Tres tocayas con historias y contextos muy diferentes, las Guineas africanas comparten estar tocadas por el Atlántico y ser parte del golfo con su mismo nombre. Todas vieron llegar primero a los portugueses, quienes abrieron camino a otros europeos en la carrera por África y dibujaron el litoral del continente en sus mapas. Viajamos a un pasado colonial que, aunque ya no marca sus nombres, dejó una impronta que dura aún hoy.
Siendo estrictamente respetuosos con la geografía física, el golfo de Guinea comenzaría en la actual Liberia y abarcaría hasta Gabón; sin embargo, por Historia y denominación, conviene mirar unos kilómetros más al norte. Esta subregión africana pasaría de ser una zona rica en minerales a ser un punto clave en el comercio de esclavos a partir del siglo XVI. Hoy conviven en ella países de muy distinto perfil, aunque afectados por multitud de problemas compartidos: la maldición de los recursos, las asperezas del colonialismo, los conflictos étnico-religiosos, la desigualdad o la piratería.
Para evitar la escalada de conflictos étnicos, la Organización para la Unidad Africana —hoy Unión Africana— decidió que se respetasen las fronteras trazadas durante la colonización. Esto convierte a muchos de los actuales Estados africanos en hijos administrativos de la metrópoli, con lo que difícilmente pueden escapar de las contradicciones derivadas de ello. Testigos de las incursiones europeas y las luchas de poder del Viejo Continente, hoy encontramos en la costa occidental africana tres países que comparten nombre, pero no apellidos.
Era el año 1494 y un cayuco salía como cada mañana de las costas de la isla que hoy conocemos como Annobón. Si había suerte, volvería con varios pescados para cocinar con coco y especias. Ajenos a que se estaba decidiendo su destino a orillas del Duero, las tribus locales del golfo de Guinea seguían con sus quehaceres diarios. Mientras tanto, los monarcas de Portugal y España se reunían en Tordesillas para repartir el Nuevo Mundo —y parte del Viejo— en áreas de influencia. África occidental caería en gran medida del lado de los lusos y comenzaría entonces en el golfo de Guinea una época marcada por los poderes extranjeros.
Los navegantes portugueses partían rumbo Atlántico sur a mediados del siglo XV en busca de rutas marítimas que conectasen Europa occidental con la India e Indonesia. También Colón buscaba las Indias cuando zarpó al oeste y murió creyendo haberlas encontrado. Aunque los portugueses terminarían llegando, su ruta por el océano les iría descubriendo un continente de gigantescas proporciones apenas conocido.
En un primer momento, se estableció contacto con los locales para intercambiar bienes que pudieran nutrir con provisiones a las pioneras embarcaciones que recorrían el Atlántico sur. Poco a poco, fueron estableciéndose enclaves comerciales en las costas y se fue creando un espacio de intercambio.
De nuevo, el destino del golfo de Guinea iba a verse marcado por un acontecimiento que tenía lugar a kilómetros: el negocio del azúcar en Brasil se convirtió en una máquina cuyo combustible era la mano de obra barata. Comenzaba un episodio oscuro del África negra, cuyas consecuencias aún se sienten en las poblaciones afrodescendientes de América y en el continente mismo. Portugueses y españoles se embarcaron en el negocio de esclavos, que llevarían forzosamente al Nuevo Mundo. El sonido del dinero hizo que se sumaran otras potencias europeas. Las islas de Cabo Verde y las costas del golfo de Guinea, controladas en gran medida por los lusos, se convirtieron en puntos claves para el tráfico de personas.
El interés de los europeos por el continente africano en sí, y en especial por la región subsahariana, comienza verdaderamente en la segunda mitad del siglo XIX. Varios hechos precedieron a este interés. La revolución industrial cambiaba profundamente las relaciones económicas entre Estados y obligaba a aquellos países que tomaron la delantera, especialmente Gran Bretaña, a buscar nuevos mercados en los que vender productos manufacturados y comprar materias primas. El crecimiento demográfico y el discurso nacionalista jingoísta se sumaban a esta transformación económica y propiciaban una competencia entre los Estados europeos, voraces por conquistar nuevos territorios.
Para ampliar: El reparto de África. De la Conferencia de Berlín a los conflictos actuales, Roberto Ceamanos, 2016
La caída del Imperio otomano y la toma de posesión de la región del Magreb por parte de otras potencias llevaba a los europeos a las fauces de un vasto continente prácticamente desconocido. Los procesos de independencia de América, unidos a los principios de la Revolución Francesa, llevaron a que en el siglo XIX se empezara a cuestionar moralmente la esclavitud. El cambio discursivo que esto conllevó, que finalmente se asentaría entre los principios defendidos por los Estados europeos, tendría consecuencias superficiales que derivarían en pocas mejoras para la población africana.
Los negros pasaron de ser consideradores inferiores, y por ello cosificados y vendidos como bienes, a ser equiparados a menores de edad necesitados, con los que era preciso un trato de mano dura combinada con compasión. La “carga del hombre blanco” se proyectaba en las invasiones civilizadoras que iban a seguir, pero sin abandonar el modelo extractivista y de trabajos forzosos. Portugal y España fueron dos de los países que más intereses tenían en el comercio de esclavos: eran economías deficitarias y poco industrializadas, frente al ejemplo de Gran Bretaña, principal interesado en abolir la esclavitud para poder vender sus manufacturas en los territorios periféricos.
Para ampliar: “La invención de la raza blanca”, Marcos Bartolomé en El Orden Mundial, 2017
En suma, el pulso discursivo contra la esclavitud derivó en otro tipo de opresión. Comenzaban la carrera colonial por África, y el pistoletazo de salida se celebraba en Berlín entre los años 1884 y 1885. Portugal y España jugarían en esta conferencia un papel insignificante en comparación con lo firmado en Tordesillas.
Los pioneros navegantes portugueses fueron los primeros en llegar a las costas de Guinea Bisáu alrededor del siglo XV. Encontramos hoy huellas de sus pisadas en los nombres de muchos territorios bautizados por ellos: Annobón —hoy perteneciente a Guinea Ecuatorial—, Alto Volta —actual Burkina Faso—, Flor Formosa —actual Bioko—, Porto Novo, etc.
Las relaciones con los locales cambiaron bruscamente conforme avanzaba la colonización del actual Brasil. La necesidad de mano de obra en las plantaciones de azúcar embarcó a los portugueses en un negocio triangular entre los tres continentes, de África exportaba esclavos a América y de ahí materias primas que llegaban a Europa. Durante un tiempo, Guinea Bisáu fue conocida como la “costa de los esclavos”.
Las dificultades a la hora de controlar un imperio tan vasto y el endeudamiento que conllevó mantenerlo supusieron la reducción del área de influencia lusa desde finales del siglo XVII. La incapacidad para avanzar hacia el interior a la altura de Guinea Bisáu y para ejercer un control efectivo del territorio llevó a que franceses y británicos cercaran durante el XIX las zonas de influencia lusa.
El declive del Imperio portugués coincidiría con el auge de otras potencias europeas, que tomarían el relevo. Las guerras napoleónicas habían dejado a la Corona portuguesa en una difícil situación: la llegada de los franceses a Portugal obligó a la monarquía a exiliarse a Brasil. Tiempo después, en 1822, este gigantesco territorio americano alcanzaría la independencia.
En la segunda mitad del siglo XIX, el relato nacionalista portugués se vincularía mucho a la colonización de África. En principio, los lusos partían de cierta ventaja en la carrera por repartirse el continente, ya que sus navegantes habían explorado las costas varios siglos atrás y tenían numerosos contactos locales. Sin embargo, Portugal tenía una economía más cercana a los territorios que quería colonizar que a las incipientes potencias industriales: al exportar productos primarios, tenía una balanza comercial deficitaria.
Durante la Conferencia de Berlín se acordó que para considerar colonia a un territorio había que ocuparlo de manera efectiva. Los británicos dudaron de la capacidad lusa de ejercer control sobre sus territorios de influencia en África más allá del litoral. Esta percepción era compartida por otros europeos, y Portugal se propuso acallar estas voces invirtiendo importantes sumas y esfuerzos en la empresa colonial. Entre otras razones, esta necesidad de demostrar su poderío convertiría el colonialismo portugués en uno de los más virulentos y longevos del continente africano.
En un inicio, Cabo Verde y Guinea Bisáu eran una unidad administrativa. A finales del siglo XIX, Portugal acabó dividiendo en distritos estos territorios y ocuparía por la fuerza la actual región de Guinea Bisáu, sin poder internarse demasiado en la zona continental. En un intento por aumentar el control en la zona, los portugueses trataron de establecer medidas proteccionistas para evitar el comercio de los locales con otras potencias coloniales, lo que aumentó la resistencia local frente al poder colonial luso.
Tras el golpe de Estado de 1926, comenzó en Guinea Bisáu un régimen dictatorial, pero terminaría por caer en el bando de los aliados. Esto se debió, entre otras razones, a que Portugal controlaba un enclave geoestratégico: el archipiélago de las Azores. El emplazamiento de estas islas sería clave durante la II Guerra Mundial y después en la Guerra Fría. La presión estadounidense contra la colonización se suavizaría en el caso de Portugal tanto por este hecho como debido al marcado carácter socialista de los movimientos de independencia en las colonias portuguesas.
Portugal mantuvo su presencia colonial en África hasta finales del siglo XX. Guinea Bisáu sería el primer país africano en independizarse con una guerra de guerrillas en 1974. Rodeado por la Guinea Francesa, el movimiento independentista de Guinea Bisáu se nutrió de la experiencia de su vecina y tocaya.
Para ampliar: “La independencia del África lusófona: una revolución traicionada”, Luis Martínez en El Orden Mundial, 2017
Nos situamos al sur de Senegal en agosto de 1952. Un tal Sekou Touré era elegido secretario general del Partido Democrático de Guinea (PDG), asociado al Movimiento Democrático Africano. Touré era un conocido sindicalista y el partido al que pertenecía había invertido esfuerzo y tiempo en obtener presencia y peso en zonas rurales.
Cuando estallaron las huelgas de 1953 en Baja Guinea, los trabajadores recibieron apoyo material del interior rural. Protestaban por mejores condiciones laborales ante la metrópoli; los guineanos pudieron así medir fuerzas frente a Francia y ver las posibles alianzas locales.
Para ampliar: Historia contemporánea de África (desde 1940 hasta nuestros días), José Luis Cortés López, 1995
La unidad en torno a este líder y la fuerza del PDG hicieron que Guinea fuera el primer país francófono en declarar su independencia en 1958. Rechazaron así la propuesta de formar parte de la comunidad ideada por De Gaulle para una descolonización a medio gas, el régimen de autogobierno vinculado al Elíseo propuesto por París. El eslogan de campaña, “Preferimos la pobreza en la libertad a la riqueza en la esclavitud”, se convirtió en un lema en otros muchos países que después reclamarían su independencia.
Aunque admirado y apoyado por otros líderes africanos, su apuesta por el no a continuar en la Unión Francesa no fue secundada por otros países francófonos. Los franceses se retiraron del país tras conocer los resultados del referéndum y rompieron relaciones de forma abrupta. Sekou buscaría apoyos y se posicionaría en el bloque socialista.
Guinea empezó a ser la Guinea Francesa en 1891 como territorio separado de Senegal. El imperio colonial francés de África occidental avanzó por mar y tierra rodeando la Guinea Portuguesa y avanzando en la búsqueda de conectar por tierra sus territorios. La pronta independencia del país frente a sus tocayas portuguesa y española permitió que se apropiaran del nombre sin necesidad de apellidos.
Las plantaciones de cacao en la isla de Bioko están hoy paralizadas. El famoso “negrito del África tropical” era en realidad un trabajador explotado de Guinea Ecuatorial. Aunque a pequeña escala hay puestos en los que conseguir dulces de cacao locales, la agricultura intensiva de esta fruta ya no se da ni en islas ni en el continente. Una fuerte conexión con la no tan lejana colonización, la esclavitud y los trabajos forzosos impiden que prospere un sector que otro lado podría ser muy lucrativo.
Los españoles llegaron a Guinea Ecuatorial en el siglo XVIII motivados por meter un pie en el lucrativo negocio del tráfico de esclavos. Los portugueses, que habían llegado tres siglos antes, ceden los territorios de Annobón, Bioko —antigua Fernando Po— y la parte continental del río Muni a los españoles en 1777. Como los lusos, los españoles terminarían por adoptar el cambio discursivo de la “carga del hombre blanco” y sustituirían el régimen de esclavitud por el de trabajos forzados. Un buen ejemplo de ello es el traslado obligado de importantes grupos de la población fang continental a la isla de Bioko.
A la vez que obligaban a la población local a trabajar en las plantaciones y en la tala de árboles, grandes grupos de misioneros evangelizaron a la población. Llama la atención la impronta católica en el país, que, aunque hoy se vea reducida por el auge de los evangelistas, sigue aún muy viva; de hecho, importantes escuelas y servicios sociales recaen todavía sobre las espaldas de los misioneros. Este triunfo de la evangelización contrasta con el caso de las otras dos Guineas africanas, en las que la mayoría de la población es musulmana.
Llegan los últimos años del siglo XIX y España pierde Cuba y Filipinas poco después de que las potencias europeas celebrasen en Berlín su famosa conferencia para repartirse África. España atraviesa serias dificultades políticas y económicas y Guinea Ecuatorial pasa a convertirse en un leitmotiv del nacionalismo. La colonización como tal de esta región tiene lugar desde la Restauración y la dictadura de Primo de Rivera hasta casi el final del franquismo. El Estado de Guinea Ecuatorial se compone de una franja continental y las islas de Annobón, Bioko, Corisco, Elobey Gran y Elobey Chico. Al igual que Guinea Bisáu, es un territorio orientado al litoral; los españoles no tuvieron la capacidad para internarse en el continente, como sí harían los franceses en Guinea. También en este caso los franceses rodearon el territorio continental de la Guinea Española —los actuales países de Camerún y Gabón—.
Durante el franquismo se mantuvo un régimen de explotación del cacao y de la madera del que varias familias españolas se beneficiaron. Llegaba el final de los años 60 y España recibía presiones internacionales por seguir manteniendo una colonia bajo la denominación de provincia. A su vez, la fuerza del movimiento independentista guineano crecía. El Gobierno de España se vio obligado a aceptar la formación de un Gobierno constituyente y la celebración de un referéndum para una nueva Constitución. La Guinea Española se convertía después de más de 120 años en un Estado independiente que adoptaba el nombre oficial de República de Guinea Ecuatorial.
Persiste aún hoy una discusión abierta sobre el origen etimológico de la palabra guinea, si procede del bereber, del árabe o si tiene relación con el Imperio soninké. Lo que sí se sabe con certeza es que los europeos denominaban así a la región atlántica de África que iba desde Senegal hasta el Congo.
Por eso, cuando el navegante español Íñigo Ortiz de Retes llegó en el siglo XVI a la actual isla de Nueva Guinea, por la que pasarían antes los lusos, la bautizó con ese nombre por los rasgos y color de piel de su población, que le recordaron a las gentes del golfo guineano. Ingleses, holandeses y alemanes pelearían en estas islas del Pacífico por conseguir sus propias Guineas. Aunque tocayas de las africanas, la Historia detrás de esas islas, como su contexto, merecen un artículo propio.
Esta entrada fue modificada por última vez en 10/03/2018 12:12
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