La importancia del G-20 en 2018
Noviembre 2018
Poco conocido es el papel del G-20 en la gestión de desafíos mundiales. Este grupo integrado por diecinueve países, más la Unión Europea, adicionando a España como único invitado permanente, emergió en 2008 para intentar controlar la efervescencia de unos mercados financieros que se creían ―hasta entonces― capaces de autorregularse, quedando en evidencia que el famoso Consenso de Washington estaba desfasado ante las nuevas dinámicas trasfronterizas tecnológicas y financieras. Valiéndose del poder supremo que otorgan las decisiones políticas de mandatarios representantes del 85% del PIB mundial, dos tercios de la población del planeta y del 80% del comercio mundial, los líderes afianzan el grupo, manteniendo la convicción de que gran parte de sus problemas actuales no se restringen solamente a cuestiones de orden financiero o económico, sino que existe una amplia red de problemas trasfronterizos que reclaman una resolución internacional.
En 2018 el G-20 pervive más que nunca, observándose como una estancia valiosa para escuchar tanto a potencias desarrolladas como a emergentes, generando una nueva forma de hacer política, una política mundial de mayor sensibilidad. Tuvo que surgir una crisis financiera sin precedentes para que los occidentales aceptasen que el poder ya no está restringido a un cuestionado y hoy debilitado G-7, sino más bien, que el G-20 encarna la nueva cara del poder del siglo XXI. En 10 años de vida del grupo, el G-20 ha celebrado ya una docena de cumbres en cuatro continentes. Las primeras cumbres fueron organizadas por los occidentales Estados Unidos (2008-2009), el Reino Unido (2009), Canadá (2010), Francia (2011) quienes echaron a andar el proceso, dando paso a la participación dinámica de nuevas potencias emergentes como Corea del Sur (2010), México (2012), Turquía (2015) o China (2016) siendo anfitriones de las cumbres, ocupándose de organizar la agenda, así como de la coordinación y consiguientes negociaciones.
La treceava cumbre del G-20 de 2018 está actualmente en manos de Argentina. Se trata del segundo país latinoamericano que organiza tal evento y ha decidido, en esta ocasión, invitar a Chile, Jamaica y los Países Bajos al proceso. La temática elegida para esta presidencia es “Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sostenible”. Por medio de tres ejes ―el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo y un futuro alimentario sostenible―, el país anfitrión plantea algunas iniciativas para encarar mejor los retos del futuro de forma conjunta. En el área dedicada al futuro del trabajo, Argentina pone el acento en las repercusiones de la tecnología en los procesos de producción en el mundo y, por consecuencia, en el sector del empleo, subrayando que hace falta una reflexión colectiva para encarar el desafío de la automatización de trabajo. Algo que el G-20 ya viene advirtiendo desde 2015, concretamente bajo la presidencia turca, donde se impulsó la creación del Foro Mundial de Pymes, una plataforma internacional que pretende preparase para el nuevo tipo de trabajo que se generará a partir de futuros cambios demográficos y tecnológicos.
Argentina señala también a la infraestructura como medio potencial para el desarrollo. Destaca que es fundamental movilizar la inversión privada, que beneficiaría a ahorradores e inversores, gracias a la mejora tanto de la preparación de proyectos como del manejo de los datos sobre el rendimiento financiero. Según el documento oficial proporcionado por el gobierno de Argentina, “Visión de la presidencia argentina G-20 2018: Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sostenible”, subraya que es importante “desarrollar la infraestructura como una nueva clase de activos […] para canalizar los ahorros de hoy hacia la infraestructura pública, los servicios eficientes de transporte, los servicios sanitarios básicos, los flujos de energía y la conectividad digital”. No obstante, llama la atención el reiterado interés por parte del país latinoamericano por situar una vez más a las infraestructuras entre las prioridades de la agenda del G-20, cuando la presidencia de Australia en 2014 hizo de esa temática su iniciativa estrella. El G-20 acordó entonces establecer un Centro Global de Infraestructuras con sede en Sydney y funcional desde 2015.
En 2018 el G-20 pervive más que nunca, observándose como una estancia valiosa para escuchar tanto a potencias desarrolladas como a emergentes.
Por otro lado, el tercer eje sobre un futuro alimentario sostenible, la agenda argentina pone, por primera vez en el grupo, la necesidad de mejorar los suelos y aumentar su productividad. Dado que el G-20 representa el 60% de las tierras agrícolas totales y es responsable del 80% del comercio mundial de alimentos y productos agrícolas, sus miembros deben responsabilizarse colectivamente ante fenómenos como la erosión del suelo, que hace perder 10 millones de hectáreas de cultivos por año. Un fenómeno que está íntimamente ligado al desafío que plantea el cambio climático, cuestión inevitablemente debatida por los Ministros de Agricultura del G-20 reunidos en julio de 2018 en Buenos Aires, quienes subrayaron abiertamente la brecha existente entre Estados Unidos y el resto de los miembros, al reiterarse abiertamente la salida del país norteamericano del Acuerdo de París.
Más allá de las iniciativas propuestas por el país anfitrión y de dar continuidad a la agenda que viene trabajando el G-20 a lo largo de 10 años, la singularidad del proceso permite observar la inserción de nuevos temas, a petición de algunos miembros, visibilizándose, sin tapujos, el grado de regulación mundial que algunos actores desean promover. Este es el caso de los europeos, concretamente de Alemania y Francia, quienes pidieron al G-20 en marzo de 2018, estudiar la posible regulación del mercado mundial de las criptodivisas. Aunque hoy se cuentan con cerca de 736 tipos de criptodivisas en el mercado, el bitcoin representa 35% entre ellas. Prácticamente de forma paralela al surgimiento del G-20, el japonés Satoshi Nakamoto crea el bitcoin en 2009 como una moneda virtual basada en algoritmos y en la tecnología de la cadena de bloques que se aleja de la necesidad de contar con intermediarios, donde la centralización y la confianza en terceros se difumina.
No solo el bitcoin, sino otras criptodivisas como el ethereum no están exentas de opacidad ni de especulación. Los europeos han logrado que el G-20 se apoyé en estructuras como el Consejo de Estabilidad Financiera que el mismo grupo revigorizó en 2009, para que evalúe los posibles riesgos generados por dichas divisas. Estos nuevos desafíos virtuales no solo ponen de manifiesto la necesidad de vigilancia, sino que las nuevas tecnologías como la cadena de bloques (sistema complejo de transmisión y almacenamiento de información con una actualización permanente) de la cual se sirve el bitcoin, son tecnologías que han venido para quedarse, teniendo un impacto digital en distintas áreas como la salud, la logística, la energía, etcétera. Ante ello, la Unión Europea ha lanzado en 2018 el Foro y Observatorio Blockchain además de un informe del centro de investigación del Parlamento Europeo que estudia cómo la tecnología de cadena de bloques podría cambiar nuestras vidas.
La propia existencia del G-20 cobra hoy por hoy gran valor. Resulta imprescindible que los líderes se sienten a la misma mesa para acercar posiciones.
Otro de los temas propuestos por los europeos en el seno del G-20 es la modernización de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El comercio es un tema que ya levantó recelos en 2017 durante la cumbre del G-20 celebrada en Hamburgo, cuando el gobierno estadounidense se pronunció abiertamente a favor del proteccionismo. En aquella ocasión, los líderes hicieron una concesión en su declaración, “admitiendo” que se podrían utilizar “instrumentos de defensa comercial legítima”. Estos instrumentos son los que ahora están en el punto del debate mundial, dado que el gobierno de Donald Trump está ejerciendo un exacerbado proteccionismo en 2018 alegando “seguridad nacional”. El mandatario estadounidense pretende corregir su déficit comercial con Canadá, China, México o la Unión Europea, por medio de la imposición de aranceles a distintos productos, que van desde el acero y el aluminio, hasta lavadoras, automóviles o paneles solares, entre muchos otros.
Estas medidas unilateralistas han desatado una tensión comercial sin precedentes entre Estados Unidos y la Unión Europea, dado que esta última ha aplicado asimismo aranceles a productos estadounidenses desde el verano de 2018. Sin embargo, Trump y Jean Claude Juncker acordaron una tregua comercial a finales de julio de 2018 para no imponer más aranceles, sobre todo en el sector automovilístico, creando un grupo de negociación entre ambos actores actualmente en vigor. Por otro lado, la Unión Europea ha impuesto medidas de salvaguardia a las importaciones de productos siderúrgicos desde el verano de 2018, aplicables prácticamente a todos los países (salvo excepciones) como consecuencia de los aranceles a ese sector por parte de Estados Unidos.
Sin lugar a dudas, China plantea una problemática comercial después de más de 17 años en la organización comercial. Su economía sigue sin ser catalogada como una economía de mercado, persistiendo los subsidios industriales y sus políticas sobre propiedad intelectual son interpretadas por algunos como prácticas abusivas. En 2018 el gigante asiático ha mostrado progresos al promulgar leyes sobre la competencia, apoyando las regulaciones en el campo de la propiedad intelectual. No obstante, la OMC debe dar un salto cualitativo hacia un multilateralismo verdaderamente eficaz para poder alejar tendencias como el bilateralismo tan proclamado por el gobierno de Trump.
La propia existencia del G-20 cobra hoy por hoy gran valor. Resulta imprescindible que los líderes se sienten a la misma mesa para acercar posiciones. El sherpa argentino Pedro Villagra declaró en una entrevista concedida a Apertura que de “la interacción directa pueden surgir, otros compromisos sobre la marcha […] el factor humano juega un papel muy grande”. Esa nueva forma de diplomacia tiene consecuencias directas en el diseño de las futuras instituciones normativas mundiales. Trump no puede abandonar la OMC sin la autorización del Congreso estadounidense. La próxima Cumbre del G-20 tendrá lugar el 30 de noviembre y 1 de diciembre de 2018 en Buenos Aires, una ocasión más para medir la volubilidad política del mandatario estadounidense.
IVETTE ORDOÑEZ es doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Es analista política enfocada al estudio de la gobernanza mundial, el G-20 y la Unión Europea. Es autora de El G-20 en la era Trump. Nacimiento de una nueva diplomacia mundial. Sígala en Twitter en @ordonez_ivette.
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