Independentismo catalán con acento argentino
La invención de una narrativa que malversa hechos y conceptos es una marca del populismo de ambos mundos
La tormenta desatada por el independentismo catalán corrobora, en una de sus innumerables dimensiones, un fenómeno que ha signado la última década de Iberoamérica. La existencia de un intercambio transatlántico de dirigentes, consignas ideológicas, tesis académicas, mitos históricos y, no pocas veces, dinero, para favorecer, unas veces la consolidación, otras el establecimiento, de regímenes populistas.
La asonada en cámara lenta del separatismo de Cataluña para modificar el régimen constitucional es una reducción a escala de ese experimento internacional. Con una peculiaridad: en este caso, el acento preponderante es argentino.
El populismo catalán toma otro rasgo del latinoamericano: despierta la simpatía de una parte del clero
El protagonista más visible de esta afinidad es el primer teniente alcalde de Barcelona, Gerardo Pisarello. Nacido en la provincia de Tucumán en 1970, Pisarello es hijo de un abogado que fue víctima del terrorismo de Estado instalado por los militares en 1976. Abogado como su padre, Pisarello es uno de los principales ideólogos de Barcelona en Comú, la agrupación de Ada Colau.
El aporte conceptual más relevante de Pisarello a la causa independentista pertenece al campo constitucional. Este profesor de la Universidad de Barcelona defiende la doctrina según la cual la Constitución española, igual que las latinoamericanas, fue diseñada para preservar el statu quo en beneficio de los poderes dominantes. Todo el aparato institucional sería un cepo antidemocrático. Una forma de opresión. El “pueblo”, por lo tanto, debe derribar esa legalidad, y emanciparse. Esa vocación del “pueblo” suele encarnar en la voluntad de un caudillo clarividente.
Esta concepción, que alimenta el proyecto de desconstitucionalización catalán, parece provenir de América Latina. Sus premisas se repitieron en el Ecuador de Correa, la Venezuela de Chávez y Maduro, la Argentina de los Kirchner. Hoy están muy vigentes en Bolivia, donde la ensoñación de perpetuidad de Evo Morales choca contra las prescripciones constitucionales. Sin embargo, sería un error pensar que estos ideologemas fueron importados a España. Ocurrió al revés. Llegaron a América desde cátedras españolas. Sus principales apóstoles fueron dos profesores de la Universidad de Valencia: Viciano Pastor y Rubén Martínez Dalmau, asesores de varias iniciativas latinoamericanas de cambio constitucional. Todas tuvieron la misma inspiración: lograr, por la vía plebiscitaria, suprimir o atenuar la división de poderes y la periodicidad de los mandatos. Pisarello integra con Pastor y Martínez Dalmau la agrupación Constitucionalistas por la democracia. Las ideas que llegaron de Sudamérica, antes habían viajado a Sudamérica.
El populismo catalán toma otro rasgo del latinoamericano: despierta la simpatía de una parte del clero. La proximidad entre sectores de la jerarquía católica y la causa nacionalista es tradicional en Cataluña. Pero en los últimos años adquirió una modulación específica. Muchos religiosos asimilan el separatismo con una visión recelosa del capitalismo que abreva, o se justifica, en el mensaje del papa Francisco. El Vaticano, muy amigable con los populismos bolivarianos, proyectaría esa predilección sobre la escena catalana.
La Argentina rechaza el deseo de los habitantes de las Malvinas como criterio de la disputa. Igual que el Estado español desconoce la catalana del domingo pasado
La representación de este alineamiento es la monja Lucía Caram, a quien el Papa recomendó “hacer lío”. Como Pisarello, ella también es tucumana. Caram, que se declara independentista de su nación adoptiva, se expresó en términos que suenan contradictorios con la caridad irrestricta que predica su compatriota Jorge Bergoglio. Según Caram, “a Cataluña se le exige una solidaridad que, en realidad, es un expolio de los que producen”. El argumento es inesperado. Es la coartada de todas las regiones ricas para denunciar que son usurpadas por las pobres.
Muchos separatistas catalanes se fascinan con la adhesión de latinoamericanos. Ellos, que ven a Cataluña a una colonia llamada a emanciparse de España, imaginan que la independencia hispanoamericana fue un proceso precursor. Para equiparar ambas peripecias hay que olvidar demasiados datos de la historia. Pero los relatos nacionalistas suelen prescindir del rigor fáctico.
El mejor exponente de este desapego por la verdad es otro argentino, Diego Arcos, fundador del Casal Argentino en Barcelona. Además de ver la independencia latinoamericana como un espejo que adelanta la de los catalanes, Arcos cree que se trata de un flujo de ida y vuelta. Sostiene que el autonomismo indiano, sobre todo en el Cono Sur, tiene origen catalán. Su agente transmisor fue, según Arcos, José Gervasio Artigas, descendiente de una familia de lo que los pancatalanistas denominan Franja de Ponent, quien promovió la independencia del antiguo virreinato del Río de la Plata y, más tarde, la segregación del Uruguay de lo que más tarde sería la Argentina.
Esta genealogía exige más olvidos. Los Artigas no procedieron de la Franja de Ponent. Son de Puebla de Albortón, vecina a Zaragoza. Por si hubiera dudas, uno de los apellidos del padre del Uruguay es Zaragozano. En cambio, el que sí había nacido en Barcelona, era el general Gaspar de Vigodet, a quién Artigas enfrentó por ser el último representante del poder español en el Río de la Plata.
La invención de una narrativa que malversa hechos y conceptos es una marca del populismo de ambos mundos. Arcos, igual que su coterráneo Andrés Ravier, organizaron una agrupación para asimilar Cataluña con las islas Malvinas, que la Argentina reclama ante Reino Unido. Para estos propagandistas, ambos territorios protagonizan una misma saga de descolonización.
La asociación bordea el disparate. La Argentina rechaza el deseo de los habitantes de las Malvinas como criterio de la disputa. Por eso desconoció la consulta celebrada en marzo de 2013. Igual que el Estado español desconoce la catalana del domingo pasado.
En uno de sus ensayos sobre teoría de la historia, Eric Hobsbawm formuló algunas advertencias de interesantísima actualidad. Dice Hobsbawm: “La historia es la materia prima de la que se nutren las ideologías nacionalistas, étnicas y fundamentalistas, del mismo modo que las adormideras son el elemento que sirve de base a la adicción a la heroína. El pasado es un factor esencial —quizás el factor más esencial— de dichas ideologías. Y cuando no hay uno que resulte adecuado, siempre es posible inventarlo”.
Esta entrada fue modificada por última vez en 03/10/2017 20:24
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