El ¿modelo? de integración de Reino Unido
A mucha gente que va de turista a Reino Unido le sorprende, nada más poner los pies en el país, la cantidad de inmigrantes que viven allí. La mezcolanza de distintas culturas que parecen convivir en armonía es un ejemplo puesto en conversaciones como modelo que seguir, un ejemplo de integración exitosa. No obstante, las últimas encuestas demuestran lo contrario: la xenofobia en Reino Unido aumenta y la integración no es tan idílica como parece.
La película La ola muestra el fracaso de un experimento que se llevó a cabo en la vida real en una universidad en Palo Alto (California). En una clase de instituto, el profesor trata de explicar a través de un experimento los efectos negativos del autoritarismo. La película, igual que el experimento real, tiene un final triste y agridulce; muestra, entre otras cosas, lo peligroso de iniciar un proceso cuyas consecuencias no son conocidas ni anticipables. Asimismo, como lección, revela las sombras que se agazapan detrás de un movimiento cuando se va de las manos de su creador.
Salvando las distancias entre el experimento de la película y procesos más actuales, eso fue lo que le ocurrió a David Cameron cuando puso en marcha toda la maquinaria para el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea. Cuando en 2013 encadenó su propia victoria electoral a la celebración de dicho referéndum, comenzó un proceso cuyas consecuencias nadie fue capaz de prever, pero que sacó lo peor de cada ciudadano británico. Durante la campaña, muchos ciudadanos pusieron encima de la mesa inquietudes que no se atrevían a decir en voz alta. Aparte de todas las preocupaciones que llevaron al 52% de los británicos a votar sí en el referéndum, el brexit supone, sobre todo, una cuestión de identidad. Para muchos de los habitantes de las islas, especialmente los ingleses, en las dos caras de la moneda se encuentra ser inglés y ser británico. La identidad europea suponía algo excluyente y que no sentían como parte de su definición.
Los resultados arrojaron luz sobre muchas cuestiones. La primera fue lo profundamente dividido que estaba el país en cuanto a su visión de la Unión Europea; el voto fue más o menos homogéneo dentro de las regiones que componen Reino Unido. Sin embargo, tras el brexit hubo que prestar especial atención a las cifras: la brecha generacional británica era —y sigue siendo— importante.
Lo afirmaron en muchos medios británicos: las personas de más edad habían decidido el futuro de los jóvenes en Reino Unido. El no predominó en los mayores de 44 años, en las zonas rurales y entre quienes no poseían estudios superiores. Estos resultados dejaron la sensación en el país de que se había votado con poca información sobre lo que suponía la salida de la Unión Europea y de que habían tomado la decisión personas que veían la soberanía nacional amenazada por el poder de supra-Estados.
A pesar de que ahora se ha desinflado, hubo un ganador claro en la votación de 2016: el Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP por sus siglas en inglés). El UKIP aprovechó un vacío de palabras y una sociedad preocupada por los cambios que había sufrido el país en los últimos años y supo desenvolverse a las mil maravillas. Los populismos suelen aparecer, normalmente, cuando el descontento de la sociedad alcanza unas cotas altas. Los ciudadanos británicos que se mostraron a favor de la salida de Reino Unido pertenecían, sobre todo, a una clase media que se sentía enormemente olvidada por el Gobierno: un 79% consideraba en 2015 que la clase gobernante no atendía a sus necesidades. A esta clase media le preocupan la desigualdad y la inmigración.
Los estereotipos pueden llegar a ser peligrosos. Durante la mayor parte del tiempo, partidos de corte populista los usan para llegar al mayor número de ciudadanos posible, pero en los últimos tiempos también son usados con frecuencia por grandes medios de comunicación. Los estereotipos suponen el recurso de aquellos que pretenden hacer simple una realidad más bien compleja. La campaña a favor del brexit estuvo plagada de clichés que, entre otras cosas, moldeaban al inmigrante en Reino Unido como una persona que abusaba de los recursos del sistema sanitario o robaba trabajos a los nacionales del país. El deseo de salir de la Unión Europea encontraba su origen en retomar el control de las fronteras para limitar la entrada de aquellos inmigrantes que supusieran una amenaza para los británicos y su modo de vida. Reino Unido para los británicos, y no había más que hablar.
La Mancomunidad de Naciones —antigua Mancomunidad Británica de Naciones— es una organización de 52 países soberanos que comparten, a excepción de Ruanda y Mozambique, lazos históricos con Reino Unido. La membresía no implica ninguna sumisión a la Corona británica —aunque la reina Isabel II es la cabeza de esta organización—, pero sí cierto nivel de cooperación en los ámbitos político y económico. Su origen se remonta a 1920, cuando el Gobierno británico concedió derechos de autodeterminación a ciertos territorios que eran, en aquel entonces, colonias del reino. De ahí que la parte central de la Commonwealth sea el fomento de los lazos de unión entre el antiguo imperio y sus colonias y la cooperación a través de los nexos culturales e históricos ya existentes.
Podemos distinguir dos grandes bloques de origen de migraciones cuyo destino es Reino Unido. Por un lado, tenemos los flujos migratorios desde los países que forman parte de la Unión Europea. Por el otro, las masas de personas que se mueven desde otro país miembro de la Commonwealth al antiguo Imperio británico. Si bien este último grupo no goza de libre movimiento hacia Reino Unido, sí puede solicitar un tipo de visado especial en caso de tener al menos un abuelo de origen británico. Este tipo de visado no solo permite estudiar o trabajar en Reino Unido durante cinco años, sino que da la posibilidad de solicitar establecerse en el país de manera permanente y traer a familiares. Esos dos grandes grupos son los que predominan en los países o zonas de origen de los inmigrantes residentes en Reino Unido, aparte de los flujos migratorios de estudiantes asiáticos que cursan estudios en universidades británicas.
Polonia, India y Pakistán encabezan la lista de países de origen de los inmigrantes en Reino Unido, con un 9,5%, 9% y 5,9% de población total nacida fuera del país en 2015, respectivamente. A pesar de que solo un país europeo encabezaba la lista, el argumento a favor del control de las fronteras y la entrada de personas extranjeras desde Europa continental fue uno de los puntos decisivos del referéndum de 2016. Estos datos indican que, a pesar de que la salida de la UE les devolvería el control sobre la entrada de la mitad de los inmigrantes que llegan a las fronteras británicas, el problema principal que tiene la ciudadanía es la inmigración a secas, sin importar realmente el país de origen. En 2015 un 75% consideraba que los niveles de recepción de inmigrantes en el país eran demasiado altos; en la misma encuesta se dejaba constancia de que, si bien las consideraciones individuales sobre los inmigrantes eran positivas, la inmigración como proceso de movimiento de personas era algo que se percibía de manera negativa en el impacto en la sociedad.
Esta diferencia entre migrante e inmigración existe en Reino Unido porque este último término está relacionado con la imagen que se tiene de que los inmigrantes, en general y sin distinguir país de origen, llegan al país para saturar el sistema sanitario, desviar ayudas económicas gubernamentales que deberían estar destinadas a los nacionales, ocupar las plazas de los colegios públicos, etc. Con estos datos, pensar que en el voto a favor del brexit hay mucho de antiinmigración no parece tan descabellado; es posible que el sentimiento existiera desde mucho antes, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta.
Que los británicos son ciudadanos que viven constantemente preocupados por la inmigración no es una realidad nueva ni sorprendente. En los últimos años, este asunto ha ocupado los primeros puestos en nivel de alerta entre los ciudadanos. De cara a las negociaciones relacionadas con la salida de Reino Unido de la UE, retomar el control de las fronteras y de la llegada de inmigrantes al país sigue siendo la prioridad que todos los ciudadanos esperan que Theresa May mantenga sobre la mesa.
Una encuesta realizada en agosto de 2016 sobre un nuevo modelo de control de llegada de inmigrantes indicaba que los ciudadanos británicos querían que estuviera basado, principalmente, en los historiales criminales. En la lista seguían el conocimiento y manejo del inglés y el dominio de habilidades para trabajos manuales o de fábrica. Esto indica, de nuevo, el tipo de inmigrante que teme la mayor parte de la ciudadanía en Reino Unido: el que “no sabe hacer nada”, viene sin deseos de “integrarse” en su cultura o pretende iniciar actividades al margen de la ley en el país. Con este pensamiento por bandera, la victoria del brexit dio alas a aquellos que se sienten desplazados por este tipo de inmigración no deseada, quienes interiorizaron el discurso populista de partidos como UKIP y veían en el extranjero un enemigo.
A pesar de que los dos partidos principales condenaron los ataques a inmigrantes tras el brexit, el aumento con respecto a cifras del año anterior llegó a ser del 40%. La victoria en el referéndum dio la razón al 52% de personas que votaron a favor: el inmigrante era uno de los principales problemas del país. Las autoridades policiales no se mostraron especialmente alarmadas por esta escalada de violencia; consideraban que estaban originadas por un suceso que había llevado a la sociedad a un estrés mayor del habitual. A este hecho se le sumaba que, durante las campañas, la gente parece estar más comprometida y comunica los sucesos injustos que presencia, de modo que estas cifras tienen a aumentar siempre. Al haber sido una votación que dejó a la sociedad tan dividida, este aumento de ataques y escalada de rechazo tuvo como contrapunto un movimiento que recorrió todo el país contra el odio afirmando que todos eran bien recibidos. Las autoridades estaban convencidas de que, con el tiempo, se volvería a la normalidad.
Sin embargo, el aumento de ataques hacia ciertos colectivos parece ser una tendencia en 2017. Asumiendo la premisa de que, ante niveles altos de estrés, la sociedad se muestra menos tolerante, es posible que los últimos ataques terroristas ocurridos en Reino Unido estén relacionados con el aumento de la hostilidad de los árabes en el país. En una encuesta reciente salían a la luz realidades preocupantes para este colectivo: la mayor parte de los encuestados —55%, cifra que asciende al 72% entre los que se autodefinen como conservadores— se mostraba a favor de una mayor seguridad policial que tenga como origen los perfiles raciales discriminatorios, un 64% considera que los árabes no se han integrado bien en la sociedad británica y solo un 28% considera que la inmigración de este grupo ha tenido un impacto positivo en la economía de Reino Unido.
El estudio esboza una imagen de intolerancia y hostilidad, pero también de ignorancia sobre el mundo árabe. Muestra también que la islamofobia es un tema que preocupa cada vez más a los británicos —en concreto, a tres de cada cuatro encuestados—. Asimismo, confirma la sospecha: el problema no es el lugar de origen, sino la inmigración en sí.
Migrar a Reino Unido no es fácil. Si bien es cierto que muchos en el país sienten intolerancia hacia la inmigración en general, también lo es que existen distinciones entre inmigrantes de primera y de segunda: se ve con mejores ojos la inmigración desde países como Canadá, Irlanda o Australia, mientras que existe un rechazo cada vez mayor hacia aquellos que llegan desde Polonia, Rumanía, Turquía o Pakistán. Los británicos no solamente quieren menos inmigrantes; los quieren mejores.
El informe Casey, publicado a finales de 2016, muestra las terribles deficiencias de un sistema que pretende ser modelo mundial y del que presumen muchos políticos. Las medidas para facilitar la integración social de minorías étnicas o grupos de inmigrantes han fallado, afirma el informe, en los últimos diez años. El fracaso viene con hechos: inmigrantes no blancos siguen siendo discriminados, especialmente por el sistema judicial, y a los miembros del colectivo musulmán los tachan de terroristas y extremistas, lo que causa la formación de guetos, donde viven aislados del resto de la sociedad. Y todo esto, en una sociedad altamente polarizada: si bien Reino Unido se ha convertido en los últimos diez años en un país más diverso y heterogéneo, el aislamiento de ciertas comunidades es más extremo. Al naturalizar la segregación social, esta se ha vuelto cada vez más alarmante.
El informe promueve la integración y hace una llamada urgente a medidas que ayuden en dicha tarea, como un aumento de ayudas en la educación de los más pequeños en comunidades menos favorecidas, la enseñanza del inglés para poder desenvolverse, más empleo, más tolerancia religiosa, asimilación de los valores de la sociedad de recepción y menos segregación. Asimismo, invita a dejar de ver a los inmigrantes como personas que amenazan la identidad nacional y empezar a verlos como sujetos que la enriquecen y la hacen más grande y compleja. Mientras quienes gobiernan desoigan estos consejos, los fracasos seguirán produciéndose. Las políticas de la primera ministra May, enfocadas a limitar la entrada de extranjeros, no van precisamente por el camino de la tolerancia: al exigir un mínimo de ganancias anuales y tener trabajo antes de llegar al país o favorecer unos países de origen frente a otros se está diseñando un perfil de inmigrante a medida. Semejante modelo de integración no puede ser imitado, porque rechaza precisamente las mayores ventajas que trae la inmigración: diversidad y tolerancia.
Esta entrada fue modificada por última vez en 17/10/2017 18:04
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