¿Por qué se ignora a Palestina?
Durante unas pocas horas el mundo volvió a acordarse de Palestina. Fue durante las movilizaciones del día de la tierra, el 30 de marzo. El resultado: 18 palestinos muertos en la franja de Gaza a manos del ejército israelí. Alguno de ellos asesinado por la espalda. Le siguió la ya clásica pero improductiva retahíla de reacciones internacionales de indignación como las de Federica Mogherini o António Guterres. Horas después la situación volvió a la normalidad. Es decir, todos volvieron a ignorar Palestina. Los árabes, los europeos y el resto del mundo.
Sucedió lo mismo cuando Donald Trump anunció el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén. La noticia abrió portadas durante dos días, fue criticada vivamente, se alertó que esto daría alas a la construcción de nuevos asentamientos y frustraría todavía más a la población palestina, se convocó una cumbre extraordinaria de la conferencia islámica, pero tras estos gestos todo continuó igual.
¿Por qué? ¿Por qué un conflicto que había sido la piedra angular de la tensión en Oriente Medio, cuyos ritmos marcaban las políticas de alianzas en la región y de cuya evolución estaba pendiente la opinión pública de medio mundo, ha ido quedando relegado a un lugar secundario? ¿Y lo más importante, bajo qué circunstancias podría volver al centro de la agenda?
El conflicto árabe-israelí compite con muchos otros. Ya no es “el conflicto” sino uno de ellos. A pocos quilómetros Siria se desangra y la situación de los civiles en Ghouta o Afrin también genera indignación. Yemen vive una de las peores crisis humanitarias del planeta. Libia, aunque es un conflicto de menor intensidad, tiene a los europeos muy preocupados. El desgobierno de este país ha reorientado los flujos migratorios hacia Europa. Unos flujos que – no lo olvidemos – repercuten en los resultados electorales. Italia es el ejemplo más reciente.
Estamos en un escenario nuevo. Muchos gobiernos de Oriente Medio ya no ven a Israel como el enemigo a batir sino como un potencial aliado. Podría argumentarse que en el pasado esto también sucedía y que la rivalidad real era la que se manifestaba entre distintos países árabes. No obstante, se ha ido un paso más allá. El poco disimulado – aunque nunca formalizado – acercamiento entre Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí e Israel para hacer frente común contra Irán es el ejemplo más visible.
Es cierto que hace meses que se habla de un plan de paz diseñado en el Casa Blanca, que para salir adelante necesitaría el apoyo de varios países árabes y que consistiría en la creación de un Estado palestino en un territorio muy mermado, sin retorno de refugiados y sin capitalidad en Jerusalén. Algunos regímenes están tentados de aceptarlo si a cambio reciben otro tipo de apoyos o compensaciones. Pero saben que es una maniobra impopular. Por lo tanto, cuánto menos se hable de Palestina, mejor.
Entre las sociedades árabes sigue habiendo solidaridad y simpatía con la causa palestina. No obstante, su nivel de movilización ha caído. Una vez más, la principal explicación es que hay otras prioridades, otros conflictos con capacidad movilizadora y otras preocupaciones que, estas sí, afectan directamente a los ciudadanos como el paro juvenil, la corrupción o el sectarismo. Además, la restauración autoritaria en la región, bien visible desde 2013, ha reducido los márgenes para la protesta. Pensemos que cualquier movilización a favor de Palestina podría tornarse rápidamente en una crítica contra la inacción del gobierno de turno.
La polarización en las sociedades árabes en relación al Islam político, y más concretamente a los Hermanos Musulmanes, también juega en contra. Recordemos que Hamas, la principal fuerza política en Gaza, nació como la franquicia palestina de los Hermanos Musulmanes. En 2017 anunció que cortaba estos lazos, pero ese estigma sigue vivo. Por lo tanto, algunos ciudadanos o políticos del mundo árabe pueden pensárselo dos veces antes de movilizarse respecto a Palestina, o respecto a Gaza en particular, si sospechan que su acción pueda interpretarse como un apoyo indirecto a Hamas.
Finalmente, hay que tener en cuenta el factor cansancio. Y esto no afecta sólo a la población o los regímenes árabes sino al conjunto de la comunidad internacional. Estamos frente a uno de los conflictos más antiguos y sobre el que diplomáticos y políticos de medio mundo han dedicado más esfuerzos. Aparentemente, hay consenso sobre cuál debería ser la solución, la de los dos Estados. Pero en lo que se ha fracasado reiteradamente es en crear las condicionales para que las partes, y especialmente la que tiene más fuerza, Israel, lo acepte. En estas circunstancias, y con el largo historial de fracasos que se acumulan, cada vez son menos los que están dispuestos a invertir su tiempo o su capital político en este dossier.
Podría incluso argumentarse que es un cansancio que va más allá del conflicto árabe-israelí. Tras varias intervenciones internacionales fracasadas y una primavera árabe frustrada, todo lo vinculado con Oriente Medio causa fatiga. En 2011 muchos creyeron que las cosas iban a cambiar. Siete años después, se ha vuelto a imponer el fatalismo y la sensación que no hay nada que hacer más allá de intentar controlar los daños.
El resultado de todos estos elementos es lo que hemos podido comprobar: Palestina ha caído en el olvido o, cuanto menos, ha quedado relegada a un segundo plano, aspirando sólo a atraer la atención internacional durante unas pocas horas. Sin embargo, es responsabilidad de cualquier investigador u observador alertar que la inacción no resuelve el problema sino que lo enquista e incluso puede alterar su naturaleza. La situación humanitaria en Gaza se deteriora. Cisjordania es un contenedor de frustraciones. Jerusalén un irritante permanente. La política israelí una competición entre quienes quieren exhibir mayor dureza. Y Trump y su entorno un factor disruptivo de dimensión global.
También es nuestra responsabilidad avisar de que el silencio de hoy puede ser el ruido y el dolor de cabeza de mañana. A medida que se acerque la celebración de los setenta años de Israel (14 de mayo) y de la Nakba (un día después) la tensión irá en aumento. En Palestina, el factor cansancio tiene otra lectura. Como decía un informe reciente del International Crisis Group se ha perdido la fe en la mediación. Ignacio Álvarez-Ossorio describía Gaza como una bomba de relojería. La calidad de la democracia israelí y su reputación internacional también se resienten. Pues bien, si en los próximos días las movilizaciones se intensifican, si son reprimidas con igual o mayor dureza, si las imágenes son aún más crudas y reiteradas, podría traspasarse el umbral de la apatía.
En un contexto de guerra fría regional, hay que ser conscientes que los enemigos de Arabia Saudí o de Egipto intentarán aprovechar cualquier concesión hacia Israel -y el silencio ya lo es- para poner a Riad y El Cairo contra las cuerdas. Atentos, pues, a si desde la Casa Blanca se intenta tirar adelante su plan de paz. No olvidemos tampoco las calles del mundo árabe. Hoy parecen anestesiadas pero pueden movilizarse de nuevo respecto a Palestina, no sólo porque consideren que es una causa justa sino porque a los gobiernos les será muy difícil impedir tales movilizaciones.
La tentación o la voluntad de muchos es clara: olvidarse de Palestina. Las dinámicas regionales lo han favorecido, hasta ahora. Pero puede cambiar. En las próximas semanas muchos palestinos intentarán que esto ocurra. Quizás no lo consigan. Pero si lo hacen no podrá decirse que fue una sorpresa.