Sendero Luminoso, 25 años después
¿Qué queda hoy de la guerrilla más violenta de la historia de Perú?
En el imaginario colectivo de fuera de Perú, posiblemente, hablar de Sendero Luminoso es sinónimo de una guerrilla de otro tiempo, asociada a los 80 y a inicios de los 90, cuyo fin llega tras el Gobierno del controvertido Alberto Fujimori. Un presidente que bajo una política de mano dura y todo tipo de excesos –los cuales albergaron desde una guerra sucia hasta un autogolpe de Estado–, fue capaz de detener tanto a Abimael Guzmán, en 1992, como a su sucesor, “Camarada Feliciano”, en 1999.
Sendero Luminoso fue una guerrilla responsable directamente de más de 25.000 muertes, según el Informe publicado en 2003 por la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Sus fuentes de financiación provinieron del secuestro, la extorsión, el robo y las alianzas cocaleras, y los métodos utilizados respondieron a una suerte de violencia premoderna, cuyo terror se servía de machetes, piedras y palos, fundamentalmente. Asimismo, pudiera decirse que la violencia de Sendero Luminoso, por ende, fue una violencia mayormente rural, andina, selvática, periférica, la cual solo tuvo respuesta del Gobierno, ya en los 90, cuando la guerrilla empezó a actuar en el centro de la capital, sobre algunos de los barrios más insignes de la ciudad.
Veinticinco años después de la captura de su líder indiscutible, Abimael Guzmán, alias “Camarada Gonzalo”, todavía hoy es posible encontrar en Perú reductos y muestras de la que fuese la guerrilla más virulenta de la historia del país. Esto, aun cuando pareciera que tras el excelente trabajo realizado entre 2000 y 2003 por la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el conflicto peruano para muchos es cosa del pasado. De hecho, hoy en día es posible apreciar, al menos, hasta tres expresiones distintas del otrora Sendero Luminoso.
Herederos senderistas
Uno de esos herederos, y quizá, actualmente, el más combativo, se halla en la región cocalera del Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM). En esta región del país se ha venido desarrollando una especie de consenso narcotraficante en el que han cobrado un protagonismo creciente algunos reductos que se autodenominan como continuadores de Sendero Luminoso. Esta situación se ha desarrollado, sobre todo, desde la última década, y responde a un paulatino proceso de cartelización, principalmente, en los límites de las provincias de Ayacucho, Cuzco y Junín. Así, basta señalar el dato de que en el último año se hayan contabilizado más de una veintena de miembros de la Fuerza Pública muertos por acciones de esta facción, la cual ha sido protagonista de más de una decena de operativos armados.
La otra de las expresiones que reivindica igualmente el senderismo como razón de ser se focalizaría al norte del VRAEM, en la región de Huallaga, respondiendo a una igual dinámica de creciente dependencia del narcotráfico, aunque en los últimos tres años ha sido fuertemente debilitada por la captura de algunos de sus principales líderes. De igual manera, tampoco puede obviarse la tercera expresión de Sendero, el Movimiento por la Amnistía de los Derechos Fundamentales (MOVADEF), el cual, dirigido por Alfredo Crespo, abogado de Abimael Guzmán, sí que se entiende, políticamente hablando, como la verdadera continuación de Sendero Luminoso (de hecho, surge por iniciativa de Guzmán), aunque con la premisa diferencial de proponer el abandono de la lucha armada en detrimento de una estricta reivindicación política y de liberación de los presos senderistas.
Sea como fuere, cualesquiera de estas tres muestras se encuentran muy alejadas de aquel Sendero Luminoso que aparecía por primera vez en la esfera pública peruana en 1980, quemando una urna electoral de un colegio del municipio ayacuchano de Cusqui, el mismo día que se celebraban, el 17 de mayo, las primeras elecciones democráticas tras década y media de dictaduras militares. Es más, los reductos vivos de Sendero Luminoso muy poco tienen hoy de la primigenia ortodoxia maoísta que hace cuatro décadas imprimió Guzmán, como profesor de filosofía de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga (Ayacucho). Un líder incontestable hacia el cual se le guardaba una suerte de tributo divino, y cuyo alegato en favor de la violencia como instrumento de transformación de las estructuras políticas, sociales y culturales de contextos olvidados por el Estado peruano inició en Ayacucho, y en apenas cuatro años, terminó por extenderse por buena parte del norte de la cordillera andina, en las provincias de Cuzco, Junín, Pasco y Huánuco e incluso llegando a Lima.
Elemento clave, la coca
Dicho lo anterior, los dos grupúsculos armados, tanto el del VRAEM como el de Huallaga, se rechazan mutuamente, aunque a su vez comparten dependencia directa con el negocio cocalero y el tráfico de drogas. Bien a modo de garantes de la producción y la distribución de la coca, bien como protección frente a otros grupos de narcotraficantes presentes en sus respectivas zonas de influencia, la facción presente en el VRAEM mantiene una posición de relativa superioridad frente al resto de actores que no es tan evidente en la facción de Huallaga.
El grupo postsenderista activo en el VRAEM es la que representa la principal amenaza a la seguridad del país, en tanto que sigue justificando el desarrollo de continuos operativos policiales y militares, sobre todo, una vez que, en 2012, el entonces presidente Ollanta Humala, y bajo una estrategia de confrontación directa, activó el Programa de Intervención VRAEM 2012. Este programa buscaba intervenir de manera integral sobre los 12.000 km2 de selva del VRAEM, además de mitigar la ingente superficie cocalera allí presente, la cual es la base de financiación más importante de estos grupos criminales.
No obstante, aún hoy se contabilizan, según Naciones Unidas, hasta 18.333 hectáreas, lo que supone casi la mitad de las 40.300 hectáreas reportadas el año pasado. De igual manera, no se puede obviar la escasa densidad poblacional de la región, con poco más de 100.000 habitantes, y el hecho de que más allá de estrategias reactivas, el VRAEM sigue presentando umbrales de pobreza, de acuerdo a las cifras facilitadas por el Instituto Nacional de Estadística e Informática, superiores al 66%, lo que convierte a esta región en una de las más pobres de Perú y una región donde ha funcionado el cambio de estrategia de esta facción postsenderista. Estrategia que ha evitado la confrontación directa con las bases sociales para, todo lo contrario, integrarlas en su estructura a través de un discurso ideológico de justificación de la lucha armada, más por razones de legitimidad y cohesión interna que por estricta convicción. Un discurso que, además, entiende que tanto Abimael Guzmán como MOVADEF habrían traicionado los ideales primigenios de Sendero Luminoso al descartar la lucha armada como forma de transformación incuestionable.
Frente a lo anterior, la otra escisión heredera de Sendero Luminoso, la operativa en la región del Alto Huallaga, fue durante tres décadas donde actuó “Camarada Artemio”, siendo por un tiempo una de las regiones más violentas de Perú, en buena medida, por los ingresos provenientes de la coca y la proximidad con los cultivadores y algunas bases locales. De hecho, esta segunda facción, mantendría su activismo gracias a que la región alberga más de 9.000 hectáreas de coca cultivadas.
Este grupo postsenderista acuñó las siglas de “Proseguir” y si bien inicialmente, con la caída de Guzmán, “Camarada Artemio” personificó un relativo distanciamiento por su negativa a cesar en las armas, con el tiempo terminó por reconocer nuevamente, no solo el liderazgo de Abimael Guzmán, sino que también aceptó algunas tesis políticas de MOVADEF, aunque con la excepción de justificar como necesaria la lucha armada hasta que se abran espacios de negociación política y se aborde una efectiva liberación de presos.
Hasta la década pasada, esta herencia senderista se erigía como la más activa y combativa frente al Estado, toda vez que, igualmente, fue la más expuesta a operativos policiales y militares. Tanto, que entre 2012 y 2014, y como sucediera también en el VRAEM, los cabecillas más significativos como fueron el “Camarada Artemio” o sus lugartenientes “Freddy” y “Brony” fueron capturados o dados de baja gracias a la eficacia de diferentes acciones de contrainteligencia que encontraron en pobladores y senderistas fisuras frente a las cuales obtener las posiciones y dirigir operativos.
¿Una verdadera amenaza?
La facción postsenderista ubicada en el VRAEM, denostada por “Proseguir” pero también por MOVADEF, a pesar de las recientes capturas de sus líderes “Camarada Raúl” y “Camarada José”, continúa siendo la principal amenaza a la seguridad del país, en buena medida, por su capacidad operativa y su arraigo local. Por otro lado, desde 2013, “Proseguir”, ha quedado prácticamente desarticulada y su vacío de poder ha sido cooptado por diferentes grupos narcotraficantes, también, porque la fuerza pública no ha terminado de garantizar un control integral del territorio y el abandono del Estado persiste de manera irresoluta.
Lo cierto es que, a pesar del debilitamiento de los grupos postsenderistas, que no superan el medio millar de efectivos, si no se garantiza el control del territorio por parte de la fuerza pública peruana, es posible una redefinición de nuevas alianzas y facciones junto con otros grupúsculos narcotraficantes, lo cual puede incrementar el nivel de amenaza en estos escenarios, tal y como ha sucedido en Colombia. De la misma manera, y mientras las regiones periféricas andinas y selváticas peruanas no sean destinatarias de acciones de promoción de cultivos alternativos a la coca, y con ello de prácticas de empoderamiento local, descentralización territorial y superación de los condicionantes estructurales, sociales y económicos que han sostenido la violencia, los reductos de Sendero Luminoso, así como las otras bandas criminales, encontrarán en el abandono del Estado su principal bastión de resistencia.
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Esta entrada fue modificada por última vez en 08/08/2017 19:40
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