La ruta de los Balcanes: cambios en la política fronteriza europea
Los migrantes, especialmente los refugiados, son a menudo retratados como personas impotentes necesitadas de ayuda humanitaria; sin embargo, muchas veces olvidamos su capacidad de acción y decisión. Los refugiados no se limitan a dejarse llevar de un sitio a otro, sino que pueden, dentro de sus posibilidades, oponerse a las decisiones de los Gobiernos de los países por los que pasan y forzar cambios en sus políticas. En el caso de los Balcanes, la organización de los refugiados y su colaboración con la sociedad civil forzó a los Gobiernos de cuatro ex repúblicas yugoslavas a establecer un corredor humanitario entre septiembre de 2015 y marzo de 2016 para facilitar su entrada en Europa occidental, a pesar de que la legislación comunitaria no contemplaba esa posibilidad.
La ruta de los Balcanes occidentales conecta Grecia con Austria a través de Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia y, hasta 2015, Hungría. Al ser un itinerario terrestre que requiere cruzar varias fronteras, no es una de las vías de acceso preferente para los migrantes que quieren llegar a Europa occidental, pues requiere mucho más tiempo que el acceso por mar y, además, el riesgo de ser detectado y localizado por las patrullas fronterizas es mayor. La mayoría de personas que se deciden por la ruta de los Balcanes lo hacen porque no pueden permitirse pagar a un traficante que los lleve a Europa por mar.
El recorrido comenzó a popularizarse en noviembre de 2013, cuando Bulgaria emprendió la construcción de una verja en su frontera con Turquía para impedir el paso a los migrantes, que sería completada en agosto de 2015. Hungría comenzó a erigir su propia valla en su frontera con Serbia y Croacia en junio de 2015, lo que redujo aún más las posibilidades de los refugiados en ruta hacia Austria y Alemania. Superados por la situación, los Gobiernos de Macedonia, Serbia, Croacia y Eslovenia se vieron forzados a colaborar y en septiembre de 2015 establecieron un corredor humanitario para facilitar el tránsito de los refugiados hacia sus países de destino. El corredor se cerró oficialmente en marzo de 2016 por el acuerdo sobre los refugiados entre Turquía y la UE. Hasta entonces, los Gobiernos de las ex repúblicas yugoslavas intentaron gestionar el paso de los refugiados estableciendo campos de refugiados y racionando la ayuda humanitaria.
Desde el punto de vista del Derecho comunitario, la actuación de las ex repúblicas yugoslavas —especialmente Croacia— no fue aceptable, tal y como dictaminó la Corte Europea de Justicia en 2017. Según la convención de Dublín III, Croacia, como país de entrada en la Unión Europea para los refugiados que se acogieron al corredor humanitario, debía haberse encargado de acoger y revisar sus solicitudes de asilo e impedir su paso hacia el resto de Europa. Sin embargo, Croacia y Eslovenia decidieron posicionarse como países de tránsito y no de destino, rechazando con ello la aplicación de los mecanismos europeos. Ambos Estados —al igual que Serbia y Macedonia— decidieron actuar contra los mecanismos previstos por la UE con el objetivo de facilitar el paso de los refugiados hacia Europa occidental. La organización de los migrantes y la colaboración de la sociedad civil europea influyeron decisivamente en este cambio de política.
Para ampliar: “Afghan Exodus: The opening and closing of the Balkan corridor”, Jelena Bjelica y Martine van Bijlert en Afghanistan Analysts Network, 2016
La mayoría de refugiados que siguen la ruta de los Balcanes lo hacen a pie o, cuando pueden, en transporte público. Para cruzar las fronteras, recurren a los servicios de traficantes —quienes se anuncian a través de las redes sociales—, que los esconden en vehículos o los guían a través de pasos fronterizos no vigilados por las autoridades. Esta opción es mucho más económica y segura que cruzar el Mediterráneo en bote, aunque los riesgos de deportación son mayores. A menudo, los migrantes tienen contactos que han seguido la ruta previamente y les aconsejan sobre leyes de asilo, traficantes de confianza y lugares donde alojarse y obtener comida. Asimismo, los refugiados desarrollan redes de solidaridad y ayuda mutua y algunos de ellos cooperan o incluso dirigen las iniciativas humanitarias de la sociedad civil, como es el caso de Migszol en Hungría. Al fin y al cabo, muchos de los sirios y afganos que huyeron de su país tenían experiencia como activistas; no debería sorprender que los refugiados organicen acciones colectivas para forzar cambios de políticas.
Las tecnologías de la comunicación y las redes sociales han sido esenciales para los refugiados en ruta hacia Europa. Gracias a la navegación GPS han sido capaces de orientarse en regiones desconocidas o comprobar si los traficantes los estaban llevando en la dirección adecuada. Las redes sociales y los servicios de mensajería les han permitido mantener el contacto con sus familiares y amigos, seguir las noticias en Europa y sus países de origen, recibir avisos sobre la posición de patrullas fronterizas o grupos de ayuda humanitaria e intercambiar información con otros migrantes. Obviamente, no todos los refugiados tienen acceso a smartphones o navegación por internet. Por lo general, los refugiados sirios tienen mejores dispositivos que los afganos o eritreos, y normalmente los hombres y los jóvenes suelen estar a cargo de los teléfonos. Entre los refugiados con menos recursos económicos, es habitual que un teléfono se comparta entre varias personas. Estas desigualdades tecnológicas crean cierta estratificación, pues aquellos con acceso a la información tienen ventaja sobre los demás.
Para ampliar: “Mapping Refugee Media Journeys: Smartphones and Social Media Networks”, The Open University y France Médias Monde, 2016
La solidaridad, la organización colectiva y la comunicación entre los grupos de refugiados fue esencial para la apertura del corredor humanitario. Múltiples actos de protesta organizados o espontáneos tuvieron lugar en las fronteras y en los campos para refugiados que se establecieron en Europa. Los refugiados contaron con el apoyo de organizaciones humanitarias y parte de la opinión pública. El mayor éxito de los refugiados fue la Marcha de la Esperanza a principios de septiembre de 2015. Descontentos con el trato recibido por las autoridades húngaras, millares de refugiados se unieron en una larga columna que se dirigió a pie hacia la frontera con Austria. Los Gobiernos europeos se vieron obligados a actuar, abrir las fronteras y facilitar el tránsito de los refugiados.
Con el establecimiento del corredor humanitario, los refugiados perdieron este poder negociador. La colaboración entre los Estados balcánicos implicó un mayor control fronterizo y la reducción de las posibilidades de tránsito. Se instituyeron una serie de rutas cerradas, campamentos para refugiados fuertemente vigilados y se burocratizó la ayuda humanitaria, con lo que además se impedía el acceso a los campos a organizaciones sospechosas de “activismo”. Los migrantes, sin duda, consiguieron parte de sus objetivos al obtener facilidades para llegar a Europa occidental, pero dejaron de ser un actor colectivo de importancia. Tras el cierre oficial del corredor de los Balcanes, miles de refugiados se quedaron en Serbia y Macedonia, calificados por la UE como “países terceros seguros”. Aún hoy, muchos otros migrantes siguen intentando cruzar las fronteras a través de traficantes, aunque a menudo son descubiertos y devueltos a Serbia o a Croacia.
Para ampliar: “Marcha de la Esperanza (Parte 3)” (en inglés), Moving Europe, 2016
En la mayoría de ex repúblicas yugoslavas, especialmente Serbia, la memoria de la guerra y los desplazamientos masivos de la población durante los años noventa tuvieron una influencia determinante en la percepción de la sociedad respecto a los refugiados. El cierre de la frontera húngara y la xenofobia de los países del Grupo de Visegrado hicieron que muchos serbios y croatas decidieran adoptar la actitud contraria y ayudar activamente con los refugiados, en recuerdo del mal trato recibido por parte de los húngaros durante la guerra de los Balcanes. La opinión pública era favorable a los refugiados y muchas organizaciones civiles abogaron por que sus Gobiernos facilitaran el tránsito hacia Europa occidental a las personas desplazadas.
Durante los primeros meses de flujo de refugiados, se organizaron entregas de comida y enseres básicos. Muchas personas ofrecieron habitaciones en sus casas y se crearon cocinas comunitarias y asociaciones para asistir y aconsejar a los refugiados. A estas iniciativas se sumaron refugiados activistas y personas provenientes de toda Europa. Algunos de estos proyectos son Legis en Macedonia, Aid Delivery Mission, Fresh Response y Refugee Aid en Serbia y Second Home Ljubljana en Eslovenia. No Name Kitchen, que actúa en los campos de refugiados de la frontera norte de Serbia, tiene un núcleo muy importante de colaboradores españoles. Otras organizaciones se han centrado en proveer a los refugiados con recursos tecnológicos e información sobre el sistema de asilo y la legislación europea. w2eu ofrece consejos detallados y datos sobre los distintos países de Europa con un diseño sencillo y en cuatro idiomas —inglés, francés, árabe y persa—; InfoAid, gestionada por un grupo de voluntarios húngaros, es una aplicación para teléfonos móviles con un enfoque similar.
Tras el establecimiento formal del corredor humanitario, algunas organizaciones de corte más activista y críticas con la política fronteriza europea, como No Borders o Refugees Welcome, perdieron el acceso a los campos de refugiados. En Croacia y Eslovenia, los voluntarios extranjeros fueron sometidos a controles de seguridad y algunos de ellos fueron expulsados. Los voluntarios y organizaciones que quedaron colaboraron con las fuerzas de seguridad para tratar de mejorar las condiciones de vida de los refugiados. Muchos de ellos obtuvieron imágenes y testimonios que reflejaban las condiciones insalubres de los campos.
Aunque el corredor humanitario esté cerrado formalmente, muchos de los grupos de solidaridad siguen operando en el terreno, ya que hay varios millares de migrantes que han quedado atrapados en la ruta. Si bien la gestión de la situación de los refugiados ha suscitado numerosas críticas entre las organizaciones civiles, el establecimiento temporal del corredor humanitario puede ser considerado un pequeño éxito, al igual que la colaboración entre los refugiados y los grupos de voluntarios procedentes de toda Europa.
Para ampliar: “Refugiados en el corredor balcánico: ‘Mientras el rico habla, el pobre comparte’”, Jelena Arsić y Álvaro Corazón en Jot Down, 2015
La presión de los migrantes y la sociedad civil ha llevado a los Gobiernos de la antigua Yugoslavia a colaborar, a pesar de las tensiones derivadas del pasado reciente —las guerras en los Balcanes durante los años 90 y los desplazamientos masivos de la población civil o el genocidio de Srebrenica y los millares de refugiados resultantes—. Durante los años 2015 y 2016, los Gobiernos de Macedonia, Serbia, Croacia y Eslovenia cooperaron con el objetivo común de gestionar la “crisis migratoria”. En un principio, su objetivo fue facilitar el tránsito de los refugiados mediante la apertura de un corredor humanitario. Desde marzo de 2016, han seguido trabajando juntos para sellar la ruta de los Balcanes occidentales y reducir el flujo de personas hacia el centro de la UE.
Tanto para Croacia y Eslovenia, países miembros de la UE, como para Serbia y Macedonia, candidatos potenciales, la prioridad fue cumplir la legislación europea. La UE sigue la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y el protocolo de 1967. Para solicitar asilo, los refugiados deben encontrarse en el país donde se desea solicitar asilo; no es posible hacerlo desde el país de origen, en embajadas o consulados o desde un tercer país. En 2013 los Estados miembros de la UE adoptaron la denominada Convención de Dublín III. Según este acuerdo, el país encargado de tramitar la solicitud de asilo de una persona será el país a través del cual dicha persona haya entrado en el territorio de la UE. Croacia, como punto de entrada de los refugiados en la ruta de los Balcanes, habría sido el Estado encargado de registrar y alojar a los refugiados, lo que habría significado, entre otras cosas, tramitar las solicitudes de las decenas de miles de refugiados que cruzaron la frontera croata y alojarlos de forma indefinida, una medida que el Gobierno croata se negaba a asumir.
En septiembre de 2015, el Gobierno alemán decidió aplicar una de las cláusulas de Dublín III —emergencia humanitaria— y tramitar las solicitudes de los refugiados cuyo primer país de entrada no fuera Alemania. Esto, sumado al cierre de la frontera húngara, la negativa de los países de Visegrado a acoger a más refugiados y el colapso del sistema de acogida en Grecia e Italia, hizo que más personas se decidieran por la ruta de los Balcanes occidentales. Ante la falta de una respuesta clara por parte de las instituciones comunitarias, los Gobiernos de Croacia y Eslovenia decidieron posicionarse como países de tránsito y no aplicar Dublín III, es decir, evitando registrar a los refugiados que entraban en sus fronteras.
La presión de la sociedad civil y el deseo de no generar tensiones entre la población local y los migrantes animó finalmente a los Gobiernos a habilitar un corredor humanitario y facilitar medios de transporte públicos para cruzar las fronteras. Macedonia fletó trenes especiales entre la frontera griega y la serbia cuyo billete costaba el doble del precio habitual y Serbia y Croacia abrieron sus pasos fronterizos y organizaron trenes para refugiados. Sin embargo, las cuatro ex repúblicas yugoslavas eran conscientes de que el corredor humanitario era una situación excepcional. En febrero de 2016 los Gobiernos de Austria, Croacia, Eslovenia y otros países balcánicos —excepto Grecia— se reunieron en Viena y acordaron una serie de medidas conjuntas para gestionar el tránsito de los refugiados. Era el principio del fin del corredor de los Balcanes.
Para ampliar: “The Western Balkan Route: A New Form of Forced Migration Governance in Europe”, Julija Sardelic en Green European Journal, 2017
La conferencia de Viena y la firma del acuerdo entre la Unión Europa y Turquía en marzo de 2016 supusieron el final del corredor humanitario. A cambio de facilidades para recorrer el espacio Schengen para los ciudadanos turcos, el Gobierno de Turquía se comprometía a recibir a todos los migrantes y refugiados que llegasen a Europa a través del mar Egeo, a excepción de los ciudadanos sirios. Este cambio de política por parte de la UE hizo que los países balcánicos dejasen de considerarse países de tránsito. En lo sucesivo, la cooperación entre los países balcánicos no sería para facilitar el paso de los refugiados, sino para asegurar las fronteras. Las consecuencias fueron graves desde un punto de vista humanitario: cientos de familias en ruta hacia Europa occidental se vieron afectadas por estas medidas y quedaron atrapadas en la frontera entre Serbia y Croacia. El 60% de los 7.000 refugiados retenidos en Serbia son menores no acompañados.
El acuerdo con Turquía es solo una solución temporal. Es necesario que los países de la Unión Europea lleguen a un nuevo acuerdo sobre política migratoria y refugiados. La legislación actual sobre asilo —Dublín III— ha demostrado ser incapaz de ofrecer una respuesta satisfactoria a las necesidades de los refugiados y los países de tránsito. Las tensiones entre Estados miembros son evidentes, con países como Grecia e Italia alojando a un gran número de refugiados y otros, como la República Checa, Polonia o Hungría, negándose públicamente a cumplir los acuerdos europeos sobre la materia. Otro países, como España, incumplen los acuerdos de forma pasiva y discreta. Existen alternativas dentro de los acuerdos europeos, aunque no se han activado. A principios de los 2000, con la guerra de Kosovo aún presente, la UE diseñó un mecanismo humanitario llamado “protección temporal” para agilizar los trámites burocráticos y facilitar la cooperación entre Estados miembros para acoger a refugiados. Esta directiva no se ha aplicado en los últimos años, posiblemente por falta de voluntad política.
La solidaridad entre Estados miembros, uno de los pilares de la Unión Europea, ha de aplicarse también a la política humanitaria. La crisis de los refugiados no es solo una crisis migratoria y humanitaria; también es una crisis de los valores que la UE dice encarnar: dignidad humana, libertad, democracia, igualdad… Para diseñar una política de asilo que funcione, es preciso tener en cuenta a los refugiados y las organizaciones que cooperan con ellos. Los ciudadanos europeos deben defender la cooperación y el entendimiento no solo entre Gobiernos, sino también entre organizaciones civiles. Solo así podrá existir una Europa, como reza su lema, “unida en la diversidad”.
Esta entrada fue modificada por última vez en 24/11/2017 12:35
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