“El espacio se privatiza”
Sí y no. El que Estados Unidos reabra su línea de abastecimiento a la ISS por medio de un vehículo privado (la nave Dragón, desarrollada por la empresa SpaceX) o el próximo inicio de los viajes turísticos al espacio de la mano de la empresa Virgin son, sin duda, señales de que algo está pasando. Ahora bien, ¿supone esto la privatización del sector espacial?
La relación entre el sector privado y el público en el espacio viene de lejos y, de hecho, el objetivo último de la investigación espacial institucional siempre ha sido que sus frutos lleguen finalmente a la sociedad en forma de innovaciones tecnológicas útiles y, además, comercialmente rentables.
“La ESA pone en el espacio telescopios punteros en rayos gamma y rayos X por y para la ciencia, pero también para que las industrias desarrollen sus capacidades y puedan después venderlas: ésa es la idea”, explica el astronauta español Pedro Duque. Esta relación marcada por la transferencia de conocimiento ha quedado plasmada en el desarrollo de dos mercados paralelos: el institucional, que incluye la exploración, los viajes interplanetarios y los proyectos científicos, y el privado, que comprende los sistemas de navegación por satélite, las comunicaciones y la observación de la Tierra.
El mercado comercial, en esos tres últimos aspectos, está ya maduro y consolidado. ¿Quiénes son los nuevos actores que están entrando en escena? Para Miguel Bello, lo que está sucediendo es que “algunas de las piezas de la cadena de valor que siempre han sido institucionales se están empezando a privatizar porque los Gobiernos se han dado cuenta de que les sale más barato contratar un servicio que hacer un desarrollo propio”. Así ha sucedido, por ejemplo, con el abastecimiento de la ISS por parte de la NASA, actualmente a cargo de la nave comercial SpaceX Dragon. Sin embargo, hay que tener en cuenta que detrás de todas estas iniciativas se encuentran las arcas del Estado, es decir, el presupuesto disponible será siempre institucional. “El espacio de lo público sigue siendo hacer inversiones estratégicas cuyo retorno sea a largo plazo, algo que una empresa por sí misma no es capaz de hacer”, afirma Pedro Duque. El papel de los gobiernos sigue siendo esencial en las actividades que conforman el núcleo de la actividad espacial.
En cuanto al turismo espacial, la empresa Virgin Galactics lleva ya varios años asegurando que éste será el del inicio de su actividad comercial. Suceda esto antes o después, lo cierto es que los tiempos en que cualquiera pueda darse un garbeo espacial por la módica suma de 150.000 euros (8.000 en 20 años, según el dueño de la compañía, el multimillonario Richard Branson) están próximos. El inicio de esta actividad plantea una serie de incógnitas legales todavía por resolver: ¿en qué espacios aéreos se podrá volar, y bajo qué condiciones? ¿Qué organismo certificará las aeronaves? ¿Quién otorgará los permisos? “En Estados Unidos la Agencia Federal de Aviación, la reguladora del tráfico aéreo, tiene ya totalmente desarrolladas las primeras versiones legislativas sobre esto”, señala Pedro Duque. En Europa, la situación está, por ahora, paralizada. Dos empresas españolas, Elecnor Deimos Space y Aernnova Engineering, participan en el consorcio que lidera la propuesta europea de turismo espacial, el proyecto Booster. Miguel Bello considera que, en Europa, “las empresas privadas que quieren entrar en este sector tienen un alto grado de incertidumbre, y la incertidumbre es lo peor para los desarrollos”.
“Una fuente de recursos inagotable”
No tan deprisa. ¿Ciencia ficción o la solución a la escasez de recursos que acosará a la Tierra en el futuro? Por ahora está más cerca de ser lo primero que lo segundo, pero lo cierto es que cada vez más expertos abordan la cuestión de manera seria y con la intención de resolver los numerosos desafíos técnicos que, sin duda, se plantean. En cualquier caso, la búsqueda de recursos estará muy lejos de ser una nueva oleada colonizadora al estilo de una nueva Fiebre del Oro interplanetaria. Nada más lejos de la realidad. La minería espacial, si es, lo será a bordo de naves no tripuladas, dotadas de los más modernos sistemas automatizados y dirigidas cuidadosamente desde centros de control en tierra.
La NASA ha censado unos 9.000 asteroides con órbitas cercanas a la Tierra que contienen elementos como el agua, el platino o el iridio. El más valioso de todos ellos sería el agua, que podría servir a las naves interplanetarias como auténticos oasis donde reponer no sólo fuerzas sino también, y sobre todo, oxígeno para respirar e hidrógeno como combustible. De cara a la extracción de recursos minerales, Pedro Duque afirma: “Por haberlos hay, y muchísimos. Lo difícil es darle una rentabilidad económica teniendo en cuenta los costes de transporte. La reducción de estos y la fiabilidad es la base de todo”.
Ya hay una empresa, sin embargo, que ha apostado por ello, aunque perseguirá su objetivo a medio y largo plazo y de forma escalonada. Se llama Planetary Resources y está respaldada por millonarios de la talla de Larry Page, cofundador de Google, o James Cameron, director de la película Avatar, entre otros. El primer paso será la detección de esos satélites. Después vendrá su conocimiento en profundidad. Por ahora, se trata tan sólo de un proyecto sobre el papel y algunas imágenes espectaculares en la pantalla, pero la impresión de los expertos es que se trata de una iniciativa seria que merece la pena ser tomada en consideración. Los más críticos apuntan, sin embargo, que por ahora la empresa sólo va a ofrecer servicios de observación de la Tierra, un sector relativamente nuevo del que se espera un crecimiento veloz en un futuro próximo.
Para Neus Lladó, ingeniera de análisis de misión en Deimos, la principal dificultad a abordar es el conocimiento de estos asteroides: “Tenemos muy pocos datos sobre ellos. La NASA sólo conoce la masa de algunos, aquellos de los que se ha volado cerca, y las estimaciones desde telescopio tienen un rango muy amplio”. En cuanto a los desafíos técnicos que plantea el proceso de minería, todavía hay mucho que hacer aunque, como señala Miguel Bello, “al fin y al cabo son problemas técnicos que se irán resolviendo con el tiempo”.
No hay que olvidar, sin embargo, que el espacio en sí mismo ya es un recurso extremadamente valioso en el que se sitúan los satélites de comunicaciones, de navegación y de observación de la Tierra que nos permiten no sólo utilizar servicios como el GPS o el futuro Galileo, sino también conocer el clima de la Tierra y su posible evolución.
“El espacio no tiene nada que ver con nuestras vidas”
Falso. Las aplicaciones tecnológicas procedentes del sector espacial son tantas, tan diversas y están tan integradas en nuestro día a día que pasan inadvertidas, pero es fácil imaginar las consecuencias de un apagón espacial: para empezar, habría que olvidarse de contar con predicciones meteorológicas lo suficientemente precisas para el día siguiente o la semana que viene, o de conocer los riesgos de sufrir inundaciones u otros fenómenos anómalos como olas de frío o calor. Por supuesto, adiós a los GPS –de los que se calcula que hay 600 millones de receptores en todo el mundo– o al futuro sistema de navegación Galileo. Pero es que además Internet sufriría enormes interrupciones y retrasos, habría muchos lugares que ya no tendrían acceso a la Red, y muchas llamadas telefónicas intercontinentales simplemente no serían posibles. Más de 150 millones de hogares en Europa no tendrían televisión por satélite y se dejarían de emitir en el mundo más de 5.500 programas por televisión vía satélite. En resumen, y en palabras de Ventura Traveset, “las consecuencias serían tremendas para nuestra economía y nuestras vidas”.
Por otro lado, la transferencia de tecnología es clave en un sector que es consciente del valor de una innovación que, desarrollada inicialmente para atender las necesidades de las aeronaves y sus tripulantes en el espacio exterior, tiene usos y repercusiones insospechadas en el viejo planeta Tierra. Así, por ejemplo, la necesidad de computación requerida para llevar al hombre a la Luna dio un empujón tal a la informática que sentó las bases de su desarrollo actual, lo que supuso a su vez un impulso enorme para todos los demás sectores. Pero es que también el código de barras, los ordenadores portátiles o las cámaras de fotos digitales han nacido de desarrollos llevados a cabo inicialmente para el espacio. Incluso materiales tan cotidianos como el teflón, que nació para cubrir la nave Saturno V, o el velcro, que cerraba trajes o actuaba como cierre dentro de las aeronaves, nacieron para el espacio. También mecanismos sin cables como el taladro inalámbrico, que se diseñó para que los tripulantes del Apolo perforaran las rocas lunares. O los pañales desechables, desarrollados para que los astronautas pudieran hacer su trabajo sin problemas en las largas horas de actividad fuera de la nave espacial.
La lista de ejemplos es interminable: detectores de humos, nuevos tejidos y materiales ahora de uso común como el kevlar o el policarbonato… Y la llegada de estas aplicaciones a nuestra vida cotidiana no es casual: empresas y agencias espaciales cuentan habitualmente con áreas especializadas en transformar la innovación surgida al calor de las estrellas en aplicaciones útiles para el ciudadano de a pie. La tecnología espacial ya está en nuestras vidas, aunque apenas recordemos cuál es su origen.
“España pinta poco en el sector espacial”
En absoluto, al menos, hasta ahora. Pero las cosas pueden cambiar. España es socio fundador de la ESA y en los últimos años ha venido creciendo a un ritmo del orden del 15% anual, lo que le ha llevado a ocupar el quinto puesto en cuanto a su contribución al presupuesto de la Agencia Espacial Europea. Sin embargo, las cosas van a cambiar, y lo harán de manera repentina, a partir de este año, ya que el país ha anunciado una reducción de su aportación a la Agencia Espacial Europea a la mitad, de los poco más de doscientos millones de euros a tan solo 102. Esta reducción se ve agravada por el hecho de que España no ha suscrito ni uno solo de los programas opcionales de la ESA –aquellos precisamente más estratégicos ya que cada país se adhiere a aquellos más relevantes para su industria–.
“Los resultados (de la cumbre en la que se realizó este anuncio) son trágicos”, resume Miguel Bello. “No ha sido una reducción, ha sido algo absolutamente drástico. Hemos pasado de una actividad normal a cero. Se confirma la muerte del sector y, sobre todo, la marcha de muchas empresas y profesionales cualificados, que se van a ir a trabajar fuera”.
Esta decisión contrasta con el rumbo que han tomado otros países. Y es que, en la misma reunión en la que España anunció el descenso de su aportación a la ESA, otros Estados decidieron lo contrario: Inglaterra ha incrementado su presupuesto en un 30%, al igual que Portugal, un país aún más afectado por la crisis económica que España. Y también mantienen un volumen elevado de inversión naciones como Alemania o Italia.
Esto no es extraño, si tenemos en cuenta las implicaciones del sector espacial, una industria que mueve grandes dosis de tecnología e innovación, exporta el 90% de su producción, genera puestos de trabajo altamente cualificados (en España hay unos 5.000 expertos trabajando en el sector), y con un efecto multiplicador en la economía del orden de cuatro, de manera directa, y hasta 18 de manera indirecta.
“La ESA tiene una importancia extraordinaria –dice Antonio Cuadrado, director general de EADS-Espacio y delegado de la comisión Proespacio de la Asociación Española de Tecnologías de Defensa, Aeronáutica y Espacio (Tedae)–. Es el motor de la actividad, tanto por la participación del país en los programas europeos como un socio más, como porque el desarrollo de programas específicos de la ESA permiten a la industria salir al mercado comercial”.
Las consecuencias de esta bajada súbita de la participación de España en los programas opcionales de la ESA no se harán esperar: pérdida de empleos, deslocalización, reducción, a corto plazo, de la participación española en el mercado institucional y, a medio plazo, también en el comercial, ya que el país perderá capacidad innovadora si no participa en los programas más punteros del programa espacial.
¿Está todo perdido? Quizá no. La ESA, que ha dado todo tipo de facilidades a los países en apuros para que continúen con su colaboración, ha dado como plazo hasta el 15 de enero para que España realice una aportación, aunque sea mínima, a sus programas opcionales. Un pequeño atisbo de esperanza para la industria espacial española.
Esta entrada fue modificada por última vez en 08/01/2013 16:22
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