Cumbre de Goa y discrepancias entre los BRICS
El término BRICS ya no está en boga. Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica aparecían como las potencias emergentes e impulsoras que iban a dominar el siglo XXI. El estímulo de su éxito económico –fundamentalmente, una combinación de altos precios de las materias primas y una economía china motor de la demanda mundial– ha desaparecido. Los BRICS no están cumpliendo las expectativas adelantadas hace unos años. A falta de ese factor aglutinador que era el crecimiento económico por encima de la media mundial, se hacen más evidentes la heterogeneidad y las disparidad políticas.
Según el Banco Mundial, su crecimiento se ha ralentizado desde un promedio del 9% en 2010 a un 4% en 2015. Los escenarios económicos son diferentes en el grupo: moderado crecimiento en China; debilidad persistente en Suráfrica; recesiones en Rusia y Brasil. India es la excepción y se prevé que mantenga una expansión económica del 7,6% del PIB. El creador del acrónimo BRICS, el economista Jim O’Neil, asegura incluso que el grupo es más fuerte hoy que lo que él mismo había previsto hace 15 años.
El anfitrión de la VIII cumbre BRICS, el primer ministro indio, Narendra Modi, pidió en Goa el 15 de octubre continuar el proceso de construcción institucional del grupo. Se trata de seguir influyendo en las decisiones globales como con el Nuevo Banco de Desarrollo en funcionamiento y el Acuerdo de Reservas de Contingencia de BRICS, con un capital total de 200.000 millones de dólares. En esta etapa, el sector prioritario está siendo la energía renovable.
En Goa se han firmado memorandos sobre cooperación ambiental, investigación agrícola y autoridades aduaneras. Se acordó también la creación de una agencia de calificación de riesgo propia. El Banco de Desarrollo anunció el aumento de préstamos de 2.500 millones el próximo año.
Modi reclamó asimismo más comercio entre los miembros del grupo. En 2015, se situó en torno a los 245.000 millones de dólares y se quiere llegar a 500.000 millones para 2020. Para contextualizar, basta con comparar el volumen de intercambios comerciales entre China y Estados Unidos: 558.000 millones en 2015, año en que Pekín se convirtió en el mayor socio comercial de Washington.
No eran de esperar avances económicos significativos en la cumbre. Anteriores planes ambiciosos para crear una moneda de reserva y desafiar el poder de EEUU en seguridad global tuvieron escasa o ninguna efectividad. No habrá una integración económica ni una zona de libre comercio.
Sin embargo, sería un error mirar a los BRICS solo a través del prisma de sus indicadores económicos. Más que un grupo, constituyen una agenda que apuesta por una reforma de la gobernanza mundial. Esa agenda le otorgó un valor añadido desde que estalló la crisis financiera en 2007. Aunque la economía comenzó siendo motor primordial del proyecto, desde su origen los BRICS son además y de manera fundamental un instrumento de influencia política. Y es aquí donde utilizan todo su peso demográfico y comercial. No es descartable que el acrónimo se transforme en un nuevo G-5. La pregunta es si, como contrapeso del G-7, podrá adoptar posturas comunes superando sus diferentes puntos de vista, ya que peores que la desaceleración económica parecen las fracturas provocadas por la geopolítica.
Las contradicciones entre los miembros son patentes, con ideas muy distintas acerca de la misión del grupo. Moscú y Pekín prefieren alianzas con países que no les exigen reformas o cambios en política exterior. Vladimir Putin y Xi Jinping están interesados en convertir los BRICS en una estructura vigorosa en el marco de un nuevo mundo multipolar; una alternativa al dominio occidental. Las relaciones entre ambos países siguen fortaleciéndose, pese a tener lazos asimétricos. Moscú necesita a Pekín mucho más que a la inversa.
A Putin los BRICS le sirven para mostrar la imposibilidad de aislar a Rusia. La declaración final de Goa es una manifestación de ese refuerzo en el plano político. Así, en lo referente a Siria, el documento, sin reflejar en su totalidad la postura de Moscú, coincide en líneas generales con la política del Kremlin. Basta el hecho de que la declaración subraye que las decisiones en el ámbito mundial debe tomarlas el Consejo de Seguridad de la ONU y que son inadmisibles las intervenciones militares unilaterales no aprobadas en el mismo.
Por su parte, India pretende utilizar la organización como táctica para conseguir sus propios fines en materia exterior. Pero si algo ha mostrado la cumbre de Goa, marcada por los recientes atentados contra una base militar en la Cachemira india por terroristas supuestamente procedentes de Pakistán, es que esa estrategia no funciona.
India considera a su vecino y rival un “Estado terrorista”. Durante la cumbre, Modi insistió en la palabra “terrorismo”. Si bien la declaración final incluyó una enérgica condena de los ataques contra “algunos países BRICS”, el primer ministro indio no consiguió que apareciera de forma expresa el nombre de Pakistán. En especial, Modi buscaba una postura contundente de Xi y Putin. Sin embargo, ambos mandatarios mantienen intereses específicos en Pakistán y eludieron pronunciarse directamente. Pekín apoya a Islamabad con dinero y armas. Y Moscú, pese a los acuerdos militares con Nueva Delhi, optó igualmente por la reserva.
Es evidente que India no se ha sentido respaldada en el seno de los BRICS. Y esto puede influir en su disposición a colaborar con Washington. Así, es probable que siga explorando foros alternativos como el foro de diálogo trilateral IBSA (Brasil, India y Suráfrica) y, sobre todo, organizaciones regionales como la Iniciativa de la Bahía de Bengala para la Cooperación Técnica Multisectorial y Económica, y la Asociación de Asia del Sur para la Cooperación Regional. En relación a esta última, Modi ya logró aplazar la reunión que iba a tener lugar en Islamabad. Con los ataques en Cachemira se han tambaleado los cimientos de las relaciones en el Sur de Asia.
Brasil es otro “desafío interno”. Para el nuevo ejecutivo brasileño, los BRICS son importantes, aunque menos que para el anterior gobierno de Dilma Rousseff. El presidente, Michel Temer, no es tan partidario de este formato como su predecesora. El principal objetivo de Brasil es mejorar los intercambios comerciales con China, el socio que más le interesa. Y no hay que olvidar el deseo de Brasil de un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. En este sentido, el respaldo de los BRICS brilla por su ausencia.
El problema que presenta Suráfrica en la actualidad viene personificado en su polémico presidente, Jacob Zuma. Carente de visión política y acusado de corrupción, Zuma contribuye a un clima de creciente inestabilidad de Suráfrica.
Es muy poco probable que la dimensión económica de los BRICS dé un salto cualitativo en años próximos. Sin ser un centro independiente de política mundial, la tendencia será a convertirse en plataforma clave donde las potencias emergentes acuerden posturas. Pero eso solo será posible si no acaban imperando discrepancias internas que ya están erosionando su credibilidad y sus perspectivas como foro alternativo con capacidad de influir en la gobernanza mundial.