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Interregno hegemónico y competencia interestatal

Interregno hegemónico y competencia interestatal

ZerdoHedge

Daniel Morales Ruvalcaba

Marzo 2018

¿Qué Estado ocupa hoy el vació de poder dejado por Estados Unidos? Según se estableció, el ciclo hegemónico de Estados Unidos ha llegado a su fin, pero ninguna potencia ha relevado su posición hegemónica. La humanidad ha entrado en un momento poco común en la historia, caracterizado por la ausencia de hegemonía: este periodo puede ser nombrado como “interregno hegemónico. Interregno se define como el tiempo en que un Estado no tiene soberano; aquí será empleado para hablar del periodo en que el sistema internacional carece de potencia hegemónica.

En la era moderna, solo las Provincias Unidas de los Países Bajos, el Reino Unido y Estados Unidos han alcanzado la hegemonía. Sobre cada uno de ellos existe amplia literatura, pero algo poco estudiado han sido los periodos de transición. De manera muy sintética se puede anotar que los momentos de interregno hegemónico se distinguieron por la intensa competencia interestatal, la impetuosa competición interempresarial y la creciente conflictividad social, todo lo cual se tradujo en caos sistémico. Aun cuando se retroalimentan, lo que interesa esclarecer aquí son las dinámicas a nivel interestatal.

La competencia interestatal tiene como principales actores al exhegemón, que busca conservar el statu quo; las potencias emergentes, que se colocan como aspirantes hegemónicos y despliegan políticas revisionistas; y las potencias mundiales previas, antiguos aliados del hegemón y frecuentemente potencias declinantes, que tienden a replantear sus compromisos para prevalecer en el caos sistémico. De esta forma, ocurre una competencia a tres bandas: 1) entre el exhegemón y los aspirantes hegemónicos; 2) entre los mismos aspirantes hegemónicos, cuyas relaciones suelen ser de competencia/cooperación, y 3) entre las potencias mundiales y el exhegemón, quienes pragmáticamente se distancian cuando ven amenazados sus respectivos intereses. Dicha competencia no debe ser vista con fatalidad, sino como una situación estimulante para las partes que conduce, en el mediano y en el largo plazo, a mejoras productivas y tecnológicas, aunque no sin antes incrementar la conflictividad social. Ahora ¿en qué ámbitos del poder ocurre tal competencia?

Competencia interestatal

La superioridad que alcanza un Estado hegemónico parte de lo económico, que básicamente comprende lo productivo, lo comercial y lo financiero. La preponderancia económica permite invertir sus importantes recursos en dos ámbitos estratégicos: en defensa, lo cual garantiza un territorio inexpugnable, la prevalencia de intereses en luchas armadas y enorme capacidad disuasoria en posibles conflictos, y en investigación, lo cual posibilita desarrollar nuevos productos e innovar en métodos de producción. Todo lo anterior fortalece su moneda y estimula la centralización de capitales en su territorio, proporcionando una vasta cantidad de recursos que el hegemón emplea para consolidar su poder material.

En un contexto de interregno hegemónico no existe primacía económica contundente por parte de un Estado; es decir, mientras que la superioridad productiva puede ser ejercida por uno, el predominio comercial y el financiero pueden recaer en otros. También, el aventajamiento científico se diluye debido a la democratización tecnológica resultante del orden liberal imperante en el apogeo hegemónico. A nivel militar, se producen múltiples fricciones derivadas del choque entre actitudes “conservacionistas” de unos y esfuerzos “revisionistas” de otros.

La preeminencia de un hegemón no se reduce al plano económico-militar, sino que trasciende a lo social.

 

Ahora, la preeminencia de un hegemón no se reduce al plano económico-militar, sino que trasciende a lo social. El aventajamiento de un Estado en sus capacidades materiales tiende a estimular el desarrollo de instituciones políticas y económicas que coadyuvan al progresivo mejoramiento de los estándares de bienestar en sus sociedades nacionales, hasta alcanzar, y luego superar, los niveles de prosperidad de los países más avanzados. De esta manera, el modelo de desarrollo de un hegemón sirve de inspiración para otros.

El interregno hegemónico se distingue por la enorme competencia social a nivel interempresarial. Al modificarse los flujos de circulación de capital y los patrones de concentración de riqueza, las potencias emergentes invierten sus extraordinarios recursos para impulsar mejoras en sus pueblos y alcanzar los altos estándares de bienestar de las sociedades más avanzadas; esto ocurre mientras las antiguas potencias tienden, por su parte, a menoscabar sus capacidades buscando refrenar los cambios sistémicos. Ello conduce a profundas reestructuraciones en la geoeconomía mundial y esto a la generación de revoluciones educativas, sanitarias y energéticas.

Finalmente, para que la hegemonía sea posible, es imprescindible que dicho Estado tenga el apoyo político de otros, especialmente de los más poderosos. Para lograr tal respaldo, el hegemón emplea su poder blando para revestir de fascinación y encanto las otras dimensiones de su poder. Gracias a los grandes recursos fiscalizados, el aparato estatal del hegemón puede impulsar sus capacidades inmateriales por medio de la creación de infraestructura y el desarrollo de actividades culturales, turísticas, académicas, deportivas y recreativas. La eficiente realización de estas, proyectan internacionalmente a la sociedad del Estado hegemónico como “faro” civilizatorio.

De esta forma, el interregno hegemónico se distingue también por la competencia ideológico-cultural. Al declinar, el exhegemón contradice los valores liberales que promovió, pues busca conservar el statu quo. Esto lo lleva al distanciamiento con sus aliados y al choque con las potencias emergentes, quienes tienden a impulsar ideas y valores de tipo revisionista. Las disputas geoculturales alimentan así el caos sistémico.

Interregno del siglo XXI: una perspectiva transhistórica

La fase de interregno “preneerlandés”, a mediados del siglo XVI, se caracterizó por la enardecida competencia interestatal que tuvo como principales escenarios la guerra de los 80 Años (1548-1648) y la guerra de los 30 Años (1618-1648). En ambas, España buscó contener los esfuerzos revisionistas de las potencias emergentes de la época: Francia y el Reino Unido. La Paz de Westfalia, que puso fin a dichas guerras, favoreció en todo sentido a las Provincias Unidas que, además había logrado adelantar a sus competidores hegemónicos.

Efectivamente, varios avances productivos y sociales se conjugaron con una posición geográfica privilegiada, paso obligado entre el norte y el oeste de Europa, para convertir a las Provincias Unidas en la fábrica del mundo, centro del comercio mundial y sede del primer ciclo sistémico de acumulación de capital. Ello impulsó un elevado bienestar social, estimuló la movilidad social y atrajo migrantes con vocación emprendedora que contribuyeron aún más al desarrollo de la hegemonía holandesa. Esta existió hasta inicios del siglo XVIII y se extinguió más tarde con la Paz de Utrecht.

A partir de 1715 transcurrieron casi 4 décadas de interregno hegemónico donde las Provincias Unidas y otras potencias mundiales declinantes buscaron conservar el statu quo cuestionado por los nuevos contendientes hegemónicos: Francia y el Reino Unido. La guerra de los 7 Años (1756-1763), no solo provocó un cambio trascendental en los flujos de capital, que tuvieron ahora por destino las islas británicas, que también resultó en una nueva configuración de poder en Europa y culminó con la transición hegemónica.

El Reino Unido se sobrepuso a Francia en la contienda por la hegemonía gracias a la Revolución industrial. Los británicos fueron pioneros al implementar drásticos adelantos tecnológicos en la industria y la transportación, lo cual atrajo capitales del mundo entero que fueron invertidos en el desarrollo social y cultural, hasta alcanzar su auge en la primera mitad del siglo XIX. Su declive, acompasado por el ocaso del victorianismo, ocurrió décadas más tarde.

El exhegemón contradice los valores liberales que promovió, pues busca conservar el statu quo.

 

Con la Conferencia de Berlín de 1885 inició un nuevo interregno que duró aproximadamente una década y media. Aquí, los competidores por la hegemonía fueron Estados Unidos, el Imperio alemán y Japón, las potencias revisionistas de la época. De ellos, la potencia estadounidense pasó a ocupar en el siglo XX la posición de Gran Bretaña, la cual optó por su splendid isolation.

La hegemonía estadounidense transcurrió a lo largo del siglo XX, siendo el periodo que va desde la Primera Guerra Mundial hasta la década de 1970 cuando Washington logró desplegar todo su poderío y consolidar su preponderancia económico-militar, social y cultural. No obstante, en la década de 1980 inició su gradual declive, mismo que concluyó con el inicio de la Gran Recesión en 2008.

Si bien el expresidente Barack Obama pasará a la historia como uno de los más grandes estadistas del siglo XXI, su política internacional resultó contradictoria el saludar el creciente protagonismo de las potencias emergentes y, al mismo tiempo, buscar preservar el orden exhegemónico estadounidense a nivel mundial y en regiones como Europa del Este, el Medio Oriente y el Sureste Asiático. Por su parte, el gobierno de Donald Trump ha estado llena de traspiés, pero al menos ha situado a Estados Unidos no como país hegemónico con obligaciones específicas, sino en una competencia, propia del interregno hegemónico, en la que destacan China como segunda potencia económica y Rusia superpotencia militar, pero que también pudiera tener como importantes actores a la India (será la tercera economía y el país más poblado del mundo en la siguiente década) y a la Unión Europea, si logra resolver los avatares de su integración. Todos ellos protagonizarán la “competencia a tres bandas” que se anotó anteriormente.

El análisis aquí plasmado dista de una visión determinista de la historia. La principal apuesta es identificar patrones de comportamiento en relaciones de poder preexistentes, que coadyuven a trazar un mínimo de certidumbre en la intensa competencia interestatal y el caos sistémico, aparentemente inéditos.

DANIEL MORALES RUVALCABA es especialista en Relaciones Internacionales, doctor en Ciencias Sociales y maestro en Estudios Contemporáneos de América Latina. Además, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de México e investigador en la School of International Studies de la Sun Yat-sen University (中山大学). Sígalo en Twitter en @moralesruv.

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