Tratado de amistad y alianza entre Su Majestad Católica el Rey de España y Su Alteza Electoral de Baviera; firmado en Nymphenburg el 28 de mayo de 1741 (1).
Conociendo el Rey Católico el celo constante que la Serenísima Casa Electoral de Baviera ha conservado siempre a su Real Persona y las antiguas pruebas que tiene dadas así a su Augusta Casa como a su Monarquía, queriendo darle las más distinguidas muestras de lo que desea su elevación y aumentos, y contribuir a ello en cuanto de Su Majestad Católica dependa; ha querido renovar con el Serenísimo Elector de Baviera la antigua unión que ha subsistido siempre entre las dos casas, y ha dado a este fin su pleno poder al Excelentísimo Señor Don Cristóbal Portocarrero, Guzmán, Luna, Pacheco, Enriquez de Almansa, Funes de Villalpando, Aragón y Monrey, Conde del Montijo, Señor de la ciudad de Moguer, Marqués de la Algaba, Villanueva del Fresno y Barcarrota, Conde de Fuentidueña, Marqués de Valderrábano, Osera y Castañeda, Señor de las villas de La Adrada, Güetorlajar, Vierlas, Crespa y Los Palacios, Mariscal Mayor de Castilla, Alcalde Mayor de la ciudad de Sevilla, Alcalde Perpetuo de la ciudad de Guadix, Capitán Principal de los Cien Continuos Hijosdalgo de la Casa de Castilla, Gentilhombre de Cámara de Su Majestad Católica, Presidente del Supremo Consejo de las Indias, Caballerizo Mayor de la Reina de España, Caballero de las Órdenes del Toisón y San Genaro; Grande de España, y nombrado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Su Majestad Católica a la Dieta de Fráncfort:
Y Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera deseando sinceramente la renovación de dicha unión que tanto ha apetecido y apetece, y de concurrir al efecto de los fines que Su Majestad Católica puede tener, ha dado su pleno poder para hacer un tratado con Su Majestad Católica al Excelentísimo Señor Conde de Terring, su Chambelán, Ministro de Estado, Presidente de su Consejo de Guerra, General de Caballería, Gobernador de la villa de Múnich, y Gran Cruz de la Orden de San Jorge, los cuales ministros respectivos, habiéndolos examinado y hecho el canje en su virtud, han convenido en los artículos siguientes:
Artículo 1°. Que habrá una firme y estrecha alianza y amistad entre Su Majestad Católica y Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera, sin que por ningún pretexto pueda alterarse.
Artículo 2°. Que se obligarán recíprocamente a trabajar en cuanto les sea útil; y a impedir el perjuicio y daño que en su contra se intentase.
Artículo 3°. Que siendo el principal fin de esta unión y alianza el procurarse recíprocamente de la parte de Su Majestad Católica y de la de Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera todas las ventajas que dependerán de uno y de otro, y no pudiendo darse acaecimiento alguno que fuese más directamente contrario que el de tener que disputar sus derechos y pretensiones respectivas sobre la sucesión a los estados poseídos por el Emperador Carlos VI con un Emperador que no dejaría, al ejemplo de sus predecesores, de mezclar el Imperio en sus disputas e intereses particulares, los altos contratantes se obligan a emplear todos los medios posibles para impedir que el Gran Duque de Toscana ascienda al trono imperial.
Artículo 4°. Su Majestad Católica empleará sus solicitudes y amigos a fin que Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera obtenga la corona imperial, a menos que no se convenga entre ambos contratantes en otra forma durante el tiempo de esta alianza.
Artículo 5°. Habiendo igualmente declarado Su Majestad Católica y Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera tener derechos y pretensiones sobre los estados de la sucesión del difunto Emperador Carlos VI, se han convenido de esforzar y seguir al presente, de concierto, sus derechos y pretensiones, como de ajustarse sobre ellas amigablemente según convendrán y será conforme a la justicia respectiva de ambas partes, y a la tranquilidad del cuerpo germánico, sin que cosa alguna, sea la que fuere, de todo lo que se haga o acaezca de parte de cada uno de los contratantes en favor de sus propios intereses, derechos y pretensiones particulares en el ínterin pueda ser de perjuicio alguno a los derechos de Su Majestad Católica, ni a los de Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera.
Artículo 6°. Su Majestad Católica así por el bien de la causa común, como por su amistad al Serenísimo Elector, y a fin de poder conseguir ambos más fácilmente el fin que esperan de esta alianza, dará a Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera un subsidio de diez mil florines de Holanda por mes, por cada mil hombres de infantería, y treinta mil florines de la misma moneda por mil hombres de caballería para hacer una aumentación de cinco mil hombres de infantería y mil hombres de caballería que importa novecientos sesenta mil florines de Holanda al año; los que empezarán a correr un mes después de la ratificación del presente tratado, y dichos subsidios se pagarán de tres en tres meses en París a la persona que esté autorizada de Su Alteza Serenísima Electoral para percibirlos y durarán todo el tiempo que será necesario para la seguridad de Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera, y para el fin de la presente alianza, sobre lo que de buena fe se pondrán de acuerdo, y Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera deberá ser advertido seis meses antes que cesen, y durarán todo el tiempo que la guerra que los altos contratantes quisieran evitar si contra todos sus deseos se encendiese por hacerse hacer justicia sobre las pretensiones recíprocas de las partes contratantes, que prometen y se obligan recíprocamente de no dar oídos a ninguna proposición de ajuste o alianza cualquiera que fuese, o pudieran darse con cualquier príncipe de la Europa que pueda tener relación a los fines de esta alianza sin comunicarse lo uno y lo otro fielmente, y de no aceptar ni otorgar cosa alguna sin el mutuo consentimiento recíproco.
Artículo 7°. Su Majestad Católica para manifestar aún más particularmente su amistad al Elector, y considerando los grandes gastos que Su Alteza Serenísima Electoral tiene que hacer para levantar dicho cuerpo de tropas, y para hacer todas las prevenciones necesarias a la ejecución de los fines recíprocos, se obliga y promete de pagarle a quince días de la ratificación del presente tratado, y en París a la persona apoderada de Su Alteza Serenísima Electoral para recibirlos, ochocientos mil francos, moneda de Francia, y Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera para convencer de su parte a Su Majestad Católica que no desea otra cosa que estar en estado de servirle útilmente, y adelantar cuanto pueda depender de él los efectos de la presente alianza consiente y quiere, que los dichos ochocientos mil francos, moneda de Francia, se le descuenten del millón de escudos que según la Real Declaración del año de 1727, dice deben ser de quince reales vellón cada uno¿ y Su Majestad Católica se obligó a pagar al Serenísimo Elector en consideración de las grandes pérdidas que su Casa Electoral padeció en la guerra pasada por la sucesión a la Monarquía de España, cuya cantidad se le debe aún.
Artículo 8°. Que cuando los dichos subsidios cesen, Su Majestad Católica continuará de pagar la mitad de su importe y a los mismos plazos a fin y hasta que por este medio sea Su Alteza Serenísima Electoral enteramente pagada del resto del millón de escudos referido.
Artículo 9°. Si Su Majestad Católica necesitase de socorro y de tropas de Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera en Italia, para entonces el Serenísimo Elector, si pudiesen pasar por el Tirol y en el caso que Su Majestad Católica las pida, se obliga y promete darle y hacer pasar cinco mil hombres de infantería y mil hombres de caballería, por los cuales Su Majestad Católica dará a Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera la suma de otros novecientos sesenta mil florines de Holanda por año, a razón de diez mil florines de Holanda al mes por cada mil hombres de infantería, y treinta mil florines de la misma moneda por mil hombres de caballería, y además que si tal caso llegase, Su Majestad Católica se obliga de pagar a Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera otros ochocientos mil francos, moneda de Francia, a descontar también del millón de escudos referido en los artículos antecedentes, entregados en París dos meses antes que el sobredicho cuerpo de tropas se ponga en marcha para Italia.
Artículo 10°. Creyendo Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera ser incontrastable su derecho sobre las rentas dotales que provienen de la Infanta Margarita, casada con el Emperador Leopoldo, y que el pago que dice que por más de treinta años se ejecutó con puntualidad, no ha sido interrumpido sino por una oposición mal fundada de la Corte de Viena en el año de 1725, pide a Su Majestad Católica e insiste en que se le reintegre en el pleno justo goce de dichas rentas dotales, que dice también ser de veintiocho mil ochocientas veintidós piastras al año, sin que por ninguna razón pueda el dicho pago en adelante ser suspendido ni retardado, de suerte que se haga todos los años y en el curso de cada uno el que le corresponde, empezando desde el presente de 1741, y continuando así sin interrupción de año en año, como que los caídos de dichas rentas dotales devengadas después del año de 1725 hasta fin del año de 1740 se paguen enteramente, continuando después de la cesación de los subsidios sobredichos a pagar la mitad de su importe a los mismos plazos, hasta que la dicha deuda sea enteramente satisfecha según y en la misma forma que se ha expresado antecedentemente tocante a la otra del resto del millón de escudos; y el Conde del Montijo no estando instruido de este asunto se obliga a que siendo como Su Alteza Serenísima Electoral lo cree y en el caso que no haya cosa alguna que oponer sobre su justicia, que Su Majestad Católica con su justificación tan conocida del universo, acordará al Serenísimo Elector esta instancia según lo propone, expresándola en la ratificación de este tratado, o bien al mismo tiempo de la dicha ratificación manifestará a Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera las razones que pueden diferirlo, o ser obstáculo en el todo o en parte si las hubiere.
Artículo 11°. Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera se obliga a dar la garantía a Su Majestad el Rey de las Dos Sicilias y a sus herederos y sucesores de todo lo que posee al presente, y Su Majestad Católica se obliga a que el Rey de las Dos Sicilias dará recíprocamente la garantía a Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera, y a sus herederos y sucesores de todo lo que actualmente posee.
Artículo 12°. Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera se obliga a dar la garantía a todo lo que se pueda adquirir y conquistar en Italia, y adjudicar al Serenísimo Infante de España Don Felipe y a sus herederos y sucesores, obligándose también a contribuir de todo modo posible a sus conquistas y a su más grande y digno establecimiento.
Artículo 13°. Su Majestad Católica se obliga a que el Serenísimo Infante de España Don Felipe dará, así que esté en posesión de su establecimiento, la garantía al Serenísimo Elector de Baviera y a sus herederos y sucesores de todo lo que posee al presente, y que podrá en adelante adquirir, sin perjudicar los derechos de Su Majestad Católica.
Artículo 14°. Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera se obliga a que durante el tiempo de esta alianza dará el paso por sus estados a cualesquiera tropas, sean auxiliares o sean al sueldo de Su Majestad Católica, del Rey de las Dos Sicilias, o del Serenísimo Infante Don Felipe que juzguen necesarias de hacer pasar por utilidad de su servicio a cualquiera parte que sea, mediante que las dichas tropas se conformen a los reglamentos y usos establecidos en el Imperio, cuando los príncipes de dicho Imperio hacen pasar sus tropas por los estados los unos de los otros.
Artículo 15°. Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera se obliga en todo modo posible a solicitar y hacer que se haga justicia sobre todos los bienes alodiales de los estados de Italia cuando de ellos se trate.
Artículo 16°. Su Majestad Católica y Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera se obligan a que por ningún motivo, así en el caso que Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera obtenga la corona imperial, como en el de que no ascienda a ella se separarán de este tratado, cuya ratificación recíproca se hará en el término de seis semanas, o antes si es posible.
Artículo 17°. Se ha convenido que si alguna potencia desease entrar e intervenir en el presente tratado de alianza y amistad perpetua, Su Majestad Católica y Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera se entenderán sobre su admisión, la que no podrá hacerse sino es de acuerdo y consentimiento de los dos altos contratantes.
En fe de lo cual nos los ministros de Su Majestad Católica y de Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera, y en virtud de nuestros plenos poderes, hemos firmado el presente tratado y hemos hecho poner el sello de nuestras armas. Hecho en Nymphenburg a 28 de mayo de 1741. —El Conde del Montijo.—El Conde de Terring.
ARTÍCULO SECRETO.
Como ha sido convenido por el artículo 17° del tratado firmado en este día, que todas las potencias que quisieren entrar no serán admitidas que de recíproco consentimiento de las dos partes contratantes, habiendo Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera manifestado que tenía actualmente tratados de alianza y de unión con los Serenísimos Electores de Colonia y Palatino, y que por esta razón desearía se les comunicase el tratado firmado en este día, convidándolos a acceder a él; Su Majestad Católica ha consentido enteramente, sin que se retarde no obstante el curso de este tratado por la suma urgencia del tiempo; obligándose también en cuanto de sí dependa a contribuir a las ventajas de los Serenísimos Electores de Colonia y Palatino, estando Su Majestad Católica en la firme persuasión de encontrar en ambos los mismos efectos en orden a los intereses de su corona y de su real familia.
Este artículo secreto tendrá la misma fuerza y vigor que si fuese inserto palabra por palabra en el tratado firmado en este día. En fe de lo cual, nos los ministros de Su Majestad Católica y de Su Alteza Electoral de Baviera, en virtud de nuestros plenos poderes, hemos firmado el presente artículo secreto, y hemos hecho poner el sello de nuestras armas. Hecho en Nymphenbourg a 28 de mayo de 1741. —El Conde del Montijo.— El Conde de Terring.
OTRO ARTÍCULO SECRETO.
Los altos contratantes se han convenido que el presente tratado y artículo separado firmado en el día de hoy, no se harán públicos sino es de su consentimiento recíproco.
Este artículo tendrá la misma fuerza y vigor que si estuviese inserto palabra por palabra en el tratado firmado en este día. En fe de lo cual, nos los ministros de Su Majestad Católica y de Su Alteza Serenísima Electoral de Baviera, en virtud de nuestros plenos poderes, hemos firmado el presente artículo secreto, y hemos hecho poner el sello de nuestras armas. Hecho en Nymphenbourg a 28 de mayo de 1741. —El Conde del Montijo.—El Conde de Terring.
El 18 de junio del mismo año firmó en Aranjuez el señor Rey Católico Don Felipe V la ratificación del tratado y dos artículos secretos que quedan insertos. El 27 del siguiente mes de julio firmó igual ratificación por su parte el Serenísimo Elector de Baviera Carlos Alberto.
NOTAS.
(1) En la última nota página 341 se han descrito las causas que motivaron el rompimiento de España e Inglaterra, y agrupando allí los sucesos de la guerra que sostuvieron las dos coronas en América, se habló de ellos aunque sumariamente hasta llevarlos a un término que hizo la paz de Aquisgrán de 1748. Se hizo así para dar mayor claridad a este periodo de nuestra historia diplomática, separando tales hechos, de los que al mismo tiempo acaecieron en Europa con motivo de la sucesión de los dominios austríacos, objeto único de la nota actual.
El 20 de octubre de 1740 falleció el emperador de Alemania Carlos VI, último vástago de la casa de Austria. Hemos visto en otra parte el afán con que durante su largo imperio procuró este príncipe obtener de las potencias europeas la aprobación y garantía de la pragmática sanción, o sea ley fundamental del estado, hecha en el año de 1713. Careciendo de sucesión masculina y temeroso de que a su muerte se dividiesen los estados hereditarios de la casa de Austria, quiso asegurarlos en su hija primogénita la archiduquesa María Teresa, disponiendo en la pragmática: “que a falta de descendencia masculina en su familia, todos sus estados, sin distinción, pasasen indivisiblemente a sus hijas, nacidas de legítimo matrimonio, guardando siempre el orden y derecho de primogenitura.”
Carlos VI llevó al sepulcro el consuelo de que casi todos los monarcas de Europa se hubiesen obligado a respetar y sostener el nuevo orden hereditario; pero este príncipe, tan solícito en buscar apoyo en el exterior, olvidó los medios verdaderos, los más eficaces: esto es crear recursos en el interior por medio de un gobierno sabio y fuerte que pudiese hacer frente a las maquinaciones extranjeras. Lejos de esto, dejó a su hija, princesa inexperta de 23 años, entregada a unos ministros débiles, exhausto el tesoro y enflaquecido el ejército.
En tal estado la pragmática fue un papel, ilusorios los compromisos de las demás potencias, porque ¿cuál es aquella a quien ha faltado pretexto, más o menos legítimo o plausible, cuando guiada del interés u obrando con mala fe, quiso desviarse de las obligaciones contraídas? Esto se vio palpablemente en el presente caso. Calientes aún las cenizas del emperador, se presentaron como competidores de María Teresa al todo o parte de su herencia: el rey de España, Cárlos Alberto, elector de Baviera, el rey de Polonia, elector de Sajonia, el rey de Cerdeña y el de Prusia.
El conde de Montijo, embajador de Felipe V, después de haber protestado en Viena contra la nueva ley de sucesión, presentó a la Dieta germánica una extensa memoria del derecho de este monarca a la totalidad de los dominios austríacos, en virtud de pactos familiares entre Carlos V y su hermano Fernando. Habían establecido en ellos que extinguida la línea masculina del último de estos príncipes, volviesen aquellos dominios a la primogénita, cuyo representante intentaba aparecer el nieto de Luis XIV. Además de esta pretensión, se introducía otra particular a los reinos de Hungría y de Bohemia.
Doña Ana de Austria, hija del emperador Maximiliano II, al casar con Felipe II había renunciado por escritura de 29 de abril de 1571 estos dos reinos (Hungría y Bohemia) en favor de los descendientes varones de su primo el archiduque, después emperador Fernando II. Igual renuncia había otorgado en Milán el 16 de diciembre de 1598, ante el embajador de España don Guillermo de San Clemente, la archiduquesa doña María Margarita de Austria, mujer de Felipe III. Este mismo príncipe, como único biznieto de Ana, reina de Hungría y de Bohemia, cediendo a las instancias del emperador Matías II, había celebrado un pacto de familia con su primo Fernando, archiduque de Graz, renunciando en este sus derechos a los citados reinos, mediante una compensación. Pero estas renuncias contenían la reserva de que los referidos reinos volviesen a la rama austríaca de España, caso que en la de Alemania se extinguiesen los varones.
No eran, pues, infundadas las pretensiones de la corte de Madrid. Sin embargo habíanse anticuado demasiado aquellos derechos, ni sonaba bien que los dedujese ahora un descendiente de la casa de Borbón.
El elector de Baviera había casado con la hija segunda del emperador José. Pero su pretensión a los estados hereditarios de Austria se fundaba en ser descendiente de la archiduquesa Ana, hija del emperador Fernando I, deduciendo su derecho de ciertas cláusulas del contrato matrimonial de su madre con Alberto V, duque de Baviera y del testamento del emperador Fernando.
El elector de Sajonia reclamó la sucesión austríaca en virtud de una disposición hecha en 1703 por el emperador Leopoldo y sus hijos José I y Carlos VI. Pretendía el elector en su propio nombre los ducados de Austria y Stiria como descendiente de la casa de Babemberg.
El rey de Cerdeña, fundado en el contrato matrimonial de su tercer abuelo Carlos Manuel, duque de Saboya, con la infanta Catalina, hija de Felipe II, reclamaba el ducado de Milán.
Finalmente, el rey de Prusia, Federico II, pedía que María Teresa restituyese a Brandeburgo una parte de la Silesia que injustamente se le había usurpado.
Otros pretendientes de menos entidad se presentaron también a la herencia de Carlos VI. El duque de Luxemburgo, de la casa de Montmorency, reclamaba aquel ducado y el de Sulfherano alegaba sus derechos a Cartiglione; el príncipe de Gonzaga pretendía el ducado de Mantua, y la casa de Wurtemberg intentaba prohibir que la Austria usase el título y armas del ducado de Wurtemberg, cuya expectativa había perdido por la extinción de la línea masculina.
No malogró el rey de Francia una ocasión tan oportuna de abatir el poder de la casa de Austria. Consideraba con razón que divididos los estados de ella entre el número de pretendientes que acaban de señalarse, no pasarían de ser unas potencias de segundo orden en las cuales pudiese influir la política francesa. Titubeó algún tiempo sobre el partido que debía adoptar, ligado como se hallaba a sostener la pragmática sanción por el artículo 10° de la paz de Viena de 18 de noviembre de 1738, pero las intrigas de los hermanos Belleisle, cuya ambición e inquieto carácter los llevaba a la guerra, triunfaron del cardenal de Fleury que aconsejaba a Luis XV se abstuviera de tomar parte en la contienda.
Federico II de Prusia dio el primero la señal del ataque aliándose con Rusia por un tratado que firmaron el 16 de diciembre de 1740 en San Petersburgo sus respectivos plenipotenciarios, e invadiendo al mismo tiempo Silesia, después de haber rehusado María Teresa cederle los ducados de Glogau y de Sagan, por los cuales prometía darle aquel monarca dos millones de escudos, garantizar la pragmática sanción y cooperar a la elección imperial de su esposo el gran duque de Toscana. A la alianza de Federico y Ana de Rusia, siguió la del rey de España con los electores de Baviera y de Polonia de 28 de mayo y 20 de setiembre del siguiente año de 1741. La Francia, el rey de Prusia y los electores palatino y de Colonia entraron en esta alianza que se llamó de Nymphenburg, del pueblo en que se formó el tratado central con Baviera. Se proyectó una partición de los estados austríacos entre los aliados: al de Baviera le cupo en lote Bohemia, la alta Austria, el Tirol y Brisgovia; adjudicóse al de Sajonia la Moravia y alta Silesia; la Silesia baja debía quedar a Prusia; la Lombardía austríaca al infante don Felipe; reservándose a María Teresa la posesión del reino de Hungría, Países Bajos, Austria baja, Estiria, Carintia y Carniola.
Para resistir a este cúmulo de enemigos no halló en un principio la corte de Viena otro aliado que Jorge II de Inglaterra, el cual por un tratado concluido el 24 de junio de 1741 se comprometió a darle subsidios y doce mil soldados auxiliares. Aunque Rusia y Holanda no se ligaron por medio de una obligación positiva, prometieron también y contribuyeron en efecto con recursos pecuniarios para aumentar las fuerzas de María Teresa.
No seguiremos paso a paso el curso de esta larga guerra, ni menos el de la multitud de negociaciones y tratados a que dio lugar. Fuera tarea más pesada de lo que consiente el actual resumen. En este mismo año el elector de Baviera se apoderó del Austria alta o superior con el auxilio del ejército francés, y revolviendo en seguida sobre Bohemia unió sus tropas a un ejército sajón de veinte mil hombres, con el cual entró en Praga y fue proclamado rey de Bohemia. En 24 de enero del siguiente año fue electo en Frankfurt para la dignidad imperial, no obstante los vivos esfuerzos con que la corte de Viena procuró impedirlo. El rey de Prusia se hizo dueño de casi toda la Silesia. Un ejército francés de 44.000 hombres mandados por el mariscal de Maillebois entró en Westfalia, y obrando en combinación con el prusiano a las órdenes del príncipe de Anhalt-Dessau, no solo consiguió paralizar los aprestos militares de Holanda y de Jorge de Inglaterra, sino que redujo al último a firmar en su calidad de elector de Hannover el tratado de neutralidad de Londres de 28 de octubre de este año de 1741.
En el mismo mes de octubre desembarcaban en Génova quince mil españoles, cuya expedición había salido de Cádiz protegida de una escuadra de trece navíos, pero la cual difícilmente hubiera llegado a Italia sin el socorro de otra escuadra francesa, ante las cuales tuvo que retirarse la de Inglaterra mandada por el almirante Haddock. Reforzado este ejército con nuevas tropas que llegaron al golfo de Spezia en enero del siguiente año, se puso a las órdenes del duque de Montemar, cuyo general se movió hacia el ducado de Milán en combinación con las fuerzas napolitanas, mandadas por el duque de Castropiñano. Semejante movimiento reveló a las claras el proyecto de la corte de Madrid, que hasta entonces no había penetrado en su extensión el rey de Cerdeña. Hallábase inclinado este monarca a la alianza de Nymphenburg, pero viendo ahora que sus intereses iban a cruzarse con los del infante don Felipe en Lombardía, abrazó la causa de María Teresa por medio de un tratado que firmaron en Turín el 1° de febrero de 1742 los condes de Schulenbourg y de Ormea. Se convino que las tropas austríacas contrarestarían al ejército español y napolitano por la parte de Módena y la Mirándola; operando las sardas en los ducados de Milán, Parma y Plasencia; y Carlos Manuel se comprometió a no reclamar sus derechos al Milanés mientras durase la guerra, pero sin que esta circunstancia pudiese menoscabarlos en ningún tiempo.
El año de 1742 fue más favorable a la monarquía austríaca. Invadida esta en el anterior por todas sus partes, y reducida María Teresa a sus propias fuerzas, salvo los subsidios de Inglaterra y Holanda, halló medio de reunir un gran ejército que confió a Carlos de Lorena, hermano de su esposo el gran duque de Toscana. El general austríaco no solo desalojó las tropas bávaro-francesas del Austria superior, sino que invadiendo los estados hereditarios del mismo elector de Baviera, entró en Múnich el 13 de febrero de 1742.
Hizo en seguida que el rey de Prusia levantase el sitio de Brünn; pero viniendo a las manos con el ejército de Federico, fueron derrotados los austríacos en la célebre batalla de Chotusitz. A pesar del triunfo que acababa de conseguir, no dejó este monarca de escuchar las proposiciones de paz que se le hicieron por conducto de lord Hindford. Estaba receloso de Francia, en cuya corte andaba en tratos muy frecuentes con el cardenal de Fleury el ministro del gran duque de Toscana M. de Stainville. Tampoco entraba en la política del prusiano consentir la desmembración de los estados austríacos, hasta el punto de dejar al rey de Francia árbitro de dar la ley a los príncipes alemanes. Se ajustaron pues los preliminares de paz entre Austria y Prusia en Breslau el 11 de junio de 1742, y el tratado definitivo se firmó en Berlín el 28 del mes siguiente.
María Teresa cedió a Prusia la alta y baja Silesia y el país llamado Katscher, perteneciente antes a la Moravia, a excepción de algunos territorios y señoríos que se reservaron al dominio austríaco. Hizo cesión también en favor de Federico del condado de Glátz y de los derechos feudales que le competían como reina de Hungría sobre algunos estados, distritos y ciudades poseídos por la casa de Brandeburgo; y se obligó a darle el título de duque soberano de Silesia y conde soberano de Glátz. Federico por su parte renunció todos sus derechos y pretensiones a los estados austríacos, obligándose a conservar en su actual estado la religión católica en Silesia y a satisfacer un millón y setecientos mil escudos hipotecados sobre este territorio en favor de Inglaterra y de Holanda.
Fueron invitados a acceder a este tratado, el rey de Inglaterra, el elector de Hannover, el de Sajonia, siempre que en el término de siete días separase sus tropas del ejército francés; Rusia, Dinamarca, Holanda y la casa de Wolffenbüttel. El elector de Sajonia dio su accesión e hizo la paz con Austria por mutuas declaraciones que se canjearon en Dresde el mismo día de la fecha del tratado. Jorge II no solo dio su garantía y la de los Estados Generales, sino que además sus ministros, lord Hardwick, duque de Newcastle, conde de Wilmington y lord de Carteret, firmaron con Mr. Andrié, plenipotenciario de Prusia la alianza de Westminster de 29 de noviembre de este año.
Desembarazada Austria de estos dos poderosos enemigos, concentró sus fuerzas, y entrando Carlos de Lorena en Bohemia, ocupada en parte por los franceses al mando del mariscal de Broglie, le obligó a encerrarse en Praga. Fueron inútiles las tentativas del mariscal de Maillebois, que al frente de treinta mil franceses y en combinación con el ejército francés de Baviera y el bávaro que estaban a las órdenes de los condes de Sajonia y de Seckendorf, trató de socorrer aquella plaza. Praga se rindió a los austríacos el 26 de diciembre, y las tropas bávaro-francesas evacuaron la Bohemia.
Tampoco se mostraba propicia la fortuna a los aliados en la campaña de Italia. Montemar había formado un campo de cuarenta mil hombres españoles y napolitanos en las inmediaciones de Bolonia. Había sido mero espectador de la unión de las tropas sardas a las austríacas, sin poder impedir que estas se apoderasen en el mes de julio de Módena y Mirándola, cuyo duque, aliado de los españoles, se había retirado a Venecia. Quería la corte de Madrid que Montemar empeñase a toda costa una acción con el enemigo; pero este experto general lejos de obedecer órdenes, cuyos resultados podían ser funestos, retrocedió hacia las fronteras de Nápoles, vivamente perseguido hasta Rimini por el ejército austro-sardo. El golpe más sensible para España fue la separación de las tropas napolitanas a consecuencia de la neutralidad a que se vio obligado el rey de las Dos Sicilias por una división de la escuadra inglesa que en el mes de agosto amenazó bombardear la capital si no se prestaba a aquella declaración. El mal éxito de la campaña se atribuyó a Montemar, que fue reemplazado en el mando del ejército español por el conde de Gages, en cuya actividad y menos años se fundaron grandes esperanzas.
No fue más dichoso el infante don Felipe, que en unión del conde de Glimé había entrado en Saboya y ocupado Chambéry con quince mil españoles en principios de setiembre. Amenazado el infante de ser cogido entre dos fuegos por las tropas del general Schulenberg y las del rey de Cerdeña que marchaban en combinación por el Monte Cenis y el Pequeño San Bernardo, se retiró precipitadamente al empezar octubre de aquel año.
En la campaña de 1743 continuaron los triunfos de las armas austríacas. Se apoderaron de los estados hereditarios del ya emperador Carlos VII, y obligaron a retirarse a Francia las tropas de Luis XV que ocupaban Baviera. Abandonado de sus aliados recurrió el emperador a la corte de Viena proponiendo la neutralidad del territorio bávaro; pero solo pudo alcanzar la promesa de que no serían atacadas sus tropas mientras se mantuviesen pacíficas en país neutral. El desdichado Carlos, después de implorar en vano la mediación de Inglaterra, la del imperio y del landgrave de Hesse-Cassel, cuyas negociaciones solo sirvieron para humillarle más y más en su triste situación, se vio en la necesidad de abandonar su electorado, refugiándose en Frankfurt.
Aunque Inglaterra se había declarado neutral por el tratado de 1741, sus tropas continuaban en los Países Bajos. Reforzadas con las de los electorados de Hannover y Hesse-Cassel y con las holandesas, se formó un ejército poderoso con el nombre de pragmático, y a cuya frente se puso Jorge II. Se encontró con el francés compuesto de cincuenta y cinco mil hombres mandados por el mariscal de Noailles, y el 27 de mayo se dio la célebre batalla de Dettingen, pueblo del electorado de Maguncia, en la cual quedaron derrotados los franceses.
En Italia fueron de poca consecuencia las operaciones de este año. El marqués de la Mina, que había reemplazado al conde de Güines en el ejército del infante don Felipe, hizo varias tentativas sin resultado para entrar en Piamonte, desde el Delfinado, donde estaban concentradas sus tropas. Las de Gages pasaron el 3 de febrero el Panaro, que separa el ducado de Módena de la legación de Bolonia. Era su objeto unirse a Glimes para obrar en combinación los dos ejércitos; pero habiéndose encontrado con las tropas austro-sardas, mandadas por los condes de Traun y de Aspremont, se empeñó el 8 de aquel mes la batalla de Campo Santo, cuyo triunfo ambas partes reclamaron; retirándose los españoles a Bolonia.
Arrojado el emperador de sus estados de Baviera, y sin hacer progresos las armas españolas y francesas en Italia y Alemania, las cortes de Madrid y Versalles conocieron la necesidad de nuevas medidas y alianzas que neutralizasen los triunfos de María Teresa. Abrieron una negociación con el rey de Cerdeña, haciéndole halagüeñas promesas con el fin de separarle de los intereses del Austria. Quizá lo hubieran conseguido, si noticiosa Inglaterra no se hubiese anticipado haciendo que esta princesa le retuviese en su alianza por medio de un nuevo y ventajoso tratado firmado en Wormes el 13 de setiembre de 1743 por lord Carteret, y los señores Wasner y Osorio, plenipotenciarios de Inglaterra, Austria y Cerdeña. Sus principales disposiciones fueron las siguientes: La reina de Hungría aumentará hasta treinta mil hombres su ejército de Italia; el sardo se compondrá de cuarenta y cinco mil; Jorge II, no solo mantendrá en aquellas costas una escuadra respetable, sino que contribuirá a Carlos Manuel durante la guerra con un subsidio anual de doscientas mil libras esterlinas. El rey de Cerdeña renuncia sus derechos y pretensiones al estado de Milán. La reina de Hungría le hace cesión del Vigevenasco, de una parte del ducado de Pavía, de la ciudad de Plasencia con una parte del ducado de este nombre, de una parte del país de Anghiera y de todos los derechos que pudieren corresponderle a la plaza y marquesado del Final.
El marquesado del Final perteneció en lo antiguo a la casa de Caretto que le poseyó como feudo imperial hasta que en 1590 le vendió a Felipe II. Por el tratado de evacuación de 1707, fue adjudicado al archiduque Carlos de quien le habían comprado los genoveses en el año de 1713. Ningún derecho podía alegar pues María Teresa a este territorio, y su intempestiva cesión produjo más tarde la alianza de la república con España y Francia.
Estas dos naciones se estrecharon ahora con nuevos vínculos por el segundo pacto de familia firmado en Fontainebleau el 25 de octubre de este año; y ciertamente necesitaban las dos líneas de la casa de Borbón aunar sus recursos si habían de salir airosas de la lucha actual; porque a las anteriores alianzas, unió María Teresa la del elector de Sajonia por un tratado que firmaron en Viena el 20 de diciembre el canciller de estado de Hungría y de Bohemia, conde de Ulfeld y el conde de Brühl, plenipotenciario de la corte de Dresde.
Se echa de ver fácilmente que estas transacciones diplomáticas debían producir alteraciones muy notables en la campaña de 1744. El rey de Francia que hasta ahora no había entrado en lucha sino como mero aliado, declaró solemnemente la guerra a la Gran Bretaña el 15 de marzo, y a la reina María Teresa el 26 de abril de aquel año. Pareciéndole al rey de Prusia que algunas cláusulas de los tratados hechos en Wormes y Viena se habían estipulado con el fin de despojarle de Silesia, e indignado por otra parte del vengativo empeño con que María Teresa procuraba aniquilar a Carlos VII sin más objeto que obligarle a renunciar la corona imperial, que quería poner en las sienes de su esposo el gran duque de Toscana, determinó romper sus anteriores compromisos y entrar segunda vez en campaña.
A la alianza del Austria, Inglaterra, Sajonia y Cerdeña, opuso Federico una doble liga con los estados del imperio y con el rey de Francia. El 22 de mayo de 1744 se concluyó la alianza llamada Unión de Frankfurt, entre el emperador, el rey de Prusia, el de Suecia, como landgrave de Hesse-Cassel y el elector palatino; habiendo dado también su accesión Luis XV el 6 de junio. Se estipuló en este tratado la conservación de la constitución germánica; que la corte de Viena reconociese a Carlos VII como emperador y jefe del imperio, restituyéndole además sus estados de Baviera; y los contratantes se prestaron mutua garantía por sus respectivos dominios y posesiones. A este tratado siguió otro particular el 24 de julio entre Carlos VII y Federico II, al cual accedió también Francia, cuyo objeto fue señalar los territorios austríacos que debían invadirse en la próxima campaña y su adjudicación a cada uno de los dos contratantes.
Al mismo tiempo que se ajustaban estas estipulaciones en Frankfurt, se firmaba en París un tratado especial de alianza concluido el 5 de junio entre el conde de Rottembourg a nombre del rey de Prusia, y el cardenal de Tencin y el contralor general Orry, delegados de Luis XV. Mientras el primero de estos principes invadiese Bohemia para llamar por este medio las tropas austríacas de la Alsacia, el cristianísimo abriría la campaña con dos ejércitos, de los cuales operaría el uno en Westfalia, y el otro seguiría al alcance de los austríacos hasta entrar en Baviera y dejar libres los estados al emperador. Luis XV dio su aprobación a algunas cesiones territoriales hechas en dichos estados por Carlos VII al rey de Prusia, y este convino a su vez que Francia reservase a la paz general las plazas de Ipres, Tournai, Furnes, Beaumont y Charleroi.
Finalmente, se completó este cuadro diplomático con el nuevo tratado que hicieron el rey de España y el emperador el 23 de setiembre, ampliando la anterior alianza de Nymphenburg. Se publica ahora por primera vez, y no deja de ser interesante por las disposiciones que contiene relativas al establecimiento del infante don Felipe y subsidios a que se obligó España. Entraron en él, como partes accedentes, los reyes de las Dos Sicilias y de Francia.
Este último monarca al frente de un poderoso ejército abrió personalmente la campaña en el mes de mayo, empezando las operaciones en los Países Bajos. Se apoderó de las plazas de Ipres y Dixmuda y del fuerte de Knoque y después de haber obligado a los austríacos a abandonar la Alsacia entró en Friburgo de Brisgovia el 5 de noviembre. Auxiliado de una división francesa, se hacía dueño al mismo tiempo de la Baviera el general imperial Seckendorf, allanando el paso con la toma de Múnich el 16 de octubre al desgraciado Carlos VII, que tuvo el consuelo de restituirse a sus estados antes de su muerte acaecida el 20 de enero del siguiente año.
Los generales de María Teresa habían evacuado la Alsacia y la Baviera, no tanto porque les fuese imposible resistir a sus contrarios, como por la urgente necesidad de contrarestar al rey de Prusia. Había llevado este sus armas a Bohemia y rendido Praga el 16 de setiembre, después de un sitio de seis días. Pero amenazado de un ejército de noventa mil hombres austríacos y sajones, mandados por el príncipe Carlos de Lorena y el duque de Sajonia Weissenfels, abandonó el prusiano sus conquistas retirándose a Silesia y condado de Glatz.
La campaña de Italia no fue notable en este año. Amenazado Gages el 6 de marzo por el general austríaco, príncipe de Lobkowitz, dejó las posiciones que había tomado en la parte septentrional de los estados pontificios, replegándose hacia los del rey de Nápoles. Don Carlos, a quien la fuerza había reducido a una pesada y vergonzosa inacción, temiendo ahora que el ejército de la reina de Hungría invadiese sus dominios, abandonó repentinamente la neutralidad, y uniendo sus tropas a las españolas entró en la campiña de Roma. Mantuviéronse los dos ejércitos una parte del verano en las cercanías de Velletri, empeñando acciones más sangrientas que decisivas, hasta que perdiendo el austríaco la esperanza de invadir el reino de Nápoles, se retiró en noviembre por la parte de Viterbo y de Perugia.
Habíanse malogrado en el año anterior las tentativas del infante don Felipe para penetrar en la Lombardía por los desfiladeros del Piamonte. En principios del actual trajo sus tropas a la Provenza, uniéndolas a un ejército de veinte mil franceses, destinado a operar en Italia a las órdenes del príncipe de Conti. Protegidos de una escuadra franco-hispana, que zarpó de Tolón mandada por los almirantes don José Navarro y Mr. Court, y mantuvo reñida lucha el 22 de febrero cerca de las islas de Hieres con la del almirante inglés Matthews, pasaron el Var los ejércitos aliados, y habiendo ocupado a Niza y Oneille, retrocedieron a Francia, dejando guarnición en la primera de estas plazas y en la de Villafranca. Los dos príncipes de la casa de Borbón hicieron una nueva expedición en el mes de julio con el fin de entrar en el Piamonte por el valle de la Barceloneta, atravesando las collados de Marín y de la Argentera. Se hicieron dueños de Chateau-Dauphin en el valle de Maira y del fuerte Demont en el de Stura; alcanzaron una señalada victoria contra el rey de Cerdeña el 30 de setiembre en Madonna dell’Olmo; pero la falta de víveres y creciente de los ríos puso a los aliados en la necesidad de levantar el sitio de Coni y suspender las operaciones de esta campaña.
La campaña de 1745 fue más fecunda que la anterior en sucesos militares, y no escasearon tampoco los políticos en este año. El 8 de enero se concluyó en Varsovia una cuádruple alianza entre el rey de Polonia, elector de Sajonia, el rey de la Gran Bretaña, la reina de Hungría y Estados Generales de las Provincias Unidas de los Países Bajos, firmando el tratado sus respectivos plenipotenciarios, conde de Brühl, señor de Villiers, conde de Esterhazy y el señor Cornelio van der Hoop. Su objeto fue oponer esta nueva liga a la Unión de Frankfurt, para lo cual los contratantes se prestaron mutua garantía de sus estados, estipulando el contingente de tropas y subsidios pecuniarios con que debiera concurrir cada uno de ellos.
El 20 de este mismo enero falleció, según queda indicado, el emperador Carlos VII. De carácter apacible e inclinado al Austria, subió al trono electoral su hijo Maximiliano José, que con tales cualidades no malogró la primera ocasión favorable que halló para reconciliarse con la corte de Viena. Su plenipotenciario el príncipe de Fürstenberg firmó con el conde de Colloredo, ministro de María Teresa, un tratado de paz en Füssen, obispado de Augsburgo el 15 del mes de abril. Reconoció esta princesa al difunto Carlos como emperador, y a su viuda como emperatriz, restituyendo al actual elector sus estados hereditarios sin compensación ni indemnización alguna. Maximiliano José renunció, por su parte, todo derecho y pretensión que pudiere tener a la sucesión austríaca; dio su garantía a la pragmática sanción y prometió concurrir con su sufragio a la elección imperial del gran duque de Toscana.
Habíanse inquietado los genoveses con la alianza hecha en años anteriores en Worms, y mucho más con que la corte de Viena, uniendo el desprecio a la injusticia hubiese cedido al rey de Cerdeña el marquesado del Final, en cuya pacífica y legítima posesión se hallaba la república. No fue, pues, difícil al rey de España atraer este estado a la alianza e intereses de los Borbones, como lo consiguió por el tratado hecho en Aranjuez el 7 del mes de mayo, entre España, Francia, Nápoles y la citada república. Como en su lugar se inserta íntegro este documento, es ocioso detenerse en el examen de sus disposiciones.
Hemos dejado al rey de Prusia al fin de la anterior campaña sin haberse podido sostener en Bohemia contra el ejército austro-sajón. Carlos de Lorena que le mandaba buscó al prusiano en este año, penetrando en Silesia por Landshut y adelantándose hasta las llanuras de Hohenfriedberg o Striegau. Federico le sorprendió el 4 de junio, alcanzando tan completa victoria que quedaron más de trece mil enemigos fuera de combate. Siguió el de Prusia a los fugitivos, invadiendo de nuevo Bohemia y tomando posición a la derecha del Elba, que cambió más tarde estableciendo su campo entre Sohr y Trautenau. Llegó aquí por segunda vez el príncipe Carlos, trayendo de refresco un ejército de cuarenta mil hombres. Aprovechando Federico las condiciones favorables del punto en que se había situado, admitió la batalla el 30 de setiembre con solo veinticinco mil prusianos, cuya desigualdad de fuerzas no impidió que ganase un señalado triunfo derrotando otra vez a sus contrarios.
No obstante la superioridad de estas dos victorias, entró gustoso el rey de Prusia en una negociación entablada por la Gran Bretaña, consintiendo en los preliminares para la paz que se firmaron en Hannover el 26 de agosto. Rehusó aceptarlos María Teresa, animada siempre de la esperanza de recobrar Silesia, y revolviendo ahora en su imaginación los medios de llevar la guerra a los estados hereditarios de su adversario. Pero Federico se adelantó, y para privarlo de su mejor auxiliar, a fines de noviembre ocupó la Lusacia mientras que el príncipe Leopoldo de Dessau invadía Sajonia por la parte de Magdeburgo, haciéndose dueño de Leipzig y Meissen, y poniéndose en comunicación con aquel monarca. Dresde se rindió a Federico el 17 de diciembre. Augusto, abandonando sus estados electorales, se había refugiado en Praga.
Jorge II de Inglaterra ofreció de nuevo su mediación. La aceptaron el prusiano, la reina de Hungría y el elector. El 25 de diciembre, sirviendo de base los preliminares de Hannover, se firmaron en Dresde dos tratados de paz por el conde de Podewils, plenipotenciario de Federico con los del elector de Sajonia Mr. de Bülow y conde de Stubenberg, y con el de Viena, conde de Harrach. El rey de Prusia restituyó a Augusto sus estados. Este se obligó a dar como indemnización un millón de escudos; a ceder a Federico, mediante compensación, el peaje de Fürstenberg sobre el Oder y el paso de Schidlo; y su esposa, como hija del emperador José I, debía renunciar todo derecho a los territorios adjudicados a Prusia por la paz de Breslau. En cuanto a María Teresa, renovó la anterior cesión hecha a Federico de Silesia y el condado de Glatz, añadiendo ahora la baronía de Turnhout en el Brabante. El rey de Prusia reconoció la legitimidad de la elección imperial en Francisco de Lorena.
Había conseguido en efecto María Teresa que la Dieta de Frankfurt eligiese emperador a su esposo el 13 de setiembre. Protestaron contra el acto los electores de Brandeburgo y Palatino. Luis XV trató también de impedir la elección, mandando un ejército francés a las órdenes del príncipe de Conti, que después de haber pasado el Rin y el Main, obligando a retroceder a las tropas pragmáticas hasta Lahn, tuvo él mismo que repasar el Rin por la unión de estas con el ejército austríaco, mandado por el gran duque de Toscana; y porque se vio en la necesidad de desprenderse de una parte de su ejército para enviarlo a los Países Bajos. Allí era donde se cubrían de gloria las armas francesas conducidas por el mariscal de Sajonia. Este célebre guerrero ganó en este y el siguiente año las señaladas victorias de Fontenoy y de Raucoux, haciéndose dueño de las plazas de Tournai, Gante, Brujas, Oudenarde, Nieuport, Ath, Bruselas, Malinas, Lovaina, Amberes, Mons, Charleroi y Namur.
No fue menos provechosa la campaña de 1745 al ejército español de Italia. Reforzado Gages con una división de diez mil genoveses, se unió en Acqui al infante don Felipe que al efecto había salido de Niza con sus tropas el 1° del mes de junio. Se elevaron entonces a setenta mil hombres las fuerzas de los aliados. Empezaron las operaciones apoderándose de las plazas de Tortona, de Plasencia, Parma, Pavía, Alejandría, Valenza, Asti y Casale. El ejército español se derramó por la Lombardía. El infante hizo su entrada en Milán el 19 de diciembre.
El rey de Cerdeña, que además de haber sido batido por Gages en Bassignano el 28 de setiembre, se había visto precisado a ser mero espectador del triunfo de los españoles, escuchó gustoso las proposiciones de paz propuestas por la corte de Versalles. Mr. de Champeaux, ministro de Luis XV en Génova pasó a Turín, y el 26 de diciembre firmó con el marqués de Gonzaga, plenipotenciario sardo, unos artículos preliminares, adjudicando al rey de Cerdeña todo el Milanesado situado a la izquierda del Po, y en la derecha hasta el Scrivia. Desde aquí, siguiendo a la diestra de este río, e incluyendo el estado de Parma, el Cremonese y la parte del Mantuano comprendida entre el Oglio y el Po, debía quedar al infante don Felipe: otra parte del estado de Mantua, con la eventualidad del ducado de Guastala, formarían el lote del duque de Modena, restando para los genoveses una parte todavía del Mantuano con el principado de Oneglia, el marquesado del Final y castillo de Serravalle.
Se remitieron los preliminares a la aprobación de la corte de Madrid, pero don Felipe y su esposa doña Isabel Farnesio, cuyo objeto, desde el principio de la guerra, había sido que además de los estados antes pertenecientes a la familia de esta princesa, quedase al infante don Felipe la totalidad del Milanesado, se negaron a convenir en las estipulaciones de Turín, enviando a París al duque de Huéscar, como embajador extraordinario para que en unión con el ministro ordinario marqués de Campo Florido, se quejasen amargamente de que sin su anuencia y en tanto menoscabo de los intereses de la casa de Borbón, hubiese Luis XV concluido aquel tratado. El tiempo transcurrido en estas contestaciones causó no poco daño a los aliados, porque desembarazada Austria por la paz de Dresde de un poderoso enemigo, pudo enviar a Italia treinta mil hombres a cuyo frente el príncipe de Lichtenstein contrarestó los efectos de la anterior campaña y mantuvo fiel en la alianza al de Cerdeña.
Habiendo roto este sus negociaciones con Francia, dio principio a la campaña de 1746 apoderándose por sorpresa de Asti el 7 de marzo, cuyo suceso obligó al infante don Felipe a abandonar Milán y retirarse a Pavía. Los austro-sardos fueron recobrando una parte de las plazas perdidas en el año anterior. Hubo diferentes encuentros entre unas y otras tropas, siendo de importancia la derrota completa que sufrió en Côdogno en los primeros días de mayo una división de cinco mil austríacos que fue bizarramente acometida por otra del ejército español de Gages. Vino en fin el 16 de junio en que reunidas las fuerzas todas de ambas partes se dio la célebre batalla de Piacenza, que no obstante los heroicos esfuerzos de las tropas españolas y señaladamente de la guardia valona, ganaron los austro-sardos, dejando en el campo los aliados siete mil hombres, todos sus bagajes, banderas y otros trofeos.
A esta desgracia se siguió el 9 de julio el fallecimiento de Felipe V, atacado repentinamente de un accidente apoplético. Le sucedió en la corona su hijo primogénito Fernando VI, príncipe no tan afecto a los intereses de familia como lo había sido su padre. Hubiera, sin embargo, continuado la guerra de Italia; pero ofendido de que sin su noticia y contra repetidas promesas tuviese abiertas negociaciones Luis XV con Holanda y otras potencias, determinó sacar sus tropas de aquel territorio, disponiendo como paso preliminar que pasase a reemplazar al conde de Gages en el mando de ellas el marqués de la Mina, hombre tenido por español puro y poco amigo de Francia. Luego que el nuevo general llegó a Italia hizo embarcar la artillería y equipajes del ejército español, y sin dejarse vencer por los ruegos ni promesas del infante y los aliados, tomó el camino de la Provenza. Sin fuerzas para sostenerse por sí solo el ejército francés, se vio en la necesidad de imitar igual ejemplo; quedando así abandonados los genoveses a todo el ímpetu y venganza del austríaco.
Génova abrió sus puertas al marqués de Botta el 5 de setiembre. El conde de Browner aprovechando entre tanto el desconcierto de los aliados había pasado el Var, y puesto sitio a Antibes en combinación de una escuadra inglesa que bombardeaba por mar la plaza. Pero la insolencia de los austríacos y el escandaloso abuso con que la soldadesca se conducía en Génova, provocó una sublevación entre sus ciudadanos el 5 de diciembre, los cuales después de una empeñada lucha consiguieron arrojar de sus muros al enemigo. El general Botta huyó vergonzosamente, abandonando almacenes y equipajes y retirándose del lado allá de la Bocchetta. Privado el ejército austro-sardo en Provenza de toda comunicación y de los víveres que hasta entonces sacaba de Génova, y temiendo a las tropas francesas que se acercaban, levantó el sitio de Antibes el 19 de enero de 1747 y se internó en Italia.
El 17 de abril de este año Luis XV declaró la guerra a los Estados Generales. El conde de Lowendal entró por Brujas en la Flandes holandesa, apoderándose de la Esclusa, de Sas-de-Gante, Philippine, Hulst y Axel, cuyas plazas se hallaban casi abandonadas. Los progresos del ejército francés llenaron de consternación la Zelanda, se declaró el país todo en insurrección contra el gobierno republicano, que fue abolido y proclamado Guillermo de Orange, estatúder hereditario, capitán general y almirante de la unión. Sin embargo los franceses intentaron formar el sitio de Maastricht, pero no habiendo podido llevar a cabo su intento por la presencia del ejército aliado, mandado por el duque de Cumberland, no obstante haberle ganado la distinguida acción de Lauffeld el 2 de julio, se indemnizaron tomando por asalto el 16 la importante plaza de Bergen-op-Zoom.
En Italia, el general austríaco conde de Schulenburg quiso apoderarse de Génova para vengar la insurrección del año anterior. Consideraron vergonzoso las cortes de Madrid y Versalles abandonar a su antigua aliada. Así es que mientras el enemigo se hacía dueño de la Bocchetta, de Sestri Ponente y de Voltri, apretando el cerco de aquella plaza, Luis XV envió sucesivamente para dirigir la defensa de ella a los duques de Boufflers y Richelieu, y un ejército franco-hispano mandado por el mariscal de Maillebois se posesionaba del condado de Niza, con el objeto de llamar hacia esta parte la atención de los austríacos. Consiguióse así que estos abandonasen el sitio de Génova en el mes de julio.
Después de tan larga como sangrienta e inútil guerra, vengamos ya a las negociaciones que precedieron a la paz definitiva y general. En el año de 1745 habían mediado tratos entre Francia y Holanda, llegando estos a tal punto que los Estados Generales propusieron a María Teresa la reunión de un congreso. Habíase negado esta princesa a toda amistosa transacción, porque reconciliada con Federico de Prusia, intentaba dar la ley a los aliados. Renováronse las negociaciones en el siguiente año entre las referidas potencias y la Inglaterra, conviniendo en que sus respectivos plenipotenciarios se juntasen en Breda. Envió el rey de Francia a Sillery, marqués de Puysieux; el de Inglaterra, al conde de Sandwich; y la Holanda, al conde de Wassoener y al grefier Gilíes. Abriéronse las conferencias en el mes de setiembre, pero no fue posible conciliar las pretensiones de los beligerantes. El progreso de las armas francesas en los Países Bajos holandeses y la aparición de un ejército ruso que, como auxiliar del Austria, se acercó en principios de 1748 al Rhin, adelantándose hasta la Franconia, contribuyó eficazmente a poner término a este largo período de agitación.
Los ministros de Francia e Inglaterra convinieron en Lieja que se juntase un congreso general en Aquisgrán. Desde el mes de marzo fueron llegando los plenipotenciarios de las partes beligerantes. Presentáronse: por España, don Santiago Masones de Lima y Soto-mayor; por Francia, el conde de Saint-Severin d’Aragón; por la Gran Bretaña, el de Sandwich; por el Austria, el de Kaunitz-Rittberg; por Cerdeña, don José Osorio y el conde José Borré de Chavanne; por Holanda, el conde de Bentinck, el barón de Wassenoer, el de Borsselle y los señores Hasselaer y Onno Zwier de Haren; finalmente, el duque de Módena envió al conde de Monzone y la república de Génova al marqués Francisco Doria.
El 24 de abril se celebró la primera conferencia, pero notándose desde luego que en la divergencia de intereses y opiniones sería difícil y muy tardía una avenencia general, los representantes francés, británico y holandeses firmaron el 30 de abril en conferencia secreta los artículos preliminares, que van colocados en el respectivo lugar. Aunque entre un sin número de quejas, objeciones y protestas fueron dando su accesión los ministros de las demás cortes. El del rey de España dio la suya el 28 de junio y el 29 de octubre accedió igualmente al tratado definitivo de paz que dos días antes firmaron también en Aquisgrán los autores de los preliminares.
En virtud de estas estipulaciones, el infante de España don Felipe entró en posesión de los ducados de Parma y Piacenza, a que se añadió el estado de Guastalla, vacante por fallecimiento del príncipe José María, último varón de la casa de Gonzaga.