Lo que la tragedia de Alepo no dice
Alepo, la primera ciudad siria en términos de población y uno de los núcleos de las fuerzas rebeldes, ha sido asediada por el régimen de Bashar al-Assad durante los últimos cuatro años. Las fuerzas gubernamentales han avanzado en la toma de la ciudad en los últimos doce meses y ahora su victoria es ya una realidad. El pasado 13 de diciembre, el gobierno y los rebeldes llegaron a un acuerdo para el alto el fuego y el establecimiento de un corredor humanitario que debería permitir la salida de Alepo de los entre 50.000 y 100.000 sirios atrapados en la zona oriental de la ciudad (controlada hasta ahora por los opositores) en dirección a los enclaves de acogida humanitaria de la Cruz Roja en la provincia rebelde de Idlib. A pesar del éxito inicial del corredor y la salida, el jueves, de cerca de 8.000 civiles, el viernes 16 la evacuación se suspendió por supuestas violaciones del alto el fuego y la detención, por parte de militantes vinculados al régimen, de algunos convoyes humanitarios. Sin embargo, todo parece indicar que la evacuación se retomará durante esta semana.
Se han extraído ya muchas conclusiones sobre lo que está pasando en Alepo. Más allá de los problemas propios de las reacciones inmediatas de medios y especialistas forzadas por la demanda social, hay algunos lugares comunes dónde ningún análisis serio de la situación en Alepo debiera caer.
No estamos ante el final de la guerra: estamos en un punto de inflexión en el transcurso del conflicto bélico. Es el final de una de las grandes batallas de la guerra siria, la batalla de Alepo, que ha concentrado gran parte de los esfuerzos de los beligerantes en los últimos cuatro años. Pero el régimen de Al-Assad está todavía muy lejos de su objetivo final que no es otro que la recuperación del control efectivo de todo su territorio soberano. Los rebeldes controlan ciertos barrios de Damasco, la provincia de Idlib –probablemente el próximo escenario de los enfrentamientos- y partes importantes del sur del país alrededor de Dar’a. Estado Islámico ha recuperado el control de la ciudad de Palmira. En el norte del país los peshmerga kurdos aún controlan partes significativas del territorio. Así pues, esta victoria es central en el transcurso de la guerra y resulta difícil pensar en cualquier otro final que no sea la victoria total del régimen. Pero en ningún caso ésta será inmediata; no podemos dar la guerra por extinta.
No es la demostración de que tan sólo Rusia importa ya: debemos estar más atentos a las divisiones internas entre aquellos que dan apoyo al régimen. El acuerdo del 13 de diciembre fue promovido conjuntamente por Rusia y Turquía, dejando fuera de la ecuación a los Estados Unidos, la Unión Europea y hasta las Naciones Unidas. Esto provocó que muchas voces señalaran la incontestable capacidad de Rusia de hacer y deshacer en el escenario sirio, incluso más allá de la opinión del propio Al-Assad. Pero la implementación ha demostrado algo diferente. Han sido las fuerzas chiíes controladas por Irán las que han violado los acuerdos con el fin de manifestar su desaprobación respecto a los términos pactados. Irán quería incluir entre las condiciones la creación de sendos corredores humanitarios para la evacuación de chiíes de otras poblaciones sirias bajo el asedio de los rebeldes. Rusia tiene el control absoluto de la campaña aérea; pero sobre el terreno son las fuerzas controladas por Irán las que permiten explicar muchas de las últimas victorias del régimen. Alepo ha venido a demostrar que cualquier futura negociación no podrá permitirse el lujo de dejar fuera la voz de Teherán, que no necesariamente coincide siempre con Moscú, y que puede tener la capacidad de vetar cualquier acuerdo.
Una segunda consecuencia de este mismo hecho tiene que ver con el renovado optimismo de una posible solución diplomática después de la elección de Donald Trump como nuevo presidente de los Estados Unidos. Hay voces que señalan que, si la nueva administración norteamericana tiene la voluntad de apaciguar al Kremlin y mejorar sus relaciones bilaterales con Rusia, un acuerdo de paz en Siria es cada vez más probable. Éste aceptaría la continuidad del régimen centrándose en el objetivo reduccionista de combatir conjuntamente a la organización Estado Islámico. Pero, en este sentido, los acontecimientos recientes también demuestran la importancia de la República Islámica de Irán en la guerra siria. Es tan probable que los conservadores norteamericanos no tengan ningún problema en consentir una pax russica para poner fin al quebradero de cabeza sirio como que estén en contra de cualquier solución que pueda significar una victoria iraní en la región. Dependiendo de cuál sea la narrativa preponderante a la hora de presentar un acuerdo de este tipo, la reacción norteamericana puede vascular de un extremo al otro.
No es un gran éxito para la comunidad internacional: el corredor humanitario es el corolario del fracaso del derecho humanitario. Este último movimiento en la batalla de Alepo llega únicamente después de la violación sistemática previa por parte de Al-Assad de los Convenios de Ginebra y de muchos otros principios del derecho internacional humanitario. La acusación de crímenes de guerra, que incluyen la prohibición de la táctica del asedio tal y como se ha llevado a cabo en Alepo, ha sobrevolado al régimen desde el inicio del conflicto armado. La aniquilación previa de la población civil mediante no sólo los bombardeos sino también el corte del suministro de alimentos y medicinas no puede en ningún caso quedar compensada por este último apósito del régimen en un intento de salvar la cara. Además, debemos calibrar hasta qué punto el corredor humanitario es la respuesta a una demanda de la comunidad internacional (poco probable, especialmente si tenemos en cuenta la actitud pasiva de gran parte de los estados y lo que ha pasado con las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas); y si no estamos ante una estrategia puramente cínica del régimen para lavar su imagen justo antes de la toma definitiva –y encarnizada- de los barrios orientales. Siria, tal y como antes lo hicieran los casos de Yugoslavia y Ruanda en los años noventa, está llamada a reabrir un debate sobre algunos de los planteamientos fundacionales sobre los cuales descansa el derecho internacional humanitario.
* Una versión de este artículo ha sido publicada en Nació Digital