El futuro de la lucha contra la pobreza en América Latina
América Latina es una de las regiones más pobres y desiguales del mundo. Tras una década de progreso al amparo del crecimiento económico, la tendencia actual está en disposición de revertir los logros alcanzados. Frente al desafío que entraña emprender la erradicación de la pobreza, el trabajo conjunto de los principales actores de la región en el marco de una estrategia integral, la Agenda 2030 y sus objetivos de desarrollo sostenible (ODS), se convierte en un requisito indispensable para continuar la lucha.
La erradicación de la pobreza en todas sus formas es una de las grandes metas que persigue la cooperación para el desarrollo. Han sido múltiples las formas en las que esta lucha se ha materializado en todo el mundo, desde aquellas más asistencialistas y paternalistas hasta otras que decidieron apostar por un desarrollo local que permitiera un progreso real y autónomo.
En el marco de esta lucha, América Latina es una región paradigmática, puesto que pobreza y desigualdad son dos variables que han golpeado históricamente a los países que la forman. Los orígenes de esta realidad descansan en las relaciones sociales que se han producido en la región durante los últimos tiempos, que se materializaron en una estructura de poder oligárquica fraguada en el marco del colonialismo y cuya herencia ha perdurado. La lucha contra la pobreza alcanzó sus mayores éxitos a principios del siglo XXI, cuando tras décadas de inestabilidad e incertidumbre, tanto política como económica, la situación de la población vulnerable mejoró sustancialmente.
El máximo exponente de los esfuerzos internacionales en la erradicación de la pobreza es en la actualidad la Agenda 2030 y los ODS. Las expectativas son altas, pero el retraso en su implementación amenaza los logros que puedan alcanzarse, sobre todo en un contexto en el que se están produciendo los primeros retrocesos a nivel regional. La experiencia del pasado es un ejemplo que debe ayudar a consolidar la estrategia que seguir en los próximos años de cara a lograr una implementación real y poder, por fin, estar a la altura de las circunstancias.
La pobreza como fenómeno es, junto con la desigualdad, uno de los mayores contrastes que existen en las Américas. Además de las diferencias existentes entre América del Norte por un lado y América Latina y el Caribe por el otro, es precisamente en la mitad sur del hemisferio donde encontramos las realidades más extremas. Si bien cada país presenta unos rasgos particulares, todos han seguido una tendencia general.
La desigualdad se encuentra en las raíces de las sociedades latinoamericanas desde tiempos de la colonización. La concentración de la riqueza y de la tierra en manos de los terratenientes ha perdurado hasta la actualidad y hoy en día es, si cabe, más compleja, puesto que la desigualdad resultante no se reduce únicamente a la propiedad o la riqueza, sino que afecta al bienestar. La espiral de pobreza y desigualdad en América Latina se ha retroalimentado y ha incidido sobre la calidad de vida de la población.
Para las clases más pobres, la desigualdad social encuentra su equivalencia en la desigualdad territorial existente dentro de los propios países. Frente a la falta de oportunidades del mundo rural, las consecuencias de un éxodo descontrolado en busca de mejoras en las condiciones de vida se dejaronnotar en un entorno urbano incapaz de absorber el drástico crecimiento poblacional al que ha tenido que enfrentarse. La industrialización del modelo productivo, dependiente de la inversión extranjera, comenzó a desarrollarse en los años setenta, pero pronto se estancó en la medida en que los precios de las materias primas comenzaron a caer y el modelo fue incapaz de cubrir la amplia demanda de empleo. Como consecuencia de este malestar, se produjo un incremento de las actividades ilegales, sobre todo el mercado negro y el narcotráfico.
Las buenas perspectivas de principios de los años setenta se truncaron y la región se adentró en lo que se conoce como la Década Pérdida, un periodo de crisis económica caracterizado por grandes cantidades de deuda externa, déficit e inflación que se extendió durante los años ochenta y, según el país, parte de los años noventa. Durante este periodo la calidad de vida de la población se deterioró a pasos agigantados. La pobreza, que a principios de la década se situaba en la ya de por sí alta cifra del 40,5% de la población total, ascendió al 48,4%, mientras que la extrema pobreza se situó en el 22,6%.
Pobreza y desigualdad en América Latina (1980-2014). Fuente: Cepal
En cierto modo, el largo recorrido de la pobreza en América Latina no es sino el resultado de unos sistemas políticos, sociales y económicos que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Ante la complejidad de las diferentes realidades nacionales, en la segunda mitad del siglo pasado la región se convirtió en un gran laboratorio de recetas económicas que buscaron tanto el crecimiento económico como el alineamiento de los países con los intereses del capitalismo. La adopción del paradigma económico neoliberal implicó un férreo control político que frenara la ola revolucionaria que amenazaba, en pleno patio trasero de Estados Unidos, el dominio de las élites tradicionales.
Bajo estos regímenes, cuya historia se moldeó a partir de la injerencia extranjera, los países se adentraron en una senda autoritaria que alimentó la incertidumbre institucional y económica y creó dependencia del exterior, así como favoreció la continuidad de la concentración de la riqueza. El experimento comenzó con políticas de ajuste estructural que tuvieron como objetivo dinamizar el crecimiento económico. Estas recetas de austeridad y contracción del gasto público fueron condición imprescindible para que los países pudieran acceder a financiación internacional en el marco del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Si bien las políticas implementadas alcanzaron algunos de sus objetivos a nivel macroeconómico, en su razón de ser no se encontraba el respaldo a los segmentos más pobres de la pirámide social.
Para ampliar:“Globalización y ajuste en América Latina”, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2002
Al finalizar la Década Perdida, en los años noventa, los países entraron en un lento proceso de recuperación. Países como Argentina o México, dos de las principales potencias regionales, se encontraron ante serias dificultades para superar la crisis económica, mientras que otros países, como Brasil o Chile, emprendieron el nuevo siglo sobre unas bases más sólidas. Es importante considerar, junto a la reconfiguración económica, el surgimiento de un nuevo paradigma político y social que comienza con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas (México) en 1994 y se fortalece con la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela en 1999.
Celebración del 20.º aniversario del levantamiento zapatista (2014). Fuente: Servindi
En lo que a la pobreza se refiere, esta se redujo modestamente durante los años noventa hasta afectar al 43,8% de la población, mientras que la pobreza extrema se redujo a un 18,6%. Fue entrada la primera década del siglo XXI cuando se produjo una verdadera caída de los niveles de pobreza y extrema pobreza, que se situaron hacia el año 2014 en el 28% y el 12%, respectivamente. Esta reducción sin precedentes fue posible gracias al ciclo de bonanza económica que acompañó a toda la década y que se explica esencialmente por el valor de las materias primas. Durante este periodo se favoreció la implementación de políticas sociales que tuvieron por objeto asistir a los más necesitados, como las misiones en Venezuela. No obstante, el crecimiento económico no sirvió de base para transformar los sistemas productivos de los países y no se adoptaron modelos económicos sostenibles en el tiempo.
Para ampliar: “Panorama social de América Latina (2014)”, Cepal
El estado actual de la pobreza en América Latina se explica tanto por los logros alcanzados como por las oportunidades perdidas de esa primera década de bonanza.El cambio de ciclo que comenzó en 2012 ha puesto en entredicho todos los logros alcanzados, sobre todo en aquellos países que adoptaron el discurso socialista. Hoy vemos cómo el giro a la derecha de estos países augura un posible cambio de modelo. No obstante, las primeras noticias de allí donde se ha producido un cambio de Gobierno, como Argentina, aún hay que tomarlas con reservas.
En cualquier caso, la polarización social que se ha producido a raíz de la rivalidad política no hace más que desvirtuar unos logros que son evidentes. La Cepalcalculó en 2014 que 17 países de América Latina redujeron su pobreza en torno a un 10% en relación a la primera década del presente siglo, con Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela como aquellos que obtuvieron mejores resultados. Como resultado, los avances en la reducción de la pobreza —así como de la desigualdad— en el periodo previo a 2012 no tuvieron parangón.Sí es cierto, no obstante, que la crisis económica que atraviesa la región desde entonces ha hecho que se tambaleen e incluso exista una amenaza real de retroceso.
El desafío actual consiste en evitar que la tendencia se revierta y que la región se adentre en una nueva Década Perdida. La crisis económica, la inestabilidad política y la rivalidad social amenazan con que el peor escenario llegue a materializarse.
Para ampliar:“América Latina en un cambio de escenario: de la bonanza de las commodities a la crisis de la globalización”, José Antonio Sanahuja (CRIES), 2017
El desafío al que se enfrentan las sociedades latinoamericanas requiere una respuesta contundente, en la que la cooperación para el desarrollo puede jugar un papel fundamental junto al trabajo de los Gobiernos nacionales. La consolidación de una estrategia integral para erradicar la pobreza y la desigualdad es el máximo exponente de la lucha.
La cooperación para el desarrollo ha evolucionado y, lejos del mero asistencialismo, el marco de la Agenda 2030 y los ODS plantea un nuevo paradigma. La cooperación internacional para la erradicación de la pobreza está hoy más decidida que nunca y su importancia se desprende del lugar que ocupa en la nueva agenda, concretamente en el primer ODS.
El proceso de construcción de la Agenda 2030 procuró superar los vicios que caracterizaron a los objetivos de desarrollo del milenio (ODM), cuya meta se situaba en 2015. En lo que a la pobreza se refiere, apostaron por reducir tanto la pobreza como el hambre a la mitad en relación a los datos de 1990, así como alcanzar un pleno empleo productivo e inclusivo como base de la sostenibilidad. El primer ODS va un paso más allá y plantea, con el horizonte en 2030, “la erradicación de la pobreza en todas sus formas”, un objetivo ambicioso que en la práctica aspira a erradicar la pobreza extrema y reducir a la mitad el total de la población pobre. Para ello se pretende terminar con las situaciones de vulnerabilidad apostando por la cobertura social, así como garantizar el acceso a los recursos básicos, financiación o tecnología.
Para ampliar: “La apuesta del milenio: erradicar el hambre en el mundo”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2016
La Agenda 2030 apuesta por la cooperación de todos los actores, ya sean públicos, privados o del tercer sector, incluida la sociedad civil, con el ánimo de proyectar una solución multisectorial y completa. La naturaleza tanto nacional como internacional de las partes involucradas en la erradicación de la pobreza es fundamental puesto que la solución no se encuentra en curas paliativas –o regionales–, sino en un remedio global y multidireccional.
A pesar de las oportunidades que presenta, la implementación de la agenda es un verdadero desafío. Han pasado dos años desde su adopción y todavía no existen ni siquiera los indicadores adecuados para medir los resultados que se consigan. Ante este panorama, la implementación se retrasa y corre el riesgo de convertirse en papel mojado. En la actualidad, los retos que encara la sociedad internacional son múltiples y nos encontramos ante un potencial repliegue nacionalista que no ayuda a avanzar en la lucha contra la pobreza. En este contexto, el activismo de la sociedad civil se convierte en un imperativo para inclinar la balanza hacia un compromiso global en su erradicación.
La ambición que supone establecer como primer ODS la “erradicación de la pobreza en todas sus formas” para el año 2030 es realmente ambiciosa a la luz del camino recorrido. Cuando este objetivo luego se desgrana en varias metas, relativas a la extrema pobreza o los recursos básicos, nos damos cuenta de que frente a lo abstracto de la idea subyace una realidad muy compleja. La pobreza es una lacra que golpea a la calidad de vida de quienes la sufren sin dejar nada a su paso, desde la alimentación y la calidad de los alimentos, el hogar, el acceso a unos servicios públicos de calidad y la posibilidad de desarrollar un empleo que permita a las personas algo más que sobrevivir.
Para ampliar: “Las múltiples caras de la desigualdad en América Latina”, Corina Mora en eldiario.es, 2017
En el ámbito concreto de América Latina y el Caribe, el estudio de las dimensiones de la pobreza es realmente complejo. El aumento del nivel de ingresos y de la calidad de vida de millones de personas durante la primera década del siglo XXI fue un paso trascendental en la lucha contra la pobreza, pero no fue suficiente. No solo porque hoy en día aquellos logros se encuentren amenazados, sino porque los niveles de desigualdad siguen siendo alarmantes y, mientras que parte de la población se vio beneficiada, los niveles de extrema pobreza se mantuvieron aún a niveles preocupantes. La erradicación de la pobreza entraña, en definitiva, la construcción de una sociedad del bienestar, justa e igualitaria, en la que los beneficios del crecimiento económico no acaben en manos de las élites.
El siguiente paso en el marco de una estrategia integral es continuar la lucha. Primero, evitando que se pierda todo lo conseguido hasta la actualidad, y después, profundizando en políticas públicas eficaces y sostenibles en el tiempo que aborden la cuestión desde un cambio de modelo productivo y de sociedad. Aquí entran en valor tanto la capacidad como la voluntad de los Gobiernos y la Administración de los países, así como el seguimiento de la propia sociedad civil, la alineación del sector privado y el apoyo de la sociedad internacional en la labor. Esta lucha no solo ha de darse en América Latina y el Caribe, aunque las regiones merezcan especial atención por el resultado que aporta la suma de los niveles de pobreza, de desigualdad y la incertidumbre por la que atraviesan. Lo importante, al fin y al cabo, es no desviarse del camino.
Esta entrada fue modificada por última vez en 25/05/2017 10:29
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