La impopularidad del presidente estadounidense en Europa ha ayudado a reforzar los valores de la unión
En un reciente congreso en Francia, algunos asistentes europeos sorprendieron a sus invitados estadounidenses con el argumento de que el presidente Donald Trump puede resultar bueno para Europa. Ahora que Trump regresa al Viejo Continente para la cumbre del G20 en Hamburgo, vale la pena preguntarnos si tendrán razón.
En casi todos los aspectos, la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos ha sido terrible para Europa. Aparentemente, desdeña la Unión Europea; su relación con la canciller alemana Angela Merkel es fría en comparación con la amistad que lo une al autoritario presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, o su admiración por el presidente ruso Vladimir Putin.
Además, ve con agrado la inquietante salida de Reino Unido de la UE, y se dice que tras su primer encuentro con la primera ministra Theresa May, preguntó con entusiasmo: “¿Quién sigue ahora?”. Finalmente, Trump se tomó su tiempo para reafirmar el artículo 5 de la OTAN (la promesa de defensa mutua); retiró a Estados Unidos del acuerdo climático de París, muy popular en Europa; y recortó la financiación estadounidense a la ONU, que cuenta con firme apoyo europeo.
No es extraño que Trump en persona sea impopular en toda Europa. En una reciente encuesta de Pew Research solo el 22% de los británicos, 14% de los franceses y 11% de los alemanes dijeron confiar en él. Pero esta misma impopularidad (que es más anti-Trump que antiestadounidense) ayudó a reforzar los valores europeos.
Hasta hace unos meses, se temía que la creciente oleada del tipo de populismo nacionalista que llevó a Trump al poder y condujo al Brexit estuviera a punto de barrer Europa, incluso dando a la ultraderechista Marine Le Pen la presidencia francesa. En vez de eso, parece que la ola populista alcanzó la cima con la elección de Trump. Desde entonces, ha habido derrotas para los populistas en Austria y Países Bajos; los franceses eligieron a Emmanuel Macron, un recién llegado centrista; y May, defensora de un Brexit “duro”, perdió la mayoría parlamentaria en la elección general anticipada del mes pasado.
Europa está muy lejos de tener una estructura de defensa compartida, pero la necesidad es cada vez mayor
Europa todavía se enfrenta a los problemas de poco crecimiento, alto desempleo y desunión política que han sido su flagelo en el decenio transcurrido tras la crisis financiera global de 2008. Pero quienquiera que gane la elección alemana de septiembre será alguien de ideas moderadas, no un nacionalista extremo, que comprenderá la importancia de colaborar con Macron para poner en marcha otra vez el motor francoalemán del progreso europeo.
Las negociaciones para el Brexit prometen ser complejas y contenciosas. Para los partidarios de un “Brexit blando”, que quieren conservar el acceso británico al mercado común europeo, el problema es que el referendo por el Brexit tuvo que ver más que nada con la inmigración, no con las minucias de la normativa comercial. Pero Europa se niega a permitir el libre movimiento de bienes y servicios si no hay libre movimiento de personas. Hoy viven en Reino Unido unos tres millones de europeos, y un millón de británicos residen en Europa.
Una solución posible sería crear una nueva entidad eurobritánica que garantice los derechos de los ciudadanos de ambas partes y al mismo tiempo admita ciertos límites a la inmigración y al comercio de algunos bienes. Podría imaginarse esta entidad a la manera de círculos concéntricos, en los que el círculo interior de la UE se caracterizaría por la libre movilidad, y se permitirían restricciones en el círculo exterior.
La elección de Trump como presidente de los Estados Unidos ha sido terrible para Europa
Que una solución así sea posible depende de la flexibilidad europea. Antes los europeos hablaban de “distintas velocidades” hacia la meta implícita de una “unión cada vez más estrecha”. Habrá que reemplazar este objetivo federalista y cambiar la metáfora de distintas velocidades por otra que hable de diferentes niveles.
Muchas élites europeas ya se han vuelto más flexibles en relación con el futuro de Europa y han trascendido el objetivo federalista para imaginar una entidad europea sui generis. Señalan que en Europa ya hay tres niveles de participación distintos: la unión aduanera, el euro y el Tratado de Schengen para la eliminación de fronteras internas. Puede sumarse un cuarto nivel: la defensa.
Hasta ahora, el progreso europeo en cooperación militar se vio inhibido no solo por cuestiones soberanistas, sino también por las garantías de seguridad ofrecidas por Estados Unidos. Pero ahora que Trump genera dudas sobre la fiabilidad estadounidense, la cuestión de la seguridad ha pasado a primer plano.
Ya se han dado algunos pasos hacia la creación de un sistema común de defensa europeo, pero el proceso es lento. El único país, exceptuado Reino Unido, que cuenta con capacidad sustancial de desplegar fuerzas expedicionarias es Francia. Alemania ha estado impedida de hacer más por la historia. Y Reino Unido siempre fue renuente a hacer nada que pudiera significar competencia con la OTAN. Pero estas actitudes comienzan a cambiar.
Una vez más, puede ser útil la imagen de círculos concéntricos. En los días previos a la guerra de Irak, a principios de este siglo, alguien dijo que en materia de seguridad, los estadounidenses son de Marte y los europeos son de Venus. Pero el mundo cambió, y Europa ahora enfrenta una serie de amenazas externas. Los ataques rusos a Georgia y Ucrania han sido para los europeos un recordatorio de los peligros que su enorme vecino plantea. La disuasión de Rusia seguirá demandando una OTAN fuerte.
Hay otras amenazas que emanan de la posibilidad de violencia en los Balcanes. Algunos observadores creen que hace poco Macedonia se salvó de una guerra civil por muy poco. Una fuerza de paz europea podría hacer un gran aporte a la estabilidad regional.
Un tercer conjunto de amenazas a Europa surge del norte de África y de Medio Oriente. Libia es un caos, del que salen migrantes desesperados que cruzan el Mediterráneo en peligrosos viajes; y es imaginable la necesidad de proteger a ciudadanos o rescatar rehenes en la región. Aquí la capacidad expedicionaria de Francia, acoplada tal vez con la de Reino Unido, puede ser fuente de seguridad; e incluso sin la participación de los británicos, otros países europeos pueden hacer su aporte (como ahora Alemania en la lucha contra el terrorismo en Mali).
Europa está muy lejos de tener una estructura de defensa compartida, pero la necesidad es cada vez mayor. E irónicamente, el impopular Trump puede resultar más ayuda que obstáculo.
Joseph S. Nye es profesor de la Universidad de Harvard y autor de Is the American Century Over? [¿Terminó el siglo de Estados Unidos?]
Traducción: Esteban Flamini
© Project Syndicate, 2017
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