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América Latina y la URSS en la Segunda Guerra Mundial

América Latina y la URSS en la Segunda Guerra Mundial

A finales de 1941 Guatemala, Honduras, República Dominicana, Costa Rica, Cuba, Panamá y El Salvador habían declarado la guerra a los países agresores.  En la segunda mitad de 1942 se unieron Brasil y México, y en febrero de 1945 lo hicieron Argentina, Venezuela, Paraguay, Uruguay y Perú. Aunque este no participó en la guerra directamente, suministraba materia prima a Estados Unidos.

Sin embargo, ya desde los primeros días de la Segunda Guerra Mundial en América Latina empezó a configurarse un masivo movimiento de solidaridad con la Unión Soviética. El 22 de junio de 1941 miles de habitantes de Buenos Aires se dirigieron al puerto marítimo de la capital argentina para saludar a los marineros del buque Tbilisi, que estaba allí. A pesar de la presencia de numerosos policías, la gente logró acercarse al barco.  Después, el barco atravesó el océano Pacífico, pasando por Chile, donde recibió una enorme cantidad de carbón.

Incluso en las filas del Ejército Rojo luchó un grupo de latinoamericanos. En su mayoría eran graduados del orfanato internacional de la ciudad de Ivánovo. Formaban parte de las tropas y de las unidades de guerilleros. Conozco dos casos de soldados que lucharon como partisanos en las afueras de Leningrado. 

Tres olas de ayuda

Al movimiento de solidaridad se sumaron diferentes organizaciones latinoamericanas, tanto políticas como sociales. Se organizaba en tres direcciones. Primero, transmitían apoyo político y moral a la URSS a través de manifestaciones. Posteriormente, a medida que tomaba más fuerza, empezó a enviar ayuda directamente al Ejército Rojo. Ahí está el ejemplo de los trabajadores cubanos que recolectaron 40.000 cigarros y grandes cantidades de azúcar, o los chilenos, que entre otras reivindicaciones decían: “Ayudemos con el sueldo de un día” y exigían que se enviara un barco lleno de cobre a la URSS.

Fue en México y Cuba donde este movimiento de solidaridad alcanzó su mayor envergadura. La relación de amistad con el país azteca no era nueva. En este país se ubicaba la Confederación de trabajadores más grande de América Latina, encabezada por Lombardo Toledano, lo cual tiene un fuerte valor simbólico. Una característica destacable es que además de las masas participaban también representantes del mundo cultural latinoamericano; figuras como Juan Marinello, Narciso Bossols o Pablo Neruda, entre muchos otros.

El tercer aspecto de este movimiento consistía en normalizar las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Cuando entramos en guerra ni siquiera había intercambio de embajadas. Pero las masas solicitaban romper las relaciones con las potencias del Eje y mejorarlas con la URSS. En octubre de 1942 Cuba se convirtió en el primer país latinoamericano que propuso establecer relaciones diplomáticas con la URSS. Después lo hicieron los países centroamericanos y en 1943 se sumó Colombia. Chile lo hizo en 1944 y Argentina en 1946. En cuanto a Perú, en el 1945 el parlamento del estado recomendó establecer lazos diplomáticos, pero la propuesta no se llevó a cabo hasta 1969.

Para el final de la guerra, el 9 de mayo de 1945, eran 12 los países latinoamericanos que habían establecido relaciones diplomáticas con la URSS por iniciativa propia. Así, el pueblo latinoamericano se daba cuenta de que al defender su patria la Unión Soviética defendía también a las naciones del hemisferio. No eran extrañas las declaraciones en las que se afirmaba que ser un verdadero ciudadano de México significa ser patriota y amigo de la URSS.

Tampoco hay que olvidar a los compatriotas rusos residentes en América Latina, que en aquel entonces eran más de 100.00 personas, y participaban en el movimiento de solidaridad creando organizaciones de ayuda. 

Relaciones después del final de la guerra

La victoria de los Aliados se celebró en América Latina con una serie de manifestaciones. Los jefes de Estado hicieron sus declaraciones al respecto. El entonces presidente de México, Manuel Ávila Camacho, declaró: “Al enterarme del retroceso definitivo del Ejército alemán recuerdo junto con mi país los esfuerzos admirables del heroico pueblo soviético durante los años de la lucha contra las tropas fascistas”. El presidente de Uruguay escribía que “el pueblo y el Gobierno de Uruguay aplauden su triunfo comprendiendo el sacrificio que se hizo en nombre de la victoria”. El 8 y el 9 de mayo en las capitales latinoamericanas se celebraron manifestaciones de miles de personas en honor a la victoria.

La URSS envió a sus mejores diplomáticos para que fueran embajadores en América Latina. Al mismo tiempo, cabe destacar que los embajadores latinoamericanos que llegaron a la URSS eran políticos distinguidos. Stalin los recibía en persona, lo que no era habitual. Negoció con el embajador de Cuba y recibió a dos embajadores de México. El segundo embajador, Luis Quintanilla, pidió a Stalin que le regalara una fotografía con su firma, que todavía está en la oficina del diplomático. El embajador de Uruguay, Emilio Furgoni, escribió un libro de memorias acerca de su estancia en el país de los soviets, que duró desde 1944 hasta 1948, titulado La esfinge Roja, en el que describía la vida en Moscú durante y después de la guerra.

Esta guerra demostró que a pesar de las diferencias entre las capas sociales latinoamericanas, los momentos clave, como lo fue la lucha contra el fascismo, ayudan a unirnos y a encontrar puntos de vista en común. Desde entonces nuestras relaciones se han desarrollado en un ambiente de fructífera cooperación y comprensión mutua.

Alexander Sizonenko es doctor en Historia e investigador en jefe del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia.

dipublico

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