Un rumbo para las Islas Afortunadas
España cuenta con una ventaja estratégica en el corazón del Atlántico norte, las islas Canarias, un archipiélago codiciado secularmente por el potencial de su geografía. Este enclave, aun devaluado progresivamente con el paso de los siglos, sigue resultando decisivo para la proyección internacional de un país que ambiciona una posición de liderazgo en el concierto de las naciones.
Un enclave codiciado
Aunque la existencia del archipiélago era conocida por griegos, romanos —quienes lo empleaban para deportar a insurrectos norteafricanos— y musulmanes, fue su privilegiada ubicación lo que despertó el interés de las talasocracias europeas allá por el siglo XIV. En aquel tiempo, genoveses, aragoneses, portugueses y castellanos se afanaban en controlar la próspera ruta marítima hacia Asia; serían los últimos quienes se hicieran con el control efectivo del archipiélago tras un largo siglo, el XV, dedicados a la tarea.
La unión dinástica de los Reyes Católicos y la consiguiente búsqueda de una ruta occidental hacia las Indias potenció el valor del enclave, pues el descubrimiento de América (1492) y los viajes de Magallanes y Legazpi-Urdaneta (1564-1565) vinieron a situarlo como puente transoceánico de escala y avituallamiento hacia el Nuevo Mundo y, desde ahí, hacia Asia. Esta ruta de comercio bidireccional, que contó con las Canarias como bisagra, levantó recelos entre las naciones y facciones rivales de España, lo que motivó a berberiscos, holandeses, franceses e ingleses a intentar estrangular al imperio atacando las islas o procurando hacerse con su control.
En el siglo XIX, en el que España perdió la lógica imperial que le había acompañado desde su nacimiento como Estado moderno, multitud de nuevas potencias —Alemania, Bélgica, Estados Unidos…— se mostraron interesadas en hacerse con las islas, pues otorgaban un acceso privilegiado al África colonial y al Mediterráneo, revalorizado tras la apertura del canal de Suez en 1869.
En la primera mitad del siglo XX, el patrón se repite por parte de británicos y germanos. Los primeros bloquearon por mar el archipiélago en el contexto de la Primera Guerra Mundial para evitar su apropiación por los segundos. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la situación se agravó, pues, aunque España rechazó la cesión de Gran Canaria al ejército nazi, las simpatías de España hacia el III Reich hicieron temer en Londres una alianza que la despojaría de Gibraltar —Operación Félix—, temor contrarrestado mediante la elaboración de un plan —Operación Pilgrim— que pasaba por ocupar las islas Canarias, si bien estos planes no llegaron a materializarse.
Con la progresiva vuelta de España al escenario internacional desde 1953, las amenazas tradicionales sobre las islas se mitigaron para dar paso a otras nuevas, la de los Estados africanos de reciente descolonización. Desde los años 60, Argelia y Marruecos comenzaron a presionar a España por la cuestión del Sáhara utilizando la baza de la africanidad de Canarias en la ONU y la Organización para la Unidad Africana, además de vigorizando a un Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario en una ofensiva diplomática a duras penas contrarrestada por España.
Para ampliar: De Suárez a Gorbachov, José Cuenca, 2014
Con la adhesión de España a la OTAN y las comunidades europeas —1982 y 1986, respectivamente—, estos problemas evolucionaron, por lo que España articuló un eje de defensa avanzada formado por Baleares-Gibraltar-Canarias destinado a la protección de sus espacios sensibles y a la monitorización de los superpetroleros soviéticos llegados del golfo pérsico.
En el siglo XXI, cualquier amenaza convencional sobre las islas Canarias se ha disipado y su soberanía, sostenida durante más de 500 años, es respetada en el seno de una España democrática, europea y euroatlántica. Sin embargo, su relevancia estratégica permanece intacta, hecho que se demuestra en el interés que le otorgan potencias como Brasil o en su consideración para albergar el cuartel general del Africom de la gran superpotencia de nuestro tiempo, Estados Unidos.
Un bastión geoestratégico y geopolítico
La posición de España en la intersección entre Europa, África y América hace que la proyección de su influencia regional esté necesariamente orientada a la búsqueda de la estabilidad, la paz y la seguridad internacionales, muy especialmente en su flanco sur; como decía el historiador Fernand Braudel, “la seguridad de Europa llega hasta donde crece la palmera”. Este hecho se acentúa especialmente en el caso de las Canarias, dado que los escasos cien kilómetros que separan el archipiélago del Sahel —en contraposición a los más de mil de distancia a la Península— hacen de él un territorio sensible a la realidad geopolítica de África occidental por su capacidad de contagio y de influencia sobre esta.
Tal es así que el diferencial de riqueza entre las islas y el continente reactiva con ocasional virulencia las rutas de inmigración hacia estas —como la crisis de los cayucos de 2006, con 31.678 personas arribadas a las costas canarias—, en una tendencia que podría agravarse dada la “bomba demográfica” que se está gestando entre Mali y Nigeria. Además, la desestabilización de determinados Estados desde 2011 ha potenciado la existencia de tráficos ilícitos —principalmente capitales, armamento y estupefacientes— en la periferia de las islas, lo que ha facilitado la incubación de grupos terroristas capaces de ahuyentar el turismo y causar interrupciones y encarecimientos del suministro energético. Finalmente, la explotación de recursos estratégicos —telurio, cobalto, níquel— en el monte Tropic, una zona de soberanía difusa entre España, Marruecos y el Sáhara Occidental, ha tensado la relación bilateral y dejado abierta la posibilidad de una disputa de baja intensidad en la zona.
Además de los requerimientos para la propia defensa contra estas amenazas, las Canarias se han visto forzadas a actuar como un factor de estabilidad en el entorno inmediato para contrarrestarlas en su fase de gestación, lo que hace de ellas un auténtico bastión geoestratégico, capaz de proyectar fuerzas de estabilización por tierra, mar y aire.
Desde tierra, España se apoya en las Canarias para participar en varias misiones de seguridad cooperativa —Mali y Mauritania entre ellas— dedicadas a generar capacidades propias en los países africanos, de tal forma que puedan ser garantes de su propia seguridad.
Por mar, el archipiélago proyecta seguridad a todo el corredor marítimo de África occidental, especialmente contra la piratería del golfo de Guinea, empleando buques de acción marítima (BAM) con el objetivo de adiestrar a las marinas autóctonas, vigilar el tráfico marítimo y proteger los intereses estratégicos españoles en la zona: importaciones de gas natural y petróleo de Guinea Ecuatorial y Nigeria, fosfatos del Sáhara, comercio con Mauritania, caladeros de pesca de Marruecos a Namibia…
Desde el aire, el archipiélago actúa como una plataforma de penetración nacional e internacional en el Sahel al ser una escala óptima entre Europa y América con los corredores de Mauritania y Senegal con Mali. Este último corredor es esencial para el transporte de las tropas y materiales con que España secunda el despliegue francés en la zona.
Las Canarias, sin embargo, no son exclusivamente un bastión geoestratégico para la defensa de España y sus aliados, sino también un potenciador geopolítico trascendental, dada la importancia del sector turístico en la economía autonómica y, por ende, en la consolidación de España como tercer país receptor de turismo internacional.
La alta calidad de su sector servicios, junto a una cultura pujante, un clima clemente y su biodiversidad endémica, hacen de Canarias un gigante en la materia —el segundo destino turístico del país en 2016 con 13,3 millones de turistas—, hecho que se ha visto favorecido por la inestabilidad reinante en el Mediterráneo oriental. Este sector, verdadero motor de la economía canaria, es esencial por su efecto multiplicador sobre otros sectores económicos insulares —hostelería, alimentación, transportes…— cuya estabilidad está íntimamente ligada a la recepción de turistas.
Estrechamente vinculados al anterior están los otros motores insulares, es decir, el sector de industria y energía y el inmobiliario, pues la generación de servicios y productos alimenta al primero al tiempo que la necesidad de atender la demanda de alojamientos turísticos y unas islas densamente pobladas hacen lo propio con el segundo.
Una plataforma esencial para la proyección internacional
Que las Canarias son un elemento clave en la defensa de España y en la estabilidad regional es un hecho innegable. Que su proyección internacional redunda en la riqueza, la prosperidad y la influencia de la marca España también lo es. Sin embargo, la macrocefalia del turismo en su economía, la limitada capacidad de proyección española en el Sahel y un cómputo de razones históricas ya consolidadas —la basculación del eje atlántico de poder mundial hacia el sudeste asiático, la apertura de nuevos canales de comunicación marítima en África y América…— parecen haber mitigado la trascendencia geopolítica que históricamente ha ostentado el archipiélago canario. Pese a ello, las oportunidades que ofrece el territorio en la actualidad aún están lejos de ser explotadas en términos de poder blando y duro, lo que destaca la urgencia de nuevas líneas estratégicas que persigan la revalorización del archipiélago español.
La primera de ellas, referente a la proyección de poder duro, tiene el objetivo de emplear las islas como plataforma de proyección atlántica de España tanto en la fachada africana como en la opuesta americana. En este sentido, las facilidades geográficas animan a España a seguir penetrando en África occidental mediante un considerable aumento cuantitativo de sus medios aeroterrestres junto a una Francia que considera la región como su zona de influencia o terrain de chasse gardée —‘coto de caza’—. Al mismo tiempo, el incremento presupuestario sostenido hasta el horizonte de 2024 junto a la consolidación de los planes industriales previstos permitirán a España doblar el número de BAM —espina dorsal de la defensa de Canarias— hasta alcanzar las diez unidades, lo que permite duplicar la actividad naval en la fachada occidental de África.
Por otro lado, las Canarias hacen las veces de un grupo aeronaval estático en el Atlántico, lo que permite ampliar la influencia española en Iberoamérica. Dado que España posee un peso político-económico considerable en la región, la consolidación de una política de defensa ad hoc con los países iberoamericanos —visible a través de ejercicios militares, despliegues conjuntos, asesoramiento y asistencia ante catástrofes, la consolidación de mercados de la defensa…— otorgaría a España una posición de liderazgo en su espacio de influencia tradicional. En última instancia, ello redundaría en un mayor peso en las organizaciones autóctonas —Unasur, Alianza del Pacífico…— y foros compartidos —cumbres iberoamericanas— y un cierto liderazgo en las respuestas de la comunidad internacional —ONU, UE— en lo referente a Iberoamérica.
En lo que atañe a la emisión de poder blando, las islas deben diversificar sus motores de crecimiento y reducir su dependencia de la volátil macrocefalia turística. Para ello es necesario que el archipiélago actúe como un nodo de interconexión de las naciones periféricas y potencie así su importancia entre los flujos —de personas, información, capitales y mercancías— tricontinentales.
La primera de las iniciativas, ideada por el general Miguel Ángel Ballesteros, pasaría por convertir los ocho aeropuertos canarios en un centro de conexión aéreo complementario al de Barajas, en Madrid, para la distribución del tráfico entre América, África y Europa. Para esta empresa será precisa una apuesta decidida por una infraestructura aeroportuaria que reduzca los tiempos de tránsito, un buen sistema de alianzas con otras compañías en aeropuertos distribuidores y una estrategia de largo aliento que cuente con el empuje de las compañías aéreas nacionales. Algo similar podría realizarse en lo referente al transporte marítimo canario, cuyos treinta puertos y más de medio millar de conexiones podrían tornarse esenciales para el transporte de hidrocarburos y minerales de las naciones vecinas al archipiélago.
La segunda iniciativa, fruto de las deliberaciones del exembajador José A. Zorrilla, pasaría por situar al archipiélago como un nodo conector entre los puertos atlánticos —La Florida— y africanos —Lobito o Malabo— por iniciativa del proyecto “One Belt, One Road” de la República Popular de China. Este proyecto reduciría el carácter periférico de las islas al otorgarles la dimensión de tránsito intercontinental, lo que, sumado a otras iniciativas —incremento de la política de asilo, desembarco comercial en los países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental…— podría potenciar el papel regional de España en África.
Finalmente, el tercer gran esfuerzo insular debería centrarse en la mejora de la conectividad por fibra óptica submarina con África y América, tal y como se está haciendo en la actualidad en Brasil. Ello, junto a la aglomeración de empresas tecnológicas, ayudaría a desarrollar un polo de innovación esencial para el desarrollo empresarial y tecnológico-industrial de África occidental al diversificar las economías dependientes de los hidrocarburos y los minerales y reducir la dependencia canaria del turismo. Además, un archipiélago canario como telepuerto de la zona podría favorecer un desembarco cultural —con la lengua española como punta de lanza— de incuantificables beneficios para las relaciones bilaterales.
España en la búsqueda de sí misma
Más centrada en atenuar las debilidades estructurales de su política interna que en proyectar sus fortalezas a nivel internacional, la España del siglo XXI se ha dotado de una política exterior difusa, condicionada ideológicamente y carente de capacidades, recursos y voluntades suficientes. El resultado es la consumación de una posición marginal desventajosa en los grandes centros de debate y decisión de la comunidad internacional. Además, la progresiva basculación del eje atlántico de poder mundial hacia un punto que parece concretarse en el sudeste asiático y el rápido ascenso de multitud de actores regionales altamente competitivos apremian a España a vigorizar su prestigio en los que han sido sus espacios de influencia tradicional —Europa, Iberoamérica y África noroccidental—.
Para ese fin, el país ibérico cuenta con una baza geopolítica de primer orden, las islas Canarias, una plataforma de conexión entre continentes, civilizaciones y océanos sobre la que España ha articulado un sistema de defensa avanzado y un centro de atracción de la riqueza internacional, sistema que empieza a mostrar claros síntomas de agotamiento por lo limitado de su impacto regional. Con las miras puestas en ganar influencia, es previsible el establecimiento de nuevas líneas de actuación —geopolíticas y geoestratégicas— destinadas a sacar provecho de la proximidad insular a numerosos focos de tensión mundiales, flujos de capital y centros políticos de trascendencia.
Hacer de este enclave una referencia para la estabilización regional, la atracción y emisión de riqueza y la conectividad mundial parece una condición indispensable para que España gane peso específico en el espacio atlántico y devuelva al conjunto de las islas el ancestral sobrenombre de Las Afortunadas.