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Quebec y Cataluña en las postrimerías de la globalización

Quebec y Cataluña en las postrimerías de la globalización

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avatarDefaultJosé Luis Ayala Cordero

Octubre 2017

Quebec y Cataluña se encuentran localizados en continentes distintos con sus propias características. Ambos son nacionalismos antiguos que se han hecho manifiestos desde el siglo XX. Definir el concepto de nacionalismo al igual que el de globalización se puede entender de forma diferente a partir de los referentes geográficos e históricos bajo los cuales se aborda. ¿Cómo entender su comportamiento bajo los esquemas económicos y sociales contemporáneos? ¿Por qué los nacionalismos renacen con tanta fuerza y cambian el panorama de las mismas relaciones internacionales, la integración y la idea de que hay una coexistencia pacífica al interior de sus fronteras del Estado al que pertenecen?

El argumento de los gobiernos centrales es que dichos actores subnacionales ya cuentan con ventajas que les otorgan un marco constitucional, en la educación, la cultura o el idioma. En el caso de Cataluña, al igual que la provincia de Quebec, tienen privilegios en su acción internacional, al contar con representaciones en otros Estados, regiones o continentes para promover sus propios intereses.

Mario Polèse en su trabajo sobre Integración económica norteamericana y cambio regional en México de 1994, menciona que Cataluña es una región dinámica donde el PIB per cápita es superior al promedio nacional. Sin lugar a dudas, esto se convierte en una variable importante ya que no existe nacionalismo sin interés económico. Aunque los factores culturales del nacionalismo como idioma, creencias, raza o tradiciones estén presentes, la búsqueda de posicionarse en los mercados prevalece.

Así se entiende porque a partir del resurgimiento del nacionalismo catalán el gobierno central español buscó el bloqueo político y económico de la Generalidad, al permitir la salida de los componentes claves del mercado: bancos y empresas. En este juego “sucio”, del gobierno central español, la propaganda debe amenazar y advertir de escenarios nefastos. De igual manera, cuando se llevó a cabo el referendo de 1980 para buscar la independencia de Quebec, el resto de Canadá propagó la idea de que la crisis en la provincia vendría con la pérdida de empleos, la salida de empresas y la partición del territorio en fracciones ingobernables.

Para la provincia quebequense, el segundo referendo de 1995, donde se obtuvo un 49.5% de los votos a favor de la independencia, tuvo como marco la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 1994. En este contexto, un Quebec independiente buscaría tener ventajas competitivas dentro del esquema de integración comercial, económica y financiera. Esto a pesar de que Estados Unidos nunca ha deseado una Canadá separada.

Por su parte Cataluña junto con el País Vasco son regiones desarrolladas, y en su imaginario, al igual que la provincia de Quebec, tendrían que acatar la última palabra no solo de España, lo que ya implica un enfrentamiento directo con el gobierno central de Madrid, sino del núcleo central y nacional de Europa localizado en Alemania. Prueba de esto es que, tanto Alemania como Francia se han negado a la idea de una España dividida.

Estos dos ejemplos nos llevan a argumentar que los mercados definen entonces el comportamiento de los nacionalismos, ya que cuentan con los componentes que le son básicos en su interacción, intercambio y supervivencia: territorio, población y un gobierno local. Este último es, y debe ser, un interlocutor viable que facilite la dinámica de los procesos de la globalización, alejados a veces de los gobiernos centrales ocupados en seguridad y en aspectos militares.

Sin embargo si la globalización implica integración, libre comercio, formación de bloques y tratados, los nacionalismos como el caso de Cataluña y Quebec ¿representan la desglobalizacion? Si así es, ¿qué elementos deben ser considerados? Parece que el mapa con los Estados soberanos como actores primarios, debe ser una forma de organización mundial ortodoxa y tajante, sin la posibilidad de alterarse. La historia de las relaciones internacionales confirma el hecho de que muchos Estados en su formación, sumaron sociedades que tenían conciencia política, social, cultural y económica, pero que además nunca fueron integradas por la mayoría o por otro grupo en el poder.

La provincia de Quebec (Nueva Francia), fue conquistada pero nunca absorbida por la corona británica, en su conciencia colectiva, que se denominó posteriormente como nacionalismo —es un hecho que en 1759, cuando los quebequenses pasaron a ser súbditos del Rey de Inglaterra, el concepto como tal existía—. Con el paso del tiempo, ya en el siglo XX, se plantearon las teorías clásicas como el idealismo, el realismo político y la interdependencia compleja. Este último paradigma plantea el hecho de que existen otros actores distintos al Estado soberano con capacidad de operación internacional.

Cataluña por su parte ha transitado entre los Borbones, los franceses y varias formas administrativas históricas, además de la regencia de los Reyes católicos y la República de Franco, sin perder su conciencia colectiva de diferencia dentro de España. Esto la ha llevado a buscar su propio rumbo económico, ante los principios básicos de la globalización: centrados en los intereses de mercado, la economía, la inversión y los intercambios.

Más allá de este análisis de intereses económicos y la existencia de un contexto étnico, de idioma, cultural o de percepción distinta al resto de España o al resto de Canadá, el problema del nacionalismo catalán o quebequense no es su existencia misma, que al final es un producto histórico de los reacomodos del sistema internacional, sino de su deseo de influir en el contexto global, y más aún la posibilidad y capacidad para hacerlo

Es finalmente la ejecución internacional “viva” de los paradigmas clásicos del realismo político, que considera al Estado como único actor que puede conducir la diplomacia,; la política exterior, las relaciones internacionales en forma exclusiva y la interdependencia compleja, que pone en acción a otros actores subnacionales distintos. . Si a ello agregamos la complejidad de la globalización como un proceso de cambios inevitables para todos sus actores involucrados, tendremos la presencia del renacimiento de nacionalismos, listos para buscar sus propios destinos.

JOSÉ LUIS AYALA CORDERO es doctor en Ciencias Políticas y Sociales. es profesor de asignatura en la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado en la Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM y Voices of Mexico del  Centro de investigaciones sobre América del Norte. Sígalo en Twitter en @kylorein66.

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