Las islas que China fabrica para extender su dominio marítimo
La estrategia sirve para hacer frente a un grave déficit de los chinos en la zona del Mar de China Meridional. De todos los países que reclaman porciones allí, es el único que no tiene bajo su control una isla real.
El barco se mueve bruscamente de arriba abajo, también de un lado al otro. El ruido del motor diésel estremece la cubierta y me martilla la cabeza. El pescado seco y los humos del motor llenan el ambiente. Con la camisa pegada al pecho por el sudor, dormir es imposible.
Llevamos más de 40 horas navegando por el Mar de China Meridional. La mayor parte del tiempo a la velocidad del paso humano. “¿Quién querría ser pescador?”, me pregunto en voz alta.
De pronto me llama la atención una especie de plataforma en el horizonte. Parece tierra, pero en el GPS no hay nada.
Ya había visto fotografías aéreas de la zona, muestran enormes trabajos de China para reclamar tierras, algo que ocurre desde el pasado mes de enero.
Hay camiones, grúas, tubos de acero y el centelleo de las soldaduras. Son millones de toneladas de rocas y tierra dragadas del lecho marino y amontonadas sobre los arrecifes para formar nueva tierra.
Sobre un bloque de concreto un soldado nos observa con sus prismáticos.
Somos los primeros periodistas en documentar la construcción. Le pido a nuestro capitán que se acerque pero de repente la luz de una bengala se eleva sobre nosotros. Es una advertencia de los chinos.
La aparición de las nuevas islas es un dramático cambio en una larga disputa territorial en la región entre China, Filipinas, Malasia, Taiwán y Vietnam.
Sólo China y Taiwán lo reclaman todo: no sólo las islas Spratly sino también los arrecifes Scarborough (o de la Democracia) y las islas Paracelso. Filipinas y Vietnam reclaman también grandes extensiones que incluyen gran parte de las Spratly.
A principios de este año, la presencia china en las islas Spratly se limitaba a un puñado de bloques de hormigón sobre atolones de coral. Ahora, se están construyendo islas sobre cinco arrecifes.
Es más, de uno de ellos parece estar emergiendo una base aérea con una pista suficientemente grande para que la usen aviones de combate.
La estrategia sirve para hacer frente a un grave déficit de los chinos en la zona. De todos los países que reclaman porciones del Mar de China Meridional, es el único que no tiene bajo su control una isla real.
Los chinos sólo tienen arrecifes. El de Johnson Sur lo tomó en 1988 tras una sangrienta batalla que dejó 70 marinos vietnamitas muertos. Desde entonces, ha evitado cualquier confrontación militar.
Durante décadas, pareció una cuestión más bien latente, pero en 2012 el Partido Comunista reclasificó la zona como de “interés nacional esencial”. Eso sirvió de adelanto a que de hecho se dispone a hacer valer sus intereses.
Ahora Pekín parece haber decidido que llegó el momento de seguir adelante con su reclamación por la vía de hecho: una cadena de islas y lo que virtualmente será un portaaviones insumergible.
El Mar de China Meridional está lleno de extraños puntos con bases militares y colonias civiles. Es complicado descifrar qué es qué y quién controla qué.
Vietnam tiene ocho puestos permanentes, Malasia también varios a las afueras de la costa de Borneo y China, hasta ahora, siete.
Filipinas tiene nueve, uno de ellos es Pagasa. Desembarcar allí es un auténtico alivio tras dos días y dos noches navegando entre óxidos.
Pagasa es una minúscula isla de aguas cristalinas y arenas blancas, está lejos de Filipinas y de Vietnam, y mucho más del resto del mundo.
El estado la compró después de obligar a venderla por una suma simbólica a un excéntrico hombre de negocios, Tomas Cloma, que la ocupó en 1956 y la llamó “Freedomland” (“Tierra de la libertad”).
La intención de Manila era convertirla en un bastión militar. Pero hoy, los búnkeres de hormigón se deslizan hacia el mar y las baterías antiaéreas están oxidadas. Sólo la pista de aterrizaje sirve.
Quedan 30 infantes de marina en la base. Cuando voy a visitar al comandante, a las diez de la mañana, está durmiendo. Ya por la tarde, todavía con cara de sueño, me recibe.
“Eso es información clasificada”, responde cuando le pregunto con qué armamento cuenta para defender el enclave. Miro alrededor, no parecen más que unos cuantos rifles.
No podrían hacer nada si un día el ejército chino decide borrarlos del mapa.
Pero su activo más importante son las 30 familias que viven en el lugar. Según Manila, son 200 personas, pero sólo encuentro unas cien. Tienen comida y casa gratis, además hay una escuela para los niños.
Mary Jo llegó para montar un negocio de pesca pero se arruinó. Aceptó el trabajo de administradora de la isla. Tiene grandes planes, sólo que no cuenta con suficientes fondos.
“Los chinos tienen tanto dinero”, lamenta. “Nosotros tenemos poco, pero es importante que sigamos aquí. Si no, me parece que los chinos vendrían”.
Porque una cosa es dispararles a soldados, como hizo China en 1988, y otra bien distinta es hacerlo sobre mujeres y niños.
A 16 horas de Pagasa, justo antes del anochecer, llegamos a Ayungin. Los arrecifes asoman entre las olas y de alguna forma tenemos que atravesarlos sin encayar.
No muy lejos, asoma la silueta del Sierra Madre, un barco fantasma filipino atascado en los arrecifes. Desde el sur se nos acercan guardacostas chinos, pero llegan demasiado tarde, el agua está muy baja como para que puedan pasar en sus grandes naves.
Ya había visto fotos del Sierra Madre, pero la realidad es todavía más impactante. Desde la cubierta, se ve incluso peor. Está podrido y hay que tener mucho cuidado con donde pone uno el pie… y las manos: al subir por una escalera arranco accidentalmente un pedazo de madera.
Me disculpo. La escena es absurda y hasta cómica, si no fuera por lo trágico. Los once infantes de marina, lejos del aire marcial de todos los militares, parecen avergonzados de cómo viven.
“Es muy duro para mis hombres”, dice el joven teniente al mando. “Estamos lejos de casa y a veces hay poco que comer, así que eso nos lo pone muy difícil”.
Los barcos chinos vuelven a asomar a lo lejos. Llevan más de un año bloqueando cualquier intento de llevar ayudas y suministros al Sierra Madre. Si hubiéramos venido por el suroeste, nos hubieran interceptado.
La armada filipina ayuda a los infantes de marina con suministros que lanzan en paracaídas una vez al mes. Pero la realidad es que subsisten con lo que pescan.
El Sierra Madre, según mi GPS, está a 120 millas náuticas de la costa de Filipinas, todavía dentro de su reclamo de 200 millas de “zona económica exclusiva”.
Y, sin embargo, Pekín alega que este arrecife sumergido es parte integral de su territorio.
China está al inicio de su floreciente poderío naval. La velocidad del cambio es enorme. Pekín construye barcos de guerra y submarinos más rápido que ningún otro país, incluido Estados Unidos. Ya está en camino un segundo portaaviones.
De momento, la fuerza naval de EE.UU. sigue siendo mucho mayor y más poderosa, pero se acercan a mayor velocidad de lo que nadie esperaba.
Y lo que pasa en el Mar de China Meridional es una expresión de las intenciones de Pekín: dominar mar y aire de la “primera cadena de islas”.
A largo plazo, China quiere ir más allá de Filipinas y del sur de Japón hasta la “segunda cadena de islas”: Palau, Guam y las Marianas.
Eso sería un cambio cataclísmico en los equilibrios de poderes del Pacífico occidental.
En los últimos 70 años, los estadounidenses no habían sido retados por nadie en la zona.
Ahora, por primera vez, un nuevo poder emerge y tiene no sólo la voluntad sino todo lo necesario para desafiar el dominio militar de Washington. Es improbable que en el camino no se desate alguna tormenta.
Esta entrada fue modificada por última vez en 13/09/2014 21:39
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