Hace 50 años, en plena Guerra Fría, un Estado satélite de la Unión Soviética intentó cambiar las reglas. Checoslovaquia, con Alexander Dubček al frente, propuso un nuevo modelo conocido como “socialismo con rostro humano”; durante los breves meses que duró la primavera, se promovieron reformas socioeconómicas y los ciudadanos recuperaron gran parte de sus libertades y derechos. Pero el mundo en la segunda mitad del siglo XX, con su lucha de bloques y un delicado equilibrio de poderes, no podía permitir que Checoslovaquia floreciera aún.
1968 no fue un año cualquiera para Checoslovaquia. En realidad, no fue un año cualquiera para el mundo en general. De este a oeste, los jóvenes ocupaban las calles para reclamar los derechos y libertades que legítimamente sentían como suyos. La rebeldía —contra la opresión, contra la desigualdad, contra la guerra de Vietnam o simplemente contra cualquier autoridad— estaba a la orden del día y las incipientes cadenas de televisión estaban allí por primera vez para dejar constancia y unir todos esos sentimientos en un movimiento casi universal.
Los estudiantes checoslovacos, con sus cuellos de tortuga y largas melenas, llenaban las calles de Praga y daban a la ciudad un aire bohemio y de libertad. Intelectuales y artistas se reunían en los cafés y clubs de jazz cerca de la plaza Venceslao y la poesía y el teatro florecían a su alrededor. Por primera vez en mucho tiempo, la censura no acechaba a la prensa, que incluso trataba temas hasta ese momento tabú, como las injusticias y atrocidades cometidas por el Partido Comunista tras la guerra. La primavera por fin había llegado a Praga.
Sin embargo, tan solo unos meses más tarde, las incipientes flores serían aplastadas por los tanques soviéticos bajo las órdenes de Moscú. La censura y la persecución política volverían a instalarse durante otros 20 largos años hasta que el muro cayera en Berlín. Cientos de checoslovacos escaparon al exilio y Praga se sumió en una tristeza infinita, anhelando el medio año en el que brilló con todo su esplendor.
Para ampliar: “The End of Communism in Eastern Europe”, George Schopflin en International Affairs, 1990
La construcción de 1968
Para entender cómo semejante ventana de libertad pudo abrirse en Centroeuropa en mitad de la Guerra Fría, es necesario comprender los elementos y circunstancias que precedieron a 1968. Tras seis años de ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, la mayoría del país queda bajo el control de la Unión Soviética. Stalin se retira de Checoslovaquia y devuelve el control al anterior presidente del país, Edvard Beneš, en el exilio hasta ese momento. Beneš, debilitado tras la guerra, busca apoyos en el Partido Comunista de Checoslovaquia (conocido como KSČ por sus siglas en checo y eslovaco) y en la Unión Soviética, que a su vez han salido fortalecidos del conflicto.
El KSČ comienza a ejercer presión en el Gobierno y a convocar manifestaciones, hasta que en 1948 Beneš no tiene más remedio que ceder y exigir la dimisión de todos aquellos ministros que no pertenezcan al Partido Comunista. El propio Beneš corre la misma suerte el verano de ese año y deja paso al primer presidente comunista de Checoslovaquia, Klement Gottwald. De esta manera, en lo que se conoce como el Golpe de Praga, el KSČ se hace con el control del aparato del Estado y convierte a Checoslovaquia en un país satélite más en la red de la URSS —incluida, más adelante, la membresía en el Pacto de Varsovia y en el Consejo de Ayuda Mutua Económica o Comecon—.
La nueva Constitución de 1948 declara la República Popular Checoslovaca. El poder político se reparte en dos figuras, la del presidente y la del secretario del KSČ, ambas bajo la supervisión y aprobación de la Asamblea Nacional checoslovaca y del Partido Comunista en Moscú. Con relación a la cultura, todos aquellos elementos considerados parte de la oposición —incluida la Iglesia católica— son suprimidos o reprimidos. Los principios del marxismo y del leninismo dominan la vida cultural y la educación.
La economía se planifica, la propiedad privada se prohíbe y se lleva a cabo un proceso de nacionalización que afecta a casi todos los sectores de la economía. La inversión se centra en la industria pesada, lo que frena el desarrollo del país en comparación con otros Estados vecinos del Bloque del Este. El descontento con el nuevo régimen es una realidad casi desde el primer momento y se intensifica aún más con el nombramiento de Antonín Novotný como nuevo secretario del KSČ en 1953 y, acumulativamente, presidente de Checoslovaquia en 1957.
Para ampliar: Eastern Europe, Gorbachev, and Reform: The Great Challenge, Karen Dawisha, 1990
Dubček y el “socialismo con rostro humano”
El año 1968 comienza con drásticos cambios en el Gobierno. El 5 de enero Novotný es destituido como secretario del KSČ por el Comité Central. Sus políticas antieslovacas y diversas tramas para acabar con la oposición, entre otros motivos, consiguen que ni siquiera Leonid Breznev, líder del Partido Comunista en Moscú, lo salve. En su lugar, Alexander Dubček, una cara nueva para la mayoría de los checoslovacos, ocupa el cargo de secretario del partido. Esta nueva figura, con su rostro enigmático, se convierte casi sin quererlo en el adalid de la revolución que estaba a punto de suceder.
Dubček reunía en su aparentemente lacónica personalidad una serie de cualidades que lo hacían distinto de otros políticos dentro del partido. Por un lado, era eslovaco, lo suficiente como para ser aceptado por Eslovaquia, pero no tanto como para suponer una amenaza para la cúpula de Praga. Había crecido durante la ocupación nazi y en gran parte por ello era un miembro convencido del Partido Comunista. Nunca fue su intención rebelarse contra Moscú; de hecho, siempre que podía declaraba la lealtad de Checoslovaquia a la URSS. Sin embargo, la visión de Dubček sobre el comunismo era idealista y escapaban a su imaginación los verdaderos mecanismos de poder que manejaban todo desde el Kremlin. En su visión del sistema, tenía sentido llevar a cabo reformas y modernizar la sociedad.
Esta nueva idea de una democracia comunista, llamada por Dubček “socialismo con rostro humano”, estaba basada en dos pilares. Por un lado, se establecerían medidas para modernizar todos los sectores de la economía, aunque el Estado seguiría teniendo un papel relevante en su control. Por otro lado, el Estado se comprometía a proteger ciertas libertades individuales y limitar la interferencia en ellas. Todo ello, manteniendo al KSČ como partido único. Ciertamente, los términos democracia y partido único son mutuamente excluyentes, pero Dubček no era el único que pensaba que un sistema con estas características era posible. En una encuesta realizada a principios del verano de 1968, el 89% de los checoslovacos respondió que quería mantener un Estado comunista, frente a solo el 5% que abogaba por el cambio a un sistema capitalista.
Para ampliar: 1968: El año que conmocionó al mundo, Mark Kurlanski, 1998
Las reformas comienzan en marzo, justo a tiempo para la primavera, y coinciden además con la destitución de Novotný de su otro cargo como presidente. La asfixiante censura que se había cernido sobre la prensa se levanta y las ideas se transmiten libremente entre la población. Juventudes y sindicatos comunistas se desintegran y se forman nuevas organizaciones no comunistas, como el Club de Comprometidos Sin Partido y la Asociación de Víctimas de la Represión —formada por antiguos presos políticos de los años 50—, conocidos respectivamente como KAN y K231. Estas nuevas organizaciones surgen desde abajo, en un acto de autoorganización social, y son toleradas por las estructuras oficiales.
Para ampliar: El poder de los sin poder y otros escritos, Václav Havel, 1990
Las noticias sobre otras partes del mundo, sus revoluciones y protestas también inflaman el sentimiento de rebeldía checoslovaco. La juventud se siente parte de un movimiento universal y adquiere un sentido de pertenencia y legitimidad. Pero no solo eso: los abusos y crímenes del Partido Comunista desde que llegó al poder en 1948 salen a la luz e inflaman el descontento de la sociedad, que sigue el agitado debate por televisión y sale a las calles para protestar. Las cámaras también están allí para grabar y dejar constancia de las numerosas manifestaciones y las retransmiten al mundo entero, que se hace eco del movimiento checoslovaco.
Sin embargo, no todos en el partido ven con el mismo entusiasmo el florecimiento de la sociedad checoslovaca. El KSČ se divide internamente: aquellos a favor de Dubček y el “socialismo con rostro humano” y los estalinistas, que miran a Moscú con esperanzas de una intervención y comienzan a planear en secreto una toma de poder. El Kremlin, por su parte, también está inquieto. Checoslovaquia, en plena frontera del Bloque del Este, ocupa una posición clave en plena Guerra Fría y perderla acarrearía graves problemas geoestratégicos para la URSS. Además, los sucesos en Checoslovaquia podrían causar un efecto dominó en otros países, como Rumanía, Yugoslavia o Polonia. Breznev decide intervenir.
Para ampliar: “La Primavera de Praga”, Jean-Louis Molho y Alain Fuster en Cuando el mundo se tambalea, 2009
La sombra de Moscú es alargada
La Operación Danubio comienza el 21 de agosto de 1968. Las tropas del Pacto de Varsovia invaden las calles de Praga ante la incredulidad de los ciudadanos y el desconocimiento de Dubček y de los suyos. Las preparaciones, sin embargo, habían comenzado unos días antes. El plan era el siguiente: la noche del 20 de agosto el presídium se reuniría por última vez antes del 14.º congreso del partido, los tanques entrarían en Praga y Dubček y sus aliados no tendrían más remedio que renunciar. Entonces los miembros del Gobierno pro-Kremlin se harían con el control y solicitarían formalmente la intervención de Moscú arguyendo la existencia de un golpe contrarrevolucionario, y la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia parecería más una consecuencia que una causa.
Pero la Historia estaba lejos de suceder de manera tan sencilla. En lugar de un suave cambio de Gobierno y la alabanza del pueblo a las tropas soviéticas salvadoras, el Kremlin había cometido un error fatal. Dubček, incapaz de entender la invasión de las fuerzas del Pacto, decide no renunciar y defiende ser el único Gobierno legítimo de Checoslovaquia. Los conspiradores no tienen el poder suficiente como para llevar a cabo su plan y en el momento en el que los tanques cruzan las calles praguenses Dubček sigue siendo el secretario del KSČ.
El pueblo checoslovaco intenta frenar la invasión ilegítima bloqueando las calles con sus cuerpos y construyendo barricadas. Algunos de ellos se paran a preguntar a los soldados soviéticos a qué se debe su presencia; otros los increpan y lanzan objetos al grito de “¡Esto no es Vietnam!”. En algunas partes del país, sus esfuerzos dan fruto, pero en otros tantos el resultado son centenares de heridos y decenas de muertos. El Ejército checoslovaco tiene órdenes directas de Dubček de no usar la fuerza contra los invasores; no solo las tropas del Pacto de Varsovia los superan en número, sino que cualquier resistencia podría parecer, en efecto, un intento contrarrevolucionario y legitimar la intervención.
Dubček es detenido y enviado a Moscú para ser juzgado junto con otros dirigentes del KSČ. El pueblo sale a la calle de forma aún más multitudinaria y comienza ocho días de resistencia pasiva frente a las tropas invasoras. Se produce una huelga general; los praguenses dibujan esvásticas en los tanques y cambian los carteles de las calles para confundir a los soldados. Pero todos los esfuerzos son en vano: Dubček y los suyos se ven obligados a firmar los acuerdos de Moscú y ratificar la ocupación soviética de Checoslovaquia. Gustáv Husák sucede a Dubček y deshace las reformas llevadas a cabo por su predecesor. Comienzan los juicios y el KSČ depura a los miembros fieles a Dubček y su socialismo con rostro humano.
La sociedad checoslovaca se sume en el letargo, abatida por el devenir de los acontecimientos. La rendición y la normalización se producen tan rápido que en enero de 1969 el joven Jan Palach decide inmolarse y se prende fuego en plena plaza Venceslao, no tanto para protestar por la ocupación, sino para despertar las conciencias de sus conciudadanos. Un mes más tarde, otro joven estudiante, Jan Zajíc, sigue su ejemplo y se quema a lo bonzo en el mismo lugar. Sin embargo, sus acciones no tendrán el efecto esperado y no se produce ningún cambio significativo tras ellas. Las flores de la Primavera de Praga no sobrevivieron al invierno y dieron paso a 20 años de régimen comunista en el país.
Para ampliar: The Prague spring 1968: a national security archive documents reader, Jaromír Navrátil, 1998
“Podrán cortar todas las flores…”
A pesar de todo, los breves meses que duró la Primavera de Praga no pasaron en vano. La represión del pueblo checoslovaco, retransmitida por todo el mundo, supuso un duro golpe para la imagen de la URSS. Ceaușescu en Rumanía y Tito en Yugoslavia fueron algunos de los líderes comunistas que condenaron la invasión. La URSS había sentado un peligroso precedente que los ponía a ellos también en riesgo. Otros, como Fidel Castro en Cuba, apoyaron la intervención, lo que crearía una relación agridulce con los checoslovacos que se mantiene hasta la fecha.
Centenares de ciudadanos emigraron. Decenas de intelectuales acabaron en el exilio. Algunos, como Milan Kundera desde Francia, dejaron reflejo en sus obras de los años del comunismo en Checoslovaquia y la invasión en 1968, ambos vividos en primera persona. Otros, como Václav Havel, decidieron permanecer en Checoslovaquia y liderar desde dentro la disidencia contra el régimen soviético. Durante ese periodo, Havel se convertirá en una figura destacada en la Historia del país y liderará importantes iniciativas en defensa de los derechos humanos, como la Carta 77 o el Comité para la Defensa de los Injustamente Perseguidos. En 1989 Havel y el Foro Cívico serán claves durante la Revolución de Terciopelo, que podrá fin al control soviético del país y convertirá a Havel en su primer presidente tras los largos años del comunismo.
Dubček volverá a la vida pública en 1989 para prestar su apoyo a Havel como presidente, a pesar de no coincidir con su idea de una Eslovaquia independiente. Dubček será elegido presidente del Partido Socialdemócrata de Eslovaquia en 1992, pero fallecerá ese mismo año en un accidente de tráfico. El 1 de enero del año siguiente la República Checa y Eslovaquia se separan oficialmente en lo que se conocerá como el divorcio de terciopelo. Havel será democráticamente elegido como el primer presidente del recién nacido país y se mantendrá en el cargo hasta el año 2003.
Para ampliar: “Checoslovaquia: bodas de brillantes, divorcio de terciopelo”, Abel Gil en El Orden Mundial, 2017
La memoria de los mártires de la Primavera de Praga, Palach y Zajíc, intentó ser borrada por el Gobierno comunista. La tumba de Palach se convirtió en un punto de encuentro para los jóvenes y disidentes, por lo que la policía secreta decidió exhumar sus restos y trasladarlos a la ciudad natal de Palach. Para evitar estas mismas concentraciones, se prohibió el entierro de Zajíc en Praga. Sin embargo, desde 1990 ambos estudiantes son conmemorados por los habitantes de la ciudad. Todos los años los checos dejan flores sobre sus tumbas o sobre la cruz conmemorativa que se encuentra en el suelo de la plaza Venceslao en el mismo lugar donde se inmolaron.
Si cabe una última reflexión sobre la Primavera de Praga, es que se adelantó a su tiempo. Checoslovaquia era una pieza más en el tablero para los dos grandes bloques que luchaban por inclinar la balanza de poder a su favor. El pueblo checoslovaco saboreó la libertad durante unos pocos meses, pero sus aspiraciones no podían realizarse en plena Guerra Fría, lo que no significa que fueran olvidadas o no tuvieran ningún impacto posterior. Como muestra, en 1987 Gennadi Gerasimov, portavoz del Gobierno de Mijaíl Gorbachov, fue preguntado por la diferencia entre la perestroika y la Primavera de Praga. “19 años”, fue la respuesta.
Para ampliar: Return to Diversity: A Political History of Central Europe Since World War II, Joseph Rothschild y Nancy M. Wingfield, 2000