Secretaría de Relaciones Exteriores México, Agosto 15 de 1900
Señor Ministro: El Embajador mexicano, al par de todos los representantes americanos en Washington, recibió del Gobierno de los Estados Unidos una circular en que se proponía la reunión, tan pronto como fuera practicable, de una Segunda Conferencia Internacional Americana, semejante a la que se tuvo el año de 1889, pero ya no en dicha ciudad, sino en alguna otra de las capitales del Nuevo Mundo. Poco después el Honorable Secretario de Estado dio a conocer a nuestro Embajador, en una conversación, la complacencia con que su Gobierno vería que la ciudad de México fuese elegida por sitio a propósito para la reunión proyectada.
Al dárseme cuenta de esa conversación, cumplí con un deber, manifestando, en nombre del Presidente de la República, que si la mayoría de los Gobiernos interesados elegía esta capital para la Conferencia, nos causaría el mayor placer y apreciaríamos como una honra, la visita de los Delegados que enviaran nuestras hermanas las Repúblicas de América; pero que si para tan interesante Congreso era designada otra ciudad, cualquiera que fuese, con gusto enviaríamos allá a nuestros Delegados.
Por fin, la mayoría de los representantes americanos acreditados en Washington, siguiendo las instrucciones de sus respectivos Gobiernos, señaló esta capital para el expresado objeto: señalamiento que agradecemos como una honrosa distinción, la cual, si bien no fue solicitada, es recibida con el mayor aprecio y con sentimientos verdaderamente fraternales.
Poco diré acerca del objeto de una asamblea que ofrece tan notorio interés, porque sus fines trascendentales quedaron explicados ampliamente en 1889, así por la convocatoria como por las actas y las numerosas publicaciones a que dio margen. Además, me permito acompañar el programa de los asuntos que en ella han de tratarse, aprobado por las mismas personas a que antes me he referido. Baste decir que todas las materias que en él se tocan son, a no dudarlo, de la mayor importancia para la buena inteligencia y fraternales relaciones entre las Repúblicas a quienes concierne.
De seguro, que la Conferencia próxima no podrá discutir todas y cada una de esas materias, al menos si, fuera de las designadas como principales, se quisiera abarcar las simplemente aludidas y que se refieren a cuantas dejó sin resolver la primera Conferencia, o que de algún modo quedaron pendientes después de sus trabajos. Mas por pocas que fueren las que ahora queden resueltas, las decisiones de la Asamblea, una vez que fielmente se practiquen, constituirán otros tantos pasos avanzados en el camino de la armonía entre los pueblos del mundo de Colón: morales adelantos que podrán servir de ejemplo a los demás pueblos, mostrándoles de bulto los beneficios de la verdadera y hasta ahora puramente ideal fraternidad humana.
Por más que un pesimismo desconsolador declare inútiles los esfuerzos dirigidos a realizar entre los hombres el predominio de la justicia y la proscripción de la fuerza como substituto del derecho, es preciso convenir en que la afirmación constante de sanas teorías y su sanción oficial por los gobiernos, mediante convenios o declaraciones en común que moralmente los obliguen, siquiera falte el medio de compelerlos a su observancia, irán labrando una opinión tan poderosa que acabe por extirpar los abusos más arraigados, como ha sucedido con la esclavitud y otras aberraciones que parecían baluartes inexpugnables para la razón y la filosofía. Y en verdad que, para llegar a esa común inteligencia, para sancionar esos convenios, o preparar al menos su sanción, no hay otro medio más adecuado que las conferencias o congresos en que se discuta libremente; en que todos y cada uno de los Delegados, con igual derecho, puedan defender sus opiniones, trayendo su contingente de saber y de sentimiento en pro del bien general.
Por otra parte, en una reunión como la que se proyecta, se cultivarán y fortalecerán de nuevo las simpatías que nos inspiran mutuamente la comunidad ya sea de lengua y de raza, ya sea de instituciones políticas, hoy substancialmente idénticas en las naciones de este hemisferio; y sin la pretensión de formar un mundo aparte, no olvidando que la civilización nos vino de Europa y que los grandes intereses de la humanidad son unos, nos permitiremos reconocer que en América hay intereses especiales y vínculos más estrechos entre sus habitantes, con menos complicaciones internacionales para alcanzar el bien de los pueblos. Esta consideración, prudentemente aplicada, nos llevará a resultados que a nadie ofendan ni nos pongan en conflicto con los derechos de nadie, porque hemos de inspirarnos en los dictados de la justicia y en la más completa noción de la libertad, lejos de todo exclusivismo, ya sea de lengua, de religión o de origen.
Confiado en que estas ideas hallarán un eco en los sentimientos de ese ilustrado Gobierno, tengo la honra de dirigirme a Vuestra Excelencia, por acuerdo del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, invitando al Gobierno de para enviar sus Delegados a la Segunda Conferencia
Internacional Americana que se reunirá en esta ciudad el 22 de Octubre de 1901; asegurándole desde ahora, que su Delegación recibirá la más cordial bienvenida.
Con este motivo, me complazco en protestar a Vuestra Excelencia mi más distinguida consideración.
Ignacio Mariscal
PROGRAMA
Esta entrada fue modificada por última vez en 19/07/2013 11:03
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