La estabilidad hegemónica de Trump está tan explícitamente que por momentos asusta: el poder duro está de regreso
Una gran parte del estudio de las relaciones internacionales descansa sobre la noción de “estabilidad hegemónica”. El término postula que la anarquía estructural del sistema internacional—la ausencia de un gobierno mundial—se mitiga gracias a un poder capaz de ejercer liderazgo a través de la fuerza, la diplomacia y su riqueza.
Es la existencia de un hegemón lo que hace posible la cooperación y, en consecuencia, la estabilidad. En un sistema en anarquía los Estados luchan por su supervivencia, maximizan poder. La superpotencia evita que la competencia entre ellos derive en un estado de guerra permanente.
De relevancia en la academia tanto como en la diplomacia, la teoría retrata a los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX. Solo el hegemón es capaz de hacer cumplir las normas, ello por medio de incentivos, sanciones, o el uso de su poderío militar. Con sus respectivas áreas de influencia, así se construyó la bipolaridad de la Guerra Fría, es decir, la Pax Americana en Occidente.
No siempre se recuerda que dicha interpretación intelectual fue compartida por halcones y palomas por igual. Los primeros, neorrealistas, siempre dando prioridad al uso de la fuerza. Los segundos, liberales, privilegiando las normas de cooperación internacional en la búsqueda de la estabilidad. En ambos, sin embargo, asumiendo que dicha estabilidad depende de la amenaza creíble de un poder económico y militar de ultima ratio.
Y esta es la repetida crítica que se le hace a Obama, el haberse apartado de un principio canónico de la política exterior del país. Siempre se citan sus ultimatums fallidos, su reticencia a usar la fuerza y su tendencia al apaciguamiento de los adversarios. Y siempre se hace referencia a Cuba, Venezuela, Siria—léase Irán—y Corea del Norte. Entre todos los legados de Obama que el actual presidente busca revertir, también se encuentra su política exterior. Así lo vimos esta semana, encapsulado en tres días.
El lunes en la OEA, el vicepresidente Pence congeló el aire del recinto. Dijo que el hemisferio ya no tolera una dictadura de seis décadas, la de Cuba. Agregó que la OEA debía instrumentar la suspensión de Venezuela por llevar a cabo una elección a todas luces fraudulenta, emplazando a Maduro a renunciar. Y concluyó demandando a los países de la región imponer sanciones a funcionarios chavistas por narcotráfico y lavado. La escena evocaba Punta del Este, aquel enero del 62.
El martes el presidente Trump anunció el retiro de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán por incumplimiento de este último, según argumentó. Los países europeos quedaron descolocados, en desacuerdo con el supuesto incumplimiento. Estabilidad hegemónica pero con unilateralismo, excepto por la obvia coordinación con Netanyahu.
El miércoles, a su vez, Trump se anotó la que tal vez sea la principal victoria de sus 16 meses en la presidencia: la liberación de tres americanos encarcelados por el régimen norcoreano. Pocas cosas pueden equiparar el valor simbólico de rescatar connacionales victimizados en el extranjero por un gobierno adversario. Ello ya constituye el prólogo para la próxima cumbre de Singapur. La narrativa que se va instalando cuenta que Trump le ha torcido el brazo a Rocket Man, como llamó a Kim Jong Un.
Es el regreso del poder duro, dicen los halcones de este siglo con entusiasmo. Una superpotencia siempre debe mostrar poder a sus rivales y ofrecer amistad a sus aliados, agregan como si estuvieran citando a Kissinger. De pronto estamos en los cincuenta, cuando se decía que siempre existía una solución americana a todos los problemas mundiales.
Veremos si ello vuelve a ser posible. Hoy la economía de Estados Unidos apenas sobrepasa el 20% del PIB mundial, contra mas de 40% en la postguerra, y su poderío militar no le alcanzó en Afganistán e Irak, por ejemplo. Esta es la época de la fragmentación, de guerras inconclusas que terminan creando rogue states como ISIS, Estados fallidos, corruptos, criminales. Que la historia siempre se repite tan solo es una metáfora.
Lo que sí está claro es que con la Administración Trump no hay que jugar a las adivinanzas. Dicen explícitamente hacia donde van. Tan explícitamente que por momentos asusta: el poder duro está, sin duda, de regreso.