¿Está Crimea ‘descongelando’ el conflicto de Transdniéster?
El acuerdo cuatripartito sobre Ucrania firmado el 17 de abril en Ginebra no significa que la crisis en el Este haya terminado. Es muy posible que el próximo caso en la lista sea Transdniéster.
Desde la creación del Partenariado Oriental, Moldavia ha recibido elogios por ser el más ambicioso de los seis países vecinos en la región, debido al progreso relativamente rápido de sus reformas y su inequívoca inclinación proeuropea a pesar de la agitación política interna. Sin embargo, ha habido que esperar a los rápidos y alarmantes acontecimientos en Ucrania -primero las protestas en Euromaidan y luego la crisis de Crimea- para que el diálogo entre Moldavia y la UE se acelerase de manera espectacular. Está previsto que la firma del Acuerdo de Asociación (AA) presentado en Vilnius el pasado mes de noviembre se firme en junio. Asimismo se ha culminado con una rapidez inesperada el proceso de liberalización de visados: a partir del 28 de abril, los ciudadanos moldavos que posean pasaporte biométrico podrán viajar sin visado a la UE. Además, el 17 de abril, el Parlamento Europeo aprobó una resolución sobre el derecho de Moldavia, Ucrania y Georgia a solicitar la entrada en la Unión si adoptan los principios básicos. Aunque la resolución no es vinculante, es la primera vez que una institución de la Unión Europea aprueba una decisión legal sobre la posible incorporación de estos países.
Eso quiere decir que, en la actualidad, Moldavia se encuentra donde se encontraba Ucrania justo antes de la Cumbre del Partenariado Oriental en Vilnius: con nervios y a la espera de firmar el AA. No obstante, hay dos diferencias fundamentales: la primera, que el empeño político es mucho más firme tanto por parte de la UE como por parte del Gobierno moldavo del que existía en las negociaciones con Yanukóvich, acostumbrado a jugar con la confianza. En segundo lugar, con la imprevista anexión de Crimea por parte de Rusia y las incursiones solapadas en el este de Ucrania, la situación internacional, de pronto, se ha vuelto mucho más volátil e impredecible. La combinación de los dos factores permite pensar que el deseo ruso de obstaculizar el avance de Moldavia hacia la asociación podría imponerse incluso a la nueva y más enérgica voluntad política de la UE.
Y, como ya se ha demostrado de múltiples formas, Rusia posee toda una gama de instrumentos para coaccionar a Moldavia, desde las presiones económicas hasta la agitación del ambiente político en el país. Basta pensar en la reciente prohibición de las importaciones de cerdo de Moldavia, decretada el 8 de abril, o el embargo a los productos alcohólicos que entró en vigor el pasado mes de septiembre. Además, en otoño, Rusia amenazó abiertamente con recortar el acceso de los moldavos a su mercado de trabajo. Esta decisión perjudicaría enormemente a la economía de un país pequeño, en el que se calcula que las remesas constituyen hasta el 30% del PIB y la mitad de los 800.000 moldavos que trabajan en el extranjero lo hacen en Rusia. No es necesario añadir a la lista el elemento característico de la coacción que ejerce Rusia sobre los Estados postsoviéticos: la posible manipulación del suministro de gas y de su precio. En el caso de Moldavia, está también la posibilidad de cortar el suministro eléctrico, la mitad del cual procede de la central de Cuciurgan, situada en Transdniéster y dirigida por la filial de una empresa rusa.
Sin embargo, el principal peligro para que Moldavia se asocie con la UE es la incitación al separatismo en Gaugazia y, en particular, en Transdniéster. La franja de territorio comprendida entre el río Dniéster al oeste y Ucrania al este proclamó su independencia en 1990. Aunque, hasta hoy, no ha obtenido el reconocimiento internacional, en la práctica actúa como un Estado independiente de Chisinau, y cuenta con una considerable ayuda política y económica de Moscú. Por eso no es extraño que, en un referéndum celebrado en 2006, la gran mayoría de sus ciudadanos (el 97%) votara a favor de la unificación con Rusia. Si bien en aquel momento no hubo ninguna reacción concreta de Moscú, ahora, y con el precedente de Crimea, se observan de nuevo en Tiraspol cada vez más deseos de integrarse. Por su parte, las tropas rusas estacionadas en Transdniéster se encuentran en máxima alerta, y Moscú ha empezado de pronto a expresar la urgente necesidad de aclarar el estatus de la región. Toda esta retórica se apoya además en informaciones difundidas por los medios rusos sobre un supuesto bloqueo comercial y de comunicación de Transdniéster a manos de Ucrania. Aunque Ucrania, en realidad, se haya limitado a reforzar los controles fronterizos, una acusación así encaja bien en el relato general de Moscú de violación de los derechos de los rusos, la misma empleada ya en Crimea, que podría servir también ahora para justificar una intervención cada vez mayor en Transdniéster.
No obstante, a pesar de estos paralelismos con Crimea, la diferencia esencial entre los dos casos es que Transdniéster tiene menos valor estratégico para Moscú que Crimea. A falta de una conexión geográfica real y la importancia geoestratégica que representan la salida al mar o la presencia de recursos naturales como las reservas submarinas de gas de Crimea, el interés de Moscú por Transdniéster reside sobre todo en tener una palanca política para presionar a Chisinau. Durante los últimos veintitantos años, lo que más le convenía a Rusia era mantener el statu quo. Por eso no hizo ningún intento de integrar este enclave en la Federación.
Pero ahora, ante la proximidad de la firma del AA entre Moldavia y la UE y el malestar actual en Ucrania del este, la estrategia rusa en Transdniéster puede cambiar de manera imprevisible. Sobre todo, si Moscú decide hacerse con el control de más zonas del sur de Ucrania, con lo que crearía una conexión por tierra entre Transdniéster y Rusia. Aunque la región ucraniana que vive en estos momentos la amenaza de ocupación rusa es el este del país, no podemos descartar una expansión a lo largo del Mar Negro. Sería una decisión lógica desde el punto de vista militar, porque, después de la crisis de Crimea, Ucrania trasladó la principal base de su Armada de Sebastopol a Odessa. Y además tendría motivos económicos: la ciudad de Mykolaiv, y dentro de ella el puerto de Oktyabrsk, en la práctica bajo el control ruso, constituyen un nudo de transportes crucial para la exportación de armas de Rusia y Ucrania a países como Siria.
En cualquier caso, incluso aunque la situación no se agrave hasta llegar a la anexión de Transnistria, es indudable que Rusia va a seguir desestabilizando la región para obstaculizar el diálogo de Moldavia con la UE. El aumento organizado de las tensiones entre Tiraspol y Chisinau a lo largo de 2013 nos advierte sobre lo que podemos esperar de aquí en adelante. Para empezar, el año pasado, Tiraspol tomó medidas importantes para reforzar su poder en Bender, una ciudad en la zona de nadie junto al río Dniéster que en teoría responde a la autoridad de una Comisión Conjunta multinacional pero en la práctica está controlada por Transdniéster. En junio de 2013, Tiraspol dictó una ley sobre las fronteras de la región separatista y reclamó más territorio. Además, el presidente de la región inició una aproximación legal a Rusia mediante varios cambios constitucionales. Y las escuelas de lengua rumana en el territorio de Transdniéster sufren cada vez más presiones, que incluyen la pérdida de financiación, los insultos a sus administradores e incluso las detenciones de algunos de ellos. Los separatistas también están impidiendo a los que no son ciudadanos de Transdniéster el acceso a los campos de labor situados en áreas bajo su control.
Además de que continúen produciéndose estos incidents, también es posible que haya nuevas provocaciones como la obstrucción de la vía de ferrocarril que lleva a Ucrania. Y es muy probable que Rusia refuerce la presión diplomática para resolver el conflicto de Transdniéster mediante la federalización de Moldavia. Con este paso se interrumpiría de hecho el proceso de asociación con la UE, porque Chisinau dejaría de controlar por completo su política europea. En la actualidad, Moscú no puede ofrecer suficientes incentivos para empujar al Gobierno moldavo a la federalización a costa de sus relaciones con la UE, pero la situación podría cambiar con las elecciones en otoño.
Desde luego, en los dos próximos meses vamos a ver cómo Moscú agita el sentimiento separatista en Transdniéster. Pero tampoco hay que descartar la siniestra posibilidad de que el conflicto se descongele con una provocación militar. Ahora bien, lo más probable es que Moscú solo recurra a esa estrategia como último recurso, si todo lo demás falla. Por ejemplo, si, en el ajetreo de dominar a Ucrania antes de las elecciones presidenciales previstas, a Moscú se le acaba el tiempo para impedir que Moldavia firme el Acuerdo de Asociación en junio.