La ampliación de la UE hacia el este
En 2004 la Unión Europea iniciaba un proceso de integración sin precedentes: ocho de los diez nuevos Estados que habían ingresado ese mismo año habían pertenecido al bloque soviético, lo que suponía la caída del telón de acero. La celebrada ampliación de aquel momento y la previsible entrada de nuevos países del este se está haciendo anteponiendo el interés geopolítico a la calidad democrática y económica y a la misma capacidad de integración de la UE.
En 1957 se fundó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). En este selecto grupo se encontraban Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y la República Federal Alemana, así como Argelia como parte de Francia, aunque terminaría por retirarse en 1962, como también lo haría Groenlandia en 1982 mediante un referéndum.
La caída del Muro de Berlín, la reunificación de Alemania y la disolución de la Unión Soviética (URSS) provocó una euforia por la oportunidad que suponía: superar la división de los dos bloques surgida durante la Segunda Guerra Mundial. Dos años más tarde, la CECA modificó su nombre por el de Unión Europea (UE) y en 2002 llegaría la moneda única. Sin duda, la caída del Muro fue el gran punto de inflexión que aceleró el proceso de integración, y desde entonces la UE ha ido creciendo, especialmente hacia el este, hasta la reciente entrada de Croacia en el 2013. Actualmente se encuentra formada por un grupo de 28 países —y la olvidada incorporación del departamento francés de Mayotte, la novena región periférica de la UE—, con una población total de 500 millones de habitantes.
El club europeo no está cerrado. Albania, Macedonia, Montenegro, Serbia y Turquía han solicitado su admisión y la UE les ha otorgado estatus de candidatura hasta que cumplan todas las condiciones, mientras que Kosovo y Bosnia-Herzegovina permanecen sin estatus de candidatura, aunque se encuentran cerca de ello.
Desde el fin de la guerra de los Balcanes, la prioridad en la política exterior de algunos de estos Estados ha sido el ingreso en el club. Otros aún no han presentado formalmente la solicitud, pero han demostrado su interés por pertenecer a la UE: Ucrania, Moldavia, Georgia y Azerbaiyán. Países que desde la desmembración de la URSS han ido dando la espalda a Rusia y acercándose a Occidente, lo que ha supuesto conflictos bélicos relevantes para los tres primeros.
Otros países lejanos al continente —o península, como algunos afirman— europeo también se han mostrado interesados en ingresar (Israel, Marruecos y Cabo Verde), pero su ubicación geográfica, entre otros elementos, hace muy difícil que algún día lleguen a ser Estados miembros. En cambio, otros rechazaron el privilegio de poder entrar, como Noruega, Suiza o Islandia, y algunos ni siquiera han presentado la solicitud: Andorra, Liechtenstein, San Marino, Ciudad del Vaticano y Mónaco. De hecho, los únicos micro-Estados que forman parte de la UE son Luxemburgo y Malta.
Para ampliar: “Cómo sobrevivir siendo un microestado europeo”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2015
La precipitación de incluir a países que habían formado parte de la esfera soviética y que hoy se encuentran bajo influencia rusa puede traer una gran indigestión a la UE, además de nuevos problemas con la Rusia de Putin, como en el caso de Ucrania. No solo es un problema para la UE; también lo es para estos países del este, que no terminan de encontrar su espacio y a menudo se sienten irrelevantes; de ahí el creciente euroescepticismo en algunos de ellos, como es el caso de Hungría.
¿Quién entra?
Los Estados que quieren ingresar deben ser admitidos por consentimiento unánime de los Estados miembros, así como cumplir las condiciones y criterios de adhesión adoptados por los dirigentes de la UE en la cumbre de Copenhague de 1993, criterios que no cumplieron al entrar países como Rumanía o Bulgaria, lo que demuestra el interés geopolítico de la UE en el espacio postsoviético.
Un problema que existe es que la UE no tiene instrumentos para hacer cumplir dichos criterios una vez que los nuevos Estados han entrado. Esta falta de medios para actuar está siendo preocupante para los casos de la Hungría de Viktor Orbán y la Polonia de Jaroslaw Kaczyński. En el primer caso, Orbán ya había sido primer ministro entre 1998 y 2002, pero volvió a la primera línea en 2010 con un discurso y unas políticas más a la derecha de las que había implantado diez años antes. Él mismo utilizó la expresión “abandonar la democracia liberal para construir una democracia iliberal”.
Con una amplia mayoría en el Parlamento, pudo rehacer la Constitución para limitar el poder de la oposición. Pero Orbán no está solo: cuenta con el apoyo de gran parte del electorado, y su partido, Fidesz, junto a Jobbik, un partido claramente fascista, acumulan cerca del 70% de los votos. Esta fuerza le ha permitido plantar cara a las directrices de Bruselas, carente de instrumentos para hacer cumplir criterios democráticos tan básicos como la separación de poderes o la protección a minorías étnicas —en el caso de la Hungría orbanista, la constantemente atacada etnia gitana—. Con la reciente llegada de refugiados sirios, el primer ministro ha utilizado al Ejército para impedir su paso por territorio húngaro, lo que cuestiona el espacio Schengen y la libre circulación de personas.
Para ampliar: “El orbanismo: retroceso en la Hungría post-soviética”, Ignacio García de Paso en El Orden Mundial, 2015
Del mismo modo, Bruselas tampoco puede corregir la deriva autoritaria de Polonia. Kaczyński ha iniciado una revolución social muy conservadora que está purgando del Estado elementos que considera peligrosos, como personas con un pasado vinculado al comunismo, homosexuales y otros colectivos. La politización del Tribunal Constitucional del país está lejos de cumplir los criterios democráticos y de pluralidad política exigidos a los Estados miembros de la UE.
Ambos casos suponen un grave problema interno para la Unión. Primero, porque sus Gobiernos han tomado una posición claramente euroescéptica, de enfrentamiento directo contra las directrices de Bruselas. Segundo, porque se están limitando las libertades civiles de ciertas minorías étnicas y otros colectivos. Y, por último, porque son movimientos que están siendo imitados por partidos en otros Estados —el Partido de la Libertad de Austria y el de Países Bajos, el Frente Nacional francés o el Partido de la Independencia del Reino Unido, entre otros— que podrían suponer el fin de la UE.
Con la entrada de Rumanía y Bulgaria se permitía la entrada a dos Estados que incumplían los criterios de Copenhague antes siquiera de convertirse en miembros y que además suponían un problema en la política exterior, porque su adhesión afectaba a los intereses de Rusia. Rumanía respaldó públicamente la incorporación de la República de Moldavia, la cual mantiene con Rusia una fuerte disputa territorial por la región de Transnistria por motivos étnicos, región en la que Rumanía tiene especial interés.
Para ampliar: “Transnistria. La última frontera soviética”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2014
La UE contra Putin
Desde la disolución de la URSS, la Federación Rusa ha venido perdiendo influencia y la expansión de la UE hacia el este ha sido una amenaza para sus intereses en la región del Báltico, los Balcanes y el Cáucaso. Dicha expansión ha provocado muchos momentos de tensión y algunos conflictos bélicos.
El momento álgido del conflicto se dio recientemente en territorio ucraniano con la caída del Gobierno de Viktor Yanukóvich. Cuando el presidente electo decidió paralizar las negociaciones con la UE, se inició el movimiento Euromaidán, que terminó con la destitución de Yanukóvich, un nuevo Gobierno de Unidad Nacional en Ucrania y la adhesión de la península de Crimea por parte de Rusia.
Para ampliar: “Ucrania, aniversario de un conflicto congelado”, Jimena García en El Huffington Post, 2017
El conflicto en Ucrania no ha sido el único donde UE y Rusia se han visto enfrentados indirectamente. En 2008 Georgia y Rusia se enfrentaron militarmente por cuestiones territoriales en Osetia del Sur y Abjasia, conflicto en el que Georgia perdió las dos regiones rusófilas y que la situó más cerca de la UE, con una firme voluntad de ingresar en ella y convertirse en miembro de la OTAN, especialmente después de la firma del acuerdo de asociación con la UE en 2013.
Durante el proceso de desintegración de la URSS, las repúblicas exsoviéticas y otros Estados afines a Rusia se integraron en la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una confederación supranacional a la que las repúblicas bálticas, así como Georgia, rechazaron unirse, si bien esta última pasaría a ser miembro en 1993 tras una guerra civil. Pero desde 2003 han sido varios los Estados que han abandonado la organización para acercarse más a la UE y a EE. UU, como son Ucrania, Georgia y Kirguistán, aunque este último volvió bajo el paraguas ruso después de una revolución popular. Moldavia es otro de sus miembros que cada vez está más cerca de la salida del CEI y de ingresar en la UE, especialmente debido al conflicto en Transnistria.
Para ampliar: “La Unión Económica Euroasiática o la reconstrucción del espacio postsoviético”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2015
¿Expansión ilimitada?
La división este-oeste, a pesar de los intentos, no ha sido borrada y se ha acentuado recientemente con el brexit, la llegada de refugiados sirios, los enfrentamientos con Rusia y el auge de la extrema derecha y el euroescepticismo. Aunque es difícil de calcular, hay indicadores que muestran —con excepciones— que el euroescepticismo es más alto en el este. Por ejemplo, en las pasadas elecciones europeas de 2014 en Eslovaquia hubo una participación del 13% y en Hungría, del 25%. Una de las causas de este nivel de abstención es el poco espacio político que tienen. A modo de ejemplo, ningún líder de los ocho grupos parlamentarios europeos pertenece a un Estado del este, hecho repetido de la anterior legislatura. Si los países del sur de Europa se sienten desplazados, la misma sensación es aún mayor en el este.
En el ámbito económico, estos países se enfrentan a enormes dificultades, como la pobreza y la desigualdad, por el paso de sistemas de economías planificadas a economías de mercado en un contexto de globalización y crisis económica. Ni siquiera las ayudas económicas de la UE está siendo suficiente: el impacto que tuvo la entrada masiva de Estados del antiguo bloque del este fue sensacional, pero los potenciales ingresos quedan paralizados tras las nuevas posiciones que han tomado las dos familias políticas con más peso en la UE: los populares y los socialistas. Unas posiciones que vienen dadas por la situación de crisis que vive la Unión, que dificulta aún más el proceso de integración hacia el este. No obstante, estas posiciones quedan cuestionadas por la actual escalada de tensión entre la UE y Rusia con motivo de las maniobras militares de ambas en la frontera occidental. Las intenciones de la UE de expandirse hacia el este aún no han cesado y, sin duda, eso traerá nuevos conflictos externos e internos.
Para ampliar: “Las nuevas fronteras de Europa”, Benjamín Ramos en El Orden Mundial, 2015