domingo, diciembre 22, 2024
Panorámica de la central nuclear de Lungmen, cuya construcción está paralizada. Daniel García
Panorámica de la central nuclear de Lungmen, cuya construcción está paralizada. Daniel García

El grito verde de Taiwán ante el ninguneo internacional

El grito verde de Taiwán ante el ninguneo internacional

En la sede del ministerio taiwanés de Asuntos Exteriores en Taipéi ya solo ondean 20 banderas y varias no son fáciles de identificar. Representan a los 20 Estados para los que la verdadera China es un país con la mitad de habitantes que España y más pequeño en extensión que Extremadura. Son los únicos que reconocen a Taiwán formalmente. Casi todos los demás países se rinden al hecho de que República Popular, la segunda economía del mundo y principal origen de las importaciones de un número creciente de naciones, es, sencillamente, la única China. En junio, Panamá fue el último país en cambiar de bando, de Taipéi a Pekín. Y fuentes de la Administración temen que no sea el único abandono en Centroamérica, feudo fiel a la pequeña isla asiática.

Ha pasado casi un año desde que la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen llamó al recién elegido Donald Trump para felicitarlo y este lo publicara en su cuenta de Twitter. Aquel atisbo de reconocimiento internacional se ha esfumado. Este año Taipéi ni siquiera ha intentado el reconocimiento de Naciones Unidas, un ritornelo tan repetido como inútil desde que la China comunista ocupó su sillón hace 44 años. Por eso no puede firmar los acuerdos internacionales, entre ellos el Acuerdo de París contra las emisiones de gases de efecto invernadero, aunque con el estatuto de observador sí ha participado en algunas cumbres. La diplomacia creativa del país (a falta de embajadas oficiales, mantiene 92 oficinas en países que oficialmente no lo reconocen) ahora se tiñe de verde. No por casualidad la difusión del programa de visitas para periodistas extranjeros del que ha formado parte EL PAÍS casi se solapa con la conferencia anual de la ONU sobre cambio climático que se finaliza este viernes en Bonn (Alemania).

La presidenta Tsai se ha envuelto en una bandera verde con un plan de más de 200 iniciativas en favor del medioambiente. Una de las mayores apuesta por que en 2025 la isla quede libre de energía nuclear. De aquí a entonces se cerrarán las tres centrales que aún siguen en funcionamiento y que generan 12 de cada 100 megavatios producidos en el país.

El apagón nuclear forma parte de un proyecto mayor por las renovables. En los próximos ocho años todo el país se tendrá que ceñir a unas ‘medidas perfectas’: 20-30-50: 20% de la energía consumida saldrá de fuentes renovables (biomasa, eólica, solar: el Gobierno se propone instalar paneles en un millón de tejados y producir 3,5 gigavatios), 30% del carbón (ahora es casi la mitad del total, el 45,5%) y 50% de gas natural importado (ahora es el 20%).

Pero la senda verde se aventura difícil. Aunque la meta de París rija también para el país que no ha podido firmarla, Taiwán es y seguirá siendo un país muy dependiente del carbón. Aún es uno de los países con mayor tasa de emisiones de CO2 per cápita (11,73 toneladas al año), por encima de sus vecinos Japón (9,68) y China (7,45). El país introducirá en 2020 un sistema de comercio de derechos de emisión.

Y, aunque como en otros países industrializados la eficiencia energética del país mejora año tras año, hay que hacer entender a los taiwaneses que su electricidad será más cara tras el cierre nuclear. Cierto es que la catástrofe de la central japonesa de Fukushima en 2011 desacreditó esa fuente de energía (un 70% de la población la rechaza hoy), pero no tanto para que los contrarios al desmantelamiento nuclear dejaran de apelar al bolsillo. El anterior Gobierno, del partido Kuomintang, acusó las críticas por los fallos de construcción de una cuarta planta nuclear, hoy paralizada, pero su ministro de Economía replicó diciendo que si se detenía la producción nuclear del país la energía se encarecería un 40%.

Torre Taipei 101, el edificio más alto de Taiwán. Sufrió las consecuencias del apagón masivo que en verano dejó parte del país sin suministro eléctrico durante horas.
Torre Taipei 101, el edificio más alto de Taiwán. Sufrió las consecuencias del apagón masivo que en verano dejó parte del país sin suministro eléctrico durante horas. DANIEL GARCÍA

El 15 de agosto, un apagón masivo se cruzó como imprevisto en los planes del Ejecutivo actual. Un fallo de una planta termoeléctrica, atribuido luego a un error humano, dejó durante varias horas a seis millones de hogares sin luz. A oscuras quedó incluso el Taipei 101, el rascacielos de medio kilómetro de altura, cuya imagen se filtra entre los abigarrados caracteres de led en chino tradicional de ese escenario de Blade Runner que es Taipéi. Tras el fallo, toca convencer a los ciudadanos de que el suministro energético, el alimento de su industria, va a ser estable y también que bajo el autoimpuesto yugo verde y la mayor dependencia exterior (habrá que importar más gas natural) crecerá la economía del país.

En los próximos ocho años todo el país se tendrá que ceñir a unas ‘medidas perfectas’: 20-30-50: 20% de renovables, 30% de carbón y 50% de gas natural

En la tecnología que hace falta para compensar con fuentes renovables la nuclear y el carbón se abre otro frente, con no poca pegas, y uno de sus escenarios está en las costas del país, azotadas por el viento. Los 169 aerogeneradores que la jalonan lucen como una de las joyas verdes de la todopoderosa Taipei Power Company, el antiguo monopolio estatal que hoy afronta su partición en diferentes empresas de producción y distribución. Los planes apuntan a instalar más y más torres, pero tendrá que ser mar adentro. “En la costa ya apenas hay sitio”, asegura Hang-Shun Lin, un ingeniero que muestra ufano los molinos plantados en los humedales de Gaoméi.

En el país del made in Taiwan, punta de lanza tecnológica, resulta que esos molinos son de factura extranjera (Gamesa es uno de los proveedores), aunque sea bien local el gigante al que se enfrentan: el tifón rachea a menudo muy por encima de los 30 metros por segundo que como mucho aguantan, y cuando eso ocurre hay que detenerlos. En 2015, los vientos destrozaron ocho torres. En verano, con un consumo enorme por los aires acondicionados, el problema es el contrario: no corre viento suficiente para mover las aspas. Taiwán, en eólica, va muy rezagado con respecto a su meta de 2025: que aporte el 5% del total de la energía consumida, porque hoy solo supone el 2%.

Un ‘disfraz’ de ONG

La diplomacia verde es una prioridad para el Gobierno de Tsai. Incluso si Taiwán no puede firmar los acuerdos de reducción de emisiones, el país quiere hacer una contribución para detener el calentamiento global, y así lo afirma el ministro de protección ambiental, Lee Ying-Yuan: “Somos solo 23 millones, pero por nuestro PIB tenemos que contribuir a la lucha contra el cambio climático. Queremos hacer todo lo que podamos para salvar el planeta”, asegura, al tiempo que se muestra realista: “Seguimos dependiendo demasiado del carbón”.

En la anterior cumbre del clima, la COP22 de Marrakech, a varios enviados del Gobierno, incluido un ministro sin cartera, les fue denegada la visa, se lamenta Lee. Para sortear esas trabas, una de las estratagemas diplomáticas del país es vestir sus organismos, de fronteras para fuera, como ONG. Así logran ser invitadas a los encuentros colaterales y allí el Gobierno habla por boca de ellas. Es el caso de TAISE, el Instituto para la Energía Sostenible, que dirige el primer ministro de medioambiente que tuvo el país y comparte edificio con el oficial Instituto de Diplomacia. En los encuentros internacionales, TAISE se trasviste en organización no gubernamental.

Bajo la fórmula de entidad consultora acude también a los encuentros internacionales el principal centro de investigación de Taiwán, el Instituto de Investigación en Tecnología Industrial (ITRI). En el Silicon Valley taiwanés, cerca de la ciudad de Hsinchu, los científicos quieren estabilizar el suministro de energía, crear redes eléctricas inteligentes y hacer más eficientes la eólica, solar y de biomasa. Trabajan en células solares que alcancen un 24% de eficiencia frente al actual 21%, y en bajar el coste del vatio solar un 24%. El sueño, aún lejano, apunta también a conseguir grandes baterías capaces de almacenar energía a escala industrial. Unas pilas lo suficientemente potentes para alimentar parte del suministro de todo un país.

Por lo pronto, presumen de una pequeña batería, URABat, un empeño fruto de la colaboración con la Universidad de Stanford que es capaz de cargarse o descargarse en menos de un minuto y con vida más allá de los pocos ciclos. Es la primera hecha con aluminio, un material muy abundante, que tiene uso práctico.

Hay que hacer entender a los taiwaneses que su electricidad será más cara tras el cierre nuclear

De batería y cargadores hacen gala también en la sede de Gogoro, la marca del escúter eléctrico que en 2015 irrumpió en el mercado y logró vender 13.000 de los 20.000 ciclomotores que se comercializaron ese año en Taiwán. En un país con 14 millones de motos, el Gobierno subsidia con el equivalente a 200 euros la compra de vehículos de menos de 125 centímetros cúbicos, y con 300 los de mayor cilindrada. De los 14 millones, solo 60.000 son ciclomotores, que serán 200.000 en 2021. Los centauros de Taipéi, que no temen al sirimiri constante para derrapar en las calles, también pueden reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Imagen promocional del ciclomotor Gogoro y una estación de recarga de sus baterías.
Imagen promocional del ciclomotor Gogoro y una estación de recarga de sus baterías. Gogoro

En Gogoro han creado no solo la moto eléctrica, sino también un sistema de abastecimiento de baterías extendido sobre todo en la capital. Cada vez es más común ver, junto a las tiendas de conveniencia abiertas las 24 horas, una estación en la que el usuario recarga la batería de su escúter en apenas seis segundos. El modelo Gogoro 2 (110 kilómetros de autonomía, algo más de 90 kilómetros por hora de velocidad máxima) se vende desde el pasado verano por el equivalente a 1.113 euros. Cuando acabe el año, la compañía espera haber colocado en el mercado 80.000 ciclomotores.

Desconfianza hacia China

Ninguno de los expertos consultados en este reportaje ve posibilidades de desarrollo tecnológico o económico en China. En las conversaciones surge enseguida, tan pronto se sugiere esa posibilidad de crecimiento que en cualquier otro contexto sociopolítico sería natural, el temor al robo del know how taiwanés. Tampoco ayuda que la actual presidenta sea mirada con malos ojos por Pekín por el afán independentista de su partido. China ya le ha cerrado el grifo del turismo de los continentales. Los patatas dulces, como se denominan a sí mismos los habitantes de Taiwán, ven en las calles cada vez ven menos taros (como llaman a los chinos continentales).

En el lago de Sol y Luna, un paraíso para recién casados en el corazón del país, se nota la escasez de turistas del continente, que antes eran tan habituales. De enero a agosto de este año han llegado a todo el país 831.000, un 23% menos que en el mismo periodo del año anterior. Un fenómeno similar se constata en universidades como la Taipei Tech, donde es difícil encontrar estudiantes de la China continental.

La tensión con el gigante cercano se percibe de continuo en el día a día del país, aunque se matice con humor. Un encuentro de periodistas con altos funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores coincide con el discurso que el presidente chino Xi Jinping dirige a los asistentes al 19 Congreso del Partido Comunista. “¿No deberían ustedes estar atentos a sus palabras?”, se le pregunta a uno de los funcionarios taiwaneses, que contesta con otra pregunta: “¿No ha mencionado todavía a Taiwán, verdad? Pues entonces todo va bien”. Al final, Xi dedicó unas 800 palabras al país en las tres horas y media de su intervención.

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