Liechtenstein, el oasis alpino
Liechtenstein es uno de los Estados más pequeños del mundo, por lo que su presencia suele pasar prácticamente inadvertida en el escenario internacional. Sin embargo, este pequeño país alpino esconde una estructura política única, con un sistema económico ultraliberal y una de las familias reales más poderosas del continente europeo.
¿Se puede ser un país europeo, democrático y económicamente avanzado bajo el reinado de un monarca cuasiabsoluto en pleno siglo XXI? Si se plantease esta pregunta de manera genérica, probablemente la mayoría de los lectores rechazarían inmediatamente semejante idea y la relegarían a las épocas absolutistas de Luis XVI en Francia o Fernando VII en España. Sin embargo, aunque pueda parecer sorprendente, en pleno corazón de Europa existe un país que todavía reúne todas estas características en la actualidad: cuenta con una de las rentas per cápita más elevadas del mundo, un sistema político con un fuerte componente de democracia directa y, pese a ello, está bajo la autoridad de un monarca con vastos poderes de Gobierno.
El Principado de Liechtenstein siempre ha tenido una naturaleza anómala en el sistema internacional. Desde sus orígenes, las peculiaridades han sido la norma y no la excepción en su configuración como país. El resultado ha sido la consolidación de un Estado soberano sui generis en todos los sentidos. No en vano, este país es uno de los más pequeños del planeta, no posee ejército propio y debe su nombre a los apellidos de la familia real. Todo ello hace de Liechtenstein una rara avis en el continente europeo y muestra que a veces los mayores espejismos no se producen en los desiertos, sino en plena montaña.
La creación del Estado
El origen de Liechtenstein se puede ubicar en una transacción político-comercial. Entre 1699 y 1712, el Fürst —príncipe— Johann Adam von Liechtenstein compró el señorío de Schellenberg y el condado de Vaduz en el marco del Sacro Imperio Romano Germánico. Tan solo siete años más tarde, en 1719, estos dos territorios se unirían bajo el título de la casa de Liechtenstein con el beneplácito del emperador Carlos VI de Austria. Esta situación perduraría hasta la descomposición de la amalgama de entidades políticas que convivían en el Sacro Imperio, con la consiguiente proclamación de la independencia y soberanía del principado en el año 1806. Es en esta fecha cuando el país se integra en el Rheinbund —Confederación del Rin— junto a otros Estados del antiguo imperio tras las guerras de Coalición (1792-1797 y 1799-1802) y la ocupación de Napoleón I. Con el tratado de Presburgo, Napoleón crearía la confederación como una suerte de alianza militar-clientelar entre los territorios germanos con el Imperio francés. Sin embargo, Liechtenstein —a diferencia de otros territorios adscritos— rechazó desde el primer momento las pretensiones de Napoleón de unificar los territorios germanos bajo un ordenamiento constitucional francés.
En 1813, las estructuras napoleónicas se vendrían abajo en pleno declive del imperio tras las guerras de Liberación y la matanza de Leipzig. Pasarían así a ser sustituidas por la Confederación Germánica (1815-1866), creada tras el célebre congreso de Viena a principios del siglo XIX. Liechtenstein había logrado un reconocimiento de independencia en el marco de esta nueva confederación, pero las dificultades para mantener su soberanía siguieron siendo considerables a partir de la segunda mitad del XIX y principios del XX. Durante la Primera Guerra Mundial, el príncipe Johann II decidió permanecer neutral pese a la marcada orientación proaustríaca de la población y a la cercanía tradicional con Austria. Esto no le sirvió, sin embargo, para obtener cierto reconocimiento internacional de la Sociedad de Naciones. Como por aquel entonces gran parte del peso político de Vaduz dependía de Viena, las sanciones impuestas a Austria al final de la contienda tuvieron como efecto indirecto la propagación de hambrunas en la sociedad agrícola liechtensteiniana.
No sería hasta el final de la Segunda Guerra Mundial cuando Liechtenstein emprendió una renovación de su tejido económico acompañada de un mayor acercamiento a Suiza, en gestación desde la década de los 20 con la introducción de una unión aduanera y del franco suizo como moneda oficial. Este reequilibrio permitió asentar la estructura política de posguerra, distanciarse progresivamente de Austria y a la vez convertirse junto a Suiza en un importante centro financiero gracias a sus políticas de impuestos reducidos. Desde entonces, el país viene asentándose sobre sus peculiaridades históricas para conformar un Estado confesional católico, monárquico, defensor de la democracia directa y económicamente ultraliberal.
¿Democracia absolutista o monarquía libertaria?
Uno de los elementos más llamativos del sistema político liechtensteiniano es su paradójica configuración democrática. Según la Constitución nacional, el principado es una monarquía hereditaria constitucional de base democrático-parlamentaria. Sin embargo, existen algunos aspectos contemplados en el propio ordenamiento jurídico del país que invitan a reflexionar acerca de lo que esto significa realmente. De esta manera, se debe tener presente que la soberanía nacional no descansa, como en la mayor parte del continente europeo, sobre la base de la voluntad popular. Al contrario, la soberanía es dual, compartida tanto por la familia real como por el pueblo. Esto demuestra una vez más que la figura del príncipe, encarnada desde 2004 por Alois von Liechtenstein tras la abdicación de su padre, Hans Adam II, es la piedra angular del sistema político nacional.
Esta distinción es más que evidente cuando se recorren los escasos 160 kilómetros cuadrados que conforman este valle atrincherado entre los Alpes y el Rin. El castillo real de Vaduz, ubicado en un alto sobre la ciudad, es visible desde gran parte del territorio nacional y transmite una sensación panóptica de vigilancia y supervisión paternal. A partir de esta proyección simbólica de poder, se puede comprender mejor la influencia que todavía mantiene el príncipe sobre Liechtenstein, una influencia que se manifiesta, por ejemplo, en su capacidad para disolver el Landtag —Parlamento nacional—, vetar leyes aprobadas por voluntad popular, orientar la elección de magistrados en los tribunales nacionales o disfrutar de inmunidad judicial absoluta y duradera. Por si todo esto fuera poco, el Gobierno del país —formado por un órgano colegiado de cinco miembros— no debe rendir cuentas ante el Parlamento, sino ante el Fürst. Tanto es así que desde la reforma constitucional de 2003, que vino a reforzar los poderes reales, el príncipe puede destituir al Ejecutivo sin necesidad de ofrecer mayores explicaciones.
A pesar de estos amplios poderes de gobierno que posee el príncipe de Liechtenstein, su mentalidad es libertaria tanto en lo económico como en algunos aspectos políticos. Esto se puede corroborar en múltiples ámbitos. Por un lado, a diferencia de lo que ocurre en muchas otras casas reales europeas, la familia Von Liechtenstein no se sustenta en los ingresos públicos derivados de la recaudación fiscal, sino que, al contrario, mantiene su patrimonio a través de su actividad empresarial privada. Por otro lado, históricamente Liechtenstein ha defendido el Estado mínimo con impuestos muy bajos a empresas y personas, sin renunciar por ello a una serie de prestaciones sociales mínimas en materia de sanidad o educación. Esta política impositiva ha servido para que Liechtenstein sea definido internacionalmente como un paraíso fiscal. No obstante, en un discurso proclamado en 2001, el príncipe soberano, Hans Adam II, replicaba a unas acusaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre el secreto bancario y la condición de paraíso fiscal de Liechtenstein alegando que:
“un intercambio completo y mundial de la información supondría dejar a los ciudadanos completamente transparentes ante el Estado en todos sus asuntos financieros, obligados permanentemente —a diferencia del delincuente común— a probar su inocencia ante las autoridades. Las intenciones pueden ser buenas, pero la consecuencia lógica sería un Gobierno mundial, llamado OCDE, responsable ante nadie, excepto unos pocos políticos que manejarían los hilos en la sombra”.
La controvertida e interesante posición defendida por Hans Adam II reflejaba buena parte del pensamiento político y económico que caracteriza al principado. En gran medida, proyecta también una postura sorprendente en asuntos de política interior, enlos que la monarquía defiende el derecho de autodeterminación constitucional de las once comunidades —Gemeinden— que conforman el ordenamiento territorial del país por la vía de un referéndum. Es decir, si por ejemplo los casi 6.000 vecinos de Schaan o los 2.700 de Triesenberg decidiesen por mayoría simple independizarse de Liechtenstein, podrían hacerlo mañana mismo. Algunas de las reflexiones que subyacen a estos planteamientos se pueden descubrir en la obra El Estado en el Tercer Milenio, del propio Hans Adam II, quien llegó a defender incluso la posibilidad de incorporar un derecho de autodeterminación de los individuos soberanos en la Constitución. Esto se debe a que, en la concepción política de Liechtenstein, el Estado no es un fin en sí mismo, sino que los ciudadanos libres se adhieren voluntariamente al mismo y el Estado debe competir como una empresa para satisfacer sus demandas. Si no lo consigue, esos ciudadanos pueden votar con los pies e irse libremente. Por ello, la monarquía desea enfatizar esa voluntariedad reafirmando las garantías de libertad debidas a sus ciudadanos y municipios autónomos.
Para ampliar: “Libertad y prosperidad en Liechtenstein”, Andrew Young en Journal of Libertarian Studies, 2010
La democracia liechtensteiniana
En la política liechtensteiniana conviven tanto instituciones parlamentarias representativas como importantes elementos de democracia directa. Ambas dinámicas sirven para canalizar los poderes del pueblo frente a la monarquía, por lo que la soberanía no es patrimonio exclusivo ni de una parte ni de la otra de esta ecuación. En el ámbito representativo, los liechtensteinianos eligen cada cuatro años a 25 diputados en dos circunscripciones electorales, baja y alta —Unterland y Oberland—, para el Landtag, donde se decide con la aprobación del príncipe la configuración del Ejecutivo. En cambio, en la vertiente de democracia directa, los liechtensteinianos gozan de la capacidad de iniciativa legislativa si reúnen un número mínimo de peticiones establecido constitucionalmente —habitualmente, entre 1.000 y 1.500 votos—. El derecho de realizar un referéndum para rechazar una resolución del Landtag también está previsto, así como la capacidad para celebrar una moción de confianza al príncipe. Esta moción, sobre la que el monarca no dispone de derecho a veto, podría incluso permitir al pueblo liechtensteiniano expulsar del poder a la familia real. Sin embargo, dado el prestigio de la institución y la simpatía popular y cercanía que suscitan tanto Hans Adam II como su hijo Alois, este escenario es altamente improbable.
Quizá una de las dudas más comunes en los tiempos que corren es si acaso este modelo de democracia directa no podría ser un instrumento útil para la proliferación de movimientos demagogos o populistas en Liechtenstein. La respuesta es que, a fecha de hoy, lo más parecido a un movimiento populista que ha habido es el partido de Los Independientes —Die Unabhängigen (DU)—, fundado en 2013 por Harry Quaderer con un programa electoral nacional-conservador y reacio a la acogida de refugiados. Según Quaderer, “el origen de su llegada es responsabilidad de los causantes históricos de las guerras de Oriente Próximo, como son EE. UU., Gran Bretaña, Francia o Rusia”. Por tanto, afirma, son este tipo de países los que deben recoger ahora lo sembrado.
Pese a ello, es interesante mencionar que la cultura política liechtensteiniana no se ha caracterizado precisamente por una elevada polaridad en las posiciones de los diferentes partidos políticos. Desde hace más de medio siglo, la estabilidad ha estado garantizada de forma prácticamente ininterrumpida por la hegemonía y el consenso entre el Partido Cívico Progresista —Fortschrittliche Bürgerpartei (FBP)— y la Unión Patriótica —Vaterländische Union (VU)—. Los primeros cambios en este sentido se produjeron con la aparición en 1993 de la Freie Liste (FL) —literalmente, Lista Libre, conocida en español como Lista Verde—, aunque las limitaciones electorales derivadas de una barrera del 8% de votos para entrar en el Landtag han dificultado durante muchos años la existencia de un mercado electoral excesivamente fragmentado.
Las recientes elecciones parlamentarias celebradas en febrero de 2017 reflejaron en buena medida esta estabilidad política. El FBP, de orientación marcadamente conservadora, cristiana y económicamente liberal, logró revalidar su mayoría en el Landtag con su líder y actual presidente del Gobierno, Adrian Hasler, al frente. La segunda posición la ocuparía el otro histórico partido nacional, VU, ligeramente más escorado a la izquierda que el FPB, aunque en una línea similar en sus planteamientos democristianos, promonárquicos y liberales. Ambos partidos volverán a formar un Gobierno de coalición durante la próxima legislatura, en la que deberán prestar atención a los ligeros cambios de tendencia electoral experimentados tras los buenos resultados cosechados por DU y, en menor medida, FL en las parlamentarias de febrero.
¿Tan solo un paraíso fiscal?
En el ámbito económico, es común pensar que la riqueza de Liechtenstein, con una renta per cápita cercana a los 150.000 dólares y unas tasas de desempleo en 2016 del 2,7%, deriva exclusivamente de su condición de paraíso fiscal. Semejantes interpretaciones, aunque comprensibles, resultan superficiales para analizar en profundidad la estructura económica del país. No cabe duda de que el sector financiero posee un peso notable en el PIB nacional —concretamente, un 24% según la Oficina Nacional de Estadística—, con la importante presencia de bancos como LGT, VP Bank o Liechtensteinische Landesbank. Alrededor de un 17% de la población del país trabaja en este sector. Sin embargo, esta afirmación no debe conducir a conclusiones precipitadas: el sector industrial ocupa una posición relativamente predominante al suponer más del 40% del PIB y un 37% de los empleos, lo que convierte al país en uno de los más industrializados del mundo. Empresas como Hilcona, Hilti, Ivoclar Vivadent, Ospelt o Presta compiten así con una gran capacidad de exportación de productos manufacturados de alta carga tecnológica al exterior.
Esta operatividad se ve favorecida por una gran apertura comercial, la ausencia de deuda pública y, por supuesto, los reducidos impuestos nacionales. Sin embargo, si observamos el tejido empresarial de Liechtenstein, descubrimos un dato importante: el 87% está conformado por microempresas de hasta nueve trabajadores, mientras que solo un 1,8% está constituido por medianas empresas de más de 50 y un 0,4% por grandes empresas de más de 250 empleados. Además, conviene tener presente que otro factor determinante para explicar el éxito de la economía liechtensteiniana en el comercio mundial se puede rastrear en las elevadas inversiones gubernamentales en el sector del I+D+i, que favorece la competitividad empresarial fomentando la innovación y el emprendimiento privado. Según datos oficiales del Gobierno, alrededor de un 7% del PIB va destinado a la investigación y el desarrollo. Esto permite que la industria y las empresas liechtensteinianas alcancen unas elevadísimas cuotas de productividad y de progreso tecnológico pese a sus evidentes limitaciones en el terreno de la mano de obra. En este entorno económico, la atracción de trabajadores procedentes de terceros países —fundamentalmente Suiza y Austria— es un activo fundamental, ya que aproximadamente la mitad de la población activa vive fuera del país.
Para ampliar: Informe anual del Gobierno de Liechtenstein (en alemán), 2016
Un microestado en un mundo de superpotencias
Pese al elevado desarrollo económico experimentado durante todo el siglo XX —pasando de ser un país de granjeros a una de las economías más dinámicas del planeta—, Liechtenstein ha logrado mantener una alta cohesión social tanto en términos de desigualdad como de pobreza. En este sentido, la eficiencia ha sido clave para generar riqueza y administrar sensatamente los recursos y el potencial interno de un país con escasos medios naturales. No obstante, una política exterior consensuada y enfocada de acuerdo a los medios y capacidades nacionales ha sido un importante aliciente para lograr unos estándares de vida muy elevados.
Para ampliar: “Cómo sobrevivir siendo un microestado europeo”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2015
Tal y como recoge el Informe de política exterior de 2016, Liechtenstein es consciente de que en la arena internacional su política exterior debe ser muy específica y orientada a puntos claves para poder tener un cierto impacto. De ahí la prioridad otorgada a la política de vecindad con los países germanohablantes, como Austria, Suiza o Alemania, y con sus vecinos europeos. Pese a no ser miembro de la UE, Liechtenstein forma parte del Espacio Económico Europeo desde 1995 y tiene un claro interés en el mercado comunitario y en la promoción del libre mercado, la democracia, los derechos humanos y la solidaridad internacional a través del altavoz que le proporcionan otros países europeos más poderosos. Además, desde 2011 Liechtenstein es un miembro asociado del espacio Schengen y participa en foros multilaterales como el Consejo de Europa, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) o Naciones Unidas. Las relaciones con socios económicos de primer orden, como EE. UU., Japón, India, China o Singapur, también ocupan una posición cada vez más relevante en los ejes de la política exterior liechtensteiniana. Sin embargo, dadas sus limitaciones, es frecuente que la representación de Liechtenstein ante terceros países que no entren en su órbita más inmediata sea asumida por Suiza.
Liechtenstein es un país con un perfil internacional modesto pese a su exitosa inserción en la globalización económica. No obstante, el principado ha logrado preservar una identidad política única y que parece remar a contracorriente del mundo e incluso de la Historia. Así, mientras el futuro parece depararnos una mundialización de superpotencias, Liechtenstein prefiere mantenerse anclado como un pequeño oasis al abrigo de los Alpes.