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Cooperación internacional 2.0

Cooperación internacional 2.0

OXFORD – Después de décadas de servir como la columna vertebral de un orden global basado en reglas, Estados Unidos, en el gobierno del presidente Donald Trump, está promocionando una agenda de “Estados Unidos primero” que elogia un nacionalismo económico estrecho y una desconfianza de las instituciones y los acuerdos internacionales. Pero tal vez esté surgiendo un nuevo tipo de cooperación internacional -que elude a Trump.

Sin duda, en la medida que la administración Trump siga repudiando los patrones de cooperación establecidos hace mucho tiempo, el riesgo para la estabilidad global se está agudizando cada vez más. Por ejemplo, en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos el mes pasado, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steven Mnuchin, habló elogiosamente de un dólar más débil como una manera de impulsar el comercio estadounidense.

Para un país que depende de la demanda externa de dólares fuertes y de bonos del Tesoro para financiar su déficit de rápida expansión, ésta es una perspectiva imprudente. Es más, representa una traición del compromiso de larga data de Estados Unidos de sostener un sistema monetario basado en reglas que desalienta la devaluación monetaria competitiva.

En política exterior, el secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, ha apoyado el resurgimiento de la Doctrina Monroe -la afirmación del siglo XIX de la primacía estadounidense en el hemisferio occidental que apuntaba a prohibirle la entrada a los competidores europeos- en Centroamérica y Sudamérica, para frenar la creciente influencia de China. La nostalgia de 1823 que manifestó Tillerson no estuvo compartida al sur de la frontera donde, como señaló un analista mexicano, la Doctrina Monroe “sirvió para justificar intervenciones gringas”, y donde la creciente participación de China es vista como un contrapeso de Estados Unidos.

La administración Trump también ha revelado una política nuclear nueva y más agresiva. Su Revisión de la Postura Nuclear propone utilizar ataques nucleares en respuesta a amenazas no nucleares, y desplegar nuevos dispositivos nucleares de “bajo rendimiento” que lanzarían desde submarinos una bomba nuclear equivalente en potencia a las que destruyeron Hiroshima y Nagasaki en 1945. Esta política -destinada, según el secretario de Defensa James Mattis, a convencer a los adversarios de que “no tienen nada que ganar y todo para perder con el uso de armas nucleares”- representa una revocación de 40 años de liderazgo estadounidense en cuanto a reducir los arsenales nucleares y alentar la no proliferación.

Como era de esperarse, otros países rápidamente están perdiendo la fe en Estados Unidos como un socio estable, y mucho menos como un líder confiable. Según una encuesta de Gallup, la confianza en el liderazgo de Estados Unidos en 134 países ha caído de una mediana del 48% en 2016 al 30% en 2018, derrumbándose 40 puntos (o más) en Canadá, Portugal, Bélgica y Noruega. Mientras tanto, la desaprobación del liderazgo estadounidense ha aumentado 15 puntos, a un registro mediano del 43%, comparado con 36% en el caso de Rusia, 30% en el caso de China y 25% en el caso de Alemania.

En tanto disminuye el liderazgo internacional de Estados Unidos, se reduce el compromiso de muchos países con la cooperación -tendencias que podrían culminar en una carrera económica a la baja o incluso en un conflicto violento-. Después de todo, es improbable que un país respete las reglas si cree que sus oponentes no lo harán. Es más factible que Japón, por ejemplo, se abstenga de devaluar su tipo de cambio si cree que Estados Unidos también lo hará.

Por supuesto, algunas de las declaraciones de la administración Trump podrían terminar siendo simples fanfarronadas. Durante el primer mandato del presidente Ronald Reagan a comienzos de los años 1980, él también cuestionaba el orden monetario internacional, adoptó una línea más dura con América latina y expresó dudas sobre la disuasión nuclear (prefería la idea de la superioridad nuclear). Pero, en su segundo mandato, Reagan terminó abrazando la cooperación internacional.

Sin embargo, en ese momento el liderazgo estadounidense prácticamente estaba garantizado, considerando que la otra superpotencia global -la Unión Soviética- estaba en una caída estremecedora. No es lo que sucede hoy. Pero eso no significa que la cooperación internacional esté condenada al fracaso.

En su libro de 1984 Después de la hegemonía, el académico norteamericano Robert Keohane sostenía que la cooperación internacional podría continuar, inclusive sin un dominio global estadounidense. La visión central de Keohane era que la creación de instituciones como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de la Salud y hasta instituciones ad hoc como el G-20 puede requerir un líder claro, pero administrarlas tal vez no.

Por cierto, gracias a estas instituciones, la carga del liderazgo hoy es más liviana. Si los gobiernos pretenden beneficiarse con los sistemas basados en reglas, como los que gobiernan el comercio global, pueden hacerlo mediante las instituciones multilaterales existentes. Esto permite que un conjunto de gobiernos más diverso asuma el liderazgo en diferentes áreas.

En enero de 2017, después de que Trump anunció que Estados Unidos se retiraba del Acuerdo Transpacífico (TPP por su sigla en inglés) -la ambiciosa iniciativa liderada por Estados Unidos para crear un gran bloque de comercio e inversión que abarca a 12 países de la costa del Pacífico-, muchos supusieron que los días del TTP estaban contados. Pero, un año más tarde, los restantes 11 países anunciaron que seguirían adelante, basados en el llamado Tratado Integral y Progresista para el TTP.

De la misma manera, cuando Trump anunció el pasado mes de junio que Estados Unidos se retiraría del acuerdo climático de París, muchos observadores temieron lo peor. Para fines del año pasado, el resto de los países del mundo habían firmado el acuerdo. Es más, 15 estados norteamericanos formaron la Alianza Climática de Estados Unidos, que se comprometió a respaldar los objetivos del acuerdo de París.

Finalmente, el cuestionamiento público por parte de Trump de la OTAN, la alianza de seguridad liderada por Estados Unidos, ha instado a los europeos a avanzar con sus propios planes de seguridad común. Estados Unidos, por temor a terminar marginado, ahora ha planteado objeciones a esas medidas.

Esto no es una sorpresa. La forma de cooperación internacional que hoy está asomando promete reflejar visiones e intereses más diversos, en tanto los países ajustan sus políticas en base a una variedad de consideraciones internacionales, no sólo las preferencias e intereses de Estados Unidos. El resultado podrían ser nuevas coaliciones de cooperación, junto con instituciones globales mejoradas. En cuanto a Estados Unidos, la administración Trump bien puede descubrir que “Estados Unidos primero” en verdad no significa “Estados Unidos solo”.

Ngaire Woods is Founding Dean of the Blavatnik School of Government at the University of Oxford.

Esta entrada fue modificada por última vez en 23/02/2018 10:14

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