El desafío para la ONU es el cambio
Las preguntas que surgen son: ¿Cuál es el propósito de las Naciones Unidas hoy? ¿Para qué sirve la ONU?
Hace unos días, el director periodístico de un antiguo y prestigioso diario de Argentina me hizo una pregunta muy concreta: “¿Cuál es el propósito de las Naciones Unidas hoy? ¿Para qué sirve la ONU?”.
Lo primero que vino a mi pensamiento fueron los miles de operaciones que lleva a cabo la ONU en el mundo, desde el esfuerzo por mantener la paz en el Congo, hasta el monitoreo de las capacidades nucleares de Irán, pasando por el trabajo junto a gobiernos, como el de la Argentina, para hacer frente a la pandemia de fiebre porcina que azotó a América latina en el 2009.
Mientras le respondía, concentré mi atención en el más volátil de los conflictos globales: el Medio Oriente. Y le expliqué cómo, desde Kabul hasta Jerusalén, las Naciones Unidas son responsables de mucho trabajo que muy a menudo pasa totalmente desapercibido. Responsables de la coordinación civil en la reconstrucción de Afganistán, responsables del bienestar de cientos de miles de personas que huyeron de Irak en los últimos años y responsables también de mantener el cese del fuego entre Israel y Hezbollah en el sur del Líbano.
Proseguí mi explicación señalando la enorme tarea de alimentar, educar y brindar asistencia sanitaria al lugar más densamente poblado del mundo, la Franja de Gaza. Allí, en ese espacio de 46 kilómetros de largo por 8 kilómetros de ancho, viven un millón y medio de palestinos, la mayoría de los cuales no tienen trabajo y dependen de la ración de comida de la ONU. “Las Naciones Unidas van donde otros no pueden o no quieren ir”, concluí.
Enseguida me di cuenta de que no había logrado disipar las dudas de mi interlocutor de manera contundente. La mirada del director periodístico revelaba escepticismo. “Ok , pero ¿qué le diría usted a uno de mis hijos que ve a la ONU como poco más que un foro de debate global?”, me replicó. “Unos días atrás, mi hijo se agarraba la cabeza porque nadie le llevaba el apunte a una resolución de la ONU.” Y agregó: “Yo todavía creo en la ONU. Mis hijos quizás no”.
La temporada de cumbres mundiales ha terminado en la ONU, en Nueva York. Los presidentes Barack Obama y Cristina Fernández de Kirchner pidieron en sus discursos reformas urgentes a las Naciones Unidas. “Tenemos que adoptar un nuevo sistema que provea más consistencia a las metas de paz y seguridad global”, dijo Fernández, al asumir el liderazgo del poderoso grupo G-77 el 27 de septiembre.
A lo que el actual Secretario General, Ban Ki-moon, respondió con un llamado a nuevas formas de pensar: “Pocas veces como ahora se ha pedido a las Naciones Unidas hacer mucho para muchos. Estoy decidido a infundir nueva vida e inyectar renovada confianza a unas Naciones Unidas fortalecidas, firmemente ancladas en el siglo veintiuno, efectivas, eficientes y responsables”.
En suma, el desafío para la ONU es el cambio. La mayoría de los que trabajamos para la ONU hemos comprendido este mensaje. La organización tiene más de 60 años. Nacida en medio de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, moldeada en la arquitectura del mundo en aquel entonces, tiene en lo más alto, dentro de su órgano más poderoso, el Consejo de Seguridad, con membresías permanentes para Estados Unidos, China, Rusia, Inglaterra y Francia. África y América no poseen asientos permanentes, tampoco las grandes potencias económicas como Alemania o Japón, sin contar a la India, la democracia más grande del mundo.
La mayoría de los funcionarios entiende que la ONU sufre de la misma burocracia lenta que se encuentra prácticamente en cualquier gobierno. El Secretario General ha sido franco en esto: “Debemos simplificar y racionalizar nuestras reglas, políticas y procesos”, dijo al asumir en enero de 2007.
Está claro que los desafíos del siglo veintiuno presentan demandas que los Estados miembros fundadores de la ONU no pudieron contemplar. Las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, por ejemplo, representan la mayor parte de lo que la ONU hace, ocho mil millones de dólares al año, alineando más de 124.000 personas en 16 operaciones diferentes, desde Liberia hasta Haití o el Líbano. Se ha cuadruplicado, en términos financieros, desde que ingresé a las Naciones Unidas hace siete años. Sólo los Estados Unidos despliegan más tropas de hombres y mujeres en el mundo.
Ha habido cambios importantes, pero han pasado desapercibidos. El mantenimiento de la paz, por ejemplo, fue objeto de una racionalización en el 2008, para asegurar que el personal y los recursos llegaran a tiempo y debidamente equipados y entrenados al lugar del conflicto. El resultado es que la ONU envía un soldado a una zona de conflicto a un octavo del precio de lo que le cuesta a los Estados Unidos hacerlo. Por donde se lo mire, 12 centavos de dólar representan un valor extraordinario.
Y la persona a cargo del nuevo Departamento de Apoyo a las Actividades sobre el Terreno (para todas las misiones de paz de la ONU), una mujer, argentina, la Secretaria General Adjunta Susana Malcorra, está completamente concentrada en lograr los resultados y alcanzar los objetivos establecidos.
Otro hecho relevante de los últimos años ha sido promoción de la mujer en todos los niveles, desde promover y coordinar campañas acerca de la violencia contra las mujeres, la salud materna, la igualdad entre sexos, hasta culminar en el nombramiento de la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, a la cabeza de “ONU Mujer”.
Y por lo que respecta al valor de un foro de discusión global, basta con examinar los hechos que han dominado el debate de la ONU a partir del Milenio: pobreza, hambre, cambio climático, terrorismo, proliferación nuclear, pandemia. Se trata de “problemas sin pasaportes”, como lo definiera mi último jefe, Kofi Annan. Temas y hechos que sólo la ONU puede hacer suyos, precisamente porque no es un Estado-nación con una agenda.
Todos estos son pasos iniciales, pero importantes para crear una organización que pueda hacer frente a los desafíos del presente. Para citar al presidente de Brasil, Lula da Silva: “La estructura actual de la ONU ha estado congelada durante seis décadas y no se corresponde con los desafíos del mundo de hoy, interponiéndose entre nosotros y el multilateralismo al que aspiramos”. Si uno de los grandes paladines de la democracia de América latina habla de este modo, el desafío para la ONU es, está claro, el cambio.
*Director del Centro de Información de Naciones Unidas en Buenos Aires.