La Conferencia de Bandung, el nacimiento del altermundismo
La Conferencia de Bandung (1955) fue el punto de partida del Movimiento de Países No Alineados y, por extensión, del altermundismo contemporáneo. Buscando su razón de ser tras el final de la Guerra Fría, en la actualidad lucha por preservar su espacio en el marco de la globalización. Su futuro: renovarse o morir.
Dicen que la Historia la escriben los vencedores. El problema es que, cuando nos acordamos de vencedores y vencidos, nos olvidamos de aquellos que se negaron a inclinarse ante los grandes contendientes. El conflicto bipolar que mantuvo al mundo en vilo durante décadas tocaba a su fin con la victoria del bloque liderado por Estados Unidos y la desintegración de la Unión Soviética. Aquel acontecimiento significó el fin de una etapa de nuestra Historia, pero hubo quienes trabajaron por construir un espacio al margen de las superpotencias, un espacio entre dos mundos.
Es común considerar que el orden internacional instaurado tras la Segunda Guerra Mundial redujo la pugna geopolítica mundial a dos bandos claramente diferenciados y encabezados por superpotencias antagónicas que, no obstante, compartían una misma aspiración imperialista, que se vio favorecida por el declive de las viejas potencias europeas. El contexto no podía ser más propicio para sus intereses, puesto que el resultado de la contienda mundial generó unas condiciones objetivas claramente favorables. El orden naciente supuso un cambio trascendental en las relaciones de poder no solo entre los nuevos líderes mundiales y sus antecesores, sino entre estos y aquellos pueblos coloniales que vieron su oportunidad para alcanzar la independencia al amparo de las Naciones Unidas.
En los albores del conflicto bipolar, los movimientos anticoloniales, que venían fortaleciéndose desde hacía décadas, se encontraron ante un escenario en el que la defensa de sus objetivos nacionales se situó casi siempre bajo el fantasma del enfrentamiento entre bandos. La descolonización fue el escenario en el que las superpotencias desplegaron todo su arsenal simbólico y militar con la intención de ampliar sus esferas de influencia en el seno de una sociedad internacional cada vez más numerosa. Frente al imperialismo de uno u otro signo, algunos líderes de la independencia continuaron la lucha y trabajaron por construir un espacio al margen de los intereses extranjeros. Su espíritu quedó plasmado en 1955 en el decálogo de Bandung, resultado de la conferencia homónima que tuvo lugar en Indonesia, base del Movimiento de Países No Alineados (MPNA) y origen del altermundismo contemporáneo.
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Si todo acontecimiento es fruto de sus circunstancias, el origen de Bandung lo encontramos precisamente en la etapa final del colonialismo o, dicho de otro modo, en el comienzo de la Guerra Fría. En otras ocasiones hemos tenido la oportunidad de aproximarnos a gran parte de los conflictos que actualmente sufren algunas excolonias y cuya explicación última solemos situar en un pasado de expolio y dominio colonial. Ocurre igual con las espirales de subdesarrollo o corrupción en las que han caído numerosos Estados en África y Asia, en gran medida como consecuencia no solo de los abusos cometidos por la administración colonial, sino también debido a la precipitación, ausencia de garantías y desconfianza que caracterizaron muchos procesos de independencia.
En cualquier caso, el punto de partida es la incongruencia sembrada al construir Estados a imagen y semejanza de los occidentales, nuevos países compuestos por pueblos cuya historia y cultura, en la gran mayoría de los casos, se había relacionado con los fundamentos político-ideológicos de Occidente a través de la administración colonial. Es en la labor de estas administraciones y en sus relaciones con los pueblos coloniales donde ubicamos la heterogeneidad que caracterizó al proceso de descolonización. Si bien en algunos casos los procesos de independencia fueron más o menos pacíficos, en otras ocasiones el camino fue más bien abrupto y supuso una ruptura radical, a menudo bañada en sangre, con una herencia colonial considerada como el último vestigio de un pasado de opresión.
Como resultado de la lucha contra el colonialismo, determinadas personalidades trascendieron el liderazgo que adquirieron en sus propios territorios y se convirtieron en referentes mundiales del tercer mundo. Primero Mahatma Gandhi (1869-1948) y, posteriormente, Jawaharlal Nehru (1889-1964) en India, Ahmed Sukarno (1901-1970) en Indonesia o Zhou Enlai (1898-1976) como primer ministro de China se convirtieron en la primera oleada de líderes del altermundismo, a los que luego se sumarían referentes europeos y africanos. Fue en 1949 cuando diversos Estados —desde India o Indonesia hasta Egipto, Etiopía e incluso Australia— se reunieron por primera vez en la Conferencia de Nueva Delhi y condenaron de forma unánime el colonialismo al tiempo que reivindicaron la autodeterminación de los pueblos y la construcción de un orden mundial que los considerara como iguales. Este primer acercamiento intercontinental allanó el camino a un encuentro histórico, la Conferencia de Bandung (1955), en la que participaron 29 Estados, principalmente africanos y asiáticos, considerando en condición de observadores a los territorios que aún estaban colonizados.
En un momento tan convulso, la injerencia de las superpotencias en el camino hacia la independencia de las colonias, así como en la construcción de los nuevos Estados, fue una realidad. Como consecuencia de ello, el camino hacia Bandung también se vio sometido a dicha injerencia. En vísperas de la conferencia existían dos posturas claras. Por un lado, un enfoque neutralista que se amparaba en el Pancha Sila —los principios budistas sobre los que se erigió la unificación cultural e independencia de Indonesia— defendía un paradigma basado en la coexistencia y el respeto a la pluralidad. Por otro lado, en un claro alineamiento con las superpotencias, encontramos una línea prooccidental encabezada por Pakistán y apoyada por Vietnam del Sur, Japón y Turquía, así como una postura procomunista sostenida por China y Vietnam del Norte. Finalmente, se impuso la corriente neutralista, sostenida principalmente por India e Indonesia, aunque cierto grado de desconfianza entre las partes integrantes fue manifiesto.
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A pesar de todo, Bandung salió adelante. Su espíritu puede resumirse en el llamamiento a un nuevo orden mundial cuyos principios rectores quedaron plasmados en su decálogo, inspirador y utópico. Fue en la Conferencia de Belgrado (1961) cuando el decálogo se convirtió en la base ideológica del MPNA, que trascendió el eje afroasiático inicial y tuvo eco en Europa y en América Latina, aunque de esta región tan solo contó con la participación activa de Cuba. La ausencia de otros Estados latinoamericanos se debe precisamente a la asimetría temporal de su construcción nacional: los países de la región ya habían cumplido, en términos generales, más de un siglo de independencia, mientras que la excepcionalidad de Cuba se debió a la reconfiguración de su posicionamiento ideológico tras la revolución de 1959.
Si bien los orígenes del no alineamiento lo encontramos en Asia, principalmente de la mano de Nehru, es importante destacar el papel que tuvieron Gamal Abdel Nasser (1918-1970) y Josip Broz, Tito (1892-1980) en su desarrollo. A lo largo de las décadas de los sesenta y setenta, al amparo de las cumbres de El Cairo (1964), Lusaka (1970) o Argel (1973), el Movimiento se consolidó y expandió, reforzando su actividad institucional, la cooperación entre sus miembros y su base ideológica. De esta manera, el desarrollo de los pueblos, la coexistencia pacífica, así como el apoyo a los oprimidos y el rechazo a toda forma de opresión, fueron consolidándose como ejes de su actividad. Pese a su pujanza, el no alineamiento tuvo que hacer frente a numerosos desafíos, que abrieron la puerta hacia su declive. A la injerencia de las superpotencias cabe añadir los enfrentamientos entre sus propios miembros, tal y como ocurrió con la guerra entre Irán e Irak (1980-1988), así como derrotas tanto materiales como simbólicas, como por ejemplo frente al sionismo o en la construcción del movimiento panarabista.
Con la cumbre de La Habana (1979) terminaron dos décadas de crecimiento. Los años ochenta comenzaron con incertidumbre en lo que al conflicto bipolar se refiere. El progresivo declive de la Unión Soviética y su colapso definitivo en 1991 supusieron el final de la Guerra Fría. El no alineamiento fue fruto de un contexto determinado que había tocado a su fin. ¿Había perdido su razón de ser? La cumbre de Yakarta (1992) tuvo como objetivo dotar de nuevo de contenido al movimiento. El trabajo aún no había terminado.
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Siempre ha sido cuestionada la capacidad real que Bandung y su legado tuvieron para cambiar el mundo. La respuesta no es sencilla. Por un lado, si bien es cierto que el orden bipolar no quebró y que el paradigma alternativo no se consolidó, el MPNA demostró que no todo tenía por qué ser blanco o negro y sentó las bases de un pensamiento alternativo. Su labor no facilitó el camino a las superpotencias y consolidó nuevas concepciones sobre el Estado y su organización, siendo claro ejemplo de ello la corriente panarabista, mencionada anteriormente. Como contrapartida, cabe preguntarse hasta qué punto los planteamientos del no alineamiento gozaron de verdadera independencia frente a injerencias externas. Al fin y al cabo, la historia del Movimiento hasta 1991 es la historia de la Guerra Fría. Muchos de sus protagonistas vivieron de lleno el conflicto bipolar, ya fuera de forma directa, en algún enfrentamiento vecinal o en su política nacional. Es más, en su seno hubo incluso países que defendieron en determinadas ocasiones las tesis de uno u otro bloque, como Pakistán o Vietnam, y tras la ruptura de China con la Unión Soviética fue el gigante asiático el que buscó consolidar su posición en el espacio no alineado, al igual que hizo posteriormente Cuba en los años ochenta.
Es cierto, no obstante, que Bandung ha pasado a la Historia por su condena fulminante del colonialismo. Pero fue mucho más que eso. Su espíritu, plasmado en el decálogo, sentó las bases del altermundismo contemporáneo, término que podríamos aplicar a lo que desde la visión occidental más ortodoxa se denomina ideologías antisistema, ya que lo que defienden es, al fin y al cabo, una manera diferente de entender el mundo actual. Si durante la Guerra Fría se planteaba una tercera vía entre las superpotencias, ¿cuál es su lugar en la era de la globalización?
En la actualidad, son varios los espacios que trabajan en paralelo por un objetivo similar. En cierto modo, los BRICS, el G77+China y varias organizaciones de integración regional son herederas de su legado crítico con el orden mundial imperante. En este contexto, el Movimiento viene trabajando desde la cumbre de Yakarta en recuperar su espacio no sin complicaciones, puesto que nuevos proyectos con nuevos discursos han ocupado su lugar. La participación de sus miembros —120 Estados actualmente— ha ido reduciéndose de cumbre en cumbre, así como también la asistencia de las máximas autoridades de los Estados participantes. La última cumbre, celebrada en Margarita (Venezuela) en septiembre de 2016, contó con la participación de Hasán Rouhaní —actual presidente de Irán y, pro tempore, del Movimiento desde la cumbre de Teherán (2012)— y los presidentes de Bolivia, Ecuador, Cuba, El Salvador y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), así como los vice primeros ministros de Qatar y Vietnam.
Esta última cumbre, la decimoséptima, se saldó con una nueva presidencia pro tempore —hasta 2019— para el presidente del país anfitrión, Nicolás Maduro, además de una declaración de intenciones. La Declaración de Margarita es un alegato por la refundación y democratización de la sociedad internacional: reafirma el compromiso del Movimiento por un desarrollo sostenible en el marco de la Agenda 2030, impulsada por las Naciones Unidas, y la apuesta por la cooperación en la lucha contra el terrorismo y el cambio climático y por la búsqueda de la paz mundial en una sociedad internacional caracterizada por el multilateralismo y en la que la Cooperación Sur-Sur y Triangular ocupen un lugar destacado. Como elemento añadido, cabe considerar el llamamiento a una gran alianza del tercer mundo que trascienda las divisiones geográficas; en este sentido, el G77+China ha ratificado su disposición a cooperar junto con el MPNA.
Al margen de la declaración de intenciones, lo cierto es que la agenda del Movimiento se enfrenta a grandes retos en los próximos años. El primero de ellos comienza, sin lugar a dudas, por la naturaleza del propio Movimiento y de sus miembros. El encuentro en Margarita apenas ha trascendido en los medios de comunicación occidentales, y lo poco que encontramos al respecto es una dura crítica tanto al Movimiento como a sus líderes, comenzando por el propio Maduro. En Venezuela, la oposición ha cuestionado no solo el gasto que ha supuesto la cumbre, sino el aval que ha obtenido el presidente por parte de sus aliados internacionales. No es el único ejemplo de rechazo al movimiento en el continente latinoamericano y tampoco el más duro, puesto que el encuentro ha llegado incluso a ser calificado como “la cumbre de las dictaduras”.
Las consideraciones subjetivas respecto a la naturaleza y a las intenciones del Movimiento en la actualidad son para todos los gustos; depende precisamente del enfoque que adoptemos. La realidad, de un modo u otro, es que el futuro del Movimiento pasa por renovarse o morir. Lejos queda el espacio que aquel pequeño grupo de naciones logró abrirse en un conflicto entre gigantes. La sociedad internacional actual, en pleno proceso de globalización, es multipolar y sus protagonistas son heterogéneos. Como consecuencia de ello, han proliferado iniciativas que empañan la razón de ser del Movimiento, pero Bandung y su legado siguen siendo un símbolo que, tal vez, valga la pena preservar.
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