La desaparición de las islas Maldivas es un hecho que lleva comentándose desde la década de los 80. De las 1.200 islas que componen el archipiélago, el 80% de ellas están a menos de un metro por encima del mar. De hecho, una foto del gabinete de ministros maldivo trabajando bajo el agua –con equipos de inmersión– se hizo viral en 2009, meses antes de la Conferencia del Cambio Climático en Copenaghe. Ante un panorama tan desolador, ¿qué debe hacer este pequeño país? Dos opciones pueden venir rápidamente a la cabeza: comprar tierras en algún otro lugar como hicieron los judíos en Palestina a principios del siglo XX o ser relocalizados a la fuerza como hicieron con los chagossianos. Pero parece que un actor externo está dispuesto a ayudarles: la República Popular China.
Este pequeño país asiático lleva años buscando soluciones que les permitan sobrevivir a una hipotética subida del nivel del mar. Sus aguas cristalinas son tan bellas como peligrosas para sus habitantes puesto que pocas islas son las que se alzan más allá de los dos metros. La capital, Malé, tiene un muro de tres metros rodeando la isla para protegerse de posibles catástrofes como tsunamis o tormentas extremadamente violentas. Y todos estos datos no son un simple invento de las autoridades maldivas. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU –del cual forma parte desde 2010– declaró que el cambio climático era una amenaza para la Humanidad, especialmente para aquella que vive en islas como los propios maldivos o la gente de Tuvalu y Kiribati.
La poderosa industria turística, que supone cerca de un 30% del PIB nacional, fue la primera en invertir en la construcción de islas artificiales, así como la principal interesada en mantener a las islas dentro del mapamundi. El segundo interés es el geopolítico. Las Maldivas son la puerta de atrás del subcontinente indio, una frontera infinitamente menos vigilada que las más septentrionales como Cachemira o Aksai Chin, hecho que ha suscitado el interés de la otra gran superpotencia del continente: el gigante chino.
La importancia de las islas como lugar de paso entre la península arábiga y el lejano Oriente hizo que poco a poco el islam fuese penetrando en la sociedad insular. Desde el siglo XII, el monarca maldivo es musulmán –en detrimento del budismo– y actualmente esta religión es la mayoritaria entre los más de 390.000 habitantes del país.
Su peso geoestratégico como lugar de conexión entre Oriente Medio y África con Indochina hizo que portugueses, neerlandeses y posteriormente británicos tuvieran intereses en dominar este archipiélago. Estos últimos lo militarizaron durante la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la Guerra Fría, fecha en la cual consiguieron la cesión del atolón Adoll por un siglo a cambio de un pago anual –aunque se terminó en 1975. El país sufrió una secesión de las islas más meridionales en sus primeros años como nación independiente, aunque finalmente la guerra no llegó a las idílicas ínsulas y los territorios que se habían escindido volvieron a formar parte de Maldivas.
La historia del archipiélago tras su independencia transcurrió mayoritariamente bajo el dominio de Maumoon Abdul Gayoom, que dirigió el país durante 30 años hasta que en 2008 permitió elecciones libres y perdió contra un joven activista llamado Mohammed Nasheed. Aun así, entrado el nuevo milenio, un nuevo peligro se cernía sobre el pequeño país: el calentamiento global. El Presidente Nasheed, actualmente bajo arresto domiciliario –según Amnistía Internacional, por motivaciones políticas–, fue uno de los líderes mundiales que más ha luchado para poner fin a las emisiones de gases nocivos. Suya fue la idea de hacer un consejo de ministros subacuático para concienciar a la gente del peligro que tenía el ascenso del nivel del mar para la gente de Maldivas. En la Conferencia del Clima de Copenhague se llevó a un equipo cinematográfico para grabar un documental, “The Island President”, e incluso fue entrevistado por David Letterman en el Late Show de la CBS. De hecho, Nasheed ya fue encarcelado con anterioridad por denunciar el peligro que suponía una subida del nivel del mar para las naciones insulares más pequeñas. Hasta el dictador Gayoom estaba al tanto del peligro que rodeaba al país. No obstante, Maldivas fue el primer país en ratificar el Protocolo de Kyoto y uno de los fundadores de la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS), que representa al 20% de las naciones con representación en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Actualmente Maldivas es un país cuyo gobierno tiene 1.700 presos políticos, se ha reintroducido la pena de muerte tras ser abolida décadas atrás y el islamismo vuelve a tener la fuerza que tenía antaño –incluso se dice que hay 200 maldivos luchando con Daesh–, dejando a un lado la lucha contra el clima que abanderaba el carismático Nasheed.
Sin un líder que se preocupe por la subida de las aguas, ¿qué contarán los libros –si aún existen– de Historia del siglo venidero sobre las islas Maldivas?
Simon Usborne dice en un artículo suyo que “el punto más alto del país está a tan solo 2,4 metros por encima del nivel del mar. Incluso un delfín puede saltar más alto”. Desde 1880, éste ha subido 20 centímetros y los expertos advierten que antes del final de siglo esta cifra podía llegar al metro, cosa que provocaría la casi total desaparición de este paradisíaco país. Pese a los esfuerzos puestos por el Presidente Nasheed, Copenhague no logró ningún pacto entre las grandes potencias, aunque parece que la nueva conferencia de Paris sí ha dado sus frutos.
Mientras se siguen construyendo diques que protejan Malé y las demás islas habitadas, el gobierno negocia con la República Popular de China el establecimiento de una base militar en el atolón de Marao. ¿Y qué tiene de especial esta isla? Como es obvio no es una elección al azar entre las más de mil opciones que hay en Maldivas. Marao, además de tener una situación estratégica dentro del archipiélago –cercana a la capital– es, según los expertos, una de las pocas zonas de tierra firme que no sucumbiría a las aguas con un ascenso del nivel del mar moderado.
Aunque el acuerdo es opaco y a día de hoy solo son conjeturas, lo cierto es que distintos medios de la región recogen desde 1999 la posibilidad del establecimiento de una base para monitorizar los movimientos hindúes y americanos en la zona y la posterior creación de una base para submarinos en el mismo territorio maldivo. Con la mediación del gobierno pakistaní –hay que recordar que Maldivas, cuya población es mayoritariamente suní siempre se ha posicionado a favor de Pakistán en los conflictos del subcontinente, además de denegar en varias ocasiones la creación de una base naval hindú en el archipiélago–, Beijing habría convencido a Malé para que les cediera el atolón por 25 años, siguiendo los mismos derroteros que los británicos con el atolón Adoll.
Tal idea despertó las críticas de americanos e hindúes, que veían esta acción como un intento de los chinos para dominar el Océano Índico. Tal fue la preocupación de los Estados Unidos por este asunto geoestratégico que el Pentágono decidió enviar al almirante Dennis Blair a Malé para tratar de convencer al gobierno después de que Zhu Rongji visitara el país y, supuestamente, propusiera la cesión de Marao. No opinan así los oficiales del Ejército Popular de Liberación, que entienden tal acción como “una manera de contrarrestar la ocupación militar de islotes por parte de la Marina de la India”.
Y es que India y Estados Unidos ya disponen de bases insulares en el Océano Índico –las bases en Andamán y Nicobar los primeros y la base de Diego García los segundos. China, que desea controlar –o al menos proteger– todo el flujo comercial que pasa por el Estrecho de Malaca hacia el Mar de China ya ha llegado a un acuerdo con los pakistaníes por el puerto de Gwadar y desde 1994 se especula que dispone de las Islas Coco –islas birmanas a pocas millas náuticas del archipiélago de Andamán y Nicobar– para establecer una base militar naval. Con la construcción de una base en las Maldivas, Beijing habría rodeado al subcontinente y podría controlar los movimientos de la flota india a la perfección. Pese a ello, los rumores sobre ésta se zanjaron, al menos parcialmente, cuando en julio de 2015 el Ministro de Exteriores chino confesó que su país no tenía intención de construir una base militar en Maldivas.
Aun así, Nueva Delhi no se fía y tras una década desde que salieron las primeras especulaciones sobre los planes de expansión sínicos, observa cómo la relación entre Maldivas y China continúa estrechándose. La visita del Presidente Xi Jinping en 2014 fue la primera visita de un líder nacional a Maldivas por primera vez en 40 años. Los chinos prometieron ayuda en infraestructuras, tales como la modernización del aeropuerto internacional –proyecto que le arrebataron a la empresa hindú GMR, que hasta la fecha era la mayor inversión extranjera hecha jamás en el país– o la creación del proyecto iHavan. Ese mismo año los ministros de defensa de ambos países se encontraron para firmar acuerdos de colaboración en materias de entrenamiento y seguridad marítima, cosa que no es del agrado del Primer Ministro indio Modi. Mientras que el depuesto Presidente Nasheed era pro-India, el actual parece haberse escorado en favor de la República Popular.
Durante el mandato de Nasheed se pidió a Nueva Delhi la instalación de radares para monitorizar la actividad en las aguas territoriales, así como el apoyo de su armada para patrullarlas. Y pese que la influencia de la India –las Maldivas siempre han estado dentro de su esfera de influencia– sigue siendo preminente, China ha ido expandiendo sus intereses en el archipiélago. Financió el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Museo Nacional, además de conceder numerosos créditos. En 2010, el comercio bilateral entre Maldivas y el gigante asiático aumentó un 56%; 120.000 chinos visitaron las islas –más que cualquier otra nacionalidad– e incluso el Parlamento chino creó un lobby para fomentar las relaciones entre ambos países. La presencia militar sería pues la culminación de todo este acercamiento cordial.
Como si se tratase una partida al Tres en Raya, la India no quiere permitir perder este pulso por la esfera de influencia en el Océano Índico. Sin Pakistán ni Myanmar, que están claramente posicionados a favor de China, Maldivas, Sri Lanka y Bangladesh son los nuevos tableros donde se ha de disputar la guerra de influencias. El primero de estos tres, ya ha virado hacia China tal y como hemos explicado a lo largo del artículo –al menos mientras dure el actual gobierno–, por lo que Nueva Delhi debe reaccionar.
Las Laquedivas, conocidas también como Lakshadweep, son unas minúsculas islas coralinas –las únicas en posesión de la India– que forman un archipiélago al norte de las Maldivas –de hecho fueron parte de éstas hasta 1956, cuando fueron integradas en la federación de estados indios– y que tienen una población de unas 60.000 personas.
En 2012, para asegurar la costa occidental del subcontinente, el Ministerio de Defensa construyó Dweeprakshak, una gran base naval que servirá al Southern Naval Command, uno de los tres principales grupos en que se divide la armada hindú. Para hacernos una idea de la importancia que tiene el Índico para este país, podemos decir que más del 70 por ciento del volumen total del comercio indio pasa por estas aguas. Si a esto le añadimos la amenaza sempiterna de Pakistán y los piratas del Cuerno de África, se nos hace comprensible la creación de una base naval en tan remoto y paradisíaco lugar.
Con esta base operativa, la India puede ejercer una gran presión al “Collar de Perlas” que pretende instaurar Beijing, puesto que podría mantener una gran flota apuntando a las Maldivas, eje del esquema militar de los chinos en el Océano Índico, además de amenazar el libre acceso de los petroleros chinos al Mar de Arabia.
De momento ya se han instalado radares y otros servicios de vigilancia en Kavaratti para proteger el tráfico marítimo y ya hay varios barcos –aunque de tamaño reducido– anclados permanentemente, aunque desde el Ministerio de Defensa hindú ya se escuchan las voces en favor de aumentar el tamaño de la base a medida que China va tejiendo su ambicioso plan geoestratégico. ¿Qué país conseguirá extender su esfera de influencia en la miríada de islas que conforman Maldivas? ¿Podrán los intereses geoestratégicos lo que quizás no puedan salvar los protocolos medioambientales? En las décadas venideras hallaremos la respuesta.
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