domingo, noviembre 24, 2024
Project Syndicate

Los derechos humanos y el destino del orden liberal

Los derechos humanos y el destino del orden liberal

CAMBRIDGE – Muchos expertos han proclamado la muerte del orden internacional liberal post-1945, inclusive el régimen de derechos humanos establecido en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Una tapa reciente de Foreign Policy mostraba la paloma blanca de los derechos humanos atravesada por las flechas sangrientas de la reacción autoritaria.

Según los teóricos “realistas” de las relaciones internacionales, no se puede sustentar el orden mundial liberal cuando dos de las tres grandes potencias -Rusia y China- son antiliberales. En un artículo en Foreign Affairs, Yascha Mounk y Roberto Stefan Foa sostienen que la era en que las democracias liberales occidentales eran las principales potencias culturales y económicas del mundo quizás esté por terminar. En el lapso de los próximos cinco años, “el porcentaje de ingresos globales en manos de países considerados ‘no libres’ -como China, Rusia y Arabia Saudita- superará al porcentaje en manos de las democracias liberales occidentales”.

Este argumento tiene varios problemas. Por empezar, se basa en una medición llamada paridad de poder adquisitivo, que es buena para algunos fines, pero no para comparar la influencia internacional. Con los tipos de cambio actuales, el PIB anual de China es de 12 billones de dólares, y el de Rusia es de 2,5 billones de dólares, comparado con la economía de 20 billones de dólares de Estados Unidos. Pero el error más serio es agrupar a países tan dispares como China y Rusia como un eje autoritario. Hoy no existe nada que se parezca al infame Eje de la Alemania nazi y sus aliados en los años 1930.

Si bien Rusia y China son autoritarias y a ambas les resulta útil aliarse en contra de Estados Unidos en organismos internacionales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, tienen intereses muy diferentes. China es una potencia en ascenso sumamente entrelazada con la economía internacional, inclusive con Estados Unidos. Por el contrario, Rusia es un país en caída con serios problemas demográficos y de salud pública, en el que la energía, y no productos terminados, representa las dos terceras partes de sus exportaciones.

Los países en descenso suelen ser más peligrosos que los países en ascenso. Vladimir Putin ha sido un táctico inteligente, que intentó “hacer que Rusia volviera a ser grande” a través de una intervención militar en países vecinos y en Siria, y utilizando una guerra cibernética de información para perturbar -con un éxito sólo parcial- a las democracias occidentales. Un estudio de la televisión rusa en Ucrania determinó que fue efectiva sólo con la minoría que ya estaba orientada hacia Rusia, aunque pudo producir efectos polarizadores y disruptivos en el sistema político. Y el resurgimiento de la guerra de información al estilo de la Guerra Fría ha hecho poco para crear un poder blando en Rusia. El índice Soft Power 30 con sede en Londres ubica a Rusia en el puesto número 26. Rusia ha tenido cierto éxito a la hora de cultivar aliados en Europa del este, pero no es parte de un eje autoritario poderoso como el que existió en los años 1930.

China es diferente. Ha anunciado su voluntad de invertir miles de millones de dólares para aumentar su poder blando. En reuniones en Davos en 2017 y Hainan en 2018, Xi Jinping presentó a China como un defensor del orden internacional existente, pero un orden con características chinas más que liberales. China no quiere alterar el orden internacional actual, sino más bien reformularlo para aumentar sus ganancias.

Tiene las herramientas económicas para hacerlo. Raciona el acceso a su inmenso mercado por razones políticas. Noruega fue castigada después que se le otorgara el premio Nobel de la Paz al disidente Li Xiaobo. Los europeos del este fueron recompensados después que suavizaron las resoluciones de la Unión Europea sobre derechos humanos. Y las compañías de Singapur y Corea sufrieron después que sus gobiernos tomaron posturas que molestaron a China. La enorme iniciativa Un Cinturón, Un Camino del gobierno chino para construir infraestructura comercial en toda Eurasia ofrece grandes oportunidades de poder utilizar contratos comerciales para ejercer influencia política. Y China ha restringido cada vez más los derechos humanos fronteras adentro. A medida que crezca el poder chino, los problemas del régimen global de derechos humanos aumentarán.

Pero nadie debería sentirse tentado por las proyecciones exageradas del poder chino. Si Estados Unidos mantiene sus alianzas con los democráticos Japón y Australia y sigue desarrollando buenas relaciones con India, tendrá las cartas altas en Asia. En el equilibrio militar global, China está muy rezagada, y en términos de demografía, tecnología, sistema monetario y dependencia energética, Estados Unidos estará mejor posicionado que China en la próxima década. En el índice Soft Power 30, China se ubica en el puesto 25, mientras que Estados Unidos está tercero.

Es más, nadie sabe qué le deparará el futuro a China. Xi ha desarticulado el marco institucional de Deng Xiaoping para la sucesión del liderazgo, ¿pero cuánto tiempo durará la autoridad de Xi? Mientras tanto, en cuestiones como el cambio climático, las pandemias, el terrorismo y la estabilidad financiera, tanto una China autoritaria como Estados Unidos saldrán beneficiados con la cooperación. La buena noticia es que algunos aspectos del orden internacional actual persistirán; la mala noticia es que tal vez no incluya el elemento liberal de los derechos humanos.

El régimen de derechos humanos puede enfrentar un contexto más difícil, pero eso no es lo mismo que un colapso. Una futura administración estadounidense puede trabajar más estrechamente con la UE y otros estados que piensan de manera similar para construir un cónclave de derechos humanos. Un G10 que incluyera a las principales democracias del mundo podría coordinar sobre valores junto con el existente G20 (que incluye no-democracias como China, Rusia y Arabia Saudita), con un eje en las cuestiones económicas.

Otros pueden ayudar. Como señala Kathryn Sikkink en su nuevo libro Evidence for Hope, si bien el respaldo de Estados Unidos ha sido importante para los derechos humanos, Estados Unidos no siempre fue muy liberal durante la Guerra Fría, y los orígenes del régimen en los años 1940 le debieron mucho a los latinoamericanos y otros. Es más, las organizaciones de derechos transnacionales han desarrollado un respaldo doméstico en numerosos países.

En resumen, deberían preocuparnos los múltiples desafíos que enfrenta la democracia liberal durante el actual revés de lo que Samuel P. Huntington llamó la “tercera ola” de democratización. Pero no hay motivo alguno para renunciar a los derechos humanos.

Joseph S. Nye, Jr., a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author of Is the American Century Over?

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