Austria, a las puertas de la revolución
Desde el estallido de la crisis de refugiados siria, Austria ha experimentado un fuerte ascenso electoral de la extrema derecha. Sin embargo, la cuestión migratoria solo ha sido uno de los factores de su éxito en las encuestas. El hartazgo social con las élites tradicionales y el temor de las clases no urbanas a los efectos de la globalización han conducido a Austria a las puertas de una revolución ultraderechista que podría consumarse en las próximas elecciones parlamentarias de octubre.
Durante décadas, Austria ha sido analizada como un remanso de paz y tranquilidad democrática. La neutralidad internacional y el turnismo nacional, cuando no las grandes coaliciones entre el Partido Socialdemócrata y el conservador Partido Popular (SPÖ y ÖVP, respectivamente, por sus siglas en alemán), permitieron asentar unas dinámicas políticas muy sólidas y previsibles desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Bajo un sistema de repartición proporcional del poder conocido como Proporz, Austria gozó en los últimos 72 años de una gran estabilidad y prosperidad.
La idea original detrás de este diseño bipartidista fue, desde un inicio, doble: por un lado, evitar la polarización que en 1934 había conducido a una breve guerra civil entre rojos —izquierdistas socialdemócratas urbanos— y negros —fascistas conservadores de las áreas rurales—; por el otro, garantizar la estabilidad política de la Segunda República tras la experiencia del Anschluss a la Alemania de Hitler. Atendiendo a sus resultados, es justo afirmar que este diseño institucional cumplió con su cometido. Sin embargo, en los últimos años el sistema político de posguerra ha dado sus primeros síntomas de agotamiento. La noción del aburrimiento político como virtud ha sido desbordada por un nuevo escenario electoral en el que viejos actores con un nuevo rostro amenazan con dinamitar el sistema. Pero, a diferencia de lo que ha ocurrido en países mediterráneos como Grecia, España o Portugal, en Austria las ansias de cambio han llegado por la derecha.
En las décadas de los 50 y 60, el ÖVP y el SPÖ se erigieron como los grandes artífices de la reconstrucción, democratización y desnazificación de Austria. Estableciendo un diseño institucional que favorecía la alternancia o cooperación en el poder, ambos partidos buscaron simbolizar la instauración de un nuevo equilibrio de fuerzas interno que evitase la inestabilidad y crisis continua vividas los años anteriores. Hay que tener en cuenta que solo durante la primera mitad del siglo XX Austria atravesó su descomposición como imperio dual —con la caída de los Habsburgo—, las duras sanciones impuestas por el tratado de Saint-Germain-en-Laye tras la Primera Guerra Mundial o los devastadores efectos del nazismo. Estas experiencias condicionaron la concepción del nuevo Estado austriaco y su rol en la sociedad internacional, en la que buscó implementar, a partir de la recuperación de su independencia y soberanía en 1955, una diplomacia neutral muy alejada de su propia tradición metternichiana. La delicada situación geopolítica de Austria, atrapada entre el bloque soviético y el occidental, ayudó a perfilar esta aproximación más autónoma a su política exterior durante la Guerra Fría. Prueba de ello es que el país no perteneció jamás al Pacto de Varsovia y sigue sin ser miembro de la OTAN.
Durante los primeros años de enfrentamiento entre las dos grandes superpotencias, Austria se enfrascó de lleno en su modernización económica y en el establecimiento del Estado de bienestar. En los 70, el canciller socialdemócrata Bruno Kreisky impulsó una época dorada en lo económico que permitió la introducción de grandes reformas sociales en materia de educación, mercado laboral, pluralidad cultural y derechos femeninos, reproductivos y de orientación sexual. La coyuntura favorable permitió al SPÖ convertirse en el partido predominante y a Kreisky permanecer durante 13 años con mayorías absolutas al frente del Ejecutivo. Esta hegemonía comenzó a revertirse a mediados de los 80, cuando se percibieron las primeras y tímidas grietas tras la entrada en el Gobierno del ultraliberal Norbert Steger (FPÖ) en coalición con el canciller conservador Fred Sinowatz. No obstante, esta pequeña coalición experimental se rompió tras la llegada al poder del socialdemócrata Franz Vranitzky y la formación de una nueva coalición con el partido conservador que se extendió hasta 1997.
La década de los 90 y la entrada en el siglo XXI fueron años de importantes transformaciones nacionales e internacionales. Por un lado, la derrota del comunismo en 1989 desmontó la lógica bipolar de la Guerra Fría y facilitó la entrada de Austria en la Unión Europea en 1995 y en el euro en 1999. Sin embargo, las consecuencias de la descomposición de la URSS y, especialmente, de las guerras balcánicas tras el desmembramiento de Yugoslavia también afectaron directamente a intereses nacionales y estratégicos de Viena. La oleada migratoria de refugiados procedentes de los Balcanes no solo supuso una considerable carga para Austria, sino que además acarreó importantes consecuencias electorales. Así, la llegada del siglo XXI dio pie a un nuevo Gobierno de coalición en el que el partido antiinmigración de Norbert Hofer volvió a postularse como socio minoritario del canciller conservador Wolfgang Schlüssel. Al igual que ocurriera en los 80, la incómoda coalición con el Partido de la Libertad (FPÖ por sus siglas en alemán) de Hofer se disolvió con la renovación del pacto entre SPÖ y ÖVP durante los siguientes Gobiernos socialdemócratas de Alfred Gusenbauer (2007-2008) y Werner Faymann (2008-2016). No obstante, el estallido de la crisis económica de 2008 y el inicio de la guerra civil siria en 2012 supusieron un duro revés para la supervivencia del bipartidismo austriaco. Tanto es así que en las elecciones presidenciales de 2016 ninguno de los candidatos de los dos grandes partidos logró pasar a la segunda vuelta.
El histórico traspié electoral de los partidos tradicionales en las presidenciales de 2016 hizo temer a los comentaristas políticos que el ultranacionalista Hofer, candidato del FPÖ, se convirtiese en el nuevo presidente de la república. Ello habría generado un terremoto político de primera magnitud, ya que el presidente de la república, además de ser comandante en jefe del Ejército, goza de poderes notables para destituir al Gobierno o disolver el Parlamento. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ningún representante de la ultraderecha había logrado tener opciones tan serias de alzarse con la victoria en unas elecciones nacionales. En esta ocasión faltó muy poco: después de una larga y polémica campaña electoral en la que la votación inicial de mayo fue anulada y repetida en diciembre por orden del Tribunal Constitucional, el candidato de los Verdes, Alexander van der Bellen, logró imponerse a Hofer con tan solo un 53,3% de los votos.
A pesar de esta victoria de la Austria progresista y femenina —un 62% de los votantes de Van der Bellen fueron mujeres—, sería irresponsable infravalorar el hecho de que un partido filofascista, defensor del nacionalismo alemán —conocido en el país como Deutschnationalismus—, haya obtenido apoyos tan amplios en el país. Desde un punto de vista sociológico, los datos son especialmente impactantes: un 85% de las clases trabajadoras votaron a FPÖ en las presidenciales, lo que demostraba el músculo electoral del partido entre los varones de mediana edad sin estudios universitarios y los habitantes de zonas rurales y menos desarrolladas económicamente de Carintia, Salzburgo, Estiria o Baja Austria. Desde su fundación en 1955, el FPÖ jamás había obtenido unos resultados tan positivos. Ni siquiera Jörg Haider, padre intelectual y político del partido desde que se hiciese con sus riendas en el congreso de Innsbruck de 1986, había llegado a poner en jaque de manera tan evidente al Proporz.
Ahora bien, la transición del FPÖ desde la marginalidad política hacia una posición de protagonismo electoral sería incomprensible sin analizar el legado haideriano. Durante las primeras décadas de existencia del partido, las tesis anticomunistas, germanófilas y alternativas al Proporz relegaron al FPÖ a la irrelevancia electoral. Con la experiencia de la Segunda Guerra Mundial tan reciente, pocos ciudadanos estaban dispuestos a confiar su voto a un partido extremista en lo social y ultraliberal en lo económico. Haider, aun siendo un revisionista del nazismo, comprendió este problema a finales de los 80 y trató de dar un giro pragmático a la doctrina del partido. Con un estilo de liderazgo a caballo entre lo excéntrico y lo populista, Haider consideró estratégicamente fundamental la relación del FPÖ con otros partidos a través de coaliciones y la hegemonía en la batalla cultural –Kulturkampf. Pero, para ello, entendió que el partido debía actuar como canalizador del voto protesta y flexibilizar su posicionamiento ideológico —aceptando, por ejemplo, el Estado social y proteccionista— con el objetivo de maximizar los réditos electorales, reforzar su presencia mediática y presentarse como una entidad más transversal, aunque tuviese que lidiar con importantes contradicciones.
A partir de esta recomposición interna, los resultados electorales mejoraron significativamente. En 1999 el FPÖ de Haider obtuvo el mejor resultado de la Historia del partido con un 27% de los votos en unas elecciones legislativas, con lo que logró su entrada como socio minoritario en un Gobierno de coalición con los democristianos. La respuesta de la Unión Europea, a la que Austria había accedido cuatro años antes, fue de amplio rechazo, y Bruselas no tardó en convertirse en un caballo de batalla electoral para una extrema derecha que, en un inicio, había apoyado la adhesión comunitaria. Paradójicamente, el motivo del giro euroescéptico del partido justo antes del referéndum de entrada en la UE no fue solamente ideológico; también tuvo un componente meramente táctico al buscar diferenciarse de las posiciones proeuropeas, ya cubiertas por sus adversarios políticos. Así, bajo la batuta de Haider primero y sus sucesores después, el FPÖ articuló un nuevo mensaje nacionalista bajo el lema “Austria First”, dialécticamente más alejado del pangermanismo, pero sin duda más eficaz para el incipiente campo de batalla discursivo que se venía articulando en torno al cuestionamiento de la globalización y sus sociedades plurales.
Para ampliar: “Europa y su ‘regreso al futuro’: el avance de la extrema derecha”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2014
La eclosión de un profundo descontento social en Austria ha permitido la consolidación de nuevos ecosistemas políticos en los que actores alternativos al bipartidismo están recobrando una mayor importancia estratégica en la formación de Gobiernos. La recomposición del paisaje político del país está respondiendo a una reconfiguración de la relación de fuerzas electorales, articulada en torno a escisiones centro-periferia y campo-ciudad cada vez más acentuadas. En este marco, resulta además muy complejo trazar con nitidez los ejes ideológicos clásicos de izquierda-derecha; el debate principal ya no parece disputarse en ese lenguaje, sino con conceptos asociados a las tensiones globalizadoras y las crisis de identidad anticipadas a principios de los 2000 por politólogos como Giovanni Sartori en La sociedad multiétnica.
Por un lado, la crisis política que atraviesan los partidos tradicionales austriacos está estrechamente ligada con la indignación provocada por el sistema corporativista diseñado por SPÖ y ÖVP a lo largo de décadas de gobierno. Hasta su entrada en la UE y su consiguiente adopción de la legislación antimonopolística comunitaria, Austria había vivido en un sistema en el que las industrias estatales, los colegios, la agricultura, la prensa, las administraciones públicas y otros sectores estaban férreamente influidos por alguno de los dos grandes partidos. Estas circunstancias favorecieron la proliferación de casos de corrupción, nepotismo y redes clientelares. La aplicación de la legislación europea permitió, paradójicamente, el surgimiento de voces más críticas y autónomas con respecto a las formas de interacción y dependencia existentes entre el Gobierno, los sectores empresariales y financieros y los propios sindicatos. El resultado fue la gestación de una masa crítica aglutinada en torno a un discurso progresivamente anti-establishment.
Por otro lado, Austria se ha topado, al igual que la mayoría de países de su entorno, con los efectos negativos de la gran crisis fiscal y financiera internacional iniciada en 2008. La tasa de desempleo en Austria ha aumentado de los niveles cercanos al 4% que llegó a tener justo antes de la Gran Recesión a cifras ligeramente superiores al 6% en la actualidad. El aumento de la edad de jubilación ha contribuido a elevar ligeramente la tasa de paro, pero, si comparamos estas cifras con la tasa media de desempleo en los países del Eurogrupo, que actualmente oscila en torno al 10%, la situación laboral austriaca es bastante positiva; de hecho, Austria sigue siendo uno de los países más prósperos del continente en términos de renta per cápita. Pese a ello, se está comenzando a extender la sensación de que el Estado de bienestar, tradicionalmente omnipresente desde la cuna hasta la tumba en la vida de los ciudadanos, comienza a mostrar signos de debilidad. El temor al estancamiento económico y el extendido prejuicio de que “Los inmigrantes roban el trabajo y las ayudas del Gobierno a los locales” no han hecho sino intensificar estos miedos, azuzados por consignas nacionalistas y antiislam.
En estas circunstancias, la mezcla de hartazgo político e incertidumbre económica terminó de estallar con el inicio de la crisis de refugiados y la proliferación de atentados terroristas en Europa. La gestión de la cuestión migratoria es sin duda el principal factor de polarización en Austria. La incapacidad de las élites políticas para dar respuestas a la crisis fue el trampolín que catapultó a FPÖ desde 2014 a la posición de favorito en las encuestas electorales. Esta situación se agravó especialmente en 2015, año en el que Viena recibió más de 90.000 solicitudes de asilo y la ruta occidental de los Balcanes se convirtió en la principal vía de escape para los refugiados del conflicto sirio. Desbordados por la situación, los distintos Gobiernos de coalición entre SPÖ y ÖVP cedieron a la presión política del FPÖ y trataron de gestionar la crisis endureciendo su postura en materia de acogida de refugiados y promoviendo la construcción de una valla de más de 100 km con Hungría, pero, entre el original y la copia, muchos votantes han preferido depositar últimamente su confianza en FPÖ. Sin embargo, las preferencias ideológico-electorales de los votantes no están ni mucho menos estabilizadas, y así lo atestigua la espectacular remontada de los conservadores en las encuestas para las próximas elecciones de octubre.
En las próximas elecciones legislativas, los austriacos determinarán la composición del Parlamento y la elección de un nuevo canciller. Tras un 2017 marcado por la inestabilidad y las divisiones entre ÖVP y SPÖ, la gran coalición liderada por el socialdemócrata Christian Kern colapsó definitivamente a mediados de mayo. El paso siguiente fue la convocatoria de elecciones anticipadas para el 15 de octubre y el inicio de una feroz campaña electoral marcada por el temor a que el candidato de FPÖ, Heinz Christian Strache, logre participar en la formación del próximo Gobierno.
En este contexto, los pronósticos no son nada favorables para el actual canciller y candidato de SPÖ Christian Kern, ya que las hipótesis de una coalición ultraconservadora parecen estar tomando cada vez más fuerza en las quinielas. La inercia populista de las presidenciales, pero especialmente el paso adelante de Sebastian Kurz como candidato de ÖVP a las elecciones, han reforzado esta posibilidad. No en vano, conviene recordar que, a sus 30 años, el actual ministro de Exteriores ha sido capaz de reorganizar el partido a su antojo y granjearse el respeto de amplias bases electorales liberal-conservadoras gracias a su posición restrictiva en la cuestión migratoria y su voluntad de liberalizar la economía con reducciones de impuestos para abandonar el paternalismo estatal y la economía del subsidio. Personalidades como Dietrich Mateschitz, director ejecutivo de Red Bull, han manifestado su apoyo al joven candidato y, tras su nombramiento como Spitzenkandidat, ‘candidato principal’, las encuestas han comenzado a vaticinar una remontada espectacular de su partido.
Los sondeos pronostican una mayoría conservadora con el 33% de intención de voto, una segunda posición para FPÖ con el 26% de los votos y un tercer puesto para el SPÖ, que obtendría tan solo un 24% de los respaldos. Entre el resto de partidos minoritarios, se espera que ninguno sobrepase el 6% de los votos. Por tanto, el escenario electoral para las próximas elecciones sigue relativamente abierto, aunque cada vez parece más factible que Kurz rompa otro récord de precocidad y termine convirtiéndose en el canciller más joven de la Historia del país. Si lo hará o no acompañado de FPÖ es todavía una incógnita. A estas alturas, lo único que parece seguro es que, pase lo que pase el 15 de octubre, Austria experimentará cambios muy importantes en los años venideros.
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