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La fractura latinoamericana: el Mercosur y la Alianza del Pacífico

La fractura latinoamericana: el Mercosur y la Alianza del Pacífico

Desde hace décadas han surgido en diferentes puntos del planeta varios proyectos de integración y construcción de bloques basados, en su mayoría, en el progreso económico y el desarrollo de sus países integrantes. La Unión Europea, la Unión Africana o la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático son ejemplos de proyectos de cooperación que buscan, además, fomentar la estabilidad y la paz de sus estados miembros.

Si hay un lugar en el que estos procesos se han dado especialmente es en Latinoamérica, donde toda una serie de siglas se superponen creando un alto número de bloques económicos, ideológicos y políticos en el mismo continente. Algunas de estas organizaciones tienen una proyección continental de norte a sur como es la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), antes conocida como ALALC; la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), cuya misión es la construcción de una identidad y ciudadanía sudamericanas o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), nacida en 2010. Al mismo tiempo existen diversos bloques regionales e ideológicos con mayor o menor peso internacional como la Comunidad del Caribe (CARICOM), el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), la Comunidad Andina (CAN) o la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA)

Sin embargo, a todas estas construcciones habría que sumarle otras dos que han eclipsado al resto y que amenazan con dividir el continente en dos bloques regionales de gran calado. Hablamos del MERCOSUR , nacido en 1991 y constituido actualmente por Brasil, Venezuela, Paraguay, Uruguay y Argentina y la Alianza del Pacífico fundada veinte años más tarde por Chile, Perú, Colombia y México. El peso de estas dos organizaciones latinoamericanas, con una visión diferente sobre la integración económica, social y política han provocado una fractura en el seno de América Latina y han entrado en competición por la supremacía regional. Eso sí, en esta sopa de letras hay muchos intereses y actores, lo que complica una visión simplista de los hechos.

La construcción del Mercosur

Los orígenes del Mercado Común del Sur (Mercosur) se encuentran en 1985, cuando los presidentes de Argentina y Brasil, Raúl Alfonsín y José Sarney respectivamente, firmaron una declaración de intenciones conocida como Declaración de Foz de Iguazú, en virtud del cual se abordaba la necesidad de abrir sus economías y reorientarlas en un espacio común de integración. Este acuerdo se convirtió en la piedra angular del futuro Mercosur cuando el resto de los países del Cono Sur, a excepción de Chile – debido a la rivalidad histórica con Argentina –, se decidieron a firmar el Tratado de Asunción en 1991.

De esta manera Uruguay y Paraguay se unían al proyecto que Argentina y Brasil ya habían ideado. El Tratado de Asunción, con vistas a construir un mercado común en 1994, estableció la libre circulación de bienes y servicios; el establecimiento de un arancel exterior común y una política comercial común en relación a otros estados; la coordinación de políticas macroeconómicas en sectores clave y el compromiso de armonizar las leyes con vistas a una mayor integración.

Así, en 1994 nacía oficialmente el Mercado Común del Sur con cuatro integrantes y una estructura institucional embrionaria, iniciándose una etapa conocida como “edad de oro”, debido a que hasta el año 2000 el Mercosur experimentó un crecimiento económico y una dinámica comercial excepcional. De hecho, el mercado latinoamericano se impuso como un modelo económico liberal que funcionaba y que permitía un crecimiento imparable y una estabilidad envidiable para todos sus socios.

Pero como suele decirse, no es oro todo lo que reluce, y a partir del año 2000 el declive se hizo patente. Una crisis financiera iniciada en Tailandia impactó rápidamente en la otra orilla del Pacífico, afectando en gran medida a la situación financiera de Brasil que afectó, a su vez, de forma negativa al comercio de sus vecinos: Uruguay, Paraguay y Argentina. Además, en el periodo 2001-2002, tuvo lugar el colapso financiero en Argentina, conocido popularmente como “Corralito”, por lo que el mercado común sufrió un retroceso económico de enormes dimensiones. Ante la situación vivida se replanteó que el modelo neoliberal sobre el que se sustentó la construcción del Mercosur ya no era sostenible y además el sistema, en vez de reforzar los lazos comerciales de los diferentes países integrantes, había lanzado a Argentina y Brasil a una competencia comercial, por lo que se buscaron nuevos medios para una integración más equilibrada.

La nueva etapa, conocida como post-liberal, se caracterizó por la reforma de instituciones integradoras existentes y por la fundación de nuevas como el Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur en Asunción, y el Comité de Representantes Permanentes. A todo ello se sumó la posibilidad de incluir algunas normas de la comunidad en la legislación nacional, la aparición de nuevos objetivos en relación con la migración y la coordinación en temas macroeconómicos y socio-políticos. De hecho, si en 1991 se habían pasado por alto los temas socio-políticos en aras de un crecimiento económico, ahora estas asignaturas pendientes van a estar a la orden del día.

Por otro lado, en 2006 tuvo lugar el ingreso de Venezuela en el Mercosur como miembro de pleno derecho. Esta era la primera adhesión que tenía lugar en la comunidad sudamericana desde su fundación en 1994 y respondía a la necesidad de abrir el Mercado Común a nuevos países y aumentar el peso internacional de la organización. La llegada de Venezuela puso sobre la mesa la necesidad de crear una zona de libre comercio efectiva, la eliminación de la inestabilidad macroeconómica y la supresión de la falta de competencia en el seno de la unión aduanera. Aunque la integración de Venezuela fue positiva para la organización de cara al exterior, en el interior surgió una crisis de liderazgo: si hasta entonces Brasil lideraba el bloque con el beneplácito de Argentina, Venezuela y su presidente, Hugo Chávez, no iban a permitir que Brasil tomara siempre las decisiones de forma unilateral, lo que provocó diversas discusiones que antes no habían tenido lugar.

Finalmente, el último paso para la construcción y ampliación del Mercosur está teniendo lugar en la actualidad. Bolivia había declarado en varias ocasiones su interés por formar parte del Mercado Común del Sur, y de hecho se firmó un protocolo de adhesión en 2012, pero no ha sido hasta julio de 2015 cuando los estados miembro han firmado un nuevo protocolo que acelera la integración de Bolivia a la unión aduanera. Este último país se ha convertido en un aliado clave sobre todo a raíz de la fundación de la Alianza del Pacífico, una nueva organización que amenaza con usurpar al Mercosur el título y la hegemonía de ser la segunda potencia económica del continente.

La economía como motor de la Alianza del Pacífico

La Alianza del Pacífico (AP) es una organización conformada por Chile, Perú, Colombia y México fundada en el año 2011 con el fin de aumentar su influencia a nivel mundial y regional y ampliar las posibilidades comerciales de sus socios tanto entre ellos como de cara al exterior, sobre todo mirando al otro lado del Pacífico.

Su construcción tuvo lugar de forma rápida y expansiva, ya que entre sus principales objetivos se encuentran los acuerdos comerciales, mucho más sencillos de alcanzar que una integración económica real. Sin embargo hay que pensar que la Alianza del Pacífico cuenta con cuatro años de existencia y los primeros acuerdos tomados acabarán por evolucionar. De hecho, sus objetivos a largo plazo se pueden concretar en tres puntos clave: cimentar de forma consensuada un área de integración para avanzar hacia la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas; impulsar un mayor crecimiento y desarrollo entre los estados integrantes a fin de lograr un mayor bienestar y la superación de la desigualdad socioeconómica y transformarse en una plataforma de articulación política, económica y comercial y de proyección al mundo, especialmente en la región Asia-Pacífico.

Estos objetivos a largo plazo no ocultan que la organización centra sus expectativas en una rápida expansión comercial y la economía se ha convertido en el principal cimiento de este joven bloque comercial. Los cuatro países cuentan con una población de unos 216 millones de habitantes y su Producto Interno Bruto (PIB) alcanza los 2,1 billones de dólares, que representa el 37% del total de América Latina.

De hecho, la Alianza del Pacífico se está convirtiendo en un quebradero de cabeza para el Mercosur. Si el año pasado la economía de este bloque se contrajo un 0,5% los aliados del Pacífico crecieron un 2,8%. Desde luego, en un mundo competitivo, los indicadores económicos y comerciales se están convirtiendo en el arma de la AP para mostrarse en la escena internacional como un bloque de confianza, estable y donde merece la pena invertir frente a la situación de Mercosur, tanto en la actualidad como en el pasado.

La organización del Pacífico trata de ser también en un ejemplo de integración para toda Latinoamérica, donde la economía impera sobre otras asignaturas pendientes. Sin embargo este continente es muy grande y los dos bloques tratan de convertirse en el modelo a seguir para el resto de países. Así se están creando dos proyectos divergentes en el seno de América Latina.

Dos proyectos para Latinoamérica

América Latina vive una situación de división entre dos proyectos de integración que más que complementarse, son antagónicos. Las diferencias entre ambos bloques van desde lo económico y lo comercial, pasando por lo político, hasta lo ideológico. En primer lugar debemos tener en cuenta que el Mercado Común del Sur en sus inicios fue una organización más centrada en lo económico, con una visión aperturista, mucho más “liberal” de lo que es en la actualidad. Al igual que la Alianza del Pacífico, ambas formaciones tuvieron una génesis y unos objetivos parecidos: el crecimiento económico y el aumento del comercio. Pero, como ya hemos mencionado, la crisis que atravesó el Mercosur con la entrada del nuevo milenio le sirvió para transformarse y buscar un modelo propio lejos de las tendencias más neoliberales.

Así, en la actualidad los países del Mercosur conforman un bloque donde la economía y el comercio tienen una visión más interregional, con un arancel común externo y una economía mucho más proteccionista donde incluso se ha dado la participación estatal. Frente a este modelo, que defiende “lo propio”, se encuentra la Alianza del Pacífico con una economía liberalizada, mucho más abierta al mundo – sobre todo al Pacífico – donde se cuida mucho la protección a las inversiones extranjeras como el principal motor de crecimiento.

Las diferencias han aumentado en los últimos años debido al inexorable crecimiento de la Alianza del Pacífico frente a un Mercosur que se encuentra en una situación de estancamiento. Sin embargo, no podemos pasar por alto que a pesar del impulso de la AP, que es la octava economía mundial, el Mercosur sigue ostentando la quinta posición. Así, el bloque del Pacífico – junto con los países en vías de integración, es decir, Costa Rica y Panamá – suman el 37% del PIB de América Latina y el Caribe y el 3% del PIB mundial frente al Mercosur y futuros países asociados – Ecuador y Bolivia – que conforman el 56% del PIB regional y el 4,5% del PIB mundial. Por tanto, a pesar de la que el Mercado del Sur se encuentre en una etapa de desaceleración económica, sigue siendo el principal bloque económico de la región.

Frente a lo económico, la Alianza del Pacífico y el Mercado Común del Sur se están convirtiendo en bloques enfrentados ideológicamente. Chile, Perú, Colombia y México son en el faro neoliberal de la región, con un apoyo explícito de Estados Unidos, que se ha transformado en uno de sus mayores socios. El bloque atlántico ha sido muy crítico con el papel de la Alianza del Pacífico desde su creación, con Argentina y Venezuela a la cabeza, al denunciarlo como un supuesto instrumento norteamericano para intervenir en América Latina y asegurarse un expolio que quebrase la soberanía económica de los países latinos que se adhiriesen.

Desde un punto de vista ideológico los gobiernos del Mercosur son gobiernos de centro-izquierda con una ideología claramente integracionista y que luchan para frenar el papel que Estados Unidos puede volver a jugar en la región. De esta manera, además de lo económico, lo ideológico está jugando un papel que aleja la integración de toda Latinoamérica y lo convierte en un todo insalvable.

Finalmente, los dos bloques se pueden diferenciar por el modelo de integración. La AP es una unión comercial y económica que por el momento no sigue ningún tipo de fusión política. El Mercosur, sin embargo, desde la crisis que ya se ha mencionado, se ha ido reconvirtiendo en un bloque donde lo político y lo social comienza a superar a los intereses económicos, lo que se traduce en un red institucional muy importante si lo comparamos con la Alianza del Pacífico, que ya mostró su poco interés en seguir un modelo atlántico, como el de la Unión Europea.

Sin embargo, una red institucional fuerte también se traduce en un mayor estancamiento y más lentitud de actuación, debido a una burocracia que la hace menos competitiva. Por otro lado, el Mercosur ha mostrado su interés en llevar a cabo una unión que incluya la mejora de lo social y ha manifestado su intención de dar mayor papel a la cultura como un nudo sobre el que debe construirse una integración real.

Alianzas y acuerdos: otros actores relevantes

El mundo no puede entenderse tan solo como una ecuación de bloques. Los intereses económicos, estatales, políticos, las instituciones y organizaciones, e incluso la sociedad, tienen algo que decir en las relaciones internacionales. De hecho, la Alianza del Pacífico y el Mercosur no son bloques cerrados que actúen siempre con unanimidad. A fin de cuentas cada estado sigue manteniendo unos intereses particulares, creando una red de alianzas y acuerdos que sus aliados más cercanos pueden llegar a cuestionar.

En primer lugar, Estados Unidos ha jugado un papel esencial en la historia de América Latina a lo largo de todo el S. XX, con la capacidad de poner y deponer gobiernos a su antojo. Sin embargo, con el fin de la Guerra Fría y el refuerzo de las democracias en gran parte de Sudamérica a lo largo de la década de 1990 provocaron que este papel de “garante de la seguridad” fuera decayendo. Además, a partir del 11 de Septiembre y la Guerra contra el Terror impulsada por George W. Bush, el continente latinoamericano pasó a un segundo plano en los intereses norteamericanos. Todo ello provocó la pérdida de Estados Unidos como principal actor en la región, dejando espacio a nuevas fuerzas emergentes como China, Rusia, India o Sudáfrica, si bien con la creación de la Alianza del Pacífico en 2011, EEUU está recuperando ese papel como socio comercial y político. No podemos dejar pasar por alto que México, Colombia, Perú y Chile – junto con Costa Rica y Panamá – son los principales aliados de Washington en la región. Esta unidad choca en el caso del Mercosur, ya que algunos estados del bloque, como Brasil y Uruguay, piden una mayor cercanía a Washington frente a Argentina, Bolivia o Venezuela que se niegan a cualquier tipo de acercamiento entre el Mercosur y Estados Unidos.

Otros actores de gran importancia son los denominados BRICS, el grupo de países emergentes formados por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En este caso, la alianza que une a Brasil con el resto de países del grupo ha facilitado toda una serie de acuerdos comerciales, sobre todo con sus dos mayores aliados, India y Sudáfrica, con los que ya se firmaron sendos acuerdos preferenciales de comercio. Por su parte Rusia ha reforzado sus relaciones con Venezuela en los últimos años en materia militar y comercial y China es ya el segundo socio comercial de toda la región, sin distinciones entre uno u otro bloque.

La Alianza del Pacífico cuenta con un gran número de socios y aliados, pero pretende reforzar sus alianzas al otro lado del océano. Si el Atlántico se está convirtiendo en un espacio estático, el Pacífico es una zona comercial vigorosa y dinámica. Los países del bloque del océano más grande del mundo están reforzando sus relaciones con Japón, Corea del Sur, China, Indonesia, Tailandia, Australia y Nueva Zelanda, entre otros. El Mercosur sin embargo no tiene esa facilidad para introducirse en los mercados del Pacífico y ahí radica el interés en Ecuador, que podría ser su punta de lanza de cara a diversos acuerdos comerciales con Extremo Oriente y Oceanía.

El último de los grandes actores en la región es la Unión Europea. Bruselas inició una serie de conversaciones en 1995 con el recién nacido Mercado del Sur a fin de llegar a algún acuerdo comercial entre ambos bloques pero las firmas no llegaron. De hecho, con la crisis que azotó la región con la entrada del milenio, se puso fin a las conversaciones. A partir de 2010 se retomaron las negociaciones para lograr un acuerdo comercial transatlántico que encabezaba Uruguay y que desembocaron en un principio de acuerdo firmado en Asunción. Tras más de quince años de negociaciones es indudable que Europa mantiene un gran interés en la región, hecho que se demuestra también con el acercamiento a la Alianza del Pacífico, con el que mantiene una mayor sintonía debido a la facilidad de apertura de sus mercados, la estabilidad y el progresivo crecimiento económico.

Así, más allá de dos bloques enfrentados, vemos que existen toda una serie de intereses tanto económicos y comerciales como políticos que marcan la agenda de un continente de dimensiones desbordantes y que tendrá mucho que decir en la escena internacional en los próximos años. La clave para ello radica en la unidad y complementariedad de todos los países que conforman el universo latinoamericano.

¿Es posible una integración única latinoamericana?

Las relaciones entre estados siempre están marcadas por su pasado – y no tan reciente –. Aunque dichas relaciones pueden variar a lo largo de la historia – cambios de gobierno, política exterior, acuerdos comerciales, etc. – es cierto que existen países que viven enfrentados. A fin de cuentas América Latina es un puzzle más donde muchas veces las piezas nos encajan. Colombia y Venezuela son un buen ejemplo, así como la histórica enemistad de Perú y Chile con Bolivia, las malas relaciones entre Argentina y Chile o la competencia económica entre México y Brasil como países emergentes en la escala internacional.

Sin embargo no todo es negro o blanco, y los propios gobiernos latinoamericanos son conscientes de que cuanto más unidos estén más fácil será progresar y desarrollarse como una región estable, así como aumentar su influencia y su papel en el mundo.

Brasil, Chile, México o Uruguay lideran esa intención de aunar los esfuerzos de los dos bloques regionales. Tanto la AP como Mercosur tienen intereses al otro lado de los Andes y, como consideraron el canciller de Chile y la presidenta brasileña, ambos bloques más que enfrentarse deberían complementarse.

La clave sería pensar si ese acercamiento podría acabar en una integración única, siguiendo el modelo de construcción de la UE. Esto, desde luego, es harto complicado por las diferencias que existen entre los dos bloques comerciales: la AP ya se desmarcó de una construcción a la europea, mientras que el Mercosur sigue sus pasos. Además, los modelos económicos de los dos bloques hacen imposible una fusión total de sus miembros.

Sin embargo, la unidad de toda Latinoamérica no tiene por qué pasar por una unión como tal, sino que tanto el Pacífico como el Atlántico deberían mirar en la misma dirección y velar porque toda la región alcance unas cuotas de estabilidad económica, política, social y cultural que le permitan convertirse en un actor internacional de gran calado. Pero, como siempre, hay demasiados intereses en juego y no todo depende de los gobiernos latinoamericanos.

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Esta entrada fue modificada por última vez en 11/09/2015 22:42

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