales. En Whitehall se sabe (aunque en realidad nunca ha afectado a Westminster ni a los demás), que al inicio de la guerra de las Malvinas, en un primer momento Washington negó el permiso a Gran Bretaña a utilizar nuestra propia isla para reabastecer de combustible a sus aviones. Sólo después de que la señora Thatcher intervino y habló con Ronald Reagan, fue que los estadounidenses accedieron a esto a regañadientes.

La posesión británica de la Isla Ascensión es indiscutible, pero no creo que sea algo totalmente seguro. Si los estadounidenses la llegan a necesitar durante un conflicto en el que no estuviésemos de su lado, creo que sencillamente se apropiarían de la isla. Si nosotros la llegamos a necesitar durante un conflicto en el cual los estadounidenses no estuviesen de nuestro lado,  no debemos sentirnos seguros de su cooperación. Tenemos que hablar con Washington sobre nuestra situación mutua con respecto a este portaaviones importante construido sobre rocas en el medio del Atlántico. Para comenzar, deberían pagarnos adecuadamente por utilizarla, y reconocer plenamente los derechos de los isleños a la identidad política que aún no tienen.

Deberíamos vender Diego García, si bien sería con renuencia. Somos prácticamente unos desconocidos en este territorio, que Estados Unidos ha utilizado a su antojo, incluso para los vuelos secretos de traslado de sospechosos. Es inimaginable que pudiéramos hacer uso de su  base conocida como “Footprint of Freedom”, al menos que estemos de su lado. Está ocurriendo una transferencia progresiva de la propiedad, y en una deferencia humillante hacia Washington, hemos traicionado los derechos de los isleños que una vez vivieron allí, y ahora viven en poblaciones marginales en la Isla Mauricio.

Toda esta historia debería avergonzarnos, como seguramente sabemos.  Pero ahora es demasiado tarde para reafirmar nuestra posición. El acuerdo de 50 años suscrito con los Estados Unidos (que no paga un centavo) expira en seis años. Debemos negarnos a renovarlo, al tiempo que ofrecemos cederle este territorio a los Estados Unidos, por un monto descomunal. Para el Pentágono, vale miles de millones. Si no lo hacemos de esta forma,  tarde o temprano, sencillamente la tomará, como hubiésemos hecho nosotros a una potencia menor hace un siglo.

Todo esto nos lleva a las Islas Malvinas, que tomamos de esa manera. El reclamo de ninguna de las dos partes es indiscutible, pero según la ley, la posesión se gana si se tienen nueve puntos, y somos nosotros los que tenemos la posesión.

Sin embargo, Argentina tiene la capacidad, en conjunto con la mayor parte del resto de América Latina, de hostigar y frustrar los intentos de aprovechar las reservas de hidrocarburos bajo las aguas territoriales de las islas. Podemos defender a quienes vayan a explorar en busca de hidrocarburos (a un costo muy alto),  contra cualquier intento excéntrico de retomarlas, pero si se descubren reservas valiosas, acaso las grandes compañías petroleras van a arriesgar sus negocios en otras partes del continente sudamericano, o tal vez más allá?

Buenos Aires puede conseguir fácilmente una resolución hostil a través de la Asamblea General de las Naciones Unidos, y a lo mejor así lo hará. Por su parte, en el Consejo de Seguridad los estadounidenses no nos apoyarían, sino que se abstendrían, con lo cual utilizaríamos nuestro derecho de veto, tal vez solos. Los EE.UU. tienen enormes intereses políticos, comerciales y militares en América Latina. La posición oficial de Washington en cuanto a nuestra reivindicación de la soberanía colonial es permanecer neutrales. Los invito a adivinar cuáles son los instintos específicos del Presidente Obama.

Gran Bretaña ocupó y administró a Hong Kong durante 99 años, y voló la bandera del Reino Unido allí, sobre la base de un contrato de arrendamiento de los Nuevos Territorios con China, tierras de las que dependía la propia isla. ¿Es realmente impensable que se pudiera aplacar el orgullo argentino, asegurar la seguridad británica, garantizar la forma de vida de los isleños, y dividirnos el botín, sobre la base de algo similar? Este es el tipo de discusión que mantenían discretamente los ministros conservadores con Argentina a principios de los ochenta,  antes de que los avasallaran unos parlamentarios británicos sin cargo jóvenes y estúpidos como yo. Ahora que todos somos todos más viejos y más sabios, tanto en Gran Bretaña como en Argentina, ¿no es hora de retomar esas ideas?

The Times, 27/02/2010

Think of Hong Kong. Give the Falklands back

By Matthew Parris

Published at 12:01AM, February 27 2010

We should do a deal with Argentina now to lease back the islands over 99 years and split the economic spoils

Many people remember where they were on the Saturday morning in March, 1982, when the House of Commons met to hear Margaret Thatcher signal war on Argentina. But I remember where I wasn’t. I wasn’t in the House of Commons. I was honouring a commitment in my Derbyshire constituency. That misjudgment will remain for the rest of my life a small but significant regret.

As the task force set sail and battle commenced, I was to learn a lesson. The English are a surprisingly bellicose people. When it comes to a fight that we think we can win, calculations of rational self-interest are cast aside. Forget this, and you will miss your country’s mood and end up spitting into the wind.

All through that conflict I spat into the wind. I supported the war without a second’s hesitation, and will always believe it was right that we stood up for our people and our property as we did; but I disliked the tally-ho atmosphere and believed we should not close our minds to thoughts of a negotiated settlement, if Argentina would climb down and talk.

That possibility never arose. And so we find ourselves 28 years later, with our position for the moment secure but with the dispute still unresolved. We have invested much pride, some blood and tremendous sums of money on these lonely, windswept and precious islands. We ought to be thinking about how best to realise that huge investment in a way that balances sentiment with self-interest.

So here I’ll go again, spitting into the wind. Britain needs to take a long, hard look at its South Atlantic possessions — the Falklands and South Georgia; St Helena, Ascension Island and Tristan da Cunha — and review, too, its oceanic possession on the other side of Africa, the Chagos Islands (often referred to as Diego Garcia). Each case is different.

Our right to St Helena is indisputable in law and undisputed in fact. We have rather overlooked its people, and seem likely to renege on an undertaking we made to build an airfield there. The undertaking should be honoured. The possession is only a minor drain on the Exchequer, easily affordable, and (to put the case at its most prosaic) worth hanging on to, for who knows when it might come in handy? Less prosaically, it’s a matter of pride to maintain Britain’s historic association with St Helena, a beautiful island and home for centuries to stalwart people who depend on us. The same is true of Tristan da Cunha with its sadder history.

Ascension Island (like Tristan, administratively associated with St Helena) is more newsworthy. The Americans built an airstrip there during the Second World War and for more than half a century have kept a base, Wideawake airfield, where they rule the roost, though in fact they only have an annually renewable lease, for which they do not pay. We pay them to land commercial aircraft. It is known in the recesses of Whitehall (though it has never really impinged on Westminster and beyond) that at the start of the Falklands conflict Washington at first refused Britain permission to use our own island for refuelling jets. Only after Mrs Thatcher intervened with Ronald Reagan did the Americans reluctantly concede.

British tenure of Ascension is undisputed but I don’t believe it is entirely secure. If the Americans needed it in a conflict where we were not with them, I think they would just take it. If we needed it in a conflict where the Americans were not with us, we should not feel confident of their co-operation. We should talk with Washington about their and our status on this important rock-built mid-Atlantic aircraft carrier. They should, for a start, pay us properly for its use, and acknowledge fully the rights of the islanders to a political identity that they still do not properly have.

Diego Garcia we should reluctantly sell. We are already almost strangers in the territory, which America has used as it pleases — not least for extraordinary rendition flights. It is unimaginable we could make any use of their “Footprint of Freedom” base except alongside them. A creeping transfer of ownership is taking place, and in humiliating deference to Washington we have betrayed the rights of the islanders who once lived there, and now squat in Mauritius.

The whole story brings shame on us, as we surely know. But it is too late to reassert ourselves. The 50-year agreement with America (it pays nothing) expires in six years. We should decline to renew it while offering to cede the territory to the United States, for a colossal sum. It’s worth billions to the Pentagon. Otherwise, sooner or later, it’ll just take it, as we would have done from a smaller power a century ago.

Which brings us to the Falkland Islands, which we did grab in that manner. Neither side’s claim — Britain’s or Argentina’s — is incontestable. But possession is nine points of the law, and we have possession.

Argentina, however, has the ability, in concert with most of the rest of Latin America, to harry and frustrate attempts to exploit hydrocarbon reserves beneath the islands’ territorial waters. We can (expensively) guard prospectors against any eccentric attempt to take a pop at them, but if winnable reserves are found, will big oil companies risk their business elsewhere on the South American continent and perhaps beyond?

Buenos Aires can easily get a hostile resolution through the UN General Assembly, and may. In the Security Council, meanwhile, the Americans wouldn’t support us, but simply abstain, leaving us to use our veto, perhaps alone. The US has huge interests, political, commercial and military, in Latin America. Washington’s official position as regards our claim to colonial sovereignty is neutral. I invite you to guess what President Obama’s private instincts are.

For 99 years Britain occupied and administered Hong Kong, and flew the Union Jack there, on the basis of a lease from China of the New Territories, land on which the island itself depended. Is it really unthinkable that Argentine pride might be assuaged, British administration secured, the islanders’ way of life guaranteed, and the economic spoils divided, on the basis of something similar? Such were the discussions Tory ministers were discreetly pursuing with Argentina in the early 1980s, before they were rumbled by a few stupid young backbenchers like me. Now we are all, in Britain and Argentina, older and wiser, isn’t it time to return to those ideas?

 

 

Esta entrada fue modificada por última vez en 20/07/2012 13:13

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