El nacimiento de una república islámica
Las revoluciones suelen dividirse en dos fases. La primera fase de la revolución iraní culminó en enero de 1979, cuando el último sha dejaba Irán. La segunda fase, la lucha por el control del nuevo Estado revolucionario, se extendería hasta 1982. De ella saldrían victoriosos los partidarios del establecimiento de un Gobierno clerical, liderados por Jomeini, que fueron capaces de establecer y dominar nuevas instituciones revolucionarias y deshacerse uno por uno de sus contrincantes.
En 1961 fallecía Huseín Boruyerdí, el principal gran ayatolá —marya— de Irán, y dejaba vacante el liderazgo de la comunidad chií del país. Boruyerdí había mantenido una posición apolítica, evitando toda confrontación con el sha. Un año después moría también el gran ayatolá Abolqasem Kashaní, que había apoyado el golpe contra Mosaddeq. Los principales maryas que quedaron tras su muerte continuaron con la línea quietista de Boruyerdí. Sin embargo, un ayatolá de cierto prestigio, aunque sin la categoría suprema de marya, comenzó a destacar en la ciudad de Qom, centro religioso de Irán.
Para ampliar: “La caída del último sha”, Esther Miranda en El Orden Mundial, 2017
El sexagenario Ruholá Jomeini inició una campaña contra las reformas políticas del sha, que había eliminado el requisito de ser musulmán para acceder a la alcaldía y quería conceder el voto a las mujeres en las elecciones locales. Con un grupo de estudiantes religiosos y clérigos de Qom y otras ciudades formó a finales de 1962 la Coalición Islámica de Grupos de Luto, una organización activista de corte religioso. La organización se encargaba de publicar y distribuir panfletos con los discursos de Jomeini y pronto extendió su actividad a Teherán. Cuando a comienzos del año siguiente el sha proclamó el inicio de la Revolución blanca, la coalición organizó protestas en contra.
La revolución era un programa de medidas desarrollistas: se construyeron pantanos e infraestructuras, se llevó a cabo una campaña de alfabetización y, más importante, una reforma agraria y se intentó poner al clero bajo un control más estricto del Gobierno. Es importante tener en cuenta que en el chiismo imaní o duodecimano, el predominante en Irán, el clero ha sido tradicionalmente independiente del Estado, ya que los creyentes pagan el azaque —tribuno prescrito por el Corán— a los clérigos de su elección y no al Estado. Sin embargo, el sha erró en sus cálculos: la reforma agraria no produjo los resultados esperados y a la larga creó una masa de campesinos desposeídos que emigraron a las ciudades; además, el ataque a las instituciones religiosas puso a un buen sector del clero en su contra.
Tras un sermón especialmente virulento, Jomeini fue arrestado en 1963. Cuando las noticias se difundieron, estallaron una serie de protestas en Qom, Teherán y otras ciudades, que fueron duramente reprimidas por el Ejército. Más de 300 personas murieron y otras tantas fueron arrestadas. Jomeini partió al exilio gracias a que el gran ayatolá Shariatmadarí lo reconoció formalmente como igual, con lo que le salvó la vida al no poderse ejecutar a los marya. Desde su exilio en la ciudad sagrada de Nayaf, en Irak, Jomeini continuó su campaña contra el sha. Sus sermones y proclamas eran distribuidos ilegalmente por la coalición en cintas de casete. En 1970 Jomeini finalizó El gobierno islámico, la obra sobre la que sentaría las bases ideológicas de la futura república islámica. En ella Jomeini propone el gobierno del alfaquí, un sistema en el que los juristas islámicos —ulemas— ostentan el máximo poder político.
Para ampliar: El gobierno islámico, Ruholá Jomeini, 1970
Jomeini permaneció en Nayaf hasta octubre de 1978, cuando el servicio diplomático iraní convenció a Sadam Huseín de expulsar al ayatolá del país. Kuwait denegó la entrada a Jomeini, que acabó desplazándose a París vía Turquía, un movimiento que lo situaría en el centro de la atención internacional y le permitiría convertirse en el líder de la revolución a pesar de llevar 15 años sin pisar su país natal. En París recibió ayuda de un grupo de estudiantes y activistas iraníes residentes en EE. UU., Alemania y Francia, que se encargaron de mediar y traducir sus intervenciones en la prensa. Algunos de ellos formarían parte del Consejo de la Revolución y del Gobierno provisional.
Mientras tanto, en Irán se sucedían las manifestaciones, que eran cada vez más multitudinarias y llegaron a alcanzar dos millones de manifestantes en la capital. La violencia escaló, con centenares de víctimas de la represión policial y atentados terroristas. Los episodios más dramáticos fueron el Viernes Negro y el incendio del cine Rex en 1978. El Gobierno monárquico colapsó en febrero de 1979, aunque el sha había partido al exilio un mes antes. En el aeropuerto de Teherán, Jomeini fue recibido por millones de iraníes. Jomeini y el Consejo de la Revolución nombrarían un Gobierno provisional encabezado por Mehdí Bazargán.
Bazargán, un prestigioso ingeniero e intelectual de 72 años, lideraba el Movimiento de Liberación de Irán (MLI), una organización política integrada principalmente por miembros de la reducida clase media. A pesar de no tener una masa de seguidores muy amplia, sus colaboradores eran personas bien situadas en la sociedad iraní, con contactos en el extranjero. La ideología del MLI era liberal, tanto en lo político como en lo económico; esperaban poder organizar un régimen democrático y aspiraban a reducir el tamaño del aparato del Estado. Lo más importante, sin embargo, es que era un movimiento con un marcado carácter religioso: presentaba el islam como el sano equilibrio entre el capitalismo individualista y el comunismo colectivista. No obstante, no apoyaban la doctrina del gobierno del jurista. Sus ideas eran más cercanas a las concepciones anticlericales del sociólogo Ali Shariatí, el “ideólogo de la revolución”, que había sido simpatizante del movimiento antes de su muerte en 1977. La principal figura religiosa del MLI era el prestigioso ayatolá Taleghani, opuesto a la doctrina de Jomeini, pero murió a los pocos meses de la revolución y dejó al partido sin un nexo con el clero.
La autoridad del Gobierno provisional era muy limitada. Solo disfrutaba del poder ejecutivo, ya que el legislativo estaba en manos del Consejo de la Revolución, del cual ya no formaban parte Bazargán, Ebrahim Yazdi y otras figuras del MLI. Las instituciones heredadas del aparato estatal del sha estaban en plena descomposición y algunos puntos del país estaban en manos de la insurgencia kurda y las guerrillas comunistas. Al mismo tiempo, el Gobierno se veía obligado a competir con numerosas organizaciones revolucionarias que rechazaban obedecerlo y llevaban a cabo ejecuciones sumarias, arrestos y confiscaciones. Jomeini se mantuvo deliberadamente ambiguo y rechazó dar su apoyo inequívoco al Gobierno provisional a la vez que avalaba las cortes revolucionarias, carentes de las más mínimas garantías jurídicas y a menudo presididas por un clérigo.
La legitimidad del Gobierno de Bazargán no derivaba de unas elecciones democráticas, sino del prestigio de Jomeini, una contradicción que causaría muchos problemas. Las revoluciones, por lo general, suelen producir Estados más fuertes, pero el programa del MLI pasaba por lo contrario, y su negativa a establecer nuevas instituciones o intentar dominar las que iban surgiendo permitió a los partidarios del régimen clerical montar un Gobierno paralelo mediante grupos paramilitares como los Pasdarán, los comités y las cortes revolucionarias.
Ante la reconocida falta de autoridad de su Gobierno, Bazargán se vio forzado a tomar decisiones contrarias a los ideales de su partido, como la nacionalización de la industria pesada o la censura en la prensa. Esto afectó a la cohesión interna del MLI y causó tensiones en el seno del Gobierno. Dado que Jomeini era el líder indiscutible de la revolución, ningún partido o grupo se atrevía a criticarlo públicamente por miedo a perder popularidad. De este modo, el Gobierno provisional se convirtió en el centro de todos los ataques de los demás grupos políticos, desde los comunistas hasta los partidarios de un régimen clerical. Todos los actores políticos trataban de debilitarlo para hacerse con el control de la recién establecida república islámica, denominación aprobada por una amplia mayoría en un referéndum celebrado a finales de marzo de 1979. Esta sería, de hecho, la primera derrota: Bazargán proponía el término “república islámica democrática”, pero Jomeini y sus partidarios lo rechazaron argumentando que la democracia estaba implícita en el islam.
La segunda gran derrota del Gobierno provisional fueron las elecciones a cortes constituyentes, que se encargarían de redactar la Constitución. La mayoría de los escaños fueron ganados por el recién fundado Partido de la República Islámica (PRI), liderado por Alí Jamenei y partidario de establecer un Gobierno clerical y un firme control estatal de la economía. Esto debería haber hecho reaccionar a los partidos y organizaciones izquierdistas —el Partido de las Masas o Tudeh y los muyahidines y fedayines iraníes—; sin embargo, redoblaron sus esfuerzos contra el Gobierno provisional, al que acusaban de pequeñoburgués y proestadounidense. El antiimperialismo había sido uno de los grandes temas de la oposición al sha durante los 60 y 70 y tanto el PRI como la izquierda compartían su aversión hacia los estadounidenses. Sorprendentemente, el Partido de las Masas y los guerrilleros fedayines apoyaron abiertamente el liderazgo de Jomeini —que había rechazado reunirse con ellos— y las nuevas instituciones revolucionarias, en las que esperaban poder infiltrarse. El Tudeh llegó incluso a apoyar las cortes religiosas y las ejecuciones sumarias y condenar a Amnistía Internacional como un agente del imperialismo y el sionismo.
La toma de la embajada estadounidense por parte de un grupo de estudiantes simpatizantes del PRI en noviembre del 79 fue la gota que colmó el vaso. Superados por la situación y tras comprobar que Jomeini no condenaba el asalto —y que, por tanto, no apoyaba la autoridad del Gobierno provisional—, Bazargán y la mayor parte de su equipo presentaron su dimisión. Los miembros restantes se encargarían de organizar el referéndum sobre la Constitución elaborada por las cortes constituyentes en diciembre y las primeras elecciones presidenciales en enero de 1980. Aunque se suele presentar como un acto de agresión del nuevo régimen revolucionario contra los estadounidenses, lo cierto es que la crisis de los rehenes debe ser leída en clave interna, como una estrategia para forzar la caída del Gobierno provisional y condicionar la política durante los siguientes meses. Los estudiantes que tomaron la embajada encontraron mucha documentación y la filtraron al público de forma selectiva con el fin de dañar a sus rivales políticos. El 3 de diciembre la Constitución era ratificada y Jomeini se convertía en el líder supremo de Irán, una figura de nueva creación con poderes equivalentes a los de un rey en una monarquía constitucional.
Para ampliar: The Making of Iran’s Islamic Revolution: from Monarchy to Islamic Republic, Mohsen Milan, 1994
A pesar de su éxito contra el Gobierno provisional, los velayatis —partidarios del régimen clerical— aún no se habían hecho con la totalidad de las instituciones del nuevo régimen. Las elecciones presidenciales y legislativas de 1980 eran cruciales para consolidar el gobierno islámico. Antes de los comicios, los enfrentamientos entre los partidarios de Jomeini y los seguidores del gran ayatolá Shariatmadarí —el mismo que había salvado a Jomeini en 1963— en Tabriz se saldaron con el arresto domiciliario del anciano ayatolá azerí y la ilegalización de su Partido Popular Republicano Islámico, una organización opuesta al gobierno clerical especialmente fuerte en el Azerbaiyán iraní. Ninguno de los demás partidos condenó la disolución forzosa del partido, un triste prólogo de la deriva que tomaría la república islámica.
Los primeros comicios se celebraron y el ganador, con el 75% de los votos, fue Abolhasán Banisadr, un economista proveniente de una familia clerical, ideológicamente cercano al MLI, pero personalmente enfrentado con algunos de sus miembros. El éxito de Banisadr, que no militaba formalmente en ningún partido, se debió a su popularidad como consejero de Jomeini en París y el apoyo que recibió de los votantes de izquierda —el por entonces popular líder de los muyahidines no se pudo presentar por haber boicoteado el referéndum constitucional—, los liberales y los no partidarios de un régimen clerical. También se debió a la incapacidad del PRI para presentar un candidato convincente. Dada la división en el seno del clero con respecto al gobierno del alfaquí, Jomeini prohibió que los ulemas se presentaran a las presidenciales.
Banisadr se enfrentaría al mismo problema que Bazargán: la falta de autoridad y la negativa de las instituciones revolucionarias a obedecerle. Las elecciones legislativas de marzo, en las que el PRI obtuvo una amplia mayoría —más de la mitad de los escaños—, complicarían aún más la situación. Según la Constitución, el presidente debía proponer al primer ministro —puesto que sería eliminado en 1989— y los distintos ministros y estos debían ser ratificados por el Parlamento. Tras un prolongado tira y afloja con el PRI, Banisadr se vio obligado a elegir a Mohamed Alí Rayaí, un hombre con un perfil diametralmente opuesto al suyo y con el que no consiguió entenderse para elegir ministros, de modo que muchas carteras quedaron vacantes. Ante la constatación de que su autoridad era más bien simbólica, Banisadr decidió centrarse en la política exterior y tratar de resolver la crisis de los rehenes a cambio de conseguir la extradición del sha. Sus intentos, no obstante, fueron en vano, ya que los estudiantes de la embajada solo obedecían a sus mentores del PRI, y el sha escapó de Panamá a Egipto cuando se enteró de las negociaciones para su extradición. En abril del 80, Carter rompió las relaciones diplomáticas con Irán y buscó una vía militar para resolver la situación a través de la operación Garra de Águila. El fracaso de la misión contribuiría a la derrota de Carter frente a Reagan en las elecciones presidenciales de 1981.
En septiembre de 1980 Sadam Huseín atacaba Irán por sorpresa e iniciaba una de las guerras más largas y sangrientas del siglo XX. El ejército iraní, desmoralizado por la revolución, las purgas y la falta de suministros, perdió terreno rápidamente ante las tropas iraquíes. Banisadr criticó la gestión del conflicto por parte de los Pasdarán y las milicias revolucionarias y apoyó públicamente al Ejército. Los velayatis temieron que el presidente quisiera apoyarse en él para reforzar su posición y frustrar su programa, de modo que forzaron la destitución parlamentaria a mediados de 1981 bajo la justificación de la incapacidad del presidente para dirigir la guerra.
Banisadr pudo haber hecho más por evitar la deriva autoritaria que estaba tomando el régimen, pero sus decisiones facilitaron su caída y allanaron el camino a los velayatis. Su carácter individualista y oportunista hizo que no fundase o apoyase decididamente a ningún partido y su negativa a oponerse a Jomeini, a quien consideraba un padre espiritual, lo dejó a merced del PRI, que al fin y al cabo era el brazo político del jomeinismo. Cuando los comités revolucionarios anunciaron que iban a purgar las universidades de izquierdistas, Banisadr se fotografió triunfal en la universidad de Teherán y anunció el comienzo de la revolución cultural. Finalmente, se posicionó abiertamente a favor de los muyahidines, un grupo islámico marxista sin muchos apoyos fuera de las ciudades que pasaría a la clandestinidad en el verano de 1981, momento en el que iniciaron una campaña de atentados que acabaría con la vida de muchos miembros del PRI, entre ellos Rayaí, el sucesor de Banisadr.
A mediados del 81, los jomeinistas estaban en la posición perfecta para hacerse con el control del Estado. La guerra les benefició, ya que permitió justificar las medidas represivas y la censura de la prensa. Los Pasdarán y las milicias Basij, lideradas por el PRI, obtuvieron experiencia de combate. Al mismo tiempo, la preocupación del Ejército por la invasión iraquí redujo el riesgo de un golpe de Estado. Poco a poco, todos los grupos políticos, salvo el PRI y el inoperativo MLI, fueron ilegalizados. El comunista Tudeh fue el último en pasar a la clandestinidad, en 1983. Antes de eso, millares de activistas, intelectuales, directivos de empresas y agencias del Gobierno, comerciantes y opositores a los velayatis fueron encarcelados, ejecutados o autoexiliados. Los jomeinistas habían consolidado su poder entre la confusión de la guerra y el terror de la represión.
Sin embargo, la violencia y la táctica política no son las únicas causas del éxito de los jomeinistas. La mayoría de los partidos representaban a la clase media, tanto a la burguesía comercial tradicional como a la nueva clase media de funcionarios, ingenieros y profesores. El laico Frente Nacional solo era apoyado por la clase alta y la vieja nobleza; el PRI, sin embargo, contaba con el apoyo decidido de un porcentaje significativo de la clase trabajadora y campesinos de las áreas rurales. Hablaba un lenguaje sencillo y accesible, utilizando y manipulando símbolos y referentes religiosos que la mayoría de iraníes conocían en lugar de sofisticadas teorías políticas importadas del extranjero. Era el brazo político del clero militante y, al fin y al cabo, había sido el clero, no los partidos de izquierda o los liberales, el que había brindado su apoyo a los pobres en los años previos a la revolución ofreciendo alimento, cobijo y consuelo a los millares de desempleados de origen rural que habitaban los suburbios de Teherán y las grandes ciudades como consecuencia de la Revolución blanca.
Para ampliar: “The Karbala narrative: Shī‘ī Political Discourse in Modern Iran in the 1960s and 1970s”, Kamran Aghaie en Journal of Islamic Studies, 2001
Los jomeinistas implementaron diversas medidas para contentar a su base: subsidios a la alimentación, electricidad y agua, redistribución de tierras, establecimiento de un salario mínimo, vacaciones pagadas y jornada laboral de 48 horas, construcción de carreteras, escuelas y hospitales públicos en áreas marginales… A pesar de la guerra, las ejecuciones sumarias —casi 500 entre 1979 y junio de 1981 y 2.800 en 1988— y el exilio de buena parte de los intelectuales y las clases altas, el nuevo régimen consiguió un apoyo considerable en sus primeros años.
La técnica del palo y la zanahoria ha permitido desde entonces la supervivencia del régimen jomeinista. Aparte de una revolución popular, la caída continuada de los precios del petróleo y las sanciones económicas, que dificultan enormemente la financiación de los servicios públicos, son la mayor amenaza para la república islámica. La élite iraní conoce la Historia de su país y es consciente del riesgo que una movilización popular continuada supone para la estabilidad del régimen, motivo por el cual el presidente Rohaní declaró durante la conmemoración del 39.º aniversario de la revolución que, aunque Irán “nunca renunciará al legado de Jomeini”, las demandas de los manifestantes que llevan protestando desde diciembre deben ser escuchadas.
Esta entrada fue modificada por última vez en 07/02/2018 19:00
Nicolas Boeglin, Profesor de Derecho Internacional Público, Facultad de Derecho, Universidad de Costa Rica (UCR).…
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