Doctrina Monroe (2 de diciembre de 1823)
La “Doctrina Monroe” fue expresada por el presidente de los Estados Unidos, James Monroe, en el séptimo mensaje anual al Congreso, el 2 de diciembre de 1823. Se transcribe a continuación la parte pertinente del mismo.
“Un principio referente a los derechos e intereses de los Estados Unidos es que los Continentes Americanos, por la libre e independiente condición que han adquirido y que mantienen, no deben ser en lo sucesivo considerados como sujetos a colonización por ninguna potencia europea.
El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente distinto del de América. Esta diferencia proviene de la que existe entre sus respectivos gobiernos. En consideración a las amistosas relaciones que existen entre los Estados Unidos y esas potencias, debemos declarar que consideraríamos toda tentativa de su parte que tuviera por objeto extender su sistema a este hemisferio, como un verdadero peligro para nuestra paz y tranquilidad. Con las colonias existentes o posesiones de cualquier nación europea no hemos intervenido nunca ni lo haremos tampoco; pero tratándose de los Gobiernos que han declarado y mantenido su independencia, la cual respetaremos siempre porque está conforme con nuestros principios, no podríamos menos de considerar como una tendencia hostil hacia los Estados Unidos toda intervención extranjera que tuviese por objeto la opresión de aquél. En la guerra entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad cuando fueron reconocidos, y no hemos faltado ni faltaremos a ella mientras no ocurra ningún cambio que, a juicio de autoridades competentes, obligue a este Gobierno a variar su línea de conducta.
Los últimos sucesos ocurridos en España y Portugal, demuestran que no está restablecido el orden en Europa, y la prueba más evidente es que las potencias aliadas han considerado conveniente, de acuerdo con sus principios, llegar a la intervención por la fuerza en los asuntos de España… La política que con Europa nos pareció oportuno adoptar desde el principio de las guerras en aquella parte del Globo, sigue siendo la misma y se reduce a no intervenir en los intereses de nación alguna, y a considerar todo Gobierno de hecho como autoridad legítima, manteniendo las relaciones amistosas y observando una política digna y enérgica, sin dejar por eso de satisfacer en todas circunstancias justas reclamaciones, aunque sin admitir injurias de nadie.
Pero tratándose de estos Continentes, las circunstancias son muy diferentes; no es posible que las Potencias aliadas extiendan su sistema político a ninguno de aquéllos sin poner en peligro nuestra paz y bienestar, ni es de creer tampoco que nuestros hermanos del Sur quisieran aceptar una intervención extranjera por su propio consentimiento. Sería igualmente imposible, por consecuencia, que aceptásemos con indiferencia una intervención de esta especie, sea cual fuere la forma en que se produjese. Comparando la fuerza y recursos de España con los de esos nuevos Gobiernos, aparece claro que dicha potencia no podrá someterlos nunca pero de todos modos, la verdadera política de los Estados Unidos será respetar a unos y otros, esperando que otras Potencias imitarán nuestro ejemplo.
No hemos intervenido en las guerras entre las potencias europeas, y no intervendremos… Únicamente cuando nuestros derechos sean lesionados o amenazados, responderemos a las injurias o nos prepararemos a la defensa.”
“…a propuesta del Gobierno del Imperio Ruso, hecha a través del ministro del Emperador que aquí reside, se ha transmitido un poder total e instrucciones al ministro de los Estados Unidos en San Petesburgo para resolver por amigables negociaciones los respectivos derechos e intereses de los dos naciones en la costa noroeste de este continente. Una propuesta similar ha sido hecha por Su Majestad Imperial al Gobierno de Gran Bretaña, que también ha sido aceptada. El Gobierno de los Estados Unidos ha deseado por este amistoso procedimiento manifestar la gran estima que invariablemente tienen por la amistad del Emperador y por su solicitud de cultivar el mejor de los entendimientos con este Gobierno. En las discusiones originadas por este interés y en los acuerdos por las que deberán terminar, se ha juzgado que esa oportunidad es la ocasión para afirmar, como principio en el que los derechos e intereses de los Estados Unidos están involucrados, que los Continentes Americanos, por su condición de libres e independientes que han asumido y mantenido, de aquí en adelante no serán considerados como objeto de futuras colonizaciones por cualquier potencia europea…
Se afirmó al comienzo de la última sesión que se estaban haciendo grandes esfuerzos en España y Portugal para mejorar la condición de la gente en aquellos países, y que aparentemente se lo estaba haciendo con una extraordinaria moderación. Es necesario remarcar que los resultados han sido muy diferentes a lo que entonces se había anticipado. De los eventos que ocurren en ese lugar del globo, con el que tenemos una estrecha relación y de los cuales proviene nuestro origen, hemos sido siempre unos ansiosos e interesados espectadores. Los ciudadanos de los Estados Unidos compartimos los más amistosos sentimientos a favor de lo libertad y felicidad de nuestros amigos en aquel lado del Atlántico. En las guerras de las potencias europeas, en los problemas que les conciernen, nunca hemos tomado parte, ni tampoco nuestra política lo ha hecho. Sólo cuando nuestros derechos son invadidos o son seriamente amenazados, es cuando o resentimos las heridas o hacemos preparativos para nuestra defensa. Con los movimientos de este hemisferio estamos necesariamente más inmediatamente conectados, y por causas que son obvias para todos los observadores imparciales e ilustrados. El sistema político de las potencias aliadas es en ese aspecto, esencialmente diferente de aquellas de América. Esta diferencia procede de las que existen en sus respectivos Gobiernos; y por la defensa del nuestro, que hemos alcanzado luego de la pérdida de mucha sangre y riquezas, que fuera pensado por la sabiduría de sus más ilustres ciudadanos, y bajo el que hemos disfrutado de una felicidad sin igual, este entera Nación está dedicada. Debemos, por lo tanto, por las francas y amistosas relaciones que existen entre los Estados Unidos y aquellas potencias, declarar que consideraremos cualquier intento por su parte de extender sus sistemas a cualquier parte de este hemisferio como peligrosa para nuestra paz y seguridad. Con las colonias o dependencias de cualquier potencia europea no nos hemos entrometido, ni lo haremos. Pero con los Gobiernos que han declarado y mantenido su independencia, y cuya independencia hemos, en gran consideración y sobre justos principios, reconocido, no consideraremos ninguna intervención con el propósito de oprimirlos, o de controlar de cualquier manera sus destinos por parte de cualquier potencia europea, de otra manera más que como la de una predisposición hostil hacia los Estados Unidos. En la guerra entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad al momento de su reconocimiento, y a ella hemos adherido y lo continuaremos haciendo, siempre que no ocurra ningún cambio por el qué, a juicio de las autoridades competentes de este Gobierno, deba hacerse un cambio de actitud por parte de los Estados Unidos, que sea indispensable para su seguridad.
Los últimos acontecimientos en España y Portugal muestran que Europa todavía está convulsionada. De este importante hecho, no puede aducirse prueba más fuerte que las potencias aliadas deberían haberlo pensado más detenidamente, en cualquier principio satisfactorio para ellos, el haber intervenido por la fuerza en los asuntos internos de España. Hasta que punto esa intervención debería ser llevada a cabo, por los mismos principios, es un asunto en el que todas las potencias independientes, cuyos gobiernos difieren de aquellos, están interesadas, incluso las más remotas, y con seguridad no hay ninguna más interesada en ello que los Estados Unidos. Nuestra política respecto a Europa, que fue adoptada en los comienzos de las guerras que por tanto tiempo han azotado aquel lugar del globo, es sin embargo, la misma, que es la de no intervenir en los asuntos internos de cualquiera de esas potencias; la de considerar al gobierno de facto como el legítimo; la de mantener relaciones amistosas con ellos, y la de preservar dichas relaciones por una franca y firme política, conociendo en todos los casos de los justos reclamos de cada potencia, sin someternos a ofensas de ninguno. Pero respecto a estos continentes las circunstancias son eminente y evidentemente diferentes.
Es imposible que las potencias aliadas pudieran extender su sistema político a cualquier parte de estos continentes sin poner en peligro nuestra paz y tranquilidad; ni nadie puede creer que nuestros hermanos del sur, si se los dejase, lo adoptarían espontáneamente. Es igualmente imposible, por lo tanto, que nosotros pudiéramos ver una intervención de cualquier tipo con indiferencia. Si observamos la fuerza y los recursos de España en comparación con los de los nuevos Gobiernos, y la distancia que los separan, es obvio que España nunca podrá someterlos. Es entonces la política de los Estados Unidos de dejar a las partes que resuelvan la situación por sí solas, esperando que las otras potencias sigan la misma conducta…”
Traducción: A. J. Maffeo