El TLC de Colombia con Estados Unidos: una breve revisión
Julio 2017
Una colaboración de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México.
En la actualidad, las relaciones entre Estados se encuentran determinadas por diferentes factores: político, social o de seguridad, por mencionar algunos. Sin embargo, existe un aspecto que engloba dichos elementos: la economía. Sea cual sea la posición de un país respecto de otros, siempre se buscará alcanzar un mayor crecimiento económico, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y mantener el mejor comportamiento posible en las variables macroeconómicas.
Para lograr un mayor crecimiento económico, cada país cuenta con diversos medios que, de ser implementados de la manera correcta, pueden dar como resultado el éxito deseado. Dichos mecanismos involucran los procesos de integración económica y comercial. En la teoría del comercio internacional se estudian por etapas; a saber: área o zona de libre comercio, unión aduanera, mercado común y, la forma más evolucionada y compleja, una unión económica, como la que se construye actualmente en la Unión Europea.
Para que los procesos de integración puedan funcionar de manera óptima, no basta con las buenas intenciones políticas y menos aún con las aspiraciones de las élites económicas y gobernantes. Lo esencial está en la idea básica que delineó Adam Smith desde el siglo XVIII: en una relación comercial exitosa, cada Estado participante debe especializarse en aquello que sabe o puede hacer mejor, para ofrecerlo (exportarlo) a sus socios y adquirir de ellos (importar) lo que ellos pueden producir con mayor eficiencia y con menores costos. A este principio se le conoce en la teoría del comercio internacional como “complementariedad” entre las economías involucradas.
En la actualidad, Colombia cuenta con 13 acuerdos comerciales vigentes, en los que se incluyen aquellos de carácter bilateral, multilateral o de bloques regionales. De ellos, únicamente en tres no forman parte países del continente americano (Asociación Europea de Libre Comercio, Unión Europea y Corea del Sur), lo cual indica cierta concentración de su atención en su región geográfica e histórico-cultural.
Colombia, que había participado en todos los procesos de integración latinoamericanos (Área de Libre Comercio de las Américas, Comunidad Andina de Naciones, el Grupo de los Tres) se planteó la necesidad de lograr un acuerdo bilateral con Estados Unidos, asumiendo que este traería enormes y casi inmediatos resultados favorables para su economía. Sin embargo, diversos grupos —políticos, académicos y población— manifestaron posturas contrarias al proyecto, por considerarlo como un acuerdo desventajoso y asimétrico. El argumento central era que la libre competencia que se buscaba alcanzar no era tal, dado que en Estados Unidos persisten las barreras no arancelarias que distorsionan el libre comercio multilateral.
Asimismo, la constitución de dicho tratado de libre comercio representaba para Colombia una seria desventaja comparativa y competitiva, con respecto al tamaño y al alcance de ambas economías. Esto como consecuencia, afectaría primordialmente a la economía más débil: la colombiana. Al hablar de desventajas competitivas y comparativas, se decía que el adelanto tecnológico de Estados Unidos aunado a la influencia política, dejaría al país sudamericano con un tratado desventajoso, por no contar con las herramientas suficientes para poder competir en términos comerciales dentro del mercado estadounidense, pues la realidad es que no se trataba de competir solo con los productos de Estados Unidos, sino también con los de productores de todo el mundo, que tienen presencia y pugnan por hacerse con una cuota dentro del mercado más grande y atractivo del mundo. No obstante, y a pesar del rechazo popular, el gobierno colombiano siguió adelante hasta lograr el acuerdo.
Las consecuencias inmediatas de la entrada en vigor del tratado de libre comercio entre Colombia y Estados Unidos en 2012 se destacaron por tener un impacto negativo sobre la balanza comercial. Lo primero fue un aumento en el déficit comercial. En 2012, se presentó una ligera caída en las exportaciones totales de Colombia hacía Estados Unidos de apenas 0.69%. Sin embargo, para 2015 la caída se había ampliado hasta 55.1%. Esto es, el superávit registrado en 2012, pasó a ser un déficit en 2015, en parte debido a la falta de complementariedad entre ambas economías, pero sobre todo por la falta de competitividad de los productos colombianos.
Aun así, lo cierto es que no todo ha sido negativo. De acuerdo con datos publicados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, la balanza comercial negativa bilateral de Colombia con Estados Unidos ha ido disminuyendo en los últimos años. Si en 2015 el déficit comercial de Colombia con Estados Unidos ascendió a 4801 millones de dólares, para 2016 ya había disminuido a 1270 millones de dólares, y en lo que va de 2017 el déficit alcanza cerca de los 627.5 millones de dólares. De continuar la tendencia, en 2017 su déficit comercial con la economía estadounidense no rebasará los 1500 millones de dólares. Estas cifras muestran una mejora en la balanza comercial bilateral, a pesar de la falta de complementariedad entre ambas economías.
Desde enero de 2017 las relaciones comerciales en el mundo han presentado altibajos, causados por las disposiciones del nuevo gobierno estadounidense, que buscan denunciar aquellos tratados que considera no han sido suficientemente benéficos para su país o que no sean de carácter bilateral.
Quizá porque el tratado de libre comercio de Colombia con Estados Unidos le ha reportado a este último un superávit comercial o simplemente porque lo tiene en lista de espera, lo cierto es que hasta ahora el gobierno estadounidense no ha hecho ninguna declaración respecto a Colombia, como sí lo ha hecho en relación con Alemania, China y Rusia y con sus socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Canadá y México). La ausencia de declaraciones relacionadas con Colombia genera expectativa, pero también incertidumbre cada que se revela la ideología proteccionista del presidente Donald Trump. Según Javier Díaz, actual Presidente Ejecutivo de la Asociación Nacional de Comercio Exterior, la visión de Trump se percibe en contravía de los intereses de Colombia, porque las empresas prefieren localizarse en Estados Unidos. Apoya su dicho en la estimación de en 2017 la inversión extranjera directa descenderá a 8400 millones de dólares, muy por debajo de los 11 400 millones de dólares en el periodo de 2015 a 2016.
Al tomar en cuenta el avance por la reducción del déficit comercial de Colombia en estos últimos 2 años y medio, se plantean tres posibles escenarios para seguir reduciendo dicho déficit. El primero es pesimista, ya que supone que Estados Unidos asuma medidas proteccionistas, con imposición de aranceles, medidas anti-dumping y salvaguardas. El segundo es un escenario intermedio, donde las exportaciones puedan ser relativamente estables y con ciertas oportunidades parecidas a las prevalecientes hasta ahora, en caso de que no hubiera nuevas medidas arancelarias. El tercero es optimista y supone que no se afecte a Colombia de manera directa, sino que se abran más oportunidades, porque el gobierno de Trump centre su atención en otros países (como México), por la simple razón de que los aranceles a las manufacturas no afectarían tan fuerte a Colombia por no ser gran exportador de esos bienes a Estados Unidos.
Un sencillo análisis de los mecanismos que los tratados de libre comercio ofrecen a los países firmantes muestra que Colombia no ha sabido sacar el mejor provecho de ellos, basta con mencionar tres. En primer lugar, la acumulación del porcentaje de origen, que permite a la empresa incorporar insumos de un tercer país de manera competitiva, para exportar el bien final sin pagar aranceles y obtener mayores beneficios. En segundo lugar, los mecanismos para facilitar el comercio y que las mercancías objeto de importación y exportación transiten con rapidez, eliminando demoras, costos extra o incorporando la sistematización de procesos aduaneros. En tercer lugar, el aspecto más complicado de resolver, al menos en el corto y mediano plazo: la infraestructura para facilitar el comercio internacional (puertos, carreteras, ferrocarriles, aeropuertos). Esta es, sin duda, la asignatura pendiente más grave de la economía colombiana.
Reconociendo que las pérdidas o ganancias de un tratado comercial no se limitan a la balanza comercial, pues está también la mayor inclusión del país en los circuitos comerciales internacionales, la visibilidad para atraer inversión extranjera directa, la generación de empleos, la modernización de la economía o el reconocimiento por parte de la comunidad internacional; lo cierto es que la primera motivación está relacionada con la balanza de pagos y, por ende, con los resultados de la balanza comercial del país. En este sentido, los altibajos de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos han sido consecuencia de la inadecuada evaluación del gobierno colombiano sobre el nivel de complementariedad al momento de la firma y de la entrada en vigor del tratado de libre comercio. Este hecho resalta la necesidad de que, antes de firmar cualquier tratado comercial, las autoridades deben realizar estudios suficientes sobre las verdaderas fortalezas y debilidades de su país, de tal suerte que se determine el grado de complementariedad y competitividad entre los países involucrados en cualquier acuerdo comercial.
Desde que se firmó el tratado de libre comercio que nos ocupa, se ha visto que Colombia ha debido enfrentar las consecuencias de la falta de precaución inicial sobre sus capacidades reales frente a los productos estadounidenses y del resto del mundo que compiten por el mercado estadounidense. Aun así, no por eso se debe identificar como un acuerdo negativo para el país, pues aunque los beneficios no se traducen en superávit, es innegable el aspecto intangible: el reconocimiento y la confianza internacional de la integración de Colombia a la economía global. Solo esperemos que las empresas colombianas entiendan que estos son muy volátiles.
GERARDO TRUJANO VELÁSQUEZ es articulista de análisis económico internacional en la columna “Foro Internacional Anáhuac” del periódico Excélsior de México. Es maestro en Desarrollo Urbano por El Colegio de México y especialista en Estudios Avanzados en Intervención Pública y Economía Regional por la Universidad del País Vasco. Es coordinador académico del área de Economía en la Facultad de Estudios Globales en la Universidad Anáhuac. Sígalo en Twitter en @gtrujano64. PABLO DAVID BEJARANO TORRECILLAS es estudiante de la licenciatura en Relaciones Internacionales de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac y ha colaborado en la columna de Foro Internacional Anáhuac. Sígalo en Twitter en @pablobetorr.
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