Para empeorar las cosas, en la actualidad ni Alemania ni la Comisión Europea, que trata los problemas comerciales en representación de los estados miembros de la UE, se encuentran en una posición de solidez para enfrentarse a Trump. La necedad de las autoridades alemanas que escogieron hacer caso omiso a la prolongada crítica de que el país tenía un superávit de cuenta corriente persistentemente alto ha quedado al descubierto. Si el último gobierno alemán hubiera reducido este superávit (que el año pasado batió una nueva marca) al impulsar la inversión interna, Alemania estaría en una mucho mejor posición para responder a las amenazas de Trump.
Al pensar en la posibilidad de una guerra comercial transatlántica deberíamos recordar el dicho, que se suele atribuir al Mahatma Gandhi, de que “Ojo por ojo, y acabaremos todos ciegos”. Una guerra comercial transatlántica de represalias mutuas causaría perdedores en todos lados y abriría un nuevo periodo de aislacionismo y proteccionismo. Si va demasiado lejos, incluso podría llevar a un colapso de la economía global y la desintegración de Occidente. Por esta razón, la UE no tiene otra opción que negociar, aunque sea a regañadientes.
Una consecuencia previsible de la revolución comercial de Trump es que empujará a Europa hacia China, que ya está alcanzando a la UE a través de su Iniciativa “Belt and Road” de inversiones y proyectos de infraestructura a lo largo de Eurasia. A medida que en los años venideros aumenten las alternativas al transatlanticismo orientadas al Oriente, Europa se verá ante el difícil reto de encontrar el equilibrio justo entre Oriente y Occidente. Los europeos ahora tendrán que preocuparse no solo acerca de Rusia, sino de una nueva superpotencia: China.
Destruir o perturbar las relaciones comerciales transatlánticas no sirven ni a Estados Unidos ni a Europa. Probablemente los dirigentes chinos estén celebrando en privado la promesa de la administración Trump de “volver a hacer grande a Estados Unidos”, porque hasta ahora no ha hecho más que socavar los intereses estadounidenses y anunciar la próxima grandeza de China. De hecho, a pesar de los gravámenes aduaneros que acaba de anunciar se aplicarán a China en respuesta a sus supuestas violaciones a la propiedad intelectual, a uno se le podría perdonar el creer que el principal objetivo de política exterior de Trump es ayudar a los chinos en su carrera por la influencia global.
Una de las primeras medidas de Trump tras asumir el cargo fue retirar a Estados Unidos de la Asociación Transpacífico, un acuerdo comercial que habría creado un dique de contención contra China en la región Asia-Pacífico. Hoy China tiene una opción de fijar las reglas del comercio en un área que cubre cerca del 60% de la economía planetaria. De manera similar, lo más probable es que los gravámenes a la importación de acero y aluminio ayuden a China y afecten negativamente a los aliados europeos de Estados Unidos. No se puede culpar a los chinos por tratar de capitalizar esta oportunidad caída del cielo.
En los próximos meses, la debilidad fundamental de Europa se hará cada vez más evidente. La prosperidad europea depende de la disposición de Estados Unidos de dar garantías de seguridad y guiar el orden internacional liberal. Ahora que EE.UU. abandona esta posición en pos de un nacionalismo atávico, los europeos se han quedado solos. Cabe esperar que puedan tener reflejos rápidos para preservar su unidad y salvar el sistema internacional que les ha reportado paz y prosperidad por generaciones.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
BERLIN – El presidente estadounidense Donald Trump iba en serio sobre lo de reflejar su desprecio por el sistema internacional en políticas concretas. Su decisión de imponer $50 mil millones en gravámenes punitivos a la importación de muchos bienes chinos podría afectar seriamente el comercio global. Y si bien hizo una exención a último minuto para los productos de la UE, todavía puede que Europa acabe en la línea de fuego.
Está claro que el enfoque de “Estados Unidos primero” no dejará intacto el orden internacional basado en reglas. Estados Unidos desarrolló el orden de posguerra y por décadas ha hecho valer sus reglas. Pero ya no es el caso. Las medidas recientes de Trump no giran solamente en torno al comercio, sino del abandono de EE.UU. de la Pax Americana misma.
Pocos países están más conectados al orden de posguerra que Alemania, que (al igual que Japón) debe su resurgimiento económico tras 1945 al sistema de comercio basado en reglas. La economía germana depende fuertemente de las exportaciones, lo que significa que es muy vulnerable a las barreras de comercio y los gravámenes punitivos que impongan los socios comerciales importantes.
Así, las políticas proteccionistas de Trump retan el modelo económico alemán tal como ha existido desde la década de los 1950. No es un mero detalle el hecho de que Trump haya señalado una y otra vez a Alemania, uno de los más cercanos aliados de Estados Unidos en Europa. Si bien los optimistas dirán que los ladridos de Trump son peores que su mordida -que sus declaraciones sobre el comercio, al igual que las amenazas a Corea del Norte, son simplemente parte de una estrategia de negociación-, los pesimistas pueden responder con una pregunta razonable: ¿Qué pasa si Trump realmente cree en lo que dice?
Alemania no debería hacerse ilusiones frente a una guerra comercial transatlántica. A pesar de pertenecer a la UE y al mercado único, sería uno de los mayores perdedores, debido a sus dependencias de comercio y el actual estado de las relaciones de poder transatlántico.
Seguramente que los estados miembros de la UE que han acusado a Alemania de arrogancia podrían ver este resultado con algo de schadenfreude, pero un debilitamiento de la mayor economía de la UE tendría de inmediato efectos negativos sobre todo el bloque. El retiro del Reino Unido de la UE ya está causando disonancias políticas entre los estados miembros, y los populistas antieuropeos acaban de ganar la mayoría parlamentaria en Italia.
Para empeorar las cosas, en la actualidad ni Alemania ni la Comisión Europea, que trata los problemas comerciales en representación de los estados miembros de la UE, se encuentran en una posición de solidez para enfrentarse a Trump. La necedad de las autoridades alemanas que escogieron hacer caso omiso a la prolongada crítica de que el país tenía un superávit de cuenta corriente persistentemente alto ha quedado al descubierto. Si el último gobierno alemán hubiera reducido este superávit (que el año pasado batió una nueva marca) al impulsar la inversión interna, Alemania estaría en una mucho mejor posición para responder a las amenazas de Trump.
Al pensar en la posibilidad de una guerra comercial transatlántica deberíamos recordar el dicho, que se suele atribuir al Mahatma Gandhi, de que “Ojo por ojo, y acabaremos todos ciegos”. Una guerra comercial transatlántica de represalias mutuas causaría perdedores en todos lados y abriría un nuevo periodo de aislacionismo y proteccionismo. Si va demasiado lejos, incluso podría llevar a un colapso de la economía global y la desintegración de Occidente. Por esta razón, la UE no tiene otra opción que negociar, aunque sea a regañadientes.
Una consecuencia previsible de la revolución comercial de Trump es que empujará a Europa hacia China, que ya está alcanzando a la UE a través de su Iniciativa “Belt and Road” de inversiones y proyectos de infraestructura a lo largo de Eurasia. A medida que en los años venideros aumenten las alternativas al transatlanticismo orientadas al Oriente, Europa se verá ante el difícil reto de encontrar el equilibrio justo entre Oriente y Occidente. Los europeos ahora tendrán que preocuparse no solo acerca de Rusia, sino de una nueva superpotencia: China.
Destruir o perturbar las relaciones comerciales transatlánticas no sirven ni a Estados Unidos ni a Europa. Probablemente los dirigentes chinos estén celebrando en privado la promesa de la administración Trump de “volver a hacer grande a Estados Unidos”, porque hasta ahora no ha hecho más que socavar los intereses estadounidenses y anunciar la próxima grandeza de China. De hecho, a pesar de los gravámenes aduaneros que acaba de anunciar se aplicarán a China en respuesta a sus supuestas violaciones a la propiedad intelectual, a uno se le podría perdonar el creer que el principal objetivo de política exterior de Trump es ayudar a los chinos en su carrera por la influencia global.
Una de las primeras medidas de Trump tras asumir el cargo fue retirar a Estados Unidos de la Asociación Transpacífico, un acuerdo comercial que habría creado un dique de contención contra China en la región Asia-Pacífico. Hoy China tiene una opción de fijar las reglas del comercio en un área que cubre cerca del 60% de la economía planetaria. De manera similar, lo más probable es que los gravámenes a la importación de acero y aluminio ayuden a China y afecten negativamente a los aliados europeos de Estados Unidos. No se puede culpar a los chinos por tratar de capitalizar esta oportunidad caída del cielo.
En los próximos meses, la debilidad fundamental de Europa se hará cada vez más evidente. La prosperidad europea depende de la disposición de Estados Unidos de dar garantías de seguridad y guiar el orden internacional liberal. Ahora que EE.UU. abandona esta posición en pos de un nacionalismo atávico, los europeos se han quedado solos. Cabe esperar que puedan tener reflejos rápidos para preservar su unidad y salvar el sistema internacional que les ha reportado paz y prosperidad por generaciones.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany’s strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany’s Green Party, which he led for almost two decades.