República Srpska: Serbia dentro de Bosnia
Más de veinte años después de la firma del acuerdo de Dayton, que puso fin a la guerra de Bosnia, el conflicto continúa congelado en un país partido en dos mitades enfrentadas. Dos territorios, dos realidades distintas obligadas a convivir. Este artículo explora la más desconocida, la República Srpska, el territorio serbobosnio de Bosnia.
El nombre de Bosnia, así como el de toda la región de los Balcanes, se relaciona irremediablemente en el imaginario colectivo con conflictos nunca cerrados y violencia interétnica. Las recientes guerras yugoslavas —la guerra de Bosnia— de los años 90 y el hecho de que el estallido de la Primera Guerra Mundial se precipitara por el atentado de Sarajevo alimentan ese cliché.
Sin embargo, en un primer vistazo sobre el mapa, las fronteras estatales de Bosnia-Herzegovina —oficialmente República de Bosnia y Herzegovina, en adelante BH— no sugieren la existencia de un conflicto en el país, aunque sí sirven, al menos —aspecto capital, como se verá—, para mostrar que está encapsulada entre sus dos injerentes vecinos Croacia y Serbia.
Las fronteras estatales —que no variaron con la guerra y siguen siendo las de aquella República Socialista de Bosnia dentro de la Yugoslavia federal— no sugieren necesariamente esa idea, pero hay otro marcaje geográfico que sí nos sirve y que va a ser el hilo conductor de este artículo: la frontera intraestatal que parte BH en dos mitades.
Esta división, basada en la línea de frente que había cuando se acordó el fin de la guerra en noviembre de 1995, ha institucionalizado la separación que vivía BH entonces. Queriendo ser la solución, solo ha podido congelar el conflicto, que aunque dormido todavía sigue presente. Sobre el mapa, su extraño dibujo se parece más a la fea cicatriz de una herida muy viva que se resiste a curar.
Invocando el desastre
El 14 de octubre de 1991, en un discurso ya célebre —que incluso se mostraría en su juicio ante el Tribunal de la Haya—, el líder de los serbobosnios Radovan Karadžić se expresaba así ante el Parlamento de la República Socialista de Bosnia:
Lo que están haciendo no es bueno: el camino al que están conduciendo a BH es el mismo camino de sufrimiento que ya han tomado Eslovenia y Croacia. No crean que no llevarán a BH al infierno y que quizás lleven a la población musulmana a la aniquilación, puesto que los musulmanes no tienen medios para defenderse si hay guerra. ¿Cómo van a impedir que la gente de BH se mate entre sí?
El mariscal Tito, fundador de la Yugoslavia socialista, había muerto algunos años antes, en 1980, y prácticamente desde que su poder aglutinador faltó las tensiones entre las repúblicas que conformaban la federación se fueron acentuando, alimentadas por una grave crisis económica. Durante esos años, los discursos nacionalistas ganaron cada vez más peso y los líderes de las repúblicas más poderosas —Croacia y Serbia— fantasearon incluso con construir grandes Estados a costa de los territorios de las otras repúblicas y de la paz de sus pobladores, el sueño irrendentista de una Gran Croacia o una Gran Serbia étnicamente uniformes.
Conviene detenerse en el nacionalismo serbio: claramente el grupo más poderoso de Yugoslavia, los serbios controlaban la mayoría de los puestos burocráticos, así como el Ejército, y su peso político era comparativamente mayor al resto de grupos. Por si fuera poco, Belgrado ostentaba la capitalidad de la federación. Se entiende así un hecho paradójico: el nacionalismo serbio, sin dejar de acudir a sus particularidades históricas, religiosas o lingüísticas, también reivindicaba para sí la herencia de la Yugoslavia socialista y plural. En 1991, el Belgrado comandado por Slobodan Milošević quería construir su Gran Serbia mientras decía defender la malograda Yugoslavia, sin que ambos discursos parecieran contradictorios.
Eslovenia y Croacia dieron en junio de 1991 el primer paso para la disolución de una Yugoslavia cada vez más dominada por los serbios. Ante la posibilidad de que BH siguiera sus pasos —y para poder preparar la respuesta ante tal eventualidad—, Karadžić y su Partido Democrático Serbio declararon en septiembre una serie de repúblicas autónomas serbias en territorios de BH en los que la población serbia era mayoritaria, donde se dejó de reconocer el Gobierno de Sarajevo.
Es en este convulso y cambiante contexto cuando el Parlamento de BH —la república más étnicamente compleja de la federación, con grandes masas de población mayoritariamente bosniaca (musulmana), además de serbobosnia (cristianos ortodoxos) y bosniocroata (cristianos católicos)— discutía declararse independiente de Yugoslavia y cuando Karadžić pronunció su discurso. El hecho de que por aquel entonces Karadžić no ostentara ningún cargo público —ni siquiera era miembro de la asamblea a la que se dirigía— y que pudiera hablar así mientras controlaba de facto gran parte del territorio dice mucho sobre el poder que le quedaba ya a un Parlamento que se asomaba al abismo de la guerra civil.
Efectivamente, el Parlamento votó por la independencia, refrendada en las urnas por un masivo apoyo de las poblaciones bosniaca y bosniocroata: votó el 63,7% de la población, con un 99,7% a favor. Los serbiobosnios no votaron: habían llamado al boicot en el referéndum tras abandonar el Parlamento e incluso organizaron una consulta propia, en la que rechazaron la secesión. El 3 de marzo era declarada la independencia; cuatro días más tarde se dieron los primeros incidentes entre paramilitares en zonas rurales, y el 5 de abril los francotiradores comenzaron a castigar Sarajevo desde las colinas circundantes. Empezaba el asedio más largo de la Historia moderna —con permiso de Alepo—; empezaba la guerra de Bosnia.
La trampa de Dayton
La inmediata respuesta de Karadžić a la secesión fue la fundación, sobre la base territorial de aquellas repúblicas autónomas, de una nueva entidad independiente: la República Srpska, que se traduce del serbocroata simplemente como República Serbia. Sobre esta base puso en marcha una campaña bélica, siempre apoyada militar y políticamente por Belgrado, en cuyo marco también se implementó una estrategia de limpieza étnica destinada a homogeneizar el territorio de BH para poblarlo exclusivamente de serbios. En ocasiones, los otros dos bandos reprodujeron también esa política contra los serbobosnios y entre ellos, en especial los bosniocroatas, que, apoyados por Zagreb, también intentaron fundar su propia entidad bosniocroata para constituir la futura Gran Croacia.
El ejército de Srpska, formado por efectivos serbobosnios del Ejército Popular Yugoslavo y paramilitares, se enfrentó a las fuerzas bosniacas y bosniocroatas hasta 1995, cuando, tras la enésima matanza de civiles en Sarajevo, la OTAN bombardeó las posiciones serbobosnias para obligarlas a acudir a la mesa de negociaciones en Dayton (Ohio). En noviembre de 1995, con los líderes de cada grupo étnico reunidos, la guerra ya había dejado más de 100.000 muertos, 65% de los cuales eran bosniacos musulmanes, aunque los cálculos varían. Además, la distribución étnica había variado notablemente.
El acuerdo se negoció y se firmó con celeridad, no solamente por la necesidad de detener la guerra, sino porque el presidente Bill Clinton se enfrentaba en 1996, el año siguiente, a una posible reelección, y el fracaso o el éxito de esta paz podía condicionar a su popularidad. Se ha escrito mucho sobre cómo esta prisa —cuyas implicaciones sentía sobre todo Alija Izetbegović, presidente de BH y líder de los bosniacos, el grupo que estaba muriendo en mayor número— afectó negativamente al resultado del acuerdo.
Las conversaciones giraron en torno a dos puntos. En primer lugar, la inmediata estabilización de los frentes y el fin de las hostilidades; en segundo, la construcción de una nueva BH que incluyera los territorios y población serbobosnios bajo un sistema de gobierno consociativo, es decir, compartido entre las tres comunidades y evitando la llamada “tiranía de la mayoría”.
La imagen de la firma demostraba, por lo demás, lo difícil y paradójico de la situación; sentados a la mesa de negociación en torno a una contienda civil, los presidentes de tres países distintos: Alija Izetbegović por BH, por supuesto, pero rodeado de Slobodan Milošević, presidente de Serbia —entonces todavía República Federal de Yugoslavia, sin Socialista desde 1992—, y de Franjo Tuđman, presidente de Croacia.
No se trataba ya de representar los países implicados en el conflicto, sino los grupos étnicos: Izetbegović hablaba en nombre de los musulmanes, Milošević de los serbobosnios y Tuđman de los bosniocroatas. Los Gobiernos de estos dos últimos habían apoyado a sus comunidades en Bosnia en su intento de construir entidades étnicamente homogéneas e incluso habían llegado a pactar secretamente para repartirse BH a costa de los musulmanes. Karadžić sabía bien de qué hablaba en su terrible discurso de 1991: los musulmanes no tenían quién los defendiera, a diferencia de Serbia y Croacia. Ahora la paz no podía construirse sin su participación.
División y desgobierno
Acordado el cese de las hostilidades, la división del territorio que había traído la guerra se institucionalizó con la creación de dos entidades federales dentro del renacido país. La autoproclamada República Srpska (en adelante RS), reintegrada en la nueva BH, quedó para los serbobosnios con un 49% del territorio; el 51% restante quedó para bosniacos y bosniocroatas bajo el nombre de Federación de Bosnia y Herzegovina —no confundir con el nombre del país, República de Bosnia y Herzegovina—, que hubo de ser dividida además en diez cantones para evitar disputas entre ambos grupos.
La presidencia del país, compartida entre tres presidentes —uno por cada grupo, en un complicado sistema de equilibrios—, mantiene el poder ejecutivo sobre la defensa, las relaciones exteriores o la relación entre las instituciones del Estado. A cualquier otro respecto, las entidades funcionan de manera independiente y se ocupan de aspectos como sanidad, transportes, agricultura, educación y cultura o interior. Gobiernan, en gran medida, dándose la espalda una a la otra.
Las implicaciones son enormes: si la red de infraestructuras de transporte en BH no es todavía demasiado buena, añádase que las conexiones por autobús —apenas hay trenes en un país tan montañoso— son mucho más pobres para cruzar entre una comunidad y otra que para viajar dentro de una de ellas. Los cuerpos de Policía están diferenciados y, por supuesto, los programas escolares son distintos, con lo que esto supone para la construcción nacional de la población. Por si fuera poco, las Fuerzas Armadas de la RS —al fin y al cabo, uno de los bandos de la guerra— no se integraron en el Ejército de BH hasta 2006.
A pesar de que pueden encontrarse habitantes de alguno de los grupos en los territorios que no les corresponden, son muy minoritarios: la terrible política de limpieza étnica y genocidio había funcionado. El fin de la guerra no trajo necesariamente la paz: Dayton cimentó la separación entre comunidades y los años la han ensanchado.
República Srpska: más serbios que la misma Serbia
Con el conflicto congelado, la fractura se nota en los aspectos más cotidianos. A pesar de que cruzar la frontera no supone ninguna complicación —lo único que advierte del cambio territorial es un cartel a la orilla de la carretera—, las diferencias no son tan sutiles como para que el viajero no pueda advertirlas en seguida.
Si uno entra a RS desde la Federación, el primer ejemplo lo encontrará en la lengua escrita: el serbocroata —el idioma que, con alguna diferencia dialectal, comparten las tres comunidades, a pesar de que sus nacionalismos se hayan empeñado en negarlo— se escribe no ya en alfabeto latino, sino en el cirílico de la Iglesia ortodoxa que caracteriza a los serbobosnios.
A lo largo del paisaje, las mezquitas empiezan a escasear, destruidas muchas durante la guerra, y proliferan los templos ortodoxos con sus características cúpulas. Es más fácil encontrar carne de cerdo y los aficionados al fútbol son seguidores sobre todo de los Partizán de Belgrado, cuyos partidos disfrutan bebiendo cerveza importada de Serbia en vez de cualquier otra marca bosnia.
Es muy habitual encontrar banderas no solo de RS, sino también de Serbia —que solo se diferencian en que la última incluye el escudo de Serbia—, y los monumentos y los museos de la región celebran y conmemoran la Historia desde el punto de vista del nacionalismo serbio. Podría decirse que, mientras que Belgrado ha relajado su postura a medida que intenta acercarse a la Unión Europea —pese a que la cuestión de Kosovo siga siendo el gran escollo—, los serbobosnios, encerrados en su pequeña Srpska y enfrentados con las otras dos comunidades, son más fervorosos en su nacionalismo.
¿Puede Bosnia-Herzegovina prosperar así?
En noviembre de 2015 se cumplieron veinte años de los acuerdos de Dayton y las opiniones de los bosnios al respecto son reveladoras: mientras que la mayor parte de los serbobosnios lo valoran positivamente, los bosniacos y los bosniocroatas son más críticos con su herencia. Los primeros celebran que el presente statu quo les permita no solo conservar su independencia de las otras comunidades, sino eventualmente facilitar la unión a Serbia inspirándose en el ejemplo —que ellos mismos proponen— de Crimea y Rusia, en quien tienen un importante aliado. Los bosniacos, sin embargo, son conscientes de que con este ordenamiento la paralización es crónica, y por su parte los bosniocroatas desearían todavía más atomización territorial: no renuncian a su proyecto de otra entidad federal para ellos.
En todo caso, los líderes políticos de las tres comunidades —tanto a nivel estatal como en las entidades— parecen haberse dado cuenta de las ventajas que entraña un sistema creado a su medida; explotando la carta de la división étnica, se aseguran el puesto. Una democracia corrompida en la que la legitimidad no está puesta tanto en el desempeño en el cargo como en la pertenencia a uno de los grupos.
Mientras, el estancamiento empapa asuntos tan capitales para BH como su proceso de adhesión con la Unión Europea, que lleva trabajándose desde al menos 2005 y que está ahora en momento crítico: las gestiones previas a ser reconocida oficialmente como candidata. También su ingreso en la OTAN, que el presidente de RS, Milorad Dodik, ha rechazado hasta que la Alianza “no solucione sus problemas con Rusia”, lo que casi equivale a negar la mera posibilidad de que llegue a suceder. Su población comparte ese rechazo, pero al otro lado de la línea el entusiasmo con la OTAN es masivo: mientras que unos sufrieron sus bombardeos, otros se beneficiaron de su intervención.
El futuro de BH pasa por el abandono de la política étnica, aunque la solución es tan simple de proponer como complicada en la práctica. A pesar de que el dolor por la guerra es compartido y de que incluso existe cierta nostalgia por los años de Yugoslavia, cuando se vivía en comunidad, la brecha cotidiana aumenta con el paso del tiempo y solo en la más cosmopolita Sarajevo, una ciudad multicultural y activa, se puede llegar a desdibujar.
Únicamente un proyecto común que fuera apoyado por una iniciativa política del más alto nivel o por una movilización social multiétnica podría desactivar la segmentación. Hasta ahora, el papel ciudadano es escaso: se dieron importantes protestas en 2013 y 2014, pero no consiguieron convertir las reivindicaciones por asuntos concretos o contra la mala situación económica del país en un movimiento de cambio sistémico. Por su parte, la colaboración de los tres presidentes, cada uno debido a su comunidad, parece difícil. Se apagaron los disparos, pero el conflicto continúa. La cuestión es: ¿corre el tiempo a favor de la solución o de una mayor fractura y crisis?