Aunque Ankara no cumpla los requisitos, Bruselas no debe cerrar el proceso de adhesión
La demostrada deriva autoritaria y represiva del régimen de Recep Tayyip Erdogan ha colocado la candidatura de Turquía para su adhesión a la Unión Europea en la campaña electoral alemana y en los pasillos de Bruselas. Y, como no podía ser de otra manera dada la evolución de los acontecimientos en Ankara, de forma poco positiva.
Aunque el Gobierno de Erdogan acuse de racismo y discriminación a los dos principales candidatos a la cancillería alemana por su visión negativa de la candidatura turca en las actuales circunstancias, es innegable que tanto la democristiana Angela Merkel como el socialdemócrata Martin Schulz llevan razón. La Unión Europea es un grupo de democracias, lo cual lleva aparejadas características como la separación de poderes y el respeto a los derechos humanos o la libertad de prensa, entre otras. Erdogan está empujando a su país en dirección contraria conformando un sistema donde la presidencia invade o anula otras esferas, las purgas de carácter político se han multiplicado y hecho masivas desde el intento de golpe de Estado de 2016 y medios y periodistas críticos son acallados. A esto hay que sumarle una actitud pública del Gobierno turco de reafirmación en esta línea con la intención, si acaso, de profundizarla. En estas circunstancias, y expresado con el mismo realismo con que lo hicieron Merkel y Schulz durante su debate electoral, Turquía no puede ser admitida en la Unión.
Pero en ningún caso debe ser Bruselas la que ponga fin al proceso de adhesión. Esa medida reforzaría el discurso victimista de Erdogan y le serviría para justificar un incremento de su deriva autoritaria y castigaría a los demócratas turcos a los que la UE debe apoyar. A la UE le interesa una Turquía plenamente democrática e integrada en un proyecto común de progreso y paz. Y los demócratas turcos necesitan saber que tienen un futuro europeo y que la UE está con ellos.