Categorías: Opinión

La nueva arquitectura del poder mundial

La nueva arquitectura del poder mundial

 Renata Zilli Montero

Junio 2018

Una colaboración del Programa de Jóvenes del Comexi

En los últimos años, el orden internacional ha experimentado grandes cambios y sacudidas, poniendo a prueba su equilibrio y la fortaleza de sus valores. Para describir la época actual, el debate académico se ha concentrado en precisar si se trata de una era posglobalizadora, un cambio de ciclo o una crisis hegemónica. En cualquiera de las suposiciones, el común denominador de estos tiempos es la falta de credibilidad y la pérdida de confianza hacia un modelo de desarrollo económico y sus instituciones.

Asimismo, un corolario de este fenómeno ha sido el debilitamiento del modelo liberal en sus tres dimensiones: económico, político y social. En varios países, las sociedades se han vuelto prisioneras de los discursos dicotómicos en ambos extremos de las ideologías políticas: populismos de izquierda y extrema derecha, proteccionistas contra globalistas, nacionalismo contra comunidad, multilateralismo contra unilateralismo. De manera que, el efecto de estas narrativas ya ha tenido resultados tangibles: el brexit, como víctima del euroescepticismo; la inmolación de Cataluña, incitada por el fantasma de los nacionalismos de mediados de siglo XX y, desde luego, la elección de Donald Trump, con una visión de suma-cero hacia las relaciones internacionales, en la que Estados Unidos es ahora el perdedor del sistema que él mismo creó.

Entender estos cambios se vuelve imperativo para cualquier país, especialmente para una economía en desarrollo como la mexicana. Por ello, cuanto más se base la política exterior en una profunda evaluación realista de sus intereses con respecto a los demás, estableciendo una estrategia basada de acuerdo a sus principios, compromisos y obligaciones internacionales, más eficaz podrá ser su función en el mundo.

Cambios en la balanza de poder mundial

Gran parte de esta vorágine internacional tiene su explicación en la reorganización de las fuerzas en la balanza de poder mundial. El surgimiento de nuevos actores modifica las relaciones entre los miembros ya establecidos del sistema, dando pie a nuevas variables y esquemas que influirán en la nueva configuración de la arquitectura mundial. En esta nueva realidad social, la estructura da pie y permite un mayor margen de acción para aquellos miembros que vean en estos cambios una oportunidad.

Por mencionar algunos ejemplos, uno de los hechos que más ha alterado al orden de las fuerzas mundiales fue la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 y su consolidación como potencia económica. Ningún actor en la nueva configuración internacional puede ni debe obviar la importancia de China. Todo cálculo en materia de política exterior, comercial, financiera internacional, etcétera, debe considerar la variable del gigante asiático. Los logros que ha alcanzado no tienen precedente en la historia de la humanidad. De acuerdo con el Banco Mundial, en menos de 3 décadas se han apartado de la pobreza extrema a cerca de 800 millones de personas, convirtiéndose así en el país con la población de ingresos medios más alta del mundo. En ese sentido y gracias al cambio de rumbo histórico por Deng Xiaoping en la década de 1980, China se convirtió en la segunda economía más grande del planeta, y hoy más del 30% de toda la economía global es atribuible a este país.

Ante el desastre diplomático del G-7 en Charlevoix, y el evidente distanciamiento entre sus miembros, la OCS se perfila como un sustituto al foro más importante de política y hegemonía internacional.

Además, en este análisis es igual de importante destacar la figura de Xi Jinping, a quien se le atribuyen la gran mayoría de los éxitos recientes. En marzo de 2018, Xi fue reelecto como Presidente de la República Popular China y Presidente de la Comisión Militar, en un hecho que refuerza su legitimidad como líder y solidifica la hegemonía China en el continente asiático. Esto se alcanzará gracias a diversas reformas en la Constitución, que incorporan su visión de socialismo con peculiaridades chinas y, a la vez, le permiten la reelección de manera indefinida. De esta forma, se busca consolidar la continuidad de un proyecto en el cual se materialice el “sueño chino”, que le permita a China reafirmar su soberanía y a la par convertirse en la mayor potencia de Asia.

Por otro lado, también debemos voltear a ver el papel de otro actor relevante para el reordenamiento internacional. La emergencia de Rusia y el regreso de la “gran estrategia” impostado en la nueva doctrina militar, han demostrado la capacidad para este actor de influir en la geopolítica en regiones de vital importancia para la hegemonía occidental: el Medio Oriente y el Mediterráneo, Europa del Este y desde luego parte del continente asiático. Ciertamente, algunos investigadores han argumentado que Rusia nunca debió ser contemplada dentro de los BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) como un Estado perteneciente al club de los emergentes, pues se trata más bien de un imperio dormido, anheloso de recobrar el lugar que le corresponde en la historia. El contrato social entre el pueblo ruso y sus gobernantes ha consistido en que los primeros han de renunciar a ciertas libertades en aras de la grandeza de su país. En este pacto, es necesaria la figura de un líder poderoso y que conduzca al país hacia la gloria. En la actualidad, el hombre designado para llevar a cabo esta tarea es Vladimir Putin, quien también en marzo de 2018, se reeligió por cuarta ocasión como Presidente de la Federación Rusa, obteniendo el 76.66% de la preferencia electoral.

Por consiguiente, es de esperarse que Estados Unidos, la potencia dominante del último siglo, vea amenazados sus intereses vitales en una guerra de dos frentes. Por un lado, China imponiendo su supremacía comercial y, por el otro, Rusia con una fuerte estrategia y poderío militar. Ambos países han desafiado a los estadounidenses socavando la preponderancia estadounidense en las instituciones internacionales. Baste como muestra el papel de Rusia en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, al usar su prerrogativa de veto en cerca de una docena de ocasiones en relación a cualquier medida dirigida hacia el régimen de Bashar al Assad. Igualmente, tanto al interior de la OMC como en Davos, Suiza, en el marco del Foro Económico Mundial, China se ha proclamado en defensa del sistema multilateral del comercio y contra el neoproteccionismo, que atenta contra todo principio fundacional de la OMC, ante la imposición unilateral de aranceles por parte de Washington.

Y en el hecho más reciente, al paralelo de la más reciente cumbre del G-7 en Quebec, China y Rusia mandan un mensaje de unidad, al celebrar la inauguración de la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Qingdao. Este organismo intergubernamental, de corte económico y militar, tiene como miembros a varios países de Asia y Asia Central, como China, la India, Pakistán, Rusia e Irán (que aún posee el estatus de miembro observador). La presencia de este último en la Cumbre es de suma relevancia en el contexto internacional actual ya que, ante el abandono de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, buscará los foros, espacios y alianzas para salvaguardar su economía. Ante el desastre diplomático del G-7 en Charlevoix, y el evidente distanciamiento entre sus miembros, la OCS se perfila como un sustituto al foro más importante de política y hegemonía internacional. Por ello, se puede inferir que la segunda mitad del siglo XXI estará marcada y condicionada por los liderazgos de las potencias de oriente y occidente.

Desde luego, no podemos eximir de los cambios en la balanza de poder y de esta nueva arquitectura internacional el papel de la India, los Estados emergentes del Sudeste Asiático, los países preponderantes de la cuenca del Pacífico asiático, entre otros. Sin embargo, para efectos de este artículo, se busca dejar entrever que gran parte de las relaciones internacionales se desarrollaran bajo el triángulo de poder: Beijing-Moscú-Washington. Por consiguiente, observar los cálculos, acciones, actitudes y confrontaciones entre estos países y sus líderes, puede dar la pauta sobre cómo pueden desarrollarse y evolucionar las relaciones internacionales en los próximos años. De igual forma, entender que el poder mundial se sostiene bajo esta trípode puede permitirle al resto de los actores de la comunidad internacional establecer sus propios cálculos y margen de maniobra, especialmente para aquellos con los que compartan fronteras inmediatas.

¿Por qué nos compete?

En primer lugar, porque somos vecinos de la economía más importante del mundo y con quien compartimos más de 3000 kilómetros de frontera. Y en segundo, porque es nuestra realidad geográfica. En la medida que analicemos el comportamiento, la ideología y las actitudes de nuestro vecino del norte, pero también de nuestros vecinos del sur, mayor es la oportunidad de México para asegurarse y preservar su interés nacional.

De manera paradójica se observa que la estrategia de Estados Unidos para preservar su supremacía resulta ser la opuesta. En lugar de defender la institucionalidad y la gobernanza global, su gran legado para la posteridad, empieza a ser evidente su repliegue en los foros multilaterales, dejando vacíos estratégicos de liderazgo que, desde luego, no tardarán en ser llenados. En su primer discurso John F. Kennedy afirmaba que para Estados Unidos la civilidad no representaba un signo de debilidad y que en la búsqueda de un mundo libre y de normas, lo haría junto con sus aliados y amigos. La política actual de Washington no puede ser más contraria a esa visión.

Hay momentos necesarios y válidos en la historia de los Estados que es imprescindible replantearse cuál debe ser el interés de un país.

En la búsqueda por preservar su hegemonía, usando como estrategia el lema “America First”, Trump emplaza a sus amigos y tiene affairs con sus rivales. Se asemeja a un personaje histórico, Napoleón III, quien desesperado por sacar a Francia del aislamiento y del las ataduras y límites que el sistema Metternich le había conferido, optó por sabotearlo. Sin embargo, al no poseer la capacidad y la astucia para entender la complejidad de la política exterior, terminó siendo preso de las crisis que él mismo había causado, aislando aún más a Francia y confiriéndola a potencia de segundo nivel por el resto de la historia.

En tan solo un año, Trump se ha enemistado con sus principales aliados, infringiendo daños en sus relaciones, que serán difíciles de subsanar en el corto y mediano plazo. Recientemente, su decisión de violar la norma internacional y sus compromisos en la OMC imponiendo aranceles a las importaciones de acero y aluminio de Canadá, México y la Unión Europea, pese a grandes advertencias, demuestra que Washington ya no tiene más amigos, sino intereses, y aún más grave, intereses desdeñables. El desenlace de esta historia es incierto, no obstante, uno de los padres de la Realpolitk estadounidense, el diplomático y hombre de Estado Henry Kissinger, advierte que “la frivolidad es un lujo costoso para un estadista, que acabará por pagarlo caro. Las acciones emprendidas por el capricho del momento y sin relación con una estrategia general no pueden sostenerse indefinidamente”.

Redefiniendo el interés nacional

Hay momentos necesarios y válidos en la historia de los Estados que es imprescindible replantearse cuál debe ser el interés de un país. Este 2018 es el tiempo para México. Es la oportunidad para emprender un camino propio y construir nuevas alianzas, a la par de fortalecer las ya existentes. Advertía Lord Clarendon, Embajador de Inglaterra en el siglo XIX, que aquel país que busca grandes cambios y no está dispuesto a correr riesgos se condena a la futilidad. Desde luego, un liderazgo activo más allá de las fronteras siempre va a implicar riesgos, pero lo que está en juego es aún más grande: la defensa de un sistema de valores y creencias, de los derechos humanos, de los principios democráticos, etcétera.

El papel activo de México ya ha tenido resultados materiales. Por ejemplo, en la suscripción del Acuerdo Amplio y Progresista de Cooperación Transpacífico (CPTPP o TPP-11) como manifiesto hacia el multilateralismo; en su compromiso para implementar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en los tres órdenes de gobierno; en el combate al cambio climático; en la Alianza del Pacífico, como líder en Latinoamérica, entre otros. En definitiva, el grado de éxito para un país como México dependerá de su habilidad para comprender cuáles son sus intereses fundamentales, pero también en que el interés nacional se determina y se define con base en la coincidencia hacia los intereses de los demás Estados. Y si la historia nos ha enseñado algo es que el requisito para estrechar lazos con Washington es no amenazar sus intereses vitales.

RENATA ZILLI MONTERO es licenciada en Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), y maestra en Relaciones Internacionales y Comercio Internacional por la Universidad Macquarie, de Sídney, Australia. Ha realizado cursos de profesionalización en asuntos internacionales en Argentina, España y el Reino Unido. Es Directora de la licenciatura en Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey en Puebla. Sígala en Twitter en @renata_zilli.

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