La Antártida, el último deshielo
El calentamiento de la atmósfera del planeta produce un aumento de las temperaturas en general. Esto ocasiona que vaya desapareciendo el equilibrio en los polos y que los deshielos sean más acentuados. Los deshielos intensos se producen porque las nieves que caen y se depositan se derriten antes, lo cual crea masas de hielo más finas a medida que pasa el tiempo. No es que los polos no hayan sufrido procesos de deshielo antes; las masas heladas de ambos extremos del planeta sufren variaciones a lo largo del año de manera natural. Lo verdaderamente alarmante es, primero, que esas masas son cada vez más finas y quebradizas, y, segundo, que el hielo va perdiendo extensión conforme pasan los años y va aumentando la temperatura.
El deshielo de los polos supone algo más que un efecto del calentamiento global. Dentro del equilibrio del planeta, los casquetes polares juegan un papel crucial. En primer lugar, actúan como regulador climático. El porcentaje de luz solar que refleja influye directamente, junto con otros factores, en que las temperaturas sean las que son. En segundo lugar, los polos son las mayores reservas que existen de agua dulce. Durante el deshielo, esta pasa a formar parte de los océanos y las corrientes marinas, que funcionan también como reguladoras del clima. Si se produjera un cambio en la mezcla de agua dulce y salada dentro de esas corrientes, quedaría amenazado el equilibrio existente.
En los últimos años hemos asistido al progresivo deshielo del Ártico. Este hecho abre nuevas vías marítimas y, con ello, un mundo de posibilidades para cierto tipo de negocios. No obstante, existen pocas noticias sobre lo que está ocurriendo en el extremo opuesto del planeta: la Antártida. Aunque a un ritmo más lento, el Polo Sur es heredero del deshielo del norte y, de continuar a este ritmo, el futuro es preocupante.
Para ampliar: “Geopolítica polar: conquistar un continente que no existe”, Andrea G. Rodríguez en El Orden Mundial, 2017
La Antártida es el continente más frío de la Tierra y el menos diverso en flora y fauna, aunque cuenta con algunas especies únicas. Se encuentra en el hemisferio sur y casi en su totalidad debajo del círculo polar antártico. En orden de extensión, es el cuarto continente más grande, con una superficie de 14 millones de kilómetros cuadrados. Un 98% de esta superficie está cubierta de hielo. Los icebergs componen un 11% del continente, y la temperatura en invierno puede descender hasta los -73 ºC. Exceptuando las estaciones de investigación y la fauna y flora de la zona, la Antártida supone un territorio muy inhóspito para la vida.
La extensión de las plataformas glaciares varía en función del año, pero, a grandes rasgos, estas plataformas son cada vez más finas y, por ende, menos estables y más peligrosas. Quienes todavía niegan que la Antártida corre peligro se basan en las mediciones de los últimos años sobre la extensión de la capa de hielo, que había aumentado en 2015 —5,5 millones de km²— con respecto a datos de 1985 —4 millones de km²—. Sin embargo, el peligro al que se enfrenta el continente no tiene tanto que ver con la extensión del hielo como con la calidad del hielo en sí.
Por ejemplo, debajo de la plataforma glaciar de Pine Island, una de las más extensas e importantes para contener el hielo continental, hay un cañón submarino. Un equipo de científicos descubrió allí el verdadero problema, que se esconde a la vista de todos: el agua que fluye debajo del hielo es más cálida de lo habitual. Cuando esta agua choca con la línea de base, el punto donde el hielo se agarra al fondo marino o a la roca continental, la diferencia de temperatura comienza un proceso de erosión imparable. El ritmo de esta fusión es alarmantemente rápido: cerca de la línea de base, el hielo disminuye hasta 90 metros al año solamente en esta plataforma. Debido precisamente a este fenómeno, en 2013 se produjo la primera ruptura en Pine Island. La capa de hielo era tan fina que ya no era capaz de agarrarse al resto de la plataforma. La segunda ruptura se produjo en agosto de 2015 y dejó a la deriva 580 km² de hielo.
Otro caso es el de la península antártica, donde las medias anuales en la parte occidental de la península han aumentado una media de 2,5 ºC desde 1950. La banquisa de hielo resiste cada año menos; en la actualidad permanece durante cuatro meses. En esta zona del continente, el aire más cálido contribuyó a crear lagos de agua más caliente en la superficie de las plataformas de hielo, que se filtró por las fisuras y aceleró el desprendimiento. Sin plataforma a la que agarrarse, el número de glaciares a la deriva ha aumentado exponencialmente en los últimos años.
La plataforma Larsen, una de las más extensas, se quebró por primera vez en 1995 y dio lugar a Larsen A. Larsen B comenzó a navegar a la deriva en marzo de 2012 siguiendo el mismo proceso que la primera. Desde entonces se han dedicado muchos esfuerzos a la observación y control de la plataforma Larsen C, ya que su desprendimiento daría lugar a uno de los glaciares a la deriva más grande conocidos. Finalmente, Larsen C se desprendió de la plataforma este verano, entre el 10 y el 12 de julio. Larsen C es un bloque de hielo de 5.000 km² a la deriva que ha puesto en riesgo la estabilidad de lo que queda de la placa de hielo principal. Para los científicos, el análisis y diagnóstico de las plataformas heladas es la mejor manera de conocer el estado del continente; a la vista de los últimos acontecimientos, el continente está enfermo.
El problema es que no se trata solo de plataformas heladas a la deriva. Esas plataformas, en contacto con aguas más cálidas y el aumento de las temperaturas, terminarán derritiéndose y pasando a formar parte de los océanos, que cada vez tendrán menos salinidad, un proceso bastante más complejo de lo que a simple vista pueda parecer.
Según datos de la Agencia de Protección Medioambiental, el nivel del mar ha aumentado de 15 a 20 centímetros en los últimos cien años. Puede parecer una cantidad insignificante, pero sus efectos se notan. Las primeras perjudicadas son las pequeñas penínsulas en medio del océano, donde sus habitantes han presenciado cómo el mar iba conquistando poco a poco la costa y haciendo más pequeño su hogar. Es el mismo destino que sufrirán las ciudades costeras si seguimos con este ritmo. Si la Antártida occidental llegara a descongelarse por completo, el nivel del mar aumentaría unos cuatro metros; en caso de producirse un deshielo total, las cifras oscilan entre los 57 y los 61 metros en un plazo de 500 años. Sí hay un dato sobre el que está de acuerdo la comunidad científica: el nivel del mar habrá aumentado alrededor de un metro hacia 2100. Esto significa que muchas islas y ciudades costeras se verán seriamente amenazadas en un futuro.
Para ampliar: “Refugiados climáticos: ¿cómo evacuar un país?”, Abel Gil en El Orden Mundial, 2017
En segundo lugar, que la Antártida sea el continente con menos diversidad en fauna y flora del mundo no quiere decir que las especies que se encuentran allí no sean únicas. En un entorno tan hostil, la vida se abre paso pendiendo de un hilo y convive en frágil equilibrio con su alrededor; un sutil cambio en cualquiera de los parámetros podría suponer la pérdida de especies enteras. Es el caso del pingüino adelaida, la especie que comparte hábitat en el continente junto al pingüino emperador. Allí donde se han producido cambios en el clima o la temperatura del agua, las colonias de los pingüinos adelaida han disminuido hasta un 80%.
La amenaza para estos pingüinos viene de dos frentes: por un lado, el cambio climático podría reducir el número de lugares óptimos donde anidar y poner los huevos; por el otro, los cambios en la temperatura o salinidad del agua podrían hacer desaparecer parte de su dieta habitual. Con relación a esto último, la vida de la flora marina en la Antártida se encuentra en una finísima línea de estabilidad con respecto a las condiciones del agua, así que su amenaza es inminente. Ocurre lo mismo con la araña o la estrella de mar, especies que experimentan en aguas tan frías el llamado gigantismo polar, que las hace tan diferentes del resto y tan misteriosas para los científicos.
En tercer lugar, con el deshielo de la Antártida, Darwin llega para quedarse. Si el cambio climático sigue empeorando, las áreas libres de hielo en la Antártida podrían extenderse más de lo esperado y producir cambios en los ecosistemas terrestres de la zona. Al aumentar la temperatura y la disponibilidad de nuevos nichos ecológicos, la llegada y establecimiento de especies invasoras está prácticamente asegurada, así como la competencia entre las que están y las que llegan.
Con los cálculos sobre el inicio de la catástrofe antártica fijados del año 2100 en adelante, los problemas que sufre el continente no parecen ser importantes: “Todavía queda mucho para que eso ocurra”, “Seguro que se encuentra alguna solución”… Sin embargo, algunas voces afirman que quizá haya llegado la hora de dejar de ser “tan cautos a la hora de comunicar el riesgo que ello entraña”. El nivel del mar ya está aumentando y no dejará de hacerlo en 2100; todo lo contrario.
A la larga, habría que evacuar ciudades como Nueva York, Copenhague o Shanghái; probablemente muchas más. Ante esta realidad, se hace imperativo que la comunidad internacional se comprometa a realizar un esfuerzo conjunto para tratar de evitar el futuro. En esa línea, que países como Estados Unidos no quieran formar parte de acuerdos como el de París supone un error, ya que es uno de los países que más gases emite a la atmósfera y porque, lejos de ser perfecto, el acuerdo fija unos mínimos para que la comunidad internacional se comprometa y seguir mejorando. Quedarse fuera del acuerdo de manera voluntaria niega de lleno el cambio climático y la necesidad de combatirlo.
El aumento del deshielo en la Antártida amenaza directamente a un sinfín de especies de fauna y flora, no solamente autóctonas. El aumento del nivel del mar, el cambio de las condiciones del agua y el clima y las inundaciones de las zonas costeras destruirá muchos hábitats y llevará a muchos ejemplares al borde de la extinción o a la desaparición total. No se puede asumir el riesgo de esperar a ver qué ocurre; en el peor de los casos, será demasiado tarde. Las especies desaparecidas marcarán un punto de no retorno.
El aumento del deshielo también amenaza directamente la vida humana. En el proceso de evolución, el ser humano ha sido capaz de adaptar cualquier hábitat a sus necesidades y ha extraído los recursos necesarios para la supervivencia. Con la escasez de estos, las migraciones serán inevitables, así como el desplazamiento de las poblaciones desde la costa a las zonas más de interior. Los conflictos culturales y de convivencia que ya ocurren en la actualidad se verán acentuados. La supervivencia se verá amenazada y dará lugar a un aumento del pánico mundial. Por ello, con vistas a asegurar la paz, el compromiso y la aceptación de la realidad son necesarios. La Antártida puede convertirse en la bandera de una lucha: la del ser humano contra sus propios errores.
Nicolas Boeglin, Profesor de Derecho Internacional Público, Facultad de Derecho, Universidad de Costa Rica (UCR).…
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