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El siglo XXI: ¿Un siglo sin barreras?

El siglo XXI: ¿Un siglo sin barreras?

Si se observa cualquier imagen tomada por satélite, probablemente una de las características de la instantánea que atraerá más rápidamente nuestra atención es la ausencia de fronteras que delimitan el territorio en diferentes parcelas. Estas divisiones artificiales, establecidas por las comunidades humanas, sin duda son imperceptibles desde allí arriba, pero aquí abajo no pasan inadvertidas. En ocasiones nos percatemos de la existencia de estos límites territoriales por las diversas señales que nos van indicando que estamos a punto de abandonar un país, una región o una provincia determinada para entrar en otra zona, o cuando estamos a la espera de pasar los controles que las autoridades de uno y otro lado nos invitan a realizar más o menos amablemente. En otras ocasiones, sin embargo, la presencia de estas fronteras es evidente porque en ellas están presentes una serie de paredes y/o alambradas que señalan físicamente la separación de dos áreas concretas.

Las murallas del mundo

Desde tiempos remotos, el ser humano ha erigido barreras de diferentes tamaños con propósitos tan dispares como fortificar fronteras, consolidar la ocupación de un área determinada o incluso impedir la salida de la propia población. La Gran Muralla, que atraviesa China de este a oeste a lo largo de más 20.000 kilómetros; el Muro de Adriano, que recorre de costa a costa el norte de Inglaterra con sus 117 kilómetros; o el Muro de Berlín, que hasta su caída en 1989 separaba la Republica Federal de Alemania (RFA) de la Republica Democrática Alemana (RDA) a lo largo de 155 kilómetros, son probablemente los ejemplos más representativos de esta forma de proceder.

Sin embargo, aunque estos tres muros aludidos pudieran dar a entender que la tendencia de edificar para dividir zonas o territorios es una cuestión del pasado, especialmente ahora que el libre tránsito de personas parece haberse convertido en un hecho cotidiano en buena parte del mundo, lo cierto es que en distintos puntos de nuestro planeta siguen aún en pie construcciones de miles de kilómetros de longitud que continúan cumpliendo escrupulosamente la función por las que fueron levantadas: dividir a la humanidad.

Algunas de estas estructuras probablemente nos resulten “familiares” porque han estado bajo el foco de los medios de comunicación, bien como protagonistas de un hecho concreto o bien como parte del decorado de un conflicto. Otras cercas, vallas y paredes, sin embargo, han pasado desapercibidas durante largo tiempo al igual que las realidades en las que se enmarcan. Por esta razón, a continuación se pretende brindar al lector un breve repaso de algunos de estos “muros de la vergüenza”.

Los muros de las lamentaciones

A la sombra del largo conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos desde 1947 han “brotado” una serie de vallas metálicas y muros de hormigón de nueve metros de altura reforzados con alambradas de espino que separan a ambos contendientes. Estas construcciones israelíes, que pretenden abarcar más de 700 kilómetros de longitud una vez se completen los tramos restantes, discurren en buena parte de su trazado por territorio palestino, es decir, dentro de Cisjordania, rodeando los nuevos asentamientos fundados por civiles israelíes en territorio ocupado y cubriendo las poblaciones israelíes cercanas a la frontera.

En 2004 el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya dictaminó que el levantamiento de estos muros en territorio palestino es ilegal desde el punto de vista del derecho internacional y llegó incluso a pedir la demolición de los tramos ya operativos. Sin embargo, este dictamen no parece haber surtido ningún efecto, ya que Israel no solo se muestra decidida a culminar la construcción de estas barreras, sino que también construyó otro muro de metal de ocho metros de altura en torno a la Franja de Gaza, argumentando para ambos casos que dichas medidas sólo persiguen garantizar la seguridad de sus fronteras y de su población.

La alambrada entre dos mundos

Otras barreras que tristemente han empezado a copar las portadas de la prensa mundial en los últimos años son las que separan las ciudades españolas de Ceuta y Melilla del Reino de Marruecos. Ambos sistemas, levantados a mediados de los años 90 y reforzados en 2005 y 2007 tras la llamada “Crisis de la Valla”, discurren enteramente por territorio español cubriendo un perímetro de 8,2 kilómetros de longitud en el caso de Ceuta y de 12 kilómetros en el caso de Melilla y están formados por dos vallas paralelas de unos seis metros de alto, una sirga tridimensional intermedia de tres metros y otros dispositivos como cámaras infrarrojas, alarmas y difusores de gases lacrimógenos.

Este blindaje que separa ambas plazas de Marruecos, pese a su aparente sofisticación, no ha logrado detener el fenómeno migratorio. Sin embargo, sí ha generado una serie de efectos perniciosos: ha provocado la muerte de personas que trataban de salvar el obstáculo y ha obligado a otras muchas a optar por la peligrosa ruta marítima; ha puesto en evidencia las prácticas ilegales –devoluciones en caliente o uso de la fuerza– que llevan a cabo las fuerzas de seguridad a ambos lados; y han favorecido que Marruecos, que sigue reclamando ambas ciudades autónomas, utilice el control de fronteras para presionar a España y Europa en la negociación de sus intereses políticos y económicos.

La gran barrera olvidada

A no mucha distancia de esta frontera europea se alza otro largo sistema defensivo que recorre la última colonia africana, es decir, el Sahara Occidental. En este caso, un conjunto de muros de arena, piedra, alambradas y campos minados que abarcan más de 2.700 kilómetros de longitud separan todavía el territorio de la antigua colonia española ocupado por Marruecos de la zona controlada por el Frente Polisario que se conoce también como territorio liberado. Su construcción, ordenada por las autoridades marroquíes, precisamente para contrarrestar la inicial superioridad de las fuerzas saharauis que se oponían a la ocupación marroquí iniciada en 1976, se inició en 1980 y se prolongó hasta que se completó su última sección en 1987.

De este modo, las fuerzas invasoras lograron que el conflicto armado fuese derivando hacia un statu quo o empate técnico en el cual ninguna de las partes conseguía imponerse militarmente a la otra, pero también consiguieron consolidar una posición ventajosa respecto a la causa saharaui en el posterior periodo de negociación, ya que desde que fueron erigidos dichos muros, Marruecos ha guardado para sí las principales ciudades y recursos –pesca y fosfatos– del Sahara Occidental y han relegado al pueblo saharaui a una estrecha franja de desierto.

El reino amurallado

En otro lugar desértico, la península arábiga, se alza una muralla que pretende aislar a un reino de la inestabilidad que le rodea. Esta estructura, que se empezó a erigir a comienzos del nuevo siglo en la frontera septentrional y meridional de Arabia Saudí, está previsto que cubra un perímetro de 900 kilómetros en el límite con Irak –en el que habrá torres de control, cámaras, sensores, alarmas y radares– y más de 1.700 kilómetros en la línea que marca el límite con Yemen.

Esta intención de las autoridades saudíes de sellar las fronteras de su reino se encontró inmediatamente con la oposición y protesta de sus vecinos, pero ello no disminuyó la determinación de Riad de completar su obra. Para esta monarquía ultraconservadora era una necesidad urgente aislarse tanto del Irak nacido tras la invasión de Estados Unidos como del cada vez más inestable Yemen, pues en ambos territorios se instalaron grupos yihadistas –como el Estado Islámico y Al Qaeda– y se generó un enorme flujo de refugiados. Ahora bien, aunque el reino saudí argumentó que pretendía proteger con estos muros su oasis de paz, es posible que también tuviera otro motivo para adoptar esta medida: evitar la penetración de las revoluciones populares que estaban sacudiendo el mundo árabe.

El obstáculo hacia el sueño americano

La idea de aislarse del país vecino se puede encontrar también al otro lado del charco. Allí, en la frontera que comparten Estados Unidos y México a lo largo de más de 3.000 kilómetros, el primero empezó a levantar en los años 90 un muro discontinuo de columnas de hormigón y alambradas que se adaptan al tipo de terreno que atraviesan. Este sistema de vallas de cuatro y cinco metros de altura cubre ahora más de 900 kilómetros, pero ello no significa que el resto del área fronteriza este desprovisto de vigilancia, ya que en aquellas zonas donde no hay muros físicos existe otro muro “virtual” formado por dispositivos tecnológicos como detectores infrarrojos, cámaras, radares, torres de control y sensores de tierra.

Este sistema defensivo, al igual que otros ya citados, también tiene como finalidad acabar con la inmigración ilegal procedente, en este caso de la vecina México. Sin embargo, tampoco ha frenado a los “dreamers”, que continúan arriesgando su vida para alcanzar la tierra de las oportunidades. Por esta razón, la cuestión del muro sigue aún hoy muy presente en la vida política norteamericana, donde ha llegado incluso a colarse en el debate de la carrera por la presidencia de la mano del aspirante republicano Donald Trump.

La cicatriz de un conflicto abierto

El paralelo 38 es otra de las líneas imaginarias cuyos márgenes han sido envueltos con muros. Conocida también como “línea de demarcación”, esta frontera creada tras la Guerra de Corea en 1953 dividió la península asiática a lo largo de más de 230 kilómetros. Sin embargo, esta medida que pretendía separar las dos realidades antagónicas existentes –la norcoreana de orientación comunista y la surcoreana de orientación capitalista– no fue suficiente para las autoridades de uno y otro margen, pues ambas blindaron sus respectivas zonas con muros de hormigón, campos de minas, torres de vigilancia, fosos y alambradas.

Este “Muro de Berlín” asiático, sigue todavía hoy ejerciendo de tapón en un conflicto que continua técnicamente abierto y en el que el grueso de las fuerzas norcoreanas permanece apostado en el lado norte y el ejército surcoreano apoyado por soldados estadounidenses se mantiene en la parte sur. Ahora bien, pese a que esta barrera sigue siendo una de las edificaciones defensivas más vigiladas e inexpugnables del mundo, también es cierto que es el escenario de continuas tensiones y crisis diplomáticas entre ambos países.

ARTÍCULO RELACIONADO: El conflicto de Corea (Juan Pérez Ventura, Abril 2013)

La otra frontera caliente de Asia

Otra frontera disputada del continente asiático es la que separa India de Pakistán, ambos países nucleares, que se han enfrentado en tres ocasiones –1947, 1965 y 1971– por el control de la región de Cachemira. En este mismo territorio en disputa, se alza ahora un muro levantado por el gobierno indio que recorre más de 500 kilómetros y que está compuesto por una doble cerca de alambre de casi cuatro metros de altura, equipado con alta tecnología y rodeado de minas. A continuación de esta barrera, se extiende también otro vallado compuesto por alambradas y fortificaciones que cubre buena parte de los restantes 2.900 kilómetros de límite fronterizo que comparten ambos países.

Con ambas estructuras en pie, el gigante asiático argumenta que únicamente esta defiendo sus intereses en la zona que reclama como su territorio y protegiendo la nación de problemas como la inmigración ilegal, el contrabando y la llegada de supuestos terroristas. También, bajo este mismo pretexto, las autoridades de este país asiático pretenden erigir ahora otro muro de alambre en la frontera que separa India de su vecino del este, Bangladesh, que una vez completada, cubrirá una extensión de 530 kilómetros y añadirá otra nueva barrera al paisaje del subcontinente.

Las paredes que contienen la fe

En cuanto a la vieja Europa, cabe decir que tampoco se ha librado de los muros, aunque esa pueda ser la percepción general, especialmente tras la caída del Muro de Berlín. En el corazón de Belfast, por ejemplo, todavía siguen en pie casi un centenar de paredes de piedra, metal y alambre de diferentes alturas repartidas a lo largo de 20 kilómetros. Estas llamadas “líneas de paz” comenzaron a “plantarse” por orden de las autoridades británicas en 1969 para tratar de contener la creciente violencia desatada entre católicos y protestantes por la cuestión de la pertenencia de la región de Irlanda del Norte en el Reino Unido.

Actualmente, estos tabiques se han consolidado como un componente más del paisaje urbano de la capital norirlandesa, pese a que en principio la intención era mantener estas barreras temporalmente hasta que se disipase la tensión existente entre ambas comunidades religiosas. Una de las razones que explican la no retirada de estos muros es la percepción que los propios habitantes de la ciudad –y entre ellos, aquellos que viven más cerca de los muros– tienen de estas “protecciones”, pues la mayoría considera que son elementos necesarios para controlar la tensa relación vecinal y preservar la frágil estabilidad alcanzada.

La barricada del Mediterráneo

Otras barreras que tampoco han caído todavía en Europa son las que seccionan la isla de Chipre en dos partes, la septentrional, bajo control de la Republica Turca del Norte de Chipre y la meridional bajo administración de la Republica de Chipre. Esta línea divisoria, más conocida como “Línea Verde”, remonta sus orígenes a los enfrentamientos armados que tuvieron lugar tras la independencia de la isla del Reino Unido entre los grecochipriotas, partidarios de la anexión a Grecia y los turcochipriotas cercanos a la vecina Turquía, y está definida por una combinación de edificios abandonados, barricadas, sacos de arena y alambradas que atraviesan incluso la capital, Nicosia.

En 2009 varios puntos de este muro se echaron abajo en un gesto de acercamiento entre las autoridades de ambos bandos. Sin embargo, a pesar de estos tímidos pasos hacia la reunificación y del ingreso de la Republica de Chipre en la Unión Europea en 2004, tras el cual esta última considera que toda la isla y sus habitantes forman parte de la Unión, lo cierto es que la solución al conflicto no parece próxima, ya que la desunión entre ambos grupos étnicos, separados cerca de medio siglo en territorios étnicamente homogéneos, es aún palpable.

Una práctica que parece perpetuarse

Los muros, las vallas y, en general, cualquier tipo de barrera son, como se ha visto, un elemento que sigue muy presente en el paisaje global. Sin embargo, los ejemplos citados tan sólo son una pequeña muestra de una tendencia que llega también a otras áreas remotas como Uzbekistán, Botswana, Afganistán o Kuwait y que lejos de retroceder parece contagiarse a más lugares, como prueban los ejemplos de Bulgaria y Hungría, que con motivo de la reciente ola de refugiados que intentan alcanzar Europa, han vivido una nueva fiebre de construcción de cercados.

Ahora bien, es importante tener en cuenta que estas edificaciones ya no aspiran solamente a asegurar la delimitación estable de un territorio –aunque esta sea la razón invocada por quienes las construyen – , sino que su función o propósito parece ser más bien impedir el tránsito de personas o limitar su derecho a entrar o salir de un determinado territorio. Por esta razón, de seguir por este camino quizá se pueda acabar considerando el siglo XXI como el siglo de la globalización amurallada.

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dipublico

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