Lejos de la grandeur: los territorios franceses de ultramar
Vestigios de un pasado imperial, los departamentos y colectividades de ultramar han otorgado a Francia una posición geoestratégica envidiable a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, en el ámbito socioeconómico siguen estando muy lejos de alcanzar los niveles de la metrópoli, su auténtico sostén. Esta situación ha hecho que las manifestaciones de descontento social hayan brotado por varios departamentos en los últimos años; el último ejemplo son los graves disturbios acontecidos en la Guayana.
Hace ya más de medio siglo que Francia dejó de ser un imperio colonial. Durante las décadas de los cincuenta y sesenta, el país galo no tuvo más remedio que aceptar la independencia de sus colonias indochinas, magrebíes y subsaharianas a la vez que ideaba una superestructura política, económica y cultural para asegurarse seguir ejerciendo su influencia poscolonial. Sin embargo, en pleno periodo de descolonización, la metrópoli rehusó desprenderse de múltiples territorios de ultramar esparcidos a lo largo y ancho del planeta, que ha seguido atesorando hasta nuestros días. Bajo la condición de departamentos de ultramar, una denominación que desde el advenimiento de la Cuarta República (1946-1958) sirvió para sustituir nominalmente el estatus colonial, Francia se aseguraba con su retención la presencia en los principales océanos y rutas marítimas del mundo.
Hoy en día, dichos territorios —a los que Napoleón llamaba con desprecio “el confeti del imperio”— se dividen, salvo algunas excepciones, en tres rangos: departamentos y regiones de ultramar (DROM), colectividades de ultramar (COM) y las tierras australes y antárticas francesas (TAAF). Entre todos ellos suman —sin contar con la reivindicación francesa en la Antártida, Tierra Adelia, parte de las TAAF— más de 120.000 kilómetros cuadrados de superficie terrestre —a los que deben añadirse los 552.000 de la metrópoli— y más de once millones de kilómetros cuadrados de zona económica exclusiva, que, además de conceder a la metrópoli el derecho de explotación de las aguas y los recursos que pudiesen ser hallados en el subsuelo, colocan a Francia como la segunda potencia marítima del mundo, solo superada por Estados Unidos.
Comenzando por el continente americano, donde Francia conserva sus excolonias más antiguas, encontramos vestigios del primer imperio colonial francés (1534-1815): Martinica, Guadalupe, San Martín —isla compartida con Países Bajos— y San Bartolomé en el Caribe, la Guayana en América del Sur y San Pedro y Miquelón en el Atlántico norte, a escasos kilómetros de Terranova, perteneciente a Canadá, país que reclama el pequeño archipiélago sampedrino como parte de su soberanía territorial. En el Índico sur, Francia concedió la independencia a Madagascar, pero conservó las vecinas Islas Reunión y Mayotte, esta última a pesar de los reclamos del hoy país independiente Comoras, que la considera parte de su archipiélago. También en este océano Francia posee pequeñas islas inhabitadas que se engloban dentro de los TAAF: Crozet, Kerguelen, San Pablo y Ámsterdam y las llamadas Islas Dispersas —Bassas da India, Isla Europa, Islas Gloriosas y Juan de Nova en el canal de Mozambique y la diminuta Tromelin al este de Madagascar—.
Si rotamos un poco más el globo terráqueo, encontramos que en el Pacífico, en plenos antípodas franceses, Francia posee los territorios de Nueva Caledonia —con un estatus sui generis y que decidirá seguir siendo territorio francés o independizarse en 2018— y Wallis y Futuna —islas que dejaron de ser administradas por Nueva Caledonia en 1961—. También en el Pacífico, Francia cuenta con las 118 islas y atolones que conforman la Polinesia Francesa, con Tahití como centro neurálgico, y un pequeño atolón inhabitado con estatus especial situado a poco más de mil kilómetros de las costas norteamericanas: Clipperton, también conocido como la Isla de la Pasión, que México reivindica como propio.
La estrategia del confeti
¿Por qué conservar estos territorios? Es lo que se habrá preguntado algún que otro ciudadano francés, dado el alto coste que supone para la metrópoli mantener sus dependencias de ultramar, estructuralmente deficitarias. Sin embargo, a pesar de que pueden parecer un exótico capricho, destinos paradisiacos para los turistas metropolitanos o simplemente un arrebato de nostalgia imperial, lo cierto es que para descifrar las razones por las que Francia se ha asegurado la tenencia de territorios hemos de considerar sus respectivas posiciones estratégicas y el potencial geopolítico y económico del que Francia ha logrado sacar provecho estas últimas décadas.
Un buen ejemplo de ello lo encontramos al sur del Caribe, en Guayana, un territorio del tamaño de Portugal en el que Francia posee una base militar y que ostenta el rango de DROM y de región ultraperiférica de la Unión Europea. En las proximidades de la localidad de Kourou, a unos sesenta kilómetros al noroeste de la capital, Cayena, se encuentra el Centro Espacial Guayanés, único puerto espacial tanto de Francia como de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). Con la independencia argelina en 1962, Francia tuvo que abandonar la incipiente base espacial de Hamaguir, en el desierto del Sáhara, y la alternativa escogida para sustituirla en 1964 no fue fruto de la casualidad.
El puerto guayanés cuenta con una posición geográfica envidiable: un territorio selvático y poco densamente poblado, con espacio suficiente para construir los 700 kilómetros cuadrados que ocupa el complejo, unas condiciones atmosféricas y sísmicas estables, una localización frente al mar que reduce el riesgo de impacto en caso de lanzamiento fallido y, sobre todo, una localización a unos 500 kilómetros al norte del ecuador que facilita tanto el lanzamiento como la puesta de cohetes en órbita. En 1975 Francia decidió compartir este centro con la ESA y cuatro años más tarde se produciría el hito del lanzamiento de Ariane 1, la primera misión europea de la Historia. Desde entonces, las docenas de misiones de la ESA han tenido su base de lanzamiento en Kourou.
Más al norte, las tradicionalmente denominadas Antillas Francesas, unas islas testigos de la esclavitud y la sobreexplotación de tierra que tanto rédito le reportó a la metrópoli en forma de tabaco y sobre todo de caña de azúcar, han servido para proteger los intereses franceses alrededor de uno de los chokepoints más concurridos del mundo: la ruta marítima del canal de Panamá, escoltada por las bases militares de Guadalupe y Martinica. Estas dos dependencias son las únicas del Caribe constituidas como DROM; el resto son COM. El Caribe francés ha servido de escala habitual de aviones y barcos destinados a las islas de la Polinesia —en cuya capital, Papeete, Francia posee otra base militar—, que en la Guerra Fría fueron el lugar elegido para la realización de los polémicos ensayos nucleares franceses. En concreto, en los inhabitados atolones de Mururoa y, en menor medida, Fangataufa Francia realizó hasta 1996 alrededor de 200 ensayos nucleares. A pesar de que las pruebas eran subterráneas, las fugas de gas y las filtraciones han hecho de Mururoa un atolón radiactivo, lo que ha provocado daños irreparables tanto en el ecosistema como en la salud de la población polinesia.
En cuanto a Nueva Caledonia, cabe resaltar que este archipiélago posee, además de una base naval francesa, un cuarto de las reservas mundiales de níquel. Junto con Wallis y Futuna, otorga a Francia una posición estratégica privilegiada en las proximidades de una de las rutas más congestionadas de tráfico marítimo y un área de potencial tensión geopolítica: el sudeste asiático. Por su parte, las posesiones en el suroeste del Índico han sido tradicionalmente utilizadas para garantizar la seguridad de la ruta comercial que bordea el cabo Esperanza, proteger los intereses franceses en el Índico y la Antártida y luchar contra la piratería y la pesca ilegal. Para ello, Francia mantiene bases navales en las islas de Reunión y Mayotte, también DROM. Finalmente, los TAAF dotan a la metrópoli de más de dos millones de kilómetros cuadrados de zona económica exclusiva, de los cuales se sirve, a modo de ejemplo, para la pesca de especies como el atún y para la explotación de recursos energéticos subterráneos —gas y petróleo—, como la llevada a cabo en la diminuta isla de Juan de Nova. Además, estas islas inhabitadas son consideradas santuarios de biodiversidad y en ellas Francia alberga importantes estaciones con proyectos científicos.
La Francia de tercera
Si geoestratégicamente Francia ha apostado de manera decidida por conservar estos territorios en aras de asegurarse su presencia y relevancia a escala planetaria, sus esfuerzos económicos para mantenerlos no siempre se han traducido en resultados ventajosos ni para la metrópoli ni para la población de ultramar. Si bien es cierto que en lo socioeconómico tanto los DROM como las COM suelen estar relativamente avanzados con respecto a su entorno regional, siguen estando varios escalones por debajo de la Francia continental.
En términos de PIB per cápita, solo la lujosa isla de San Bartolomé en el Caribe y San Pedro y Miquelón, considerada un paraíso fiscal, superan a la media francesa. Nueva Caledonia, gracias a la exportación de níquel, también destaca como una colectividad próspera con un PIB per cápita superior al de la mayoría de las regiones francesas. No obstante, salvo estas excepciones, el contraste de la metrópoli con sus territorios de ultramar es todavía muy notorio: los cinco DROM son las regiones más pobres de Francia en términos de PIB per cápita y además, cuentan con las mayores tasas de desempleo: 19,4% en Martinica, 19,6% en Mayotte, 22,3% en Guayana, 23,7% en Guadalupe y 26,8% en Reunión—. Estas cifras doblan con creces la media de la metrópoli (9,7%) y cobran mayor gravedad si atendemos solo al paro juvenil, que sobrepasa el 40% en estos departamentos.
El gran número de desempleados, el envejecimiento generalizado ante una población joven que tiene que ir a buscarse la vida a la metrópoli, las limitaciones de los pequeños territorios en cuanto a recursos y el aislamiento geográfico son algunos de los factores que hacen a estos departamentos y colectividades netamente dependientes del comercio, las inversiones y los subsidios de la metrópoli. No en vano el sector público representa un tercio de los empleos en Reunión y Nueva Caledonia, un 42% en Guadalupe y Martinica y el 90% del PIB de la Guayana francesa. La metrópoli es, con una diferencia abrumadora, el principal cliente y proveedor comercial de sus dependencias, las cuales mantienen un déficit muy elevado con el exterior.
Otros indicadores tampoco son muy halagüeños: la esperanza de vida es, salvo en Martinica, más baja que la media nacional; la mortalidad infantil, mucho más elevada que en el hexágono, y las tasas de criminalidad de los departamentos figuran entre las más elevadas de Francia, con la Guayana a la cabeza. Por si fuera poco, vivir en los DROM es más caro que hacerlo en la metrópoli, a pesar de que los salarios son más bajos. En Martinica, Guadalupe y Guayana los productos básicos cuestan un 12% —un 7% en Mayotte y Reunión— más que en la Francia continental, un porcentaje que sobrepasa el 30% en los productos alimentarios.
Desasosiegos de ultramar
En el ámbito social, la falta de expectativas económicas y los efectos de la crisis que sacudió a la metrópoli han provocado que los episodios de agitación social y conflicto se hayan sucedido en los últimos años en los DROM; el malestar de las capas más desfavorecidas de la población es patente. Ejemplo de ello fueron los graves incidentes que se vivieron en el Caribe francés en 2009: una huelga general que comenzó en el archipiélago de Guadalupe pronto se extendió a la vecina Martinica para protestar contra la carestía del alto precio de los productos básicos y los bajos salarios. La huelga acontecía en un contexto en el que la crisis económica que azotó a Europa hizo que el turismo, principal fuente de ingresos de las islas caribeñas, disminuyera drásticamente, lo que hacía la situación insostenible. Tras un mes de paralización y disturbios que hicieron a la metrópoli enviar refuerzos policiales a las islas, al Gobierno francés no le quedó más remedio que acceder a una subida salarial y satisfacer las principales demandas de la población caribeña.
Una situación similar se vivió tres años más tarde en Saint Denis, capital del departamento de Reunión, donde los disturbios se concentraron varios días en el desfavorecido barrio de Chaudron. La razón, de nuevo, fue el alto coste de vida respecto a los salarios y la situación de precariedad —especialmente virulenta en los jóvenes— en la isla. Tampoco la vecina Mayotte ha estado exenta de conflictos. Esta pequeña isla decidió seguir perteneciendo a Francia en 1976 y en 2011 pasó a ser departamento y región; desde entonces figura como la más pobre. En abril de 2016 una huelga general bajo el lema “Igualdad real” paralizó la isla y provocó disturbios por dos semanas. Como reivindicaciones principales, los mayotenses reclamaban la conciliación de sus derechos laborales con los de la metrópoli, mayores prestaciones sociales y una mejora de las infraestructuras públicas en el ámbito de la energía, la educación y la sanidad, lo que obligó al Ministerio de Ultramar a llegar a un acuerdo con los principales sindicatos, algo que no sirvió para que la agitación social se disipara por completo.
Los recientes disturbios en la Guayana francesa han vuelto a poner de manifiesto que Francia tiene una asignatura pendiente con su población de ultramar. El 25 de marzo de 2017 se convocó una huelga general espoleada por los sindicatos guayaneses y un grupo de jóvenes encapuchados que se hacían llamar los 500 Hermanos con el fin de reivindicar una inversión masiva del Elíseo. Los manifestantes denunciaban la situación de marginación en la que los mantenía la metrópoli, que según ellos invierte una cantidad desproporcionada de dinero en el centro espacial —cuya actividad genera el 15% del PIB guayanés—, pero poco en sus compatriotas sudamericanos, de los cuales un 44% vive con menos de 500 euros al mes.
En concreto, pedían un refuerzo de la seguridad —la Guayana es de largo el DROM con mayor índice de criminalidad: 42 homicidios, 150 violaciones a menores y más de 2000 robos violentos en 2016—, la construcción de escuelas y centros de educación secundaria ante el crecimiento demográfico, la mejora del sector sanitario —tanto en infraestructuras como en número de personal y medicinas— y la inversión para dinamizar y diversificar la economía guayanesa para hacerla menos dependiente de la metrópoli. Durante los 27 días que duró la huelga, los disturbios recorrieron la Guayana, que quedó completamente aislada: la central espacial fue ocupada —lo que retrasó el lanzamiento de dos satélites europeos— y tanto el aeropuerto como el puerto, bloqueados. Como desenlace, el 21 de abril, dos días antes de que se celebrase la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el Gobierno francés accedió a firmar el acuerdo de Guayana, por el que se comprometía a realizar una inversión de tres millardos de euros en las áreas que los sindicatos reclamaban.
Turno para París
Estos sucesos, más que esporádicos o circunstanciales, dan muestras de que un importante sector de la población de ultramar se siente agraviado ante las escasas perspectivas de futuro y la subordinación de sus maniatadas economías a la Francia continental. Las expresiones de hartazgo social, que han ido en aumento en los últimos años, parecen presagiar que, si la gestión por parte del Elíseo no experimenta una mejora sustancial, puede ser la conflictiva tónica con la que Francia tendrá que lidiar en el futuro. Una baza a favor de la metrópoli es que en la actualidad la idea de la independencia, con la excepción de las colectividades de Nueva Caledonia y, en menor medida, la Polinesia, no ha cobrado un extraordinario vigor entre la sociedad de ultramar. No obstante, será un desafío para el nuevo presidente de la república disipar el descontento social y hacer frente a los problemas económicos estructurales de los que estos territorios adolecen.
Las múltiples movilizaciones —en especial la última, que dejó incomunicada a la Guayana— deberían haber servido para que París tome conciencia de lo nocivo que puede ser para sus intereses una escalada de tensión social en sus territorios. En su programa de gobierno, Emmanuel Macron incluyó una apuesta por la educación y la seguridad en los DROM y el incremento de la inversión en aras de incentivar y diversificar sus anquilosadas economías. Estas propuestas fueron muy efectivas a la hora de convencer al electorado: En Marche! ganó la segunda vuelta de las presidenciales en todos los departamentos y colectividades de ultramar. Está por ver si también se traduce en una mejora real de la situación a miles de kilómetros del Elíseo.