Nuestros artículos: América Latina puede enriquecer el liderazgo de la ONU
Naciones Unidas abrió la sucesión del Secretario General saliente, el surcoreano Ban Ki Moon, y América Latina, políticamente diversa pero fortalecida en su conciencia como bloque, aspira ahora a encumbrar a uno de sus diplomáticos por segunda vez en la historia de la organización.
Desde 1948 hasta hoy, sólo hubo un Secretario General de la ONU de origen latinoamericano, el peruano Javier Pérez de Cuellar (1982-1991), cuya gestión abarcó el final de la Guerra Fría.
El Secretario General es elegido por la Asamblea General de la ONU, pero a propuesta del Consejo de Seguridad, cuyos miembros permanentes tienen poder de veto sobre los postulantes. Este año, por primera vez, los candidatos se sometieron a audiencias públicas en la Asamblea General, presentaron sus propuestas y respondieron inquietudes de los países.
Ahora, entre 12 candidaturas, todas con valiosos antecedentes, mi país –Argentina- postula a su Canciller, Susana Malcorra, de vasta experiencia multilateral.
Después de desempeñarse como Directora del Programa Mundial de Alimentos, Malcorra fue Secretaria General Adjunta a cargo del Departamento de Apoyo a las Actividades sobre el Terreno de la ONU, para luego convertirse en la Jefa de Gabinete de la Secretaría General.
Justamente, entre los factores que decidirán la elección del nuevo secretario general se destaca el reclamo internacional para que, por primera vez en la historia de la ONU, sea una mujer la que ocupe su cargo más alto, en una organización que lidera la lucha por la igualdad de género.
En la lucha por cada uno de los grandes objetivos de Naciones Unidas -desarrollo, sustentabilidad, paz y derechos humanos- las mujeres han pasado a jugar un rol imprescindible a nivel global y, en muchos casos, han demostrado una importante ventaja como negociadoras de conflictos y magníficas operadoras de un cambio real.
En América Latina y el Caribe, casi el 51 % de sus habitantes (625 millones) son mujeres. En la población económicamente activa, entre 1995 y 2015, ellas pasaron de representar el 44,5% al 52,6% (OIT), y tanto legal como socialmente lograron avances concretos en el ejercicio de sus derechos.
En particular, América Latina exhibe una reciente, pero muy rica, tradición de mujeres que han ejercido el poder diplomático. Actualmente, un tercio de los cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA) son mujeres. Es el fiel reflejo de una intensa participación política femenina en una región que ha dado 10 presidentas en apenas cuatro décadas.
La región siente además, con razón, que le ha llegado el turno de volver a expresar su representatividad a través de la Secretaría General que una vez ejerció Pérez de Cuéllar.
Desde 1948, hubo cuatro Secretarios Generales europeos (Gladwyn Jebb, Trygve Lie, Dag Hammarskjöld y Kurt Waldheim), dos africanos (Boutros Ghali y Kofi Annan) y dos asiáticos (U Thant y Ban Ki-moon). Sin embargo, la cuestión excede ampliamente la representatividad geográfica.
Entrado el siglo, el mundo busca un nuevo balance geopolítico en el que todo el Hemisferio Sur impone el peso de su potencial de recursos naturales y humanos para el futuro de la Humanidad delineado en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, con la pobreza extrema como gran prioridad.
Al respecto, según la Cepal, más del 90% de la pobreza mundial se concentra en los países de renta baja, con poblaciones jóvenes de crecimiento rápido, como América Latina, mientras más de tres cuartas partes del crecimiento se generan en países de renta alta con tasas de fertilidad mucho menores.
En consecuencia, todo el Sur -nuestra región incluida- demanda y merece mayor reconocimiento, voz y participación en las grandes decisiones internacionales que pueden revertir el panorama heredado del Siglo XX.
Un elemento básico que determina esa nueva articulación del mapamundi es el demográfico. La población mundial superó los 7.200 millones de habitantes (sumará otros 2.000 millones para 2050) y la mayor parte del crecimiento corresponde a regiones menos desarrolladas.
Nuevamente, la mujer aparece sub representada en los ámbitos de decisión, considerando que conforman el 52% de la población mundial. Las más altas instancias del poder multilateral necesitan responder a esa realidad.
Por otra parte, América Latina, como África y Asia, se convirtió -y lo seguirá siendo- en el escenario central de la batalla que libra el mundo por un desarrollo que respete el equilibrio del planeta, lejos de la ecuación actual: el 1% de la población reúne el 50% de la riqueza global (Oxfam, 2016).
Semejante desigualdad, un problema que se ha vuelto incluso contra Estados Unidos y Europa, desafía los postulados de desarrollo humano de la ONU.
Quitando el África subsahariana, un caso extremo de hambrunas y guerras, América Latina sigue siendo la región más desigual del planeta (el doble de inequitativa que Escandinavia en el Coeficiente de Gini, 0,50 a 0,25).
Los latinoamericanos probaron durante la última década la eficacia de las políticas públicas de inclusión. Además de atestiguar el problema, pueden aportar su experiencia para contrarrestar la irracionalidad extractiva a expensas del medio ambiente en regiones subdesarrolladas, tanto como la voracidad financiera que sumergió a las grandes potencias en su propia crisis.
En términos cualitativos, la población mundial crece en diversidad étnica, social y cultural, con una dinámica de cambio desconocida. La voz de América Latina, espejo de ese mundo y a la vez prueba de buena convivencia, adquieren mayor relevancia en organizaciones multilaterales como la ONU.
Si el extremismo es otro ítem central de la agenda mundial, la América Latina actual es un ejemplo de cómo sobrellevar las diferencias políticas y religiosas.
Lo mismo puede decirse de su capacidad para superar antiguos conflictos armados, el último de ellos en Colombia, y de asumir pacíficamente los más diversos e intensos flujos migratorios que atribulan a otras regiones.
Con Asia y África, hasta ahora mejor representadas históricamente en la Secretaría General que Latinoamérica, la organización necesita buscar nuevos equilibrios y abandonar la lógica Centro-Periferia que dominó todo el Siglo XX.
En ese sentido, el potencial de América Latina y, en particular, el de sus mujeres le ofrecen a las Naciones Unidas una gran oportunidad de refrescar la perspectiva desde la cual mirar el mundo, sus problemas y su futuro en esta decisiva época.
Por Jorge Argüello
Publicado en la agencia EuropaPress, de España
5/8/2016
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