Descifrando la retirada rusa de Siria
Putin lo ha vuelto a hacer. La sorpresa es ya un sello personal de su diplomacia. Un recurso que le permite reforzar la impresión –no necesariamente real– de tener la sartén por el mango. Y con el que suele marcar, al menos, la agenda informativa. Desde su anuncio del 14 de marzo, tanto los actores involucrados en el conflicto como los analistas que hacen seguimiento, se afanan en desentrañar el porqué de este movimiento. A falta de detalles sobre los plazos y, sobre todo, del alcance de la retirada –o lo que es lo mismo, del despliegue ruso que se mantendrá en Siria– parece que Moscú hace de la necesidad virtud y maximiza, de nuevo, su aprovechamiento de la inconsistencia diplomática occidental.
El presidente Putin ha justificado la retirada declarando que “los objetivos fijados para la misión se han logrado y se dan las condiciones para un arreglo diplomático”. Por consiguiente, se confirma que acabar con Daesh (el autodenominado Estado Islámico) no era el objetivo principal del Kremlin. Tampoco sostener al régimen de Al Assad a cualquier precio. El objetivo principal, tal y como apuntábamos meses atrás, era forzar la aceptación de Moscú como parte de la resolución diplomática del conflicto al mismo nivel que Washington. Y a la luz de cómo se desarrollan las negociaciones en Ginebra y de las palabras del ministro ruso de Exteriores, Sergei Lavrov, refiriéndose a una “alianza de facto con EEUU”, el éxito del Kremlin resulta incuestionable. Alcanzado este objetivo, los costes de la misión resultan crecientemente inasumibles para las maltrechas arcas rusas y la demostración de fuerza y medios, dirigida tanto a la audiencia doméstica como a la internacional, ya está realizada.
De igual forma, es probable que con este movimiento Moscú busque también presionar a Asad para que acepte alguna salida negociada. A lo largo de las últimas semanas, han sido frecuentes las citas anónimas en prensa a “altos cargos militares rusos” que manifestaban la insatisfacción del Kremlin con las capacidades operativas reales y el desempeño de las fuerzas armadas sirias. Esto explicaría el porqué de la falta de avances decisivos, más allá de reforzar la porción de territorio en manos del régimen, y la convicción de Moscú sobre la imposibilidad de recuperar el resto del país. De hecho, algunas fuentes apuntan a que el régimen ha perdido territorio en la parte central del país frente a Daesh (que lo ha perdido a su vez en el norte frente a otros actores). De esta manera, para Rusia queda poco que ganar y mucho que perder y cuánto antes se logre una salida diplomática, mejor. Así, la retirada fuerza a Damasco a negociar desde una posición más posibilista –y realista con la situación sobre el terreno– y si, tal y como parece, Moscú mantiene cierta presencia en las bases de Tartús y Latakia, puede reactivar de nuevo su intervención con rapidez si es preciso.
Por otro lado, mientras que los incentivos para mantener la misión se han diluido, los riesgos que entraña la operación siguen siendo altos. Según ha confirmado el propio ministerio de Defensa ruso, el pasado 12 de marzo, un MIG 21 sirio fue derribado al noroeste de Hama con un sistema antiaéreo portátil (MANPADS en su acrónimo en inglés). Este derribo no confirma que los rebeldes sirios u otros grupos sobre el terreno estén recibiendo material antiaéreo sofisticado –asunto sobre el que EEUU se ha mostrado muy reacio por el temor a que cayeran en manos yihadistas y pudieran, en el peor de los casos, ser empleados en atentados terroristas contra aviones civiles–, pero es un indicio de que la relativa seguridad con la que han operado los aviones rusos no puede darse por descontada.
Tampoco el peligro que supone un contingente terrestre numeroso –se calcula en unos 2000 efectivos rusos– tanto por el riesgo de sufrir bajas como por el peligro de quedar atrapado en el atolladero sirio si otros actores involucrados –significativamente Turquía y Arabia Saudí– deciden incrementar su participación. Y según declaraba el propio ministro ruso Lavrov un día antes del anuncio de la retirada, Moscú “tiene pruebas de que fuerzas turcas ya han penetrado en el territorio sirio”. Así, en las negociaciones en Ginebra resultará clave la capacidad diplomática de EEUU –y en menor medida la UE– para persuadir a aquellos que puedan interpretar la retirada parcial de Rusia como un incentivo para reanudar los combates frente a las fuerzas de Asad. Para Rusia, en cualquier caso, puede aplicarse aquello de que una retirada a tiempo, suele ser una victoria. Si bien, queda por ver el impacto de este movimiento en el escenario ucraniano y la recuperación de la normalidad en las relaciones con la UE, que sigue siendo aún un asunto complicado.
D.L.: B-8439-2012
Esta entrada fue modificada por última vez en 19/03/2016 12:23
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