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Conferencia sobre los Océanos: testigos de la catástrofe

Conferencia sobre los Océanos: testigos de la catástrofe

Los océanos producen parte del oxígeno que respiramos, nos proporcionan comida y energía, nos han permitido conocer sitios nuevos y comerciar con casi cualquier nación en el mundo. Sin embargo, en vez de proteger y gozar con respeto de las oportunidades que nos han brindado, la humanidad se ha dedicado a empobrecer y dañar lo más preciado de nuestro planeta. Hoy nos encontramos en un punto transcendental en la Historia: ¿tiene solución el daño que hemos causado?

El océano conforma un 70% de la superficie del planeta Tierra, alrededor de tres mil millones de personas dependen del pescado como fuente primaria de proteínas y el valor de la economía del océano supone cada año un billón y medio de dólares a la economía mundial.

La dependencia económica y social de los océanos es, por tanto, una realidad. Sin embargo, durante años se ha creído que constituyen un derecho de todos y responsabilidad de nadie. La humanidad ha visto en las aguas oceánicas el mejor aliado para potenciar el desarrollo económico y sociocultural de las naciones y, a su vez, su mejor solución para deshacerse de lo que ya no necesitaba. ¿Quién iba a atreverse a parar los pies a los grandes avances de la Historia y el crecimiento económico por el daño que su uso incontrolado pudiera suponer en un futuro?

Tras las grandes revoluciones industriales, no solo las naciones europeas, sino también el continente americano y asiático comenzaban a ver las ventajas y el abanico de posibilidades que el carbón, el petróleo y el gas natural ofrecían para el desarrollo de las tecnologías, los medios de transporte, la educación y las economías mundiales. Entonces era difícil comprender que el progreso y la felicidad que los combustibles fósiles habían traído a las sociedades también acarreaban efectos negativos.

La ignorancia y la avaricia siguen siendo atrevidas. Incluso siendo conscientes de los daños que la actividad humana está ocasionando en el planeta y las penosas perspectivas de futuro que nos aguardan si no se toman las medidas pertinentes, aún hoy son muy pocos los países que pueden presumir de su labor por el medio ambiente. Hemos seguido explotando al máximo lo que el planeta nos brindó para utilizar con responsabilidad. ¿Por qué no hemos realizado cambios? ¿Tiene siquiera solución el daño ya causado?

Qué está sucediendo en los océanos

“Every tear you cry…ends up back in the ocean system. Every third molecule of carbon dioxide you exhale is absorbed into the ocean. Every second breath you take comes from the oxygen produced by plankton”

“Cada lágrima que lloras… acaba de nuevo en el sistema oceánico. Cada tercera molécula de dióxido de carbono que exhalas es absorbida por el océano. Cada segundo respiro que tomas proviene del oxígeno producido por el plancton”

Sea Sick: The Global Ocean in Crisis, Alanna Mitchell

Los océanos no fueron creados simplemente para alimentarnos con sus exquisitas especies y dejarnos maravillados con su belleza; también son una fuente de vida para la humanidad. Su labor de regular las temperaturas y los climas, crear oxígeno, absorber dióxido de carbono y gases de efecto invernadero y mantener el ciclo del agua hace que su importancia sea incalculable. Es más, de no ser por los océanos, la Tierra sería como Marte; la vida en nuestro planeta sería sencillamente imposible.

Sin embargo, las actividades humanas y las prácticas abusivas están minimizando la capacidad de los océanos para hacer de la Tierra un lugar habitable. La pesca incontrolada, la emisión masiva de gases de efecto invernadero, la búsqueda insaciable de combustibles fósiles y el uso del mar como vertedero son indudablemente las prácticas que más están dañando a los océanos. Lo que fue creado como un sistema perfecto de dependencia firmará la sentencia de las futuras generaciones si el proceso que estamos viviendo no se revierte.

En el golfo de México hay más de 30.000 bases petrolíferas. BP, la compañía responsable de la mayor catástrofe ambiental en EE. UU. tras la explosión de la planta Deepwater Horizons, produce a diario unos 250.000 barriles de petróleo. Fuente: The Telegraph

Que existan cinco océanos con temperaturas distintas no es pura casualidad. Las corrientes de agua transportan el calor que los océanos absorben para regular la temperatura de la Tierra. Gracias a este mecanismo, la vida en el Ecuador es posible y se dan fenómenos atmosféricos como El Niño y La Niña, que hacen posible los períodos de lluvia y de sequía.  Además, aunque las selvas amazónicas se han llevado el mérito de ser “los pulmones del mundo”, la realidad es que los océanos crean casi el 50% del oxígeno que respiramos.

Sin embargo, su capacidad para mantener un ritmo que asegure la supervivencia de todas las especies ha ido disminuyendo a medida que la temperatura del planeta ha ido aumentando. El principal causante de la subida de las temperaturas en los océanos ha sido la emisión desenfrenada de gases de efecto invernadero a la atmósfera. La capacidad de los organismos encargados de absorber el dióxido de carbono de la atmósfera, depositarlo en el fondo de los océanos y crear oxígeno ha ido mermando, incapaces de hacer frente a la gran demanda. Así, los gases permanecen estancados en la atmósfera y aumentan la temperatura de la superficie terrestre y los océanos, que en vez de un instrumento de alivio se convierten en cómplices del aumento de las temperaturas, la descongelación de los polos y la subida del nivel del mar.

En su intento por absorber cuanto más dióxido de carbono posible, los océanos han impulsado también su propia acidificación, lo cual contribuye a que los efectos del cambio climático se hagan gradualmente más presentes. Igualmente, el uso indiscriminado de fertilizantes y del océano como basurero mundial multiplica la rapidez con la que los ecosistemas y las especies marinas desaparecen. Hay zonas en el océano con niveles tan mínimos de oxígeno que la vida es imposible. No es de sorprender que estos territorios —denominados zonas muertas, lo más parecido a desiertos bajo el mar— sean frecuentes en el golfo de México.

La acidificación de los océanos está potenciando el blanqueamiento de los corales. Un 20% de los corales han muerto y un 24% se encuentran en riesgo de colapso. Los corales no solo son una fuente primaria de alimento para la biodiversidad marina, sino también una barrera de protección natural para islas y zonas costeras. Fuente: NOAA

El proceso se puede revertir

Ciertamente, uno de los mayores desafíos a los que la comunidad internacional se enfrenta a la hora de poner soluciones es la falta de conocimiento sobre los océanos. Hasta ahora se ha explorado menos del 5% de su profundidad; de hecho, existen mapas más detallados de la superficie de Venus y Marte que del lecho marino. No obstante, esto no ha sido motivo suficiente para frenar la voluntad de organizaciones internacionales y científicos dispuestos a ralentizar el cambio climático y sus efectos.

Probablemente una de las medidas más discutidas es el impuesto sobre el carbono. Aunque este impuesto existe desde 2005 en la Unión Europea, solo se aplica a los grandes contaminantes y las cantidades que han de pagar por el exceso de emisiones, comparadas con sus ganancias, son más bien ridículas. Lo que se pretende con este impuesto es que tanto productores como consumidores reduzcan su dependencia sobre los combustibles fósiles y se decanten por energías renovables. Esta ecuación es la misma que se adjudica al alcohol, al tabaco e incluso al azúcar en algunos países europeos: un desincentivo económico busca que se reduzca el consumo. Pero la realidad es que el tributo no ha encontrado muchos aliados en su camino hacia la implementación. Estados Unidos, uno de los mayores contaminadores del mundo y a la vez uno de los países más afectados por la acidificación de los océanos, no está dispuesto a aplicar esta tasa.

Para ampliar: Before the Flood, National Geographic, 2016

Para 2020, parte de Manhattan podría quedar bajo el agua si no se toman las medidas necesarias. Se calcula que el cambio climático costará unos 44 billones de dólares a los ciudadanos estadounidenses. Fuente: Business Insider

El impuesto sobre el carbono depende totalmente de países desarrollados con Gobiernos y oficinas administrativas suficientemente sólidos como para poner en práctica de manera efectiva esta medida. Hacer depender el mundo de su voluntad política es demasiado arriesgado, por lo que hay que abrazar medidas que no solo tengan un impacto indirecto en la comunidad internacional, sino que promuevan de primera mano el cambio, es decir, medidas enfocadas directamente en mejorar la capacidad de respuesta de los países menos desarrollados y más vulnerables al cambio climático, en especial los Estados insulares pequeños en vías de desarrollo (SIDS por sus siglas en inglés).

Para ampliar: “The Ocean Economy: Opportunities and Challenges for Small Island Developing States”, UNCTAD, 2014

En 2012, durante la Conferencia de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, aparecía por primera vez el concepto de economía azul. Este modelo económico pretende fomentar el uso responsable y racional de los medios que el océano pone al alcance de las comunidades para impulsar su desarrollo y mitigar los efectos del cambio climático. El nuevo modelo ha conseguido reforzar la importancia de los océanos y modificar la retórica internacional existente hasta el momento, que priorizaba la economía verde. Así, en 2014 se firmaba la declaración de Abu Dabi, en la que se ratificaba el enorme impacto de los océanos en el alivio del hambre y la pobreza y en la creación de sistemas económicos sostenibles.

La economía azul es un modelo económico respetuoso a la par que solidario. Pretende crear negocios y puestos de trabajo azules, promover energías renovables y garantizar que la impronta de las actividades humanas en el medio ambiente se reduzcan. Los SIDS son las naciones que más podrían beneficiarse de este modelo, primeramente porque son las naciones más afectadas por las adversidades del cambio climático y en segundo lugar debido a su gran dependencia de los océanos. Pero los Gobiernos de los SIDS, como el de las islas Fiyi, se enfrentan a un problema más en la aplicación de este modelo: la falta de entendimiento de su población. Las provincias de Ra y Kadavu son de las más afectadas por la contaminación del agua y la subida del nivel del mar. Sin embargo, el Gobierno fiyiano no podrá aplicar medidas exitosas hasta que sus ciudadano no sean consciente y tengan las competencias necesarias para hacer frente a este desafío.

Para ampliar: “Refugiados climáticos: ¿cómo evacuar un país?”, Abel Gil en El Orden Mundial, 2017

La superficie marítima de los SIDS, incluidas las zonas económicas exclusivas, supera la superficie terrestre. Por ello, su dependencia de los océanos —especialmente en el caso de la pesca— es inmensa. Fuente: OHRLLS

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos

Si bien los primeros indicios sobre la contaminación de los océanos ya aparecían en el siglo pasado y la importancia de su conservación se ha ido incluyendo de pasada en las grandes conferencias climáticas o en los planes de actuación internacional, el mundo ha tenido que esperar hasta 2017 para poder ser testigo de la primera conferencia internacional en la que la protección y la preservación de los océanos fuese el tema principal.

El único compromiso que los Estados miembros de las Naciones Unidas habían aceptado hasta el momento para salvar a los océanos era el decimocuarto objetivo de desarrollo sostenible —conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible—, firmado en septiembre de 2015. Con la Conferencia de los Naciones Unidas sobre los Océanos, el deber de preservar los océanos se ha hecho innegable. Entre el 5 y 9 de junio de 2017, representantes de los Estados miembros de las Naciones Unidas se reunían en Nueva York para promover medidas que garantizasen el cumplimiento del objetivo 14.

La conferencia se inauguraba con una ceremonia tradicional de Fiyi. Irónicamente, en un principio la conferencia iba a tener lugar en el archipiélago, pero los daños ocasionados por el ciclón Winston —el más grave registrado en la Historia de la nación— obligaron a desplazar la conferencia a Nueva York. Fuente: El País

Durante la conferencia, los representantes de los distintos Estados pudieron discutir las medidas para combatir la contaminación marina, la pesca ilegal y la acidificación de los océanos. Pero la importancia de esta conferencia va más allá de la aceptación de ciertas medidas: por primera vez se reconocía la relación que existe entre el bienestar de los océanos y el alcance del resto de los objetivos de desarrollo sostenible y se hacía un llamamiento a la importancia de despertar la conciencia de la humanidad sobre la contaminación y la necesidad de preservar los océanos.

Es por esto que a las reuniones no solo asistieron representantes de los Estados. Diversas ONG, la sociedad civil, el sector privado y la comunidad científica y académica fueron invitados a participar en las discusiones. Para aumentar la participación de todas las personas —pues los océanos son un derecho y un deber de toda la humanidad—, se abrió una plataforma en la que cualquier persona podía incluir compromisos voluntarios, que más tarde se incluyeron en la declaración final “Nuestro océano, nuestro futuro: una llamada a la acción”.

¿Una muestra de liderazgo internacional?

La Conferencia sobre los Océanos ha venido marcada por la inconfundible esencia de las reuniones internacionales: tarde, mal y nunca. Tras años avisando del impacto que el cambio climático tendría sobre el planeta, no ha sido hasta que las naciones han experimentado en sus propias tierras los efectos del cambio climático y comenzado a percibir el cambio climático como un tema de seguridad nacional que han decidido reunirse para proponer soluciones al problema. El fruto de la conferencia no tardaba en unirse a la larga lista de acuerdos internacionales tomados a última hora en los que las palabras de compromiso carecen de la garantía necesaria para implementar realmente medida alguna.

Por otro lado, la conferencia deja una puerta abierta a la esperanza. Días antes de tener lugar, EE. UU. anunciaba su retirada del acuerdo de París. En ese momento, se pensó que esta decisión marcaría el desarrollo de la lucha contra el cambio climático frenando los pies y desanimando al resto de los países, pero la afortunada realidad ha sido otra. Mientras que los medios auguraban un futuro oscuro a la lucha contra el cambio climático sin EE. UU., las otras 192 naciones que conforman las Naciones Unidas se reunían en Nueva York para hacer frente de manera conjunta a una de las mayores amenazas a la supervivencia del planeta.

A pesar de que la conferencia haya supuesto un paso hacia la creación de una mundo más sostenible y respetuoso con el océano, la humanidad no puede conformarse con compromisos basados en la mera fe en los Gobiernos. Hasta que la contaminación de los océanos y el cambio climático no dejen de percibirse como una cuestión política, hasta que no comprendamos que los mares son un derecho a la vez que un deber y no aceptemos  que somos nosotros los que dependemos de los océanos para sobrevivir y no viceversa, hay pocas esperanzas de mejoría tanto para la Tierra como para la humanidad.

dipublico

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