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La inestabilidad mediterránea: de Túnez a Siria

La inestabilidad mediterránea: de Túnez a Siria

El Mediterráneo es una zona geopolítica cada vez más convulsa y por ello en los últimos tiempos se ha convertido en el foco de atención cada vez mayor. Los conflictos en el área mediterránea son una constante en su evolución histórica, de igual forma que en otras regiones del mundo, pero tal vez su situación geoestratégica como punto de convergencia de tres continentes y espacio-frontera de numerosas religiones y culturas, ha hecho que muchas de estas tensiones adquieran una repercusión mundial.

En la actualidad consideramos que los estados que bordean este mar sufren de distintas crisis que abordamos en sus tres vertientes, la europea, la africana y la oriental, y según su naturaleza con una relación de focos geográficos de conflicto. Éstos se clasifican en: inestabilidad política, como ocurre en los países protagonistas de la denominada Primavera Árabe; precariedad económica, como es el caso de Grecia y su conflicto con el resto de la comunidad Europea; crisis de seguridad, como sucede con el permanente conflicto árabe-israelí, así como con la proliferación del Estado Islámico en Siria y Libia; y crisis demográfica, que deriva en los flujos migratorios cada vez más descontrolados que se viven en toda la zona sur europea.

Inestabilidad política: el legado de la Primavera Árabe

Si en 2011 la trayectoria de los países post primavera árabe parecía clara y el mundo pensaba que la transición política en países como Egipto, Túnez o Libia daría lugar a una sociedad más abierta, democrática y pluralista, con vista a los sucesos que han ocurrido desde entonces, a día de hoy muchos cuestionan estas conjeturas. La intención de revoluciones democráticas ha acabado en una polarización social y política en los estados que hace unos pocos años ansiaban el cambio. En la región se hacen evidentes tanto las tensiones exacerbadas entre las comunidades como la carencia relativa de un consenso regional. El más obvio es la separación entre aquellos que piensan que el Islam debe tener un papel protagonista en la vida política y pública, y aquellos que piensan que la religión y el estado deben permanecer separados. De las transiciones democráticas abiertas en 2011, sólo en Túnez se ha establecido un régimen democrático, mientras que en Egipto se ha producido una progresión autoritaria. Otros países árabes como Marruecos o Jordania emprendieron procesos de liberalización política que tampoco han provocado una modificación sustancial de la naturaleza autoritaria del poder.

Al estallar las movilizaciones ciudadanas en 2011, Marruecos y Jordania anunciaron reformas más o menos cosméticas con vistas a apaciguar a la población. En el caso de Marruecos, casi cinco años tras el inicio del Movimiento 20 de Febrero, cuesta identificar el verdadero impacto de las elecciones de 2011 y las reformas constitucionales emprendidas. El Movimiento impulsor se halla más que marchito, con su líder y cantautor rapero Muad Belghawat Lhaged en la cárcel, perseguido por varios delitos, con otros de sus dirigentes en prisión o en el exilio, y con el sistema político más pendiente de algunos giros conservadores que de aplicar las promesas y las mejoras pendientes.

En el caso de Túnez, el poseer un gobierno menos restrictivo que sus vecinos hacía que su economía estuviese en manos de unas pocas familias, las cuales asumían muchas de las filiales de grandes empresas francesas, y el gobierno de Ben Ali estaba además bien visto por la Unión Europea. Otra particularidad de Túnez es que, al contrario que por ejemplo en Libia y Siria, su gobierno no había otorgado privilegios empresariales y cargos gubernamentales al ejército. Éste se puso del lado del pueblo tunecino, desobedeciendo las órdenes de Ben Ali y favoreciendo así la caída del gobierno y a la instauración de la democracia.

Las protestas de 2011 en Egipto conllevaron la caída de tres gobiernos consecutivos. Tras la violencia que cobró la Primavera Árabe, el presidente Mubarak decidió ceder todo el poder presidencial al vicepresidente Omar Suleiman, aunque anunciando que seguiría en la presidencia hasta que acabara la legislatura. Las violentas protestas continuaron hasta que Mubarak dimitió definitivamente y cedió todo el poder al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. En las primeras elecciones tras la caída del anterior mandatario, el conservador Mohamed Morsi resultó vencedor, y al dar a conocer que se promulgarían cambios constitucionales que concedían poderes ilimitados a fuerzas militares y suponían un evidente retroceso en materias como el laicismo, con el aumento del peso de la religión islámica y la sharía en la vida pública, otra virulenta oleada de protestas tomó las calles de Egipto. Así, el presidente del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, Abdul Fatah al-Sisi, con ayuda del Ejército, dio un golpe de Estado que derrocó, el 3 de Julio de 2013, a Mohamed Morsi. Si éste ha sido el fin de la primavera árabe egipcia es incierto, aunque por el momento la crisis política interna se plasma en que el país ha pasado de un régimen dictatorial a otro.

En Libia, la fuerte represión del gobierno, dirigido por Muamar el Gadafi, frente a las protestas civiles de la primavera árabe provocó una lucha entre el Frente de Liberación Libia y las fuerzas militares. Tras fuertes combates, lo que había iniciado como una manifestación terminó en una guerra civil y la violencia se propagó rápidamente por todo el país. La comunidad internacional decidió intervenir y ofreció apoyo militar a la oposición. Así, el 20 de octubre de 2011 Gadafi fue tomado prisionero y ejecutado, poniendo fin a la guerra civil y proclamándose la victoria popular. Tras el vuelco institucional, grupos rebeldes intentaron iniciar un proceso de transición en el gobierno, pero la pérdida de autonomía económica del país, una mayor presencia del sector privado en la industria del petróleo, la existencia de milicias integristas yihadistas que disputan el control de áreas del país, así como la situación de pobreza, es interpretado por muchos analistas como síntomas del fracaso y de un Estado fallido.

Conflictos armados abiertos

Son varios los focos mediterráneos donde la inestabilidad política ha derivado en una toma de las armas. Algunos de los frentes abiertos en la actualidad llevan activos desde la Segunda Guerra Mundial, como es el caso del conflicto árabe-israelí, mientras otros más recientes como la guerra civil en Siria derivan de una primavera árabe fallida donde, aprovechando la situación de ingobernabilidad, el Estado Islámico ha empezado a adentrarse.

El conflicto sirio progresó a la par que el libio, pues la represión violenta por parte del gobierno de Bashar al-Asad frente a las manifestaciones del 2011 provocó que una parte de la sociedad civil y sectores del ejército se alzaran en armas formando el llamado Ejército Libre de Siria. Con la toma de la capital por parte del grupo rebelde, la internacionalización del conflicto fue inmediata. En la actualidad Siria se encuentra repleta de grupos rebeldes apoyados por fuerzas internacionales que luchan contra el gobierno. A su vez, aprovechando la situación de caos e ingobernabilidad del país, fuerzas del Estado Islámico se han adentrado desde el vecino Iraq. El conflicto ya ha dejado casi 210.000 muertos, lo que lo convierte en la guerra más mortífera de la última década, la crisis humanitaria más brutal del siglo XXI y el conflicto más sangriento de la Primavera Árabe.

La actual confrontación árabe-israelí se inició al término de la II Guerra Mundial, cuando millones de judíos emigrantes quisieron establecerse en territorio palestino con la esperanza de crear un estado judío, amparándose en las promesas británicas de décadas atrás. Para 1947 la Asamblea de las Naciones Unidas decidió la división política del país en dos estados, uno árabe y otro judío. Un año más tarde, el primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, declaró la independencia del Estado judío, provocando una declaración de guerra inmediata de la Liga Árabe, tras la cual el Estado de Israel ocupó una parte del territorio adjudicado a Palestina. Más adelante, en 1956 sucedía la Guerra del Sinaí, en 1967 la Guerra de los Seis Días y la de Yom Kippur en 1973. Tras todas ellas se realizaron conversaciones de paz, las cuales culminaron sin un acuerdo.

A día de hoy la guerra abierta se vive en el territorio fronterizo de Gaza, controlado por el ejército de Hamás. Los bombardeos y las ofensivas en el territorio son constantes, así como las pérdidas humanas y materiales. La Organización Mundial de la Salud estima que hasta ahora hay unas 400 mil personas desplazadas, y los centros de la ONU y autoridades locales han acogido ya a unos 280 mil palestinos, es decir, un 15% de la población local.

Precariedad económica

Más allá de los conflictos armados o crisis políticas, no debemos olvidarnos de la precariedad económica con la que cuentan los estados de la cuenca del Mediterráneo. Como explica Fernando Almeida García, profesor de Turismo y Territorio de la Universidad de Málaga, la mayor parte de los países africanos y algunos orientales de la orilla mediterránea presentan unos niveles de desarrollo bastante bajos. Este escaso desarrollo unido a la presión demográfica, los altos contingentes de población joven, la ineficacia política, la corrupción, el desempleo, y el control político y social por parte de las oligarquías y la ausencia de democracia y libertad, como hemos visto antes, son todos elementos que alimentan los conflictos internos y que en los últimos años se alían con los factores religiosos. Por otra parte, los estados europeo-mediterráneos, aunque con niveles de desarrollo más elevados que sus vecinos, sufren de graves crisis financieras, pues no quedan muy lejos las alusiones a los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) como acrónimo peyorativo que hacía referencia al grupo de países sur europeos con grandes problemas de déficit y balanza de pagos tras la crisis de 2008. En la actualidad, parece que el detonante ha resultado ser el caso griego.

La base de la crisis griega es una deuda de aproximadamente 320.000 millones de euros que el país no está en condiciones de pagar. Durante los años previos al euro, Grecia estuvo gastando más dinero del que ingresaba, financiando ese desajuste a través de préstamos, hasta que con la llegada de la moneda común el gasto público aumentó un 50%, que sumado a problemas de corrupción y evasión fiscal, reconocidos por la propia Grecia, terminó provocando un déficit muy superior al 3% del PIB –objetivo de estabilidad marcado por Bruselas–. El problema se agravó enormemente cuando la crisis financiera global de 2008 limitó el acceso griego al crédito. A pesar de ser dos veces rescatada, implantar brutales medidas de austeridad y haber reestructurado su deuda, la situación griega roza el límite y el país puede declararse en bancarrota en cualquier momento. Se estima que el PIB griego se ha reducido hasta un 25% desde el inicio de los programas de austeridad, lo que a su vez ha acentuado su dependencia en créditos externos, es decir, un círculo vicioso del que parece no haber escapatoria. A todo esto, el impacto de las medidas sobre el pueblo griego ha sido enorme; su tasa de desempleo del 26% es la más alta de toda la Unión Europea y ya son millones los ciudadanos griegos que están viviendo bajo la línea de pobreza.

Crisis demográfica

Los tres focos de inestabilidad en el Mediterráneo vienen regados por una crisis migratoria, también llamada demográfica, que entendemos es resultado directo de los factores anteriores, junto con otros. La crisis demográfica se ha agudizado este año 2015 como consecuencia del creciente número de refugiados y migrantes irregulares que llegan a los estados del sur de la Unión Europea a través de peligrosas travesías en el mar Mediterráneo y los Balcanes. La mayoría de estos movimientos de población se caracterizan por ser una migración forzada de víctimas procedentes de conflictos armados, como son los refugiados sirios o libios, que sufren persecuciones o violaciones masivas de los derechos humanos, como sucede con la población yazidí perseguida por el Estado Islámico, o por la pobreza. Entre enero y julio de este año más de 124.000 personas han cruzado el Mediterráneo. Así, las costas de los denominados PIGS y en especial las islas del país con la economía más dañada de la Unión Europea, son ahora la mayor puerta de entrada de inmigrantes al viejo continente.

Al plantearnos si el Mediterráneo es hoy en día zona de conflicto, debemos decir que por una parte no existe una conflictividad mediterránea de índole singular y genérica sino que, como hemos visto, ésta consiste en un complejo plural de distintas situaciones conflictivas que seguramente se extiendan mucho más allá de aquellas que hemos señalado. En el futuro, todo parece apuntar a que los factores demográficos irán en aumento con el paso del tiempo, a lo que hay que añadir otras tensiones dentro de los países del área que propician estas crisis demográficas, motivados bien por factores religiosos o de identidad.

Como dice Carlos Fernández Espeso, director general para asuntos internacionales de seguridad y desarme, la zona mediterránea presenta entre sus características principales la de ser intrínsecamente conflictiva, bien sean conflictos efectivamente planteados, o bien potenciales conflictos previsibles en un futuro no muy lejano, con lo que este mar es y seguirá siendo una de las piedras angulares de la geopolítica mundial por la propia naturaleza de los cambios que se están produciendo en su seno.

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Esta entrada fue modificada por última vez en 02/10/2015 10:41

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