China vs. el consenso de Washington
EDIMBURGO – En 2013, el presidente chino, Xi Xinping, infundió ánimo a muchos economistas occidentales al comprometerse con un “papel decisivo” para el mercado dentro de la economía china. Cuatro años después, las expectativas de una reforma significativa orientada al mercado se han frustrado, y la influencia del estado en la economía ha aumentado considerablemente. Sin embargo, la economía china continúa creciendo a un ritmo acelerado y probablemente lo siga haciendo. Si es así, las presunciones de larga data sobre el equilibro óptimo entre mecanismos del estado y del mercado a la hora de fomentar el desarrollo económico resultarán seriamente cuestionadas.
La crisis financiera de 2008 fue un golpe a la fe en los mercados financieros totalmente libres. Pero las presunciones neoliberales que son la base del “Consenso de Washington” previamente dominante siguen colándose en muchos de los comentarios occidentales sobre la economía de China. Una liberalización más profunda del mercado financiero, se dice, disciplinaría mejor la economía real y conduciría a una distribución más eficiente del capital. La liberalización de las cuentas de capital impediría una inversión ineficiente en proyectos domésticos de bajos retornos. Y reducir el papel de las empresas de propiedad del estado (SOE por su sigla en inglés) daría lugar a una innovación y un dinamismo económico.
Sin embargo, como sostiene persuasivamente Joe Studwell del China Economic Quarterly (Informe Económico Trimestral de China) en su libro How Asia Works (Cómo funciona Asia), las historias originales de éxito en el este de Asia -Japón y Corea del Sur- se enriquecieron ignorando gran parte de estas prescripciones políticas. Se mantuvo a las finanzas a raya; se dirigió o se orientó el crédito para respaldar objetivos industriales específicos definidos por el gobierno; y se alimentó la industria nacional mediante una protección arancelaria, a la vez que se la obligó a competir de manera agresiva por los mercados extranjeros.
China está intentando seguir el camino de rápido progreso económico de Japón y Corea del Sur. Pero en algunos sentidos enfrenta un desafío más difícil, porque su mero tamaño exige alejarse de un modelo de crecimiento predominantemente impulsado por las exportaciones en una etapa más temprana del desarrollo. Para cumplir con este desafío, intenta utilizar una combinación pragmática de incentivos de mercado y dirección estatal.
La iniciativa empresarial del sector privado desempeña un papel vital. Compañías gigantescas como Tencent y Alibaba son insuperables en cuanto a talento innovador. Las aplicaciones chinas para compartir bicicletas hoy están siendo copiadas en las economías avanzadas. Y las empresas privadas juegan roles de liderazgo a nivel mundial en el sector de la energía renovable y los vehículos eléctricos. En parte, China es una economía capitalista vibrante.
Pero la enorme inversión en infraestructura impulsada por el estado -en excelentes sistemas de subterráneo y trenes de alta velocidad, por ejemplo- crea una poderosa plataforma para el crecimiento económico moderno en ciudades de rápida expansión y bien conectadas. Y, a través del programa “Hecho en China 2025”, los líderes de China buscan utilizar los objetivos definidos por el estado para impulsar la industria china hacia una mayor tecnología y valor agregado.
Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority and former member of the UK’s Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His latest book is Between Debt and the Devil.
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Se han identificado los sectores de alta prioridad como la robótica, la industria aeroespacial, los vehículos eléctricos y el equipamiento médico avanzado; se han establecido los objetivos para un mayor gasto en investigación y desarrollo, y las empresas líderes de propiedad del estado desempeñarán un papel importante, junto con las empresas privadas. Esto está a años luz de las prescripciones políticas del Consenso de Washington, pero no de la combinación de políticas implementada por Corea del Sur durante su período de crecimiento económico explosivo en los años 1960 y 1970.
Después de 2009, mientras tanto, una mayor inversión, financiada por bancos estatales, desempeñó un papel macroeconómico vital y mantuvo el crecimiento en un contexto de desaceleración económica global. Y mantener un sector financiero liberalizado sólo en parte, que canaliza los ahorros hacia una inversión a tasas inferiores a las del mercado, hizo que resultara más fácil sostener la inversión elevada esencial para un crecimiento rápido sostenido.
Las ventajas de esta combinación de políticas por cierto traen aparejados riesgos importantes. Si el papel de las SOE se extiende demasiado lejos, el sector privado terminará siendo excluido, y la iniciativa Hecho en China podría fácilmente resultar en inversiones mal encaminadas.
Ya la inversión en bienes raíces alimentada por el crédito sin duda resultó en un exceso de construcción gigantesco en ciudades de segunda y tercera categoría, donde las propiedades funcionaron como vehículos especulativos más que para satisfacer las necesidades reales de vivienda. El mismo hecho de que el sector bancario esté estrechamente controlado ha alimentado un drástico crecimiento de las actividades bancarias paralelas, creando estructuras e instrumentos financieros complejos reminiscentes de los que ayudaron a crear la crisis de 2008. Y el enorme incremento del apalancamiento -la deuda no financiera ha crecido de menos del 150% del PIB en 2008 a más del 250% hoy- bien podría derivar, como advirtió recientemente el gobernador del Banco Popular Zhou Xiaochuan, en un “momento Minsky” de evaporación de la confianza y serio estrés financiero.
Frente a estos riesgos, cualquier predicción de crecimiento a largo plazo es incierta, y puede perfectamente producirse una desaceleración. Por cierto, con la conclusión del 19 Congreso Nacional, las autoridades chinas pueden pergeñar deliberadamente una desaceleración como parte de una estrategia para limitar aún más el crecimiento del apalancamiento. Una desaceleración de esas características tendría un impacto depresivo importante en la economía global.
Pero las herramientas que China tiene a su disposición para manejar una desaceleración de esa naturaleza dentro de una “economía de mercado socialista híbrida” y, por consiguiente, mantener un crecimiento sólido a mediano plazo, no deberían subestimarse. El hecho de que la mayor parte de la deuda corporativa sea deuda que empresas estatales le deben a bancos estatales, con vínculos limitados entre los sistemas bancarios chinos y en el exterior, hará que resulte mucho más fácil implementar un programa de restructuración de la deuda morosa sin provocar una crisis que se retroalimente. De la misma manera, en tanto el perfil demográfico de China hace que el mercado laboral se ajuste marcadamente, una rápida crecida de los salarios reales facilitará que se logre un crecimiento sólido de la demanda doméstica sin una creación excesiva de crédito.
De manera que, sean cuales fueren sus perspectivas de corto plazo, existe una buena posibilidad de que la economía de China siga creciendo hacia niveles de ingresos medios y luego altos, impulsados por un modelo de desarrollo mixto motorizado por el mercado y por el estado. Si China hubiera abrazado de manera más integral las prescripciones en materia de políticas dictadas por el Consenso de Washington en los últimos diez o veinte años, su crecimiento económico habría sido considerablemente más lento. Las teorías económicas que sustentaron esas prescripciones deben tener en cuenta ese hecho -y el probable éxito continuo de China.